Publicado en el monográfico «Momias» Más Allá en el año 2004.
Se cuentan por millones las momias de animales que han llegado hasta nosotros procedentes del mundo faraónico. Ofrendas votivas, encarnaciones de dioses, simples alimentos y hasta mascotas, las momias de animales se han convertido en un campo apasionante de investigación dentro de la egiptología que en los últimos años ha resurgido con especial interés.
Recientemente se ha inaugurado en el Museo Egipcio de El Cairo la nueva sala de momias de animales. Después de casi una década de trabajo, con los esfuerzos de los investigadores y las donaciones económicas de instituciones y particulares, la sala 53 del museo muestra hoy un aspecto brillante haciendo gala de un proyecto que pedía hacerse un hueco en el panorama internacional desde hace décadas. De esta forma, el cartel que hasta hace poco tiempo colgaba de la entrada de la sala en el que un simpático cocodrilo decía al visitante “por favor, disculpe nuestra apariencia”, se ha retirado dando paso a uno de los lugares más modernos de todo el centenario Museo Egipcio de El Cairo.
Puede llamar la atención pero entre los restos que nos ha legado la civilización faraónica, contamos con millones de estas momias de animales. Los hallazgos son de lo más variopinto, algo que no podía ser de otra manera en vista del prolífico panteón animal de los antiguos egipcios. Entre la fauna que ha llegado hasta nosotros, bien en piezas enteras o en partes, podemos hablar de toros, carneros, cabras, halcones, lechuzas, hipopótamos, ranas, anguilas, gacelas, lobos, cocodrilos, serpientes, gatos, linces, murciélagos, percas y otros peces, ovejas, antílopes, mandriles, ratas, leones, conejos, ibis, águilas, cuervos, palomas, escarabajos, zorros, escorpiones, caballos, osos, lagartijas, nutrias, gavilanes, milanos, pájaros cantores, musarañas, cigüeñas, gacelas, golondrinas, comadrejas, erizos, gansos y hasta elefantes.
Esta abrumadora presencia animal se debe a la propia naturaleza de la cultura egipcia. Los primeros testimonios de divinidades humanas con cabeza de animal nos llegan de la dinastía II (2800 a. C.), momento en el que al parecer comienza a separarse el concepto de divinidad de lo que antaño era el simple hecho de adorar al animal como una manifestación de una fuerza natural incontrolada por el Hombre. Solamente, en casos muy concretos sigue perdurando la imagen del animal sobre la del hombre, intercambiándose los extremos. Esto ocurre, por ejemplo, con la Esfinge representada como un león con cabeza humana o en el caso de algunas imágenes de la diosa Selkis, en la que una cabeza de mujer reposa sobre un cuerpo de escorpión.
Una forma de perpetuar esa naturaleza divina de los animales era la momificación. Cada una de las diferentes momias de animales que han llegado hasta nosotros contaba con una función especial; una función que venía definida por la propia naturaleza de la momia ya que no todas tenían el mismo significado ni origen.
Clases de momias
La Dra. Abeer Helmy, una de las encargadas de sacar adelante el llamado Animal Mummy Project (www.animalmummies.com), nos describe que son cuatro los tipos de momias que podemos encontrar en el mundo animal faraónico. En primer lugar tenemos las llamadas momias de avituallamiento. Con este término los especialistas se refieren a los paquetes de comida que eran depositados en las tumbas a modo de ofrenda para el difunto. Gracias a ellos, en las creencias egipcias se pensaba que el espíritu del difunto podría alimentarse durante la eternidad. Uno de los ejemplos más conocidos son los paquetes con diferentes guisos de ave que aparecieron en la antecámara de la tumba de Tutankhamón, bajo uno de los lechos funerarios y que hoy pueden verse en el Museo Egipcio de El Cairo. Para conseguir estas sencillas momias de animales para alimento, las piezas únicamente se trataban con un poco de sal, ya fuera un ave o una pata de ternero, y luego se vendaba.
La forma de presentar estas momias de avituallamiento cambió con los años. En un principio se depositaban en jarras de cerámica y luego en ataúdes de madera de sicomoro que tenían la misma forma que la comida en sí. De esta manera, serían fácilmente identificables por el espíritu del difunto.
El segundo tipo de momia animal son las mascotas. En numerosos relieves de mastabas del Imperio Antiguo aparece el dueño acompañado de sus animales de compañía. Incluso en algunos casos nos han llegado los nombres de estas mascotas. El ejemplo de momia más conocido es el llamado perro de Theodore Davies (Canis familiaris) descubierto por este arqueólogo en la tumba 50 del Valle de los Reyes en 1908 y que seguramente sirviera a algún soberano enterrado en el valle como perro de caza. Quizá pudiera pertenecer al rey Amenofis II o a Horemheb, cuyas tumbas no distaban mucho del lugar del hallazgo.
Aunque en el caso del perro de Davies no hay lugar a dudas, la identificación de este tipo de momias es en ocasiones complicada. Muchas veces se desconoce si el perro, el gato o el mono depositado en el interior de una tumba es una mascota o una momia del tercer tipo, las llamadas momias votivas. Se trata de momias presentadas a modo de ofrendas, regalos o exvotos a una divinidad. Este modelo solamente se circunscribe a la Época Tardía y la etapa grecorromana. Son los ejemplos más numerosos y de los que conservamos millones de ejemplares como sucede con los ibis, halcones o gatos.
