Extraído del libro El Valle de las Momias de Oro (Oberon 2000).
El propio estudio de las momias y el legado de algunos autores antiguos, en especial Heródoto de Halicarnaso y Diodoro de Sicilia, nos ha hecho conocer más de cerca el proceso empleado por los antiguos egipcios en la momificación. El primero de ellos, Heródoto, llamado por Cicerón “padre de la historia”, visitó Egipto durante la segunda dominación persa, hacia el año 450 antes de Cristo. Los pasajes 85 a 90 de este segundo libro de la Historia están dedicados íntegramente a exponer lo que el propio Heródoto escuchó en Egipto sobre los diferentes métodos de momificación empleados por los embalsamadores. Dice como sigue:
“Hay, efectivamente, personas encargadas de este menestery que ejercen este oficio. Esas personas, cuando les llevan un cadáver, muestran a quienes lo han traído unos modelos de cadáveresen madera, copiados del natural, y explican que, entre los modelos existentes, el embalsamamiento más suntuoso es el que se empleó para aquel cuyo nombre considero irreverente mencionar a propósito de un asunto semejante; luego, muestran un segundo modelo, inferior al primero y más barato, y, finalmente, un tercero, que es el más barato. Después de dar estas explicaciones, preguntan a los familiares con arreglo a qué modelo quieren que se les prepare el cadáver; entonces los parientes convienen en un precio y salen de allí, mientras que los embalsamadores se quedan en sus talleres y realizan el embalsamamiento más suntuoso como sigue: primero, con un gancho de hierro, extraen el cerebro por las fosas nasales (así es como sacan parte del cerebro; el resto, en cambio, vertiendo drogas por el mismo conducto). Luego, con una afilada piedra de Etiopíasacan, mediante una incisión longitudinal practicada en el costado, todo el intestino, que limpian y enjugan con vino de palma, y que vuelven a enjugar, posteriormente, con substancias aromáticas molidas. Después, llenan la cavidad abdominal de mirra pura molida, de canela y de otras substancias aromáticas, salvo incienso, y cosen la incisión. Tras estas operaciones, «salan» el cadáver cubriéndolo con natrón durante setenta días —no deben «salarlo» un número superior— y, una vez transcurridos los setenta días, lo lavan, y fajan todo su cuerpo con vendas de cárbaso finamente cortadas, que por su reverso untan con goma, producto que los egipcios emplean, por lo general, en lugar de cola. Por último, los deudos recogen el cuerpo y encargan un féretro antropomorfo de madera; una vez listo, en él meten el cadáver, lo cierran y, así dispuesto, lo guardan en una cámara sepulcral colocándolo de pie apoyado contra una pared.
Ese es el modo más suntuoso de preparar los cadáveres. Por su parte, a los que optan por el modelo intermedio con el propósito de evitar un gran dispendio, los preparan como sigue. Llenan unas jeringas con un aceite que se obtiene del enebro de la miera, llenan con ellas la cavidad abdominal del cadáver sin practicarle la incisión ni extraerle el intestino, sino inyectándole el líquido por el ano e impidiendo su retroceso, y lo conservan en natrón el número de días prescrito. Al cabo de ellos sacan de la cavidad abdominal el aceite de miera, que con anterioridad introdujeran y que tiene tanta fuerza que consigo arrastra, ya disueltos, el intestino y las vísceras; a las partes carnosas, a su vez, las disuelve el natrón, y así del cadáver sólo quedan la piel y los huesos. Una vez realizadas esas operaciones, devuelven el cuerpo en este estado, sin cuidarse de nada más.
Por su parte, el tercer tipo de embalsamamiento, que se aplica a los más indigentes, es como sigue. Limpian la cavidad abdominal con una purga, conservan el cuerpo en natrón durante los setenta días y luego lo entregan a los familiares para que se lo lleven.»
(Hdt. 2, 85-90, Traducción de C. Schrader).
Primeras momificaciones
Los primeros testimonios de este proceso artificial para lograr la conservación del cuerpo se remontan a la época tinita, denominada así porque la capital de Egipto se encontraba en la ciudad sureña de Tinis. En este período casi primitivo, encontramos los primeros cuerpos envueltos en vendas o sudarios tratados antes por medio de natrón o resinas. El natrón (carbonato sódico hidratado) consiste en una solución salina natural muy abundante en algunas partes de Egipto como Wadi Natrún, a oeste del Delta, y que fue empleado durante toda la historia de Egipto para la momificación.
