Este trabajo ha sido extraído del libro El enigma de la Gran Pirámide, publicado por la editorial Oberon (Madrid 2004). Los créditos de las fotografías corresponden a Denys A. Stocks y a Nacho Ares.
Aunque la experimentación ha cambiado en las últimas décadas algunos de los mitos que se tenían en relación al trabajo de piedras duras en el antiguo Egipto, todavía quedan muchos problemas por resolver.
Hace bastantes años comencé a interesarme por el mundo de los enigmas históricos de Egipto. Me apasionaba todo lo relacionado con sus pirámides, sus momias, la maldición de los faraones, y especialmente el trabajo de la piedra. Me parecía algo tangible con lo que poder estudiar e investigar; algo que no necesitaba de especulaciones ya que las pruebas, al menos así lo creía yo, estaban allí a la vista de todos y eran públicas. Escuchando en la radio o en programas de televisión al argentino José Alvarez López descubrí esa sugerente otra realidad de Egipto. En lo concerniente al trabajo de la piedra se hablaba de la utilización de unas técnicas de trabajo asombrosas en la diorita y el granito (curiosamente no hablaba de la cuarcita que es mucho más dura que las dos rocas anteriores).
En estos estudios se hablaba de la presencia de rocas trepanadas que mostraban una serie de características sorprendentes en su superficie, demostrando así el empleo de herramientas increíbles o la existencia de un insólito bloque de granito descubierto en la meseta de Gizeh por Petrie en 1880. En el número de agosto de 1883 del Journal of the Anthropological Institute Petrie decía que en una de sus caras se había realizado una perforación empleando para ello un trépano en forma de tubo. Para explicarlo voy a poner un ejemplo muy sencillo. Imaginemos que tenemos un queso redondo encima de la mesa. Introducimos en él un tubo de metal hueco. Si volvemos a sacar el tubo, tendremos dentro de éste la porción de queso que ha vaciado, que aquí llamaremos tarugo, y encima de la mesa un queso con un agujero sobre cuyas paredes interiores podrá verse la marca dejada por el tubo de metal a medida que trepanaba el queso.
Estos trépanos son muy similares a las perforadoras que se utilizan en nuestras aceras para trepanar el bordillo, extraer el tarugo de roca que queda en el interior del tubo taladrador y colocar un bolardo (el peligro de cualquier conductor cuando va a aparcar su vehículo).Pues bien, en el caso de este bloque de granito egipcio, uno más entre los innumerables que hay en el país, se podía ver que la herramienta había realizado una perforación circular de 5,6 centímetros de diámetro, dejando en la pared interior de la roca un surco descendente en espiral a lo largo de 5 vueltas, con una distancia entre una y otra de poco más de 2,3 milímetros. Ello demostraba que la herramienta había penetrado en la roca durante una distancia de casi 30 centímetros, sin levantar su punta de la superficie de la roca. ¿Qué significaba esto? Muy sencillo, si en la actualidad para realizar una trepanación similar empleamos herramientas con puntas de widia, un diamante artificial de dureza 11 en la escala de Möhs, y la progresión entre vuelta y vuelta en el interior de la roca no superamos los 0,05 milímetros, sólo hay dos respuestas. Por un lado los egipcios utilizaban herramientas 50 veces superiores a las nuestras o, por otro, la presión ejercida sobre sus toscas herramientas de cobre era de 500 toneladas, algo que no aguanta ningún material conocido sobre la faz de la Tierra ni en ningún planeta de nuestros alrededores, y ni mucho menos el cobre.Más tarde apareció el investigador francés Joseph Davidovits quien en 1988 publicaría un libro que planteaba la posibilidad de que el trabajo casi industrial de estas piedras se debía a un conocimiento alquímico de los sacerdotes egipcios que les permitía, por medio de una fórmula hoy desconocida, poder licuar la piedra y luego volver a solidificarla. A lo largo de los últimos años se han presentado argumentos totalmente erróneos y exagerados que a base de ser repetidos hasta la saciedad en revistas y medios de comunicación, han llegado incluso convertirse en “verdades” asentadas en la egiptología. Me consta, porque a muchos les conozco, que los motivos que les llevan a ello no son ni económicos ni propagandísticos. Por mucho que se diga, nadie vive sólo de publicar artículos de marcianos en revistas especializadas. Disiento de lo que dicen y aquí voy a intentar demostrar por qué. Antes de entrar a desglosar estos apartados, para mí terriblemente suculentos, quiero dejar una cosa bien clara.
El trabajo y sobre todo el transporte de la piedra en el antiguo Egipto está rodeado de innumerables problemas técnicos que hoy no tienen solución. Como he dicho más arriba, siempre ha sido un tema que me ha apasionado. Incluso he publicado multitud de artículos y pasajes de libros en donde yo mismo me he dejado llevar por ese sensacionalismo. Sin embargo, este desconocimiento de las técnicas egipcias no tiene que justificar la existencia de teorías descabelladas, basadas en una errónea observación de las pruebas con que contamos. En absoluto me he convertido en un escéptico, como alguno me ha acusado. Sencillamente, no es necesario vestir con nada al misterio cuando su desnuda belleza es realmente fascinante.Primero voy a presentar unos breves datos técnicos para conocer un poco mejor las piedras de las que voy a hablar. Aquí me voy a referir a rocas magmáticas, es decir, aquellas cuya formación se lleva a cabo cuando el magma de la litosfera, la capa más externa de la Tierra, se solidifica. Estas rocas pueden ser intrusivas si se forman en el subsuelo o extrusivas si lo hacen en superficie. Por ejemplo, el granito y la diorita son intrusivas, mientras que el basalto y la dolerita son extrusivas. A lo largo de estas páginas voy a referirme sobre todo a estas cuatro rocas. A continuación presento la composición mineral de cada una de ellas con la dureza de estos minerales entre paréntesis, según la escala de Möhs. Para hacernos una idea, tenemos que tener presente que en esta escala el número 10 lo tiene el diamante, siendo el mineral más duro de la naturaleza. No es del todo correcto decir, por ejemplo, que la diorita tiene una dureza 7 u 8 ya que la dureza solamente se mide en los minerales, es decir los componentes de la roca.