Finalmente, el cuarto tipo de momia animal lo comprenden las momias de animales sagrados. Quizá el más importante de todos, estos cuerpos correspondían a animales que en vida fueron identificados por los sacerdotes como representaciones de la divinidad en la tierra. En este papel, debían de tener toda clase de cuidados y atenciones. De igual manera, al ser dioses vivos, residían en el propio templo de la divinidad, en unas dependencias especialmente construidas a tal efecto y con toda clase de comodidades. Ejemplos de estos lugares los conservamos en los templos de Horus en la ciudad de Edfu. Gracias a los textos de los viajeros griegos conocemos detalles interesantes de la identificación de los bueyes sagrados Apis de Menfis.
Métodos de momificación
Al igual que sucede con los diferentes sistemas de momificación empleados con los humanos, con los animales los métodos de embalsamamiento variaban según fuera la finalidad o el tipo de momia que se quisiera buscar. Por ejemplo, el mencionado perro de Davies fue eviscerado y desecado con natrón para luego ser vendado cuidadosamente, siguiendo así un proceso muy similar al empleado con los seres humanos de alto rango. Sin embargo, por norma general el proceso era mucho más rápido y sencillo.
En el caso de las momias votivas, las que se entregaban como exvotos de una divinidad concreta, la muerte del animal se provocaba rompiéndole el cuello, ahogándolo, estrangulándolo, o mediante un fuerte golpe en la cabeza. Seguidamente se vendaban sin más o se les sumergía en una solución resinosa especial fabricada a tal efecto. Luego se vendaba y se llevaba al puesto de venta de estas reliquias para que fueran adquiridas por un peregrino y depositadas en el templo como ofrenda.
El negocio de las momias
Es a partir de la dinastía XXVI cuando la fabricación de momias de animales adquiere una importancia relevante. Para el egiptólogo Patrick F. Houlihan este hecho se debe a las invasiones extranjeras que comienza a sufrir Egipto y como respuesta a un intento de reclamar una tradición milenaria respaldada por un nacionalismo incipiente. Los cultos a los animales estaban promovidos como un símbolo nacional del renacimiento de la cultura egipcia así como una nueva política económica. En este sentido, los beneficios de los templos no se hicieron esperar, lo que llevó consigo la proliferación de pajareras o gateras en donde se criaban animales a gran escala que luego eran sacrificados, momificados y vendidos a los peregrinos con substanciosos beneficios.
Como era de esperar, la fabricación casi industrial de estas momias en Época Tardía conllevó la aparición de irregularidades en el proceso de momificación. La demanda era en ocasiones tan alta que las pajareras o gateras de los templos no daban a vasto. Ésta es la razón por la que, en ocasiones, los especialistas se han encontrado burdas falsificaciones de momias de animales, especialmente de codiciados halcones, compuestas por un relleno de maderas o partes de otros animales y luego moldeadas con las vendas para adquirir el aspecto final de una momia de halcón.
El egiptólogo galés Paul Nicholson ha dedicado varios años de investigación al estudio de estas falsificaciones de momias, especialmente en la necrópolis de Sakkara en donde estas momias han aparecido en grandes cantidades en galerías subterráneas que recorren gran parte de la meseta.
En otras ocasiones, contamos con momias que están entre la falsificación y el error de los embalsamadores. El autor romano Eusebio, por ejemplo, habla de momias monstruosas de toros con dos cabezas. A esto hay que añadir las momias que han llegado hasta nosotros cuyo aspecto es, por lo menos, chocante. En esta línea se encuentra la momia de un cuerpo mitad niño, mitad cocodrilo que se encuentra en el museo Topkapi de Estambul. Ahora bien, algunas de estas falsificaciones no pasaron desapercibidas ante los ojos de las autoridades sacerdotales de los grandes templos. El documento más conocido en este sentido es un papiro firmado por un sacerdote llamado Hor. En él relata lo acontecido con la investigación de seis sacerdotes del templo de Sakkara que fueron acusados desde Menfis de la falsificación de momias de animales. El documento no nos cuenta qué paso finalmente con estas personas, aunque seguramente fueron expulsados del cuerpo sacerdotal. Es probable que desde aquel momento el control de la fabricación de momias fuera más vigilados por las autoridades. A pesar de todo, el propio hallazgo en las necrópolis de momias falsas confirma el hecho de que, aun los controles, la falsificación continuó siendo algo común en el Egipto tardío y ptolemaico de hace 2.000 años.
El perro de Davies
Este perro que tiene más de 0,97 centímetros de altura y 56 de longitud, fue descubierto por el magnate americano dedicado a la arqueología, Theodore Davies, en una tumba pozo (KV50) no lejos de la entrada al sepulcro de Amenofis II en el Valle de los Reyes. Allí apareció junto a otras momias de animales como monos y patos. El propio Davies relata el sorprendente hallazgo de la momia en el mencionado pozo de la manera que sigue: “Descendí por el pozo y entré en la cámara, la cual reveló una temperatura extremadamente alta y un techo demasiado bajo. Me asusté cuando vi cerca de mí un perro amarillo de tamaño natural levantado sobre sus patas, con su corta cola ondulada detrás y sus ojos abiertos. A pocos centímetros enfrente de él había un mono sentado, en perfectas condiciones; durante un momento pensé que estaban vivos, pero en seguida observé que habían sido momificados y que los antiguos saqueadores los habían despojado de sus vendajes. Evidentemente habían sentado al mono sobre un fragmento de su sarcófago de madera y habían colocado al perro frente a él, casi tocándose con los hocicos. Creo que los ladrones los colocaron de esta manera para divertirse. O sea que podríamos decir que debe de ser una broma de hace 3.000 años”. En la misma sala 53 del Museo Egipcio de El Cairo se encuentra la momia del inocente monito que durante más de treinta siglos sirvió de objeto de broma al tenebroso paso del tiempo en la oscuridad de una tumba tebana.
© Nacho Ares 2004