Este artículo lo publiqué en Revista de Arqueología nº256, agosto 2002, con el título «El fraude de Troya. Homero versus Heinrchi Schliemann. Él es uno de los protagonistas de mi libro de biografías de arqueólogos Desenrollando momias.
El ineludible peso de la duda sigue oprimiendo al polémico tesoro del casi mítico rey Príamo, descubierto por el excéntrico Schliemann hace 125 años en las colinas de la antigua Troya. Incluso hay quien pone en duda la propia existencia del propio Homero o quien, a partir del estudio de sus versos, le ha cambiado el sexo…
No es la primera vez que nos enfrentamos ante un pasaje de una fuente clásica cubierto de dudas y contradicciones. En la antigua Grecia, el utilizar versos o párrafos enteros de otros autores era un signo reconocido de cultura, estando aceptado por todos. Por ello, en muchos casos, tratándose de autores clásicos, es muy sencillo perder la línea divisoria que separa la autenticidad y la recopilación, el mito y la realidad. Esto es lo que ocurre con Homero, autor de la Ilíada y la Odisea.
Leyendo a Homero
Aunque es cierto que existen numerosas Vidas de Homero, todas ellas son apócrifas. La controvertida “cuestión homérica” ha traído de cabeza a los innumerables investigadores que en los dos últimos siglos se han acercado a estudiar la obra de este poeta o de estos poetas. Y es que, el primer problema al que nos enfrentamos con los dos relatos épicos es, precisamente, saber quién, cómo y cuándo se escribieron.
El texto de los poemas homéricos que hoy leemos en los libros nos ha llegado gracias a las copias realizadas por frailes medievales y renacentistas de manuscritos originales griegos mucho más antiguos y que en la actualidad han desaparecido. Es muy posible que estos poemas aparecieran de forma escrita en la Atenas de los años 550 o 500 a. de C. No obstante, los estudios sobre el estilo del lenguaje utilizado tanto en la Ilíada como en la Odisea parecen dar a entender que se trata en realidad de un escrito transmitido oralmente desde hacía al menos un par de siglos más, es decir, entre el 750 y el 650 a. de C.
Los hechos recogidos en la Ilíada, la guerra y el asedio de Troya hasta su destrucción, bien pueden estar basados en acontecimientos que permanecían en la mente de todos y que pasaron por transmisión oral de un poeta ambulante a otro, de manera muy parecida a los juglares medievales. La historicidad o no de estos hechos será tratada un poco más adelante.
Al problema planteado por la fecha habría que añadir el de la autoría de los versos. La tradición dice que fue Homero, nombre que no es más que el apelativo de un poeta ciego de la isla griega de Chíos. Pero cuando nos adentramos a estudiar la figura de este escritor, descubrimos los enigmas históricos más apasionantes.
Cualquiera que haya leído las dos obras atribuidas a Homero puede darse cuenta de que son diametralmente opuestas. No solamente me estoy refiriendo al contenido en uno más histórico (la Ilíada) y en otro más mitológico (la Odisea). El estilo literario es diferente. La forma de hacer las descripciones, los errores de apreciación que se observan en algunos pasajes o, yendo más lejos, el sentimiento puesto en el hilo conductor del relato da a entender que las dos piezas fueron escritas por personas distintas. En este sentido, existen dos tendencias muy claras. Por un lado están los investigadores que argumentan que algunas contradicciones del texto demuestran que los poemas son realmente recopilaciones, o añadidos, de poemas líricos breves e independientes (lays). Por otro lado están los llamados unitaristas, que entienden que las contradicciones son en realidad algo insignificante y que nadie puede negar la unidad global de los poemas homéricos, es decir, que pertenecen a la pluma de una sola persona.