Sin embargo, se suele presentar así para facilitar y comprender mejor el método de trabajo al que nos vamos a enfrentar.La diorita en su mayor parte es feldespato, normalmente plagioclasa (6,5); un elemento oscuro, como alguno de los piroxenos (5,5-6), anfíbol (5-6), mica (2,5-4), biotita (2,5-3); y un porcentaje mínimo, entre el 0 y el 5 por ciento, de cuarzo (7). Por su parte, el granito está formado entre un 35 y un 60 por ciento de cuarzo (7); un feldespato que le da su característico color, normalmente albita (6,5); y mica negra (2,5-4). El basalto se compone de un feldespato alcalino, plagioclasa o albita (6,5); un piroxeno, normalmente la auguita (5,5-6); y, en ocasiones, una pequeña porción de olivino (6,5-7).Con estos datos y siguiendo el análisis de la dureza de las piedras egipcias podemos decir que las más duras tienen un 7 en la escala de Möhs, dato que no tiene nada que ver con el 9 que en ocasiones se ha llegado a decir —yo el primero— de, por ejemplo, la diorita. Tanto ésta como el basalto, la dolerita, el pedernal, la cuarcita, el porfirio, el granito rosa y la sienita, tienen dureza 7.A su formación mineral hay que añadir la información que nos aporta el grano que forma la roca y su densidad. No todos los granitos son iguales y lo mismo sucede con las dioritas. Por línea general, el granito es más duro que la diorita, pero ésta es más difícil de trabajar gracias a la consistencia de su granulado. Este dato lo podemos conocer por su densidad. Si la del granito es de 2,6 o 2,7 gramos por centímetro cúbico, la diorita llega a superar los 3 gramos por centímetros cúbico. Además hay que añadir un dato final que en muchos casos puede resultar curioso. No es lo mismo dureza que resistencia, términos que se suelen confundir con facilidad. La dureza es la capacidad de una sustancia sólida para resistir deformación o abrasión en su superficie. Por el contrario, resistencia es la oposición que ofrece un mineral a que se rompa, por la acción de un objeto externo. Esto nos quiere decir que, por ejemplo, la diorita es muy dura, es difícil rayarla, pero es poco resistente ya que si la tiras contra el suelo lo que sucede es que se rompe en varios pedazos. Una vez comprendidos estos pequeños datos técnicos que me podían ayudar a conocer algo más sobre las rocas, desde un principio observé que había cosas que no cuadraban.
Uno de los principales argumentos de los defensores de la supertecnología egipcia era que desde la IV dinastía, después de la construcción de la Gran Pirámide, se había perdido el conocimiento del trabajo de las piedras duras. Todo parecía dar a entender que había habido, según ellos, una involución. Tengo que reconocer que este dato nunca lo llegué a comprender cuando veía en cualquier libro de arte que los egipcios no dejaron en ningún momento de trabajar el granito, la diorita, el basalto, o el esquisto en ninguna dinastía. Es más, no solamente eran ellos unos supertecnológicos sino que también en Mesopotamia, Grecia e incluso Roma podíamos descubrir ejemplo idénticos. Fue entonces cuando pensé ¿qué me están contando? Han pasado tres décadas desde que leí por primera vez los trabajos de Álvarez López y los que le imitaron. En estos treinta años he tenido tiempo de viajar, ver, estudiar, conocer e incluso experimentar destrozando la superficie de algunas de las sillas de mi casa. En concreto una de ellas tiene decenas de melladuras producto de mi indomable búsqueda de la verdad.
El segundo choque, y el que me hizo abrir de forma definitiva los ojos, fue cuando en la meseta de Gizeh, frente a la entrada original de la Gran Pirámide vi de cerca el bloque de granito en cuya superficie hay restos de varios trépanos. Uno de ellos estaba roto, por lo que podía verse el perfil de todo el recorrido de la herramienta en su interior. Efectivamente, como había leído en algunos informes, la punta de la herramienta dejaba un surco muy claro en la pared interior de la piedra que en ocasiones medía unos 2 milímetros entre vuelta y vuelta. Hasta ahí todo cuadraba con las investigaciones de Álvarez López. Lo que no cuadraba era que entre los 2 milímetros de vuelta y vuelta de ese surco descendente había decenas de microsurcos apenas separados entre sí y que seguramente habían sido dejados allí por la misma herramienta. Empezaba a no entender nada, pero algo tenía muy claro. Eso de que la herramienta había penetrado en la piedra de manera tan prodigiosa como se había llegado a decir, sencillamente, era faltar a la verdad. De lo contrario, ¿a qué se debían esos microsurcos separados entre sí por apenas unas décimas de milímetro? En ese mismo viaje a Egipto del año 1992 pude descubrir en el Museo de El Cairo que los egipcios vaciaban el interior de los bloques de granito, ya fuera para hacer una sarcófago para un enterramiento o para hacer el hueco sobre el que luego quedarían enganchadas unas pestañas, por medio de trépanos circulares de este tipo. Es el caso del sarcófago de Nefer-kheper-re, del Imperio Nuevo (JE 6337 A), en donde descubrimos 16 agujeros dejados por un taladro, o en un vaso de porfirio del mismo museo con 8 de estos agujeros (JE 18758). Incluso los trépanos podían llegar a ser muy diminutos, de apenas 1 centímetro de diámetro, si se empleaban para vaciar el espacio que ocupaba la ceja de una estatua. Es el caso de una escultura inacabada de Tutmosis III, del Imperio Nuevo, hecha de obsidiana y descubierta en el templo de Karnak.