A este estadio primitivo le sucedió uno más perfeccionado ya en los albores del Imperio Antiguo (ca. 2800-2450 a. C.), en donde el cuerpo ya es tratado de una manera especial, al realizarse en la zona abdominal izquierda del difunto una incisión de un tercio de codo egipcio de longitud (poco más de 17 centímetros). A través de esta abertura se extraían las vísceras. Aún así el proceso era bastante precario, circunstancia que no se logró superar hasta prácticamente el Imperio Nuevo, casi 1.000 años después.
Después de ser lavado de forma minuciosa, el primer paso de la momificación propiamente dicha era la extracción del cerebro, que pacientemente, era sacado por medio de un gancho que se introducía a través de las fosas nasales. Seguidamente, por la mencionada incisión abdominal se extraían las vísceras que, momificadas por separado, eran colocadas en cuatro vasos de piedra. Cada uno de estos vasos estaba protegido mágicamente por uno de los cuatro hijos del dios halcón Horus. A partir de bien avanzada la dinastía XVIII los cuatro vasos pasan de tener una simple cabeza humana a ser decorados con las cabezas de los hijos de Horus. De esta manera, Hapy, con cabeza de babuino, protegía los pulmones; Duamutef, un chacal, se encargaba del estómago; Imset, con cabeza humana, cuidaba del hígado; y, finalmente, Qebehsenuef, con cabeza de halcón, protegía los intestinos.
Extracción de las vísceras
Una vez vaciado el cuerpo, a excepción de los riñones y del corazón que solían dejarse en su lugar, el cuerpo se bañaba con diferentes aceites y aromas. Al no existir ninguna clase de texto que lo explique, desconocemos la razón de por qué algunas vísceras permanecían en el interior del cuerpo. Sin embargo, la presencia del corazón podría estar relacionada con la creencia muy extendida entre los antiguos egipcios de que este órgano servía como centro de los sentimientos y del conocimiento, por lo que sería necesario su empleo en el Más Allá.
Después de ser rellenada la cavidad abdominal con resinas, la incisión era cosida y sobre ella se colocaba una lámina ovalada de oro. Para que no se perdieran las esencias contenidas en el interior tanto del cuerpo como de la cabeza, cualquier tipo de orificio exterior, léase los ojos y las fosas nasales, eran tapados con tejidos humedecidos en aceites. De esta manera, además, se podía reconstruir el rostro del difunto para hacerle recuperar en la medida de lo posible su aspecto original. Entonces, el cadáver se sumergía en la solución de natrón durante un período de setenta días, tal y como escribió Heródoto. En este punto es donde podemos encontrar un error en el testimonio de Heródoto ya que resulta bastante ilógico que se vaciara el cadáver, se rellenara de esencias para luego volver a sumergir el cuerpo en natrón, garantizando así la pérdida de efectividad del proceso realizado anteriormente. Por ello es más fácil creer que primero se sumergía el cuerpo durante los días estipulados por el ritual para luego ser limpiado por dentro y cosido.
Acabado el proceso de desecación, el cuerpo era limpiado y aromatizado para ser envuelto en vendas fabricadas con lino, planta que en Egipto tenía una reconocida calidad. Esta operación requería una destreza especial ya que implicaba un vendaje minucioso comenzando por los dedos de las manos y pies. Cada uno era vendado por separado, al igual que sucedía con las extremidades para, finalmente, ser envuelto todo el cuerpo en una serie de vendas un poco más gruesas que dieran consistencia a la momia. En algunos casos se han encontrado varios cientos de metros de vendas de lino.
Embalsamadores e instrumental
Llegados a este punto cabe preguntarnos quiénes eran los encargados de realizar los embalsamamientos. En muchos casos la tradición, también guiada por la superstición popular, nos ha ofrecido la idea de que las personas que realizaban la momificación de los cadáveres en el antiguo Egipto pertenecían a los estratos más bajos de la sociedad, cuando no eran prisioneros del Estado hábilmente adiestrados para este tipo de trabajos macabros. Sin embargo, las pruebas arqueológicas parecen demostrar todo lo contrario, ya que se tiene constancia de que desde la dinastía VI existía un grupo de personas con rango sacerdotal que se dedicaba a la momificación de los cuerpos de los nobles.