Un toque femenino
Como ya he avanzado más arriba, muchos expertos están de acuerdo, con toda la prudencia del mundo, en afirmar que el autor de la Ilíada fue efectivamente un tal Homero, un poeta ciego que nació en Asia Menor (la actual Turquía) y que viajó por Grecia, Italia y muy posiblemente hasta España. Quizás escribiera el libro de la guerra de Troya en su época juvenil y la Odisea en su época madura. Sin embargo, existe otra teoría más curiosa.
El escritor inglés Samuel Butler (1835-1902) creyó haber descubierto la clave del enigma homérico en 1891. Se trataba de una corazonada basada en un pensamiento fugaz que le surgió leyendo algunos versos de la Odisea. Como a tantos otros interesados en la obra de Homero le había llamado la atención la diferencia existente entre las dos obras. El detonante fue la personalidad de los personajes femeninos, mucho más vivos que los masculinos que parecen no más que figuras de madera. Butler estaba convencido de que la Odisea había sido escrita por una mujer y además joven. ¿Qué hombre colocaría el timón en frente del barco? ¿Qué hombre de mar creería que el mástil del barco puede cortarse de un árbol joven o haría silbar el viento sobre las olas? Se trataba, según Butler de errores demasiado femeninos que a cualquier hombre no se le hubieran pasado por alto.
Seis años después publicó su libro The Authoress of the Odyssey (“La Autora de la Odisea”) editado en 1897, en donde sostenía que este libro era obra de Nausica. Y es que, Butler pensaba que la mujer en cuestión en realidad se había reflejado en el propio poema. Las únicas posibilidades eran Circe, Calypso y Nausica, por quien finalmente se inclinó.
Desde luego que la Ilíada y la Odisea, albergan entre sus miles de versos muchos más problemas. Algunos de ellos arqueológicos, a los que precisamente se enfrentó un excéntrico alemán. Él se encargaría de buscar el final de esta historia.
En busca de Troya
Heinrich Schliemann (1822-1890) un millonario comerciante y director de banco alemán que desarrolló parte de su trabajo en San Petersburgo, tenía las cosas muy claras cuando en 1868, en plena cúspide de su carrera profesional y juventud, decidió vender todos sus negocios y dedicarse desde entonces a lo que más había deseado: la arqueología. Entre sus anhelos más buscados no estaba una excavación cualquiera, sino algo con lo que había soñado desde que era niño: descubrir el mítico escenario de la lucha de Ulises, la ciudad de Troya, la misma que tanto había cautivado la imaginación del poeta Homero en su Ilíada.
Para ello, con esta obra bajo el brazo se dirigió con toda su fortuna a Turquía con el firme propósito de conseguir su deseo. Era un momento importante para su vida, tal y como relató en su autobiografía (publicada de forma póstuma en 1892). “Finalmente, me fue posible realizar el sueño de mi vida: visitar con la holgura y libertad deseadas, el teatro de los sucesos y la patria de los héroes cuyas aventuras habían cautivado y alegrado mi infancia”.
Dando la espalda a todos aquellos que pensaban que Troya no era más que una fábula mítica del poeta Homero y menospreciando a los que la habían buscado en el lugar erróneo, Schliemann se encaminó hacia la antigua Asia Menor en busca de su ciudad soñada.
Tras obtener el permiso especial de las autoridades turcas para poder excavar en este país, a partir de 1870 Schliemann toma al pie de la letra los testimonios de Homero y Pausanias (s. II d. de C.) y decide buscar al noroeste, en la colina de Hissarlik, justo sobre el paralelo 40, y no en Bunarbashi, tal y como habían hecho sin éxito otros arqueólogos antes que él.
Ayudado por más de 150 obreros y en varias campañas sucesivas que sumaron en total 11 meses y medio de trabajo, Schliemann descubrió numerosos testimonios, especialmente cerámica, que le hicieron pensar en la existencia de una gran civilización griega anterior a la micénica. Por fin, después de varias décadas de búsqueda y 3.000 años después de que allí tuviera lugar uno de los momentos más apasionantes de la historia, alguien había encontrado la ubicación de la hasta entonces mítica Troya o Ilión. Ahora bien, Schliemann nunca supo con exactitud cuál de los nueve niveles que cubrían la zona era el que se correspondía con el reinado de Príamo cuya guerra se desarrolló a comienzos del siglo XIII a. de C. Hoy día, aunque no hay un consenso generalizado, se cree que la Troya homérica debió de estar entre los niveles VI y VII.