El tema me fue fascinando más y más. Mi interés fue creciendo a medida que descubría que efectivamente había cosas que no cuadraban con lo que yo siempre había pensado. Y creció mucho más cuando cayó en mi manos el trabajo de un investigador inglés de la Universidad de Manchester. Su nombre era Denys Allen Stocks y antes de egiptólogo había sido ingeniero, aspecto que daba mayor peso a sus estudios sobre el trabajo de la piedra en el antiguo Egipto que hasta ese momento yo desconocía. Después de 25 años de investigaciones, Stocks es el mayor experto en este tema. Por medio de la arqueología experimental ha conseguido encontrar respuestas satisfactorias a uno de los mayores problemas planteados por la ciencia en las últimas décadas, el trabajo de piedras duras con herramientas primitivas de cobre. Si bien es mucho lo que se ha exagerado sobre la dureza de algunos de los materiales empleados para sus estatuas y vasos, los experimentos realizados en los últimos años por Stocks proporcionan pruebas tecnológicamente irrefutables de que los egipcios manipulaban las herramientas de una forma más hábil a como lo hacemos nosotros. Esto significa que ni existen herramientas de una dureza increíble ni nada parecido. Muy similar al estudio de los trépanos en los bloques de granito o basalto es el de los vasos. Conocer cómo se perforaron los vasos de obsidiana, los platos de diorita o, lo más difícil de todo, cómo se vaciaron los vasos panzudos con cuello estrecho, eran algunos elementos que siempre me habían fascinado. Y precisamente ésta era una de las especialidades de Stocks. Su primer contacto con el mundo egipcio fue en el año 1950 cuando solamente contaba con nueve años de edad años. En aquella fecha su padre pasó cuatro meses en Egipto trabajando en la instalación de un generador diesel. Durante ese tiempo mandó a su familia en Inglaterra algunas postales de los monumentos del país. El resto fue como una especie de flechazo. Al instante quedó cautivado por los problemas de ingeniería de esas construcciones así como por el trabajo en áreas de desarrollo y producción más concretas como el vaciado de vasos de piedra, la ejecución de estatuas de granito o el transporte de los grandes obeliscos de Tebas.A lo largo de los últimos 25 años Denys A. Stocks ha fabricado y probado réplicas de vasos así como de herramientas antiguas, trabajo que le ha valido para conseguir su doctorado en egiptología por la Universidad de Manchester. Toda su investigación y las conclusiones de su trabajo están basadas en el conocimiento fundamental de la ingeniería y los principios artesanales aprendidos de su padre, su propia preparación como ingeniero y su experiencia docente.Stocks también se preguntó cuáles fueron los métodos empleados por los pueblos antiguos para trabajar rocas tan duras como el granito, el basalto o la diorita, empleando para ello herramientas de cobre, de aspecto tosco y primitivo. La respuesta parecía sencilla pero jamás nadie se había molestado en realizar la arqueología experimental necesaria que nos acercara a conocer un poco más este tipo de técnicas, a primera vista asombrosas. Él lo hizo y consiguió resultados sorprendentes.
Según Stocks todo el trabajo artesanal y la tecnología que ha investigado indican el establecimiento de una industria social innovadora, compleja, sofisticada e interrelacionada, cuyo desarrollo ya era destacado en la época predinástica. El serrado y perforación de la piedra señala que se emplearon para ello miles de toneladas de cobre para las propias sierras y las herramientas tubulares. Este hecho implica la existencia de una notable organización para administrar los procesos industriales, el trabajo en la mina, la fundición de cobre y la fabricación de las herramientas. Para este ingeniero el avance más importante fue la conversión de las herramientas de piedra en otras idénticas pero de cobre, es decir sierras y tubos giratorios de perforación. De igual forma, una estructura tan complicada obligó a la reestructuración social de Egipto, generando grupos de trabajo muy especializados. Parece claro que los reyes egipcios de aquella época, y por ende sus subordinados, fueron ordenando de forma progresiva diseños más complicados y elegantes debido principalmente a que sus artesanos iban desarrollando la tecnología necesaria para ello. Estos planteamientos, aparentemente teóricos, han levantado en las últimas décadas serias dudas sobre su efectividad real. A las teorías sobre la posibilidad de que los egipcios fueran capaces de ablandar piedras (que dentro de poco veremos) o que utilizaran herramientas increíbles para trepanar y perforar vasos, Stocks ha contestado a todas estas hipótesis de trabajo de una forma rotunda mediante un serio estudio en laboratorio gracias al cual ha conseguido demostrar la veracidad de sus métodos. Aunque parezca lo contrario, los egipcios utilizaron el cobre en el Imperio Antiguo para el trabajo de la piedra en la Gran Pirámide.Según Stocks los antiguos egipcios pudieron haber empleado para vaciar, por ejemplo, sus vasos un taladro-tubo fabricado con cobre que, unido fuertemente a un mango de madera, sería introducido lentamente en la piedra.
