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Los obeliscos egipcios

Ago 1997

Publicado originalmente en la revista Más Allá nº102 agos. 1997

Si quieres ver un vídeo sobre este tema lo puedes hacer en mi canal Dentro de la pirámide.

Perseguido por un vendedor de souvenirs que me intentaba estafar pidiéndome diez libras por tres escarabajos de pasta, me dirigí hacia la antigua cantera de Aswan. Allí se encuentra una reliquia por la que en su visita sí se pueden pagar diez libras o incluso muchas más. Grande como ninguno, el obelisco inacabado de Aswan yace sobre el suelo rocoso de la cantera, todo lo largo que es, 42 m, esperando a que alguien pueda responder a los interrogantes que plantea el método que los egipcios pretendían utilizar para transportarlo. Si el paradigma de todas las pirámides del mundo esta en la Gran Pirámide de la meseta de Gizeh, su homólogo en el campo de los obeliscos yace en la cantera de Aswan.

Cualquier diccionario especializado en Egiptología nos puede proporcionar una definición somera de lo que es un obelisco. Nombre de origen griego, el obelisco es monolito en forma de aguja paralelepípeda erguida, con cuatro lados y coronada por una pirámide pequeña denominada piramidión. Su función parece estar firmemente vinculada al culto solar de Heliópolis, la On bíblica, al ser identificada esta construcción con el primer punto en donde se posaron los rayos del sol en la Creación del mundo, según la mitología egipcia de esta ciudad. No en vano, el significado de la palabra «tejen», utilizada por los egipcios para denominar a estas enormes agujas, significaba literalmente, «rayo de sol». Otros autores, como José Álvarez López, defienden de forma ingenua la posibilidad de que nos encontremos ante simples pararrayos, haciendo referencia al material metálico con que se construía el mencionado piramidión: el electro, un combinado natural de oro y plata al que se le añadía, con frecuencia, un porcentaje de cobre.
En cualquier caso, y fuera de toda especulación interpretativa, los obeliscos egipcios ofrecen una serie de misterios que aún hoy los expertos no han podido resolver. Leyendo cualquier obra especializada nos podemos dar cuenta de ello. Así, por ejemplo, François Daumas, uno de los mejores egiptólogos que ha dado Francia en lo que va de siglo, reflexiona sobre los obeliscos afirmando: «El procedimiento que tenían los egipcios para erigir (un obelisco) sin aplastar su zócalo sigue siendo misterioso para nosotros.»
A este enigma habría que añadir otros más inexplicables, como el traslado, levantamiento, colocación milimétrica, etc., problemas que están más allá del tradicional «aaaauupa» con que más de una vez se nos ha intentado explicar el método de colocación de estos gigantes de piedra.
La tradición existente en Egipto en el traslado de grandes bloques de piedra es de sobra conocida por todos. Las grandes pirámides de Gizeh poseen bloques de hasta 40 toneladas. Por los restos de un coloso de granito de Ramsés II (ca. 1.250 a. C.) disgregado por los patios del famoso Rameseum de Tebas, se ha calculado que la figura medía casi 20 m y que su peso debió de superar las 1.000 toneladas. Con todo, los obeliscos se llevan la palma en tamaño y peso.
obeliscos02-nacho_aresAlgunos de ellos fueron extraídos de las canteras de granito rojo de Aswan. Sus medidas oscilan entre los 20 y 30 metros y su peso puede llegar a las 1.000 toneladas. No obstante, el ejemplo más popular, y que supera cualquier imaginación, es el ya mencionado obelisco inacabado de Aswan, que puede fecharse en la XVIII dinastía, es decir, hacia el 1.400 a. C. Abandonado en la cantera y unido solamente por un lado al suelo rocoso, una vez puesto en pie superaría los 40 metros de altura y su peso rondaría las 1.200 toneladas. A partir de ahí no sabemos nada más.
En el estudio de estos gigantescos monumentos son dos los problemas que nos podemos encontrar. El primero de ellos es el trabajo de la piedra. Parece inexplicable que con herramientas de cobre se pudiera trabajar con soltura una piedra tan dura como el granito. Por otro lado, nos encontramos, quizás, con el problema más insoluble. ¿Cómo trasladaron los egipcios miles de toneladas de piedra? Hoy día, a ningún constructor moderno se le pasa por la cabeza realizar un bloque de piedra de tan descomunales proporciones, por el simple hecho de que es imposible de mover. Nuestros camiones de mayor carga pueden transportar apenas 50 toneladas. En caso de cargar con una viga para un puente, por ejemplo, de un peso mayor, deben ir escoltados por la policía de carretera y a una velocidad de 20 kilómetros por hora.