A través de varios textos sabemos que los embalsamadores eran personas importantes llamados sacerdotes ut – término egipcio que también designaba a la momificación propiamente dicha. Durante los rituales, estos sacerdotes eran acompañados por otro sacerdote lector que iba salmodiando las diferentes letanías mágicas que debían asistir a cada etapa de la momificación. Si seguimos la poca documentación que se ha conservado, al parecer el trabajo de los embalsamadores era realizado por una especie de gremios familiares. La información no va más allá de esta simple alusión, no entrando en detalles de tipo organizativo ni especificando la calidad ni la técnica de los componentes del gremio.
Otros pormenores curiosos de su trabajo han llegado hasta nosotros de forma indirecta gracias a algunos detalles aparecidos en las momias. Como parece lógico, este tipo de tareas debían de desarrollarse en lugares apartados del núcleo de población, evitando así toda clase de malos olores que pudieran emanar de los cuerpos en proceso de momificación. Además, lo más probable es que se realizara al aire libre. Prueba de ello son los diferentes restos de materia vegetal que se les colaron a los embalsamadores en la momificación de varios cuerpos que han llegado hasta nuestros días. Así, como señala Bob Brier, muy probablemente el trabajo se realizara en tiendas de campaña en lo alto de algunas colinas al pie del desierto.
Las vendas también eran tratadas al final de la momificación, añadiéndole más sustancias resinosas y esencias aromáticas. En muchos casos el exceso del empleo de estas sustancias originó que la momia acabara carbonizándose como ocurrió en el caso de Tutankhamón, en donde además tuvo la desgracia de pegarse firmemente al sarcófago de oro siendo necesario emplear el calor para poder despegar el cuerpo. Precisamente, el término momia viene de la confusión con la palabra persa mummia que significa betún, sustancia de aspecto casi negro que ya en época medieval era considerada de excepcional riqueza por sus cualidades curativas. En este mismo período de la historia, el término mummia pasa a identificarse con los cuerpos conservados, basándose en el error de que las momias estaban hechas con betún y que de ahí adquirían su particular coloración oscura. Esta es la razón por la que a lo largo de toda la Edad Media y especialmente en los siglos XVII y XVIII, las momias fueran tan apreciadas por sus supuestos poderes curativos, circunstancia nunca demostrada.
El instrumental empleado por los embalsamadores también resultó ser de lo más variopinto. Algunos de ellos han llegado hasta nuestros días. Por ejemplo, en el recinto funerario del faraón Zoser en la meseta de Sakkara, junto a su pirámide escalonada, aparecieron varias mesas de alabastro de pequeño tamaño empleadas por los embalsamadores seguramente para trabajar las vísceras. Este tipo de mobiliario ritual estaba formado por una pequeña cama decorada con patas y cabezas de león a cada uno de sus lados. Eran de forma cóncava y poseían a ambos lados unas canalizaciones que guiaban la sangre de las vísceras hasta un desagüe ubicado en la parte posterior de la cama y que finalizaba en una especie de recipiente.
También conservamos, aunque de Época Tardía, algunos de los instrumentos empleados por los embalsamadores para operar en el interior del cuerpo del difunto. Los más comunes son los ganchos metálicos, normalmente de bronce, empleados para extraer el cerebro por la nariz. Se trata de unos palillos de unos 30 centímetros de longitud, cuyo extremo aparece girado en espiral o doblado sobre sí mismo, de una forma similar a los ganchos empleados con los caracoles, para poder así maniobrar con mayor celeridad en el interior de la cavidad craneana. De esta manera, se podía extraer pacientemente el cerebro trozo a trozo a través de las fosas nasales.
Como ya se ha dicho un poco más arriba, cada uno de los movimientos que se realizaban en el proceso de momificación estaba acompañado de una letanía. Este tipo de detalles demuestra el grado de ritualización que llegó a tener este tipo de trabajo en el que incluso las herramientas tenían un significado religioso aunque en muchos casos se nos escape de las manos. Por ejemplo, que autores como Heródoto o Diodoro mencionen que la incisión abdominal fuera realizada con una piedra etíope, cuando sería mucho más sencillo hacerlo con cualquier cuchillo de bronce, demuestra precisamente que tal herramienta, a parte de ser de piedra, debía ser etíope y no de otra clase. Posiblemente el significado se perdiera con el paso de los siglos y ni los propios embalsamadores lo conocieran, limitándose sin más a seguir los pasos de la tradición. También esta puede ser la razón por la que hasta bien entrado el siglo VII de nuestra Era se hicieran momificar incluso los monjes cristianos.
© Nacho Ares 2014