Como ya he explicado más arriba, esta herramienta genera en el interior del tubo de cobre un tarugo de piedra que posteriormente es extraído por medio de un cincel también de cobre y un mazo. Para ayudar al taladro-tubo los egipcios, según Stocks, emplearon arena de cuarzo, el mayor abrasivo que existe. De igual manera, el desgaste del taladro-tubo de cobre debió de suponer el cambio continuo de esta herramienta por una nueva al poco tiempo de iniciar el trabajo.Cuando conocí a Stocks en el año 2000 una de las primeras preguntas que le transmití era cómo podían conseguir las antiguas herramientas egipcias esas marcas o surcos en el interior de las piedras trepanadas. También le hice saber, aunque lógicamente ya lo conocía, el hecho de la asombrosa distancia entre una marca y otra, detalle que parecía hablar de una herramienta con una fuerza increíble.Desde su punto de vista de la experiencia, después de tantos años de trabajo vaciando bloques de piedra con sus herramientas de cobre ayudándose de arena de cuarzo, la respuesta podía encontrarse en una especie de “efecto óptico”. Según Stocks, la perforación de piedras con tubos de cobre y arena a modo de abrasivo, demuestra que las marcas dejadas en las paredes interiores del vaso o el bloque de granito o cuarcita están causadas por los propios cristales de cuarzo de la arena que se incrustan en las paredes exteriores del tubo de cobre, recorriendo distancias que en ocasiones alcanzan el metro de longitud a lo largo del perímetro de la piedra. Fin del misterio. En otras palabras, las decenas de surcos que podíamos encontrar entre cada uno de los surcos gruesos cuya distancia de interlineado alcanzaba los 2,3 milímetros, se debían a la herramienta del tubo de cobre. Por su parte, los surcos gruesos de largo recorrido se debían a los cristales de cuarzo que quedaban incrustados en la pared exterior del tubo de cobre entre éste y la pared de la roca, dejando así una sorprendente y imprevista marca.Tanto Álvarez López como muchos de los que le han seguido en sus fantásticas teorías del trabajo de la piedra, caso de Graham Hancock, siempre han recurrido al trabajo de Flinders Petrie para respaldar sus datos. No voy a dudar que en el primer libro de este arqueólogo inglés, publicado a su llegada de Gizeh en 1883, se presentan innumerables ejemplos de estos bloques de piedra de sorprendente trazado. Sin embargo, en vez de idolatrar tanto a Petrie y ponerlo en la picota como adalid de sus teorías, mejor leían su obra con detenimiento. El libro The Pyramids and Temples of Gizeh fue revisado continuamente por Petrie en obras posteriores.
Y si no encontraba respuesta a este enigma arqueológico en su obra de 1883, cuando todavía era prácticamente un debutante en la arqueología, si revisamos su bibliografía posterior, nos topamos con respuestas claras, en muchos casos muy cercanas a las que décadas después Stocks ha demostrado en laboratorio.En su libro The arts & crafts of Ancient Egypt publicado originalmente en 1909, Petrie apunta ya la posibilidad de que las marcas en espiral se deban a la acción del abrasivo, si bien no parece estar del todo convencido. Los elementos que le faltan a Petrie para aceptar esta posibilidad son los que precisamente Stocks ha presentado a la comunidad científica: la experiencia.En definitiva, el trabajo de este ingeniero de Manchester ha tenido resultados positivos en los experimentos que él mismo ha realizado. Para llevarlos a cabo, Stocks empleó modelos de vasos de caliza, granito y diorita de apenas 11 centímetros de altura y un diámetro de 10 centímetros. Los resultados fueron los siguientes. Para vaciar el vaso de piedra caliza, roca bastante blanda, empleó 5 horas, tiempo que se dilató hasta llegar a las 23 horas para acabar en su totalidad el vaso.Auténtico trabajo de chinos, o mejor de egipcios, fue la realización de los otros dos vasos, para los cuales el tiempo se multiplicó por quince; es decir, 75 horas para el vaciado y 345 horas para la ejecución completa de cada uno de los vasos de diorita y granito. Si bien un avezado artesano egipcio, debido a su habilidad, hubiera empleado menos tiempo en la fabricación de estos vasitos de 11 centímetros, aun así, no queremos ni pensar cuánto tiempo hubieran empleado los antiguos egipcios para fabricar vasos de piedra como los que vemos en los museos cuya altura puede alcanzar los 40 o 50 centímetros.Y todo con herramientas de cobre. El mismo material que algunos decían se destruía casi al contacto con estas rocas tan duras. Pero a medida que avanzaban los trabajos de Stocks paulatinamente se iban desvelando muchos de los problemas que desde antaño se habían relacionado con este estudio práctico.Su desarrollo estaba basado, como ha sucedido en otros aspectos de la arqueología experimental relacionados con la tecnología de los antiguos egipcios, en la propia documentación de la época faraónica. En este caso, como sucede en muchas otras ocasiones, no se conservan textos que nos hablen del trabajo de la piedra. Pero sí contamos con numerosas representaciones de los talleres de los artesanos en tumbas del Imperio Antiguo. Quizá una de las más conocidas es la de Mereruka. La tumba de este alto funcionario del faraón Teti (2330 a. de C.), de quien ya hemos tenido oportunidad de conocer algunos detalles de su vida en este mismo Capítulo Tres, conserva unos magníficos relieves que reproducen el trabajo del vaciado de vasos de piedra en un antiguo taller supervisado por Mereruka. En la sala A III de esta tumba, la segunda en el recorrido normal de la visita, sobre la pared este podemos ver varios talleres de antiguos artesanos.