Tradicionalmente se ha interpretado que el traslado de un gran obelisco se realizaba arrastrándolo hasta el río, en donde era embarcado en un gran barco de papiro y madera. Según el especialista Kurt Lange, la lógica nos lleva a pensar que el objeto saldría totalmente acabado de la cantera. Con ello se pretendía evitar cargar con un peso mayor innecesario. Así, sería mucho el cuidado que, a lo largo del trayecto, se debía de dar al piramidión y a las aristas del obelisco para no deteriorarlos.
Sin embargo, son muchos los enigmas que nos inquietan a la hora de plantear esta teoría. ¿Por qué pista o camino eran trasladados? No se ha conservado ninguna infraestructura parecida y los aledaños de la cantera de Aswan hasta el río no son, precisamente, una superficie rocosa como pueda ser la meseta de Gizeh. ¿Cuánta gente pudo colaborar en el traslado? Lo ignoramos, e intentar pensar en un cálculo aproximado me parece a todas luces inútil, toda vez que no sabemos él método ni el camino que pudieron utilizar. Sobre el procedimiento de traslado, tanto de lo mismo. Los célebres rodillos o trineos de madera -de estos últimos tenemos algunos buenos ejemplos en relieves legados por los propios egipcios- se aplastarían bajo el peso del obelisco y, según investigaciones actuales, ni los más modernos cilindros de acero aguantarían el peso y movimiento de un objeto de estas características.
obeliscos03-nacho_aresSupongamos, haciendo un alarde de imaginación, que hemos llegado finalmente al río con alguno de los métodos anteriormente expuestos. ¿Qué barco del año 1.400 a. C. puede aguantar un peso de 1.200 toneladas? La respuesta la podemos encontrar en algunos de los relieves del templo de la reina Hatshepsut construido en el acantilado de Deir el Bahari. Allí podemos observar algunos relieves en donde se representan barcos que trasladan obeliscos por el Nilo. Sin embargo, las proporciones en el dibujo no han sido guardadas, si es que realmente los obeliscos allí representados son los de Karnak, tal y como nos narra el texto jeroglífico que acompaña a la escena. Su altura superaba los 20 metros aunque en el dibujo aparecen más pequeños en proporción con los tripulantes, norma muy común en los relieves egipcios. Pero más que una repuesta a nuestra pregunta, el relieve parece ofrecernos una sorpresa mayor, ya que el barco ¡transporta dos obeliscos a la vez! ¿Qué tipo de barco podía cargar más de 2.000 toneladas sobre un río, en donde no existe un solo punto con un calado considerable? Si a esto añadimos que el Nilo está repleto de bancos de arena y de bajíos, en donde suelen verse atrapados los barcos modernos, construidos para este recorrido, parece inexplicable cómo pudieron los egipcios transportar estos grandes obeliscos, cientos de kilómetros río abajo.
Imaginemos, continuando con nuestro alarde de fantasía y ficción, que hemos llegado, a base de tiras y aflojas, al lugar en donde queremos colocar el obelisco en cuestión. Los egipcios tenían por costumbre colocar dos de estas agujas a la entrada de cada templo, una enfrente de cada uno de los dos pilonos o torretas que daban acceso al mismo. Para evitar riesgos, seguramente los obeliscos fueron colocados en primer lugar, antes de construir cualquier parte del templo, con el fin de evitar posibles fallos en el emplazamiento y que la fortuita caída de una de las agujas dañara alguna parte del edificio. Sin embargo, seguro que para enrollar más todavía el ovillo, también conservamos ejemplos en donde estas agujas de piedra fueron colocadas en recintos muy estrechos ya construidos con anterioridad, por ejemplo el templo de Karnak, obligando así a reducir al mínimo las maniobras. Un problema más.
Algunos especialistas modernos ofrecen una teoría singular para la colocación exacta de los obeliscos egipcios. Ante el lugar elegido para su levantamiento, se fabricaba una rampa de arena y barro. Por ella se dejaba caer lentamente el obelisco, orientándolo hacia el lugar elegido, con una serie de cuerdas que tensaban o frenaban la caída según se produjera la operación. Abajo se construía un grueso muro de contención con varios canales en su interior para que fluyera la arena desalojada, y que funcionaba de tope mientras se tensaban las cuerdas que hacían ascender el obelisco.
Desde la antigüedad clásica y especialmente a lo largo del siglo pasado, varios países europeos, más Estados Unidos, se agenciaron de varios obeliscos para colocarlos en las mejores plazas de sus capitales. La antigua Roma tenía 13, y París, Londres y Nueva York, uno cada una. Sorprendentemente, Berlín dejó pasar la oportunidad cuando el mercado de este tipo de monumentos estaba permitido. De todos estos obeliscos, quizás sea el parisino, ubicado en la famosa Plaza de la Concordia, el más conocido. Su consecución fue el producto de un auténtico «cambiazo» que le dio el rey de Francia Luís XVIII al monarca egipcio Mohamed Ali, intercambiando uno de los obeliscos del templo de Luxor de Ramsés II por un reloj, que, para colmo, no andaba y que se conserva actualmente en la mezquita que el propio Mohamed Ali se construyó en El Cairo a imitación de la de Santa Sofía de Constantinopla.