En uno de ellos dos hombres trabajan sentados ante sendos vasos de piedra. En sus manos portan un “jemet”, la herramienta empleada por los antiguos operarios para vaciar estos vasos. Hasta nosotros no ha llegado ninguno de ellos, pero todo parece ser que se trataba de un tubo de madera con una punta bifurcada u otro tubo de cobre en su extremo inferior. La herramienta se manejaba con un mango también de madera junto al cual había un par de bolsitas de tela que seguramente hacían de lastre al estar llenas de arena.En otros lugares, como la calzada de la pirámide de Unas también en Sakkara podemos encontrar más representaciones de artesanos en sus talleres trabajando con el “jemet”, un ideograma que era empleado en la escritura jeroglífica para expresar la idea de habilidad o el concepto de artesano. Otras representaciones las podemos ver en las tumbas de Ukhhotep y en la de Pepionkh, ambos de la XII dinastía, en la de Rekhmire, en la de Nebamón y en la de Puyemre, estas tres del Imperio Nuevo o en la de Aba de la Época Saíta. Junto a este problema nos encontramos también el de cómo sujetar el vaso. Parece algo sencillo pero hasta que uno no se pone a intentar perforar un bloque de piedra con una herramienta, no se da cuenta de que el bloque se pone a girar como un loco en la misma dirección en que lo hace la herramienta. Si nos fijamos en los relieves que he mencionado de talleres, en todos, los obreros aparecen sentados ante el vaso, de lo que se deduce que éste debía de estar fijado al suelo de alguna manera. Cuando le transmití a Stocks la pregunta, si bien no estaba muy seguro de cuál podía ser la respuesta a este enigma, me planteó dos posibilidades. Es posible que los vasos de piedra fueran colocados en agujeros realizados para este fin en trincheras de adobe, o bien que se fijaran sobre una superficie mientras se perforaban. Para ambas posibilidades había cierto respaldo arqueológico a partir de unos hallazgos en antiguos talleres. Para el primer caso el arqueólogo James Quibell encontró unos agujeros en Hieracómpolis cuya finalidad bien podía haber sido ésta. Para la segunda posibilidad sucedía lo mismo pero en esta ocasión con un hallazgo cerca de las tumbas de Meir.Más difícil solución tiene el enigma de los vasos panzudos, los que tienen cuello estrecho y panza muy abultada, perfectamente vaciados en su interior y por cuyo cuello es imposible introducir cualquier tipo de herramienta conocida. Cuando le lancé esta pregunté Stocks también tenía una respuesta para estos vasos. Es cierto que hay algunos que plantean problemas de ejecución muy serios, algo que no es nuevo y que desde hace décadas ha causado irritación entre los egiptólogos.
Stocks ha planteado la posibilidad de que usaran una herramienta que él denomina “taladrador giratorio” y que tenía dos funciones. Por un lado, realizaba una serie de agujeros para vaciar la porción central del vaso, es decir un descenso en vertical. Una vez creado el espacio interior necesario, la misma herramienta era capaz de vaciar la zona de los hombros de la vasija. Para ello lógicamente hay que tener mucha habilidad y, sobre todo, paciencia.Sin embargo, no hay que olvidar una cosa no menos insólita. Se ha exagerado bastante sobre estos vasos panzudos y lo más curioso de todo es que muchos de ellos están fabricados de dos piezas que luego han sido unidas. Normal que en algunos de ellos no pueda entrar ni el brazo de un niño.Negar el trabajo de Stocks es negar la evidencia. Como dice el dicho popular, no hay más ciego que el que no quiere ver. De nada sirve especular con teorías, hipótesis y trabajos de gabinete si luego no se hace lo más mínimo por demostrar que efectivamente trabajar con herramientas de cobre es o no posible. No conozco un solo estudio publicado de ninguna institución que demuestre la imposibilidad del empleo de herramientas de cobre para el trabajo de estas piedras.Lógicamente si se le pregunta a un cantero cómo conseguir una herramienta que trepane el granito penetrando en la roca a razón de 2,5 milímetros por vuelta, todos reconocerán y firmarán que hoy eso es imposible. No obstante si no se tergiversan los datos y se presentan tal y como son, sí nos podemos acercar a una respuesta viable.Lo que no plantea ninguna clase de problemas es el trabajo de los bloques de caliza, es decir, la mayor parte de la piedra empleada en la construcción de la Gran Pirámide. Incluso en época predinástica, cuando ni siquiera existía el cobre en Egipto, esta piedra blanda era perforada y trabajada con herramientas hechas con simples cañas cogidas de los marjales del Nilo.Más problemas plantean los grandes bloques de granito que podemos ver en la Cámara del Rey, así como el sarcófago que allí encontramos. En este sentido Flinders Petrie también era muy claro.El granito y las piedras duras también eran serradas y cortadas con trépanos tubulares. Las sierras eran cuchillas de cobre que tenían puntas cortantes. El material cortante para trabajar las piedras blandas era arena y para las duras, esmeril. Incluso en época primitiva se emplearon bloques de esmeril para machacar y conseguir abalorios. También se extraía del esmeril vasos de piedra como el que se conserva en el University College de Londres. No cabe la menor duda, por lo tanto, de que el esmeril era conocido y usado.
El esmeril es una variedad del corindón, un mineral de dureza 9. En la actualidad es muy utilizado en forma de polvo para fabricar papel de lija, limas de uñas o incluso para el pulido de otras piedras.El empleo de sierras de este tipo está perfectamente constatado no solamente en el sarcófago de Keops sino en otros lugares de su complejo piramidal. Es el caso de las losas de basalto que hoy forman los restos del pavimento del Templo Funerario, levantado en la cara este de la pirámide. La medición, análisis microscópico e investigación de las marcas dejadas en los enormes cantos de estos bloques de basalto ha demostrado que ya en la IV dinastía se empleaba lo que técnicamente se denomina una sierra de balanceo, cuya aparición se creía del siglo V a. de C., es decir 2.000 años después de la Gran Pirámide. Esta sierra estaba formada por una enorme hoja de cobre dentada y endurecida con puntas cortantes de esmeril. La hoja colgaba de los brazos de una especie de caballete enorme levantado sobre el bloque de piedra que se quería cortar. A ambos lados de la sierra grupos de hombres la hacían balancear sobre el caballete haciendo que lentamente fuera serrando la roca. Mientras, junto a la piedra otro grupo de personas arrojaban agua y abrasivos para facilitar el trabajo del serrado. Este hallazgo no solamente demuestra que la tecnología en la Era de las Pirámides fue mucho más sofisticada de lo que habíamos pensado, sino que, además, la industria también estaba más desarrolla.Los argumentos arqueológicos que he propuesto en las últimas páginas cuadran y encajan perfectamente con el legado que hasta nosotros ha llegado de la cultura egipcia. Eso no lo puede negar nadie.
Algunas de esas herramientas de cobre pueden verse en la actualidad en el Museo de El Cairo. Las que descubrió Brian Walter Emery en la región de Sakkara se pueden contemplar en la planta baja del museo en la galería este de sala 43, una especie de pasillo que sirve de almacén y que está situado a pocos metros de donde se encuentra la conocida Paleta del Rey Narmer. No son sierras grandes sino simples hojas dentadas con una mango de madera, pensadas para ser utilizadas por una sola persona. Ciertamente no nos ha llegado tanto como nos hubiera gustado, pero hay que pensar en un detalle lógico. El cobre al igual que el bronce y el hierro, eran metales casi tan preciosos como el oro o la plata. Las herramientas de cobre una vez utilizadas y melladas volvían a ser reutilizadas comenzando así un ciclo, casi natural, de reciclaje y utilización que perfectamente podía durar siglos. No se trata de algo extraordinario ni en Egipto ni en otras culturas de la Antigüedad. Resulta bastante extraño encontrarse con objetos de metal correspondientes a los primeros períodos de la historia en las excavaciones arqueológicas.Otras herramientas parecidas, descubiertas en canteras de trabajo las podemos encontrar, como ya he dicho más arriba, en la sala 34 de la primera planta del mismo museo cairota. Se trata de cinceles de cobre o bronce y de mazos de madera empleados, la mayoría de ellos, en el trabajo de la piedra caliza; piedra que como hemos visto apenas presenta problemas en su desbastado y pulido.La teoría que voy a presentar a continuación fue esgrimida a finales de la década de los 80 como una alternativa al trabajo convencional de la piedra en el antiguo Egipto. Su autor es el francés Joseph Davidovits y se basa, como ya anuncié, en el supuesto conocimiento alquímico de los sacerdotes egipcios para fabricar piedra artificial.
Con ella Davidovits no solamente encontraría solución al trabajo de piedras duras sino que además resolvería por fin el problema que conlleva el traslado de grandes bloques de piedra. Según él, para la construcción de la Gran Pirámide sólo era necesario ir mezclando al pie de la construcción o en el piso correspondiente los ingredientes necesarios, colocar en el molde, dejar secar y depositar en la ubicación deseada. El trabajo de Davidovits no tiene nada que ver con el ablandamiento de piedras y su posterior solidificación, tal y como han llegado a defender algunos de sus seguidores. Él se limita a fabricar piedra nueva con elementos geológicos naturales.Lo que no voy a negar es la efectividad de los materiales geopoliméricos diseñados por Davidovits. Es más, se han llegado a decir argumentos supuestamente esgrimidos por Davidovits que no aparecen por ninguna parte en su obra. Es decir, alguien se ha encargado de exagerar hasta la saciedad una teoría sugerente pero nada más. Por ello no es mi intención criticar la labor de este investigador francés en lo que concierne a la creación de piedra caliza artificial. El éxito de esta idea quedó más que claro en el año 2002 cuando en un documental para la televisión consiguió su objetivo con éxito. Un grupo de 11 personas ataviadas con ropas del antiguo Egipto y dirigidas por Davidovits llenaron una piscina con los ingredientes que había proporcionado el científico francés, consiguiendo fabricar un bloque de caliza con una textura y aspecto idénticos a los que se pueden ver en Gizeh.Sin embargo, como sucedía con los que defienden aún la supertecnología de los antiguos egipcios, en la teoría de Davidovits hay detalles que desde un principio no me cuadraban.En primer lugar, no conservamos ni un solo referente arqueológico ya sea una descripción en un relieve, un texto o cualquier otra referencia indirecta que nos de pistas para demostrar que, efectivamente, los egipcios licuaban la piedra y luego la solidificaban. Tampoco se ha descubierto ninguno de los moldes que supuestamente se debieron de emplear en la construcción de las pirámides. Es más, cualquiera que se dé una vuelta por la Gran Pirámide puede descubrir que sus más de 2 millones de bloques de piedra tienen medidas diferentes. Si los egipcios fueron tan torpes de emplear para cada piedra un molde, estarán conmigo en que es extraño que no haya aparecido ninguno de esos millones de moldes.El estudio químico de la piedra ha demostrado en los últimos años que las canteras de la Gran Pirámide están ubicadas tanto en la propia meseta de Gizeh, en su mayor parte, como en las canteras de Tura y en el Moqattam, estas dos últimas muy cerca de la moderna ciudad de El Cairo.
Además su análisis también ha demostrado que se trata de piedra totalmente natural, que no ha sufrido ninguna clase de proceso químico.La idea de Davidovits no es nueva. A comienzos del XX el americano Donaldson esbozó la posibilidad de que los egipcios ablandaran la piedra si bien se limitó a exponer su hipótesis sin profundizar en ella. Pero la originalidad del trabajo de Davidovits se centra en los diferentes frentes desde los que afronta su investigación. En primer lugar el análisis fotográfico de fragmentos de caliza procedentes del Canal Ascendente recogidos por Jean Philippe Lauer y entregados por Davidovits a tres laboratorios para su investigación dieron resultados sorprendentes. En estos fragmentos aparecieron lo que parecían ser burbujas y una mancha oscura delgada y alargada; algo que más de uno se adelantó a decir que eran restos de cabellos. En este punto hay que decir en favor de Davidovits que cualquiera que lea su libro se puede dar cuenta de la prudencia con la que este científico francés maneja los datos. En ninguna parte del mismo se dice tajantemente que estos restos sean tejidos o cabellos sino que literalmente leemos “los tres laboratorios informaron que la mancha no podía ser otra cosa que un pequeño atadijo de dos o tres fibras orgánicas, posiblemente pelo”. Uno de los “cabellos” medía casi 20 centímetros, algo totalmente inaudito en el antiguo Egipto en donde los sacerdotes iban con la cabeza totalmente afeitada, en la medida de lo posible también, por cuestiones de higiene. Pero nunca, en cualquier caso, nadie llevaba el pelo tan largo. Otro de los argumentos que se han querido meter con calzador a la teoría de Davidovits es la variabilidad de densidad de los bloques de piedra de la Gran Pirámide. En realidad, el francés no menciona en ninguna parte de su libro este hecho, pero una vez más, los que han exagerado su teoría han añadido elementos de su propia cosecha. Algunos de los datos químicos o de análisis de superficie empleados por Davidovits en su obra pertenecen al Dietrich Klemm, del Intitut für Allgemeine und Angewandte Geologie y catedrático de la Universidad Ludwig Maximilians de Munich (Alemania). Me consta la valía de este profesor como investigador en piedras y canteras de Egipto, al ser una referencia habitual en artículos especializados en revistas de egiptología.