obeliscos04-nacho_aresEste obelisco de granito, que para nada puede ser comparado al mastodonte de la cantera de Aswan, mide una veintena de metros y pesa unas 250 toneladas. El obelisco fue colocado en la plaza el Sábado 22 de Octubre de 1.836, es decir, cinco años y siete meses después de que el barco que iba en su busca partiera de Francia en Marzo de 1.831. Para su levantamiento en la plaza parisina, se utilizaron 300 hombres y toda la técnica a la que pudieron recurrir los ingenieros franceses de la época, haciendo uso de poleas, sogas, y megáfonos para dirigir la operación.
Los ingleses en fecha mucho más tardía, 1.875, hicieron uso de una técnica mucho más depurada. El ingeniero Dixon fabricó un contenedor metálico recubierto por un casco de barco con unos mástiles, especialmente acondicionado para albergar en su interior el obelisco de granito rosa de 200 toneladas de peso, que pretendía albergar en su interior. Este artilugio, llamado como el obelisco, Cleopatra, fue remolcado por un gran vapor, el SS Olga, llegando a su destino el 12 de Septiembre de 1.878.
Las circunstancias que rodearon al traslado del obelisco de Nueva York, no distan mucho de las acaecidas en los dos casos ya mencionados en París y Londres. No obstante, para este ejemplo únicamente habría que reseñar el handicap que supuso un aumento muy considerable de la distancia por mar que se debió recorrer, atravesando para ello todo el océano Atlántico.
Hoy día, los obeliscos se levantan orgullosos desafiando a la más moderna tecnología. El misterio que rodea su traslado y colocación milimétrica, los seguirá disfrazando como simples alegorías solares.
El primer obelisco del que tenemos noticias fue hallado en el templo solar del faraón Niuserre (2453-2422 a. C.) en Abu Gurab. Este rey de la V dinastía mandó levantar un enorme monumento en forma de pirámide truncada, sobre el cual se erguía un grueso obelisco, muy diferente a las estilizadas agujas de época posterior. También fue común en la V dinastía que los nobles se hicieran enterrar con dos pequeños obeliscos flaqueando la puerta de su tumba, de manera muy similar a como aparecían en los templos. Pero los grandes monolitos de más de 30 metros y 500 toneladas de peso, no llegarán hasta bien entrado el Imperio Nuevo, especialmente tras la expansión política propiciada por el faraón Tutmosis III (ca. 1450 a. C.).
Los ritos solares que se realizaban en el templo de Niuserre coinciden con el apogeo, en esta dinastía, del culto solar en la clase palaciega, circunstancia que también se aprecia en la titulatura real, en donde se añade por primera vez al nombre del faraón el apelativo Hijo de Re. Este hecho, sumado a la mención que hace Plinio el Viejo en su Historia Natural, en donde menciona la relación existente entre los obeliscos y los rayos del sol, ha lanzado a los investigadores a pensar que el obelisco no era más que la representación material de la caída de los vivificantes rayos del sol sobre la tierra.
Otros autores prefieren interpretar los obeliscos como simples menhires, más en relación con una hipotética piedra sagrada antigua sobre la cual se posaban los rayos en cada amanecer después de la creación del mundo.
José Álvarez López sugiere la posibilidad de que los obeliscos sean pararrayos. Para ello se basa en los testimonios de varios cronistas árabes, entre ellos Abd el Latif, quien hablando del obelisco de Sesostris I en Heliópolis menciona un recubrimiento metálico, hoy perdido, sobre el piramidión y parte del tronco del propio obelisco. De esta manera, los egipcios controlaban las tormentas con aparato eléctrico.
En la plaza Laterense de Roma, frente a la iglesia de San Juan de Letrán, se encuentra un obelisco de Tutmosis III, que fue sacado del templo de Karnak por el emperador Constatino en el año 357 d. C., para ser colocado en el Circo Máximo de Roma. El relato del traslado y alzamiento de este obelisco de 32 metros de altura y apenas 100 toneladas de peso, que nos ha llegado a través de Amiano Marcelino, puede dar una idea de lo utópico que resultaría levantar un ejemplar de 1.200 toneladas, un milenio y medio antes, con las mismas herramientas.
Amiano Marcelino (17, 14) narra lo siguiente: “Para alzar las vigas que fueron traídas y colocadas de pie, de manera que lo que se podía ver era un bosque de grúas, fueron fijadas extensas y resistentes cuerdas en tal cantidad, que taparon el cielo como si se tratara de una tela de araña. (…) poco a poco fueron levantando [el obelisco] por el espacio que quedaba libre [entre la arboleda de grúas], y después fue sujetado por un buen rato, mientras miles de hombres daban vueltas a modo de un molino de piedra, colocándolo finalmente en el centro del circo,…”

© Nacho Ares 1997

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