Davidovits dice que Klemm presentó un informe sobre las canteras de donde salieron los bloques de la Gran Pirámide en el Segundo Congreso Internacional de Egiptología de Grenoble (Francia) del año 1979. Por más que he buscado en las actas de este congreso, ni el nombre de Klemm ni su trabajo aparecen por ninguna parte. Es más, ni siquiera el propio Davidovits reseña el trabajo del alemán en su libro. No sé por qué será. Donde sí se confunde el científico francés es en la única y supuesta referencia documental del ablandamiento de piedra en el antiguo Egipto. Me estoy refiriendo a la Estela del Hambre de la isla de Sehel, cerca de Aswan. Davidovits cree que entre las líneas de texto jeroglífico de este documento se encuentra la confirmación de que los egipcios conocían la fórmula del mortero para disolver la piedra. La estela se encuentra en la isla de Sehel cerca de Elefantina. Para llegar hasta ella podemos alquilar una faluca o una motora en la ciudad de Aswan. En apenas 15 minutos alcanzamos la orilla del islote en donde ya nos estarán esperando algunos simpáticos indígenas, normalmente mujeres, para vendernos sus artesanías o, incluso, intentar comprarnos como maridos. No es la primera vez que me sucede algo así en Egipto. El recinto arqueológico está cerrado por una cerca de cemento y metal tras la cual podemos ver multitud de grabados realizados sobre la piedra del lugar. Se trata de textos votivos que van desde el reinado de Keops hasta el final de la historia de Egipto. Todos ellos tienen un denominador común. Son ofrendas al dios local Khnum, el dios de la primera catarata y curiosamente, el mismo bajo cuya advocación está la propia figura de Keops, Khnum Khufu, “Khnum me protege”. El texto más conocido de todos es la llamada Estela del Hambre. Para llegar hasta ella hay que ascender toda la altura de la isla. Para ello no hay más que seguir el sendero natural que se abre frente a la puerta del recinto arqueológico.En esta estela podemos leer un texto establecido por los sacerdotes del templo de Khnum en tiempos de Ptolomeo V Epífanes, a principios del siglo II a. de C. Sus 32 columnas de jeroglífico muestran la invención de los sacerdotes locales de una leyenda en la que se describe una supuesta hambruna sufrida en el Imperio Antiguo, durante el reinado del faraón Zoser. Este rey, según el texto, recibió en sueños la visita del dios Khnum, anunciándole el final de las hambrunas en el Alto Egipto.
El texto añade que, en agradecimiento al gesto de Khnum, el faraón Zoser mandó un comunicado real al gobernador del sur, no mencionado en el texto de la estela, en el cual se hacía obligatorio que el templo del dios Khnum en Elefantina recibiera una renta anual procedente de los impuestos de la región. Con esta leyenda, muy común en Época Tardía y Ptolemaica, los sacerdotes pretendían justificar una tradición, seguramente inexistente, para obtener dinero de las arcas del Estado. Como contraprestación, en Elefantina se levantaría un majestuoso templo en honor del dios Khnum empleando para su construcción las piedras más exquisitas de las ricas y variadas canteras de la región de Aswan.Davidovits dice que en la línea 11 del texto se puede leer claramente que los egipcios empleaban el aglomerado de piedra para fabricar piedras artificiales.En su parte este <de Elefantina>, hay muchas montañas con piedras preciosas (para la construcción), todas las piedras necesarias para hacer el aglomerado, todas las cosas requeridas para construir los templos de los dioses del Bajo y Alto Egipto, los establos de los animales sagrados, los palacios de los reyes y las estatuas que se encuentran en los templos y santuarios. Esto es lo que dice Davidovits. Pero si nos molestamos en ir al texto original editado por Heinrich Brugsch y lo comparamos con otras traducciones modernas, podemos comprobar el cambio de sentido en el significado del texto.(11)… Hay una gran montaña en su parte este, con piedras preciosas y piedras de construcción de todas las clases,… ¿Dónde está el error de Davidovits? El francés emplea para su investigación no una traducción moderna sino una antigua traducción del año 1891. En ella Heinrich Brugsch añadió de su propia cosecha el término “ungüento” o “aglomerado”, palabra que no aparece por ninguna parte del texto original.Si seguimos avanzando en el estudio de la Estela del Hambre, entre las líneas 15 y 17 descubrimos un listado de rocas y metales que se pueden encontrar entre las numerosas canteras de Aswan. Son el esquisto, granito, cristal, cuarzo, esmeralda, oro, plata, turquesa, feldespato, magnetita, granate, cornalina, ocre y otros ocho elementos todavía no identificados por los egiptólogos. Pues bien, esta enumeración aparece en la estela como simple muestra de la riqueza natural de Elefantina y por ende, del beneficio que puede obtener por ello el lujoso templo de Khnum que se le va a construir. Pero no tiene nada que ver, tal y como defiende Davidovits, con que sean los componentes de esa fórmula para el aglomerado.
El texto de la Estela del Hambre no tiene nada que ver con una fórmula para conseguir el aglomerado sino con el texto fundacional de un templo. Un ejemplo idéntico lo encontramos en el antiguo Templo Funerario de Amenofis III (1360 a. de C.) en la orilla oeste de Tebas, la actual Luxor. Tras los conocidos colosos de Memnón se abre un enorme patio. Justo al final de este lugar se levanta una estela sobre la que se grabó un texto alusivo a la erección de un templo en honor de Amón y para el cual se emplearon las piedras más excelentes de la zona, es decir, un texto muy parecido al de la estela de Sehel.Ven Amón Ra, Señor de Tebas, mira la casa que te he construido, la he hecho con excelente piedra arenisca blanca, la he llenado de monumentos y de estatuas hechas de montañas, de alabastro, de granito rosa y negro, de oro y de todas las piedras caras y espléndidas sin fin (…) Ven Amenofis, hijo mío, te he escuchado, he visto el monumento. Soy tu padre y acepto lo que has hecho para mí.El último elemento que se ha querido vincular con la licuación de la piedra en el antiguo Egipto son las marcas en forma de “cucharadas” que se pueden ver en algunos monumentos. Los más conocidos son quizá los que hay en la cantera de granito rojo de Aswan. Allí se conserva el obelisco inacabado. Sus medidas son asombrosas: 42 metros de largo y un peso estimado de 1.267 toneladas, superando así a cualquier otro obelisco jamás levantado en el mundo.A ambos lados de la aguja de piedra, en las trincheras que se abren a lo largo del obelisco, podemos ver los característicos surcos, muy similares a los que deja una cuchara cuando rebana una porción de mantequilla.Cuando el americano Reginald Engelbach (también conocido como Rex Engelbach) estudió este obelisco en la década de 1920 se percató de dos cosas. La primera que en ninguna parte del obelisco, datado en el Imperio Nuevo, hacia el reinado de Hatshepsut (1500 a. de C.), aparecía una sola marca de herramientas, ya fueran cinceles de cobre, de bronce o de hierro. El segundo detalle que le llamó la atención fue la abrumadora abundancia de unas extrañas bolas de piedra dura, dolerita, esparcidas por toda la cantera.
Engelbach también descubrió restos de esas “cucharadas” en otros lugares de la cantera. La deducción parecía obvia. Los egipcios no habían empleado cinceles en la extracción de la piedra sino que para rebajar y sacar los bloques utilizaban bolas de dolerita, una piedra mucho más dura que el granito, que permitía rebanar con relativa facilidad la roca.Una vez más la arqueología experimental demostró que aquellas cucharadas no se debían a la acción de ablandamiento de la roca sino a la acción continuada de las bolas de dolerita empleadas como herramientas de percusión. Tanto Engelbach en 1922 como Mark Lehner y Denys Allen Stocks en los 90 han demostrado sobradamente la efectividad y, sobre todo, la realidad del método.Las bolas de dolerita miden entre 20 y 30 centímetros de diámetro, es decir la misma distancia de las marcas con forma de cucharada. Engelbach fue el primero en experimentar en la propia trinchera del obelisco con una de estas bolas. En su trabajo consiguió rebajar 5 milímetros de granito después de una hora de duro trabajo. Sus cálculos le señalaron que un obrero experimentado podría conseguir rebajar unos 7 u 8 milímetros en ese tiempo, por lo que en unas 143 horas podría avanzar un metro. Es decir 18 días de 8 horas diarias de trabajo. Los datos no eran casuales y se aproximaban a los 7 meses de los textos aparecidos en el templo de la reina Hatshepsut en Deir el Bahari en donde se habla de ese período de tiempo para la fabricación de un obelisco.En otras canteras similares se han encontrado los mismos sistemas de trabajo. La región de Aswan cuenta con una de la zonas más ricas desde el punto de vista de la cantería. Allí podemos encontrar no solamente granito rojo sino una variedad muy grande de otros tipos de piedras duras. Recientemente, el Dr. Zahi Hawass ha dirigido una excavación en una cantera de granito negro en Aswan. Allí han aparecido los restos de siete obeliscos inacabados y lo más significativo de todo, miles de estas bolas de dolerita utilizadas por los obreros en el trabajo de la piedra.
Si no servían para esto, ¿para qué, entonces? Estoy seguro de que no se empleaban para jugar a las canicas, ni eran los rodamientos de una gigantesca nave espacial en forma de rueda que llegó desde un planeta lejano a la cantera hace miles de años. Se coja por donde se coja, la teoría de Davidovits no tiene ni sentido ni coincidencia alguna con la cultura egipcia. No se conservan ni los moldes, ni la fórmula, los análisis de la piedra son tajantes en defensa del origen y naturaleza de las piedras, y el esquema en general chirría estrepitosamente cuando se le quiere cotejar con las fuentes egipcias. No tiene sentido que licuaran la piedra y que luego grabaran en sus relieves el trabajo de la piedra de la manera tradicional. Con esta técnica aparentemente primitiva fueron capaces de esculpir y levantar los pesados bloques de granito de la Cámara del Rey, bloques que, por otro lado, no son “nada” comparados con algunos del Templo del Valle de Kefrén, cuyo peso alcanza las 245 toneladas, las 1.000 toneladas de los colosos de Ramsés II en el Rameseum de Tebas y, ni mucho menos, las 1267 que hemos visto que tiene el obelisco inacabado de la cantera de Aswan, el mismo lugar de donde salieron los bloques que hoy recubren el corazón de la Gran Pirámide. Pero dejemos ahora de lado los métodos de construcción y de trabajo de la piedra para centrarnos en otro campo de investigación no menos apasionante y del que todavía tenemos mucho que aprender.
© Nacho Ares 2004