Quizás el momento más interesante de la excavación se vivió en la primavera de 1873. Cerca de la llamada gran torre de Ilión, Schliemann descubrió una casa antigua que todavía conservaba 3 metros de paredes en altura. Muy cerca de este lugar, en lo que denominaba la segunda capa de Troya, identificada erróneamente por él mismo como la Troya Homérica, descubrió 8.750 piezas de oro. La emoción del momento le hizo creer que había descubierto un tesoro fabuloso. El arqueólogo alemán creyó que aquellas alhajas pertenecieron a la hermosa Helena, hija del rey aqueo Menelao y secuestrada por Paris, hijo de Príamo.
Pero solamente fue una jugada de la emoción del momento. Un estudio crítico de las notas del diario de Schliemann ofrece multitud de contradicciones que hacen poner en duda el verdadero valor de este sorprendente hallazgo.
¿La herencia de Príamo?
Aquel grupo de joyas, célebre por la conocida foto en la que aparecía la esposa de Schliemann, Sofia, posando con ellas, sufrió un extraño devenir en los años siguientes cuando el alemán quiso venderlas a diferentes instituciones europeas. Tras sacarlas de forma ilegal del país acallando las miras recelosas del gobierno turco a golpe de talonario, Schliemann peregrinó con sus joyas por Grecia, Rusia, Gran Bretaña y Francia para acabar finalmente en Berlín, en donde depositó su tesoro a cambio de la concesión de un título nobiliario.
Y allí permaneció mudo al paso del tiempo hasta que tras la Segunda Guerra Mundial, después de la entrada del ejército ruso en la capital alemana, las autoridades se percataron de la desaparición del controvertido tesoro. No sería hasta 1994 cuando los rusos reconocieron tenerlo en los sótanos del museo Pushkin de Moscú, lugar en donde había pasado el último medio siglo.
Si bien ha habido investigadores que le han echado en cara cierta falta de profesionalidad a la hora de realizar sus excavaciones, no debemos de olvidar que, al igual que otros arqueólogos de su época, Schliemann empleó los métodos convencionales en una arqueología que por entonces era correcta. Además, nadie puede reprocharle el mérito que tiene haber dedicado casi cinco años de estudio de historia de la Antigüedad en los mejores museos y bibliotecas de Europa, antes de enfrentarse a una empresa tan ambiciosa como era la búsqueda de Troya.
Sin embargo, cualquiera que lea sus diarios y autobiografía, puede darse cuenta de las contradicciones dejadas por este excavador sobre el momento y lugar en el que aparecieron las joyas de Príamo. ¿Hasta qué punto hubo malintención en su comportamiento?
Hoy ningún investigador duda sobre la cronología de este conjunto de casi 9.000 joyas de oro. Desde luego que no pertenecieron a la bella Helena, ni siquiera al reinado de Príamo, sino que se datan un milenio antes. Otros han propuesto que el hallazgo de Schliemann no es más que una recopilación de piezas encontradas en diferentes lugares y niveles de la excavación.
A pesar de todo, nadie puede negar el valor del trabajo de este soñador alemán ni, sobre todo, el coraje demostrado a lo largo de toda su vida por conseguir un sueño infantil.
Dörpfeld el olvidado
Wilhelm Dörpfeld (1853-1940) nació en Barmen (Alemania) en el año 1853. Desempeñó en la historia del descubrimiento de Troya el papel de equilibrio que compensaba el excesivo optimismo de su descubridor Heinrisch Schliemann (1822-1890). Dörpfeld fue el encargado de continuar las excavaciones en Hissarlik iniciadas por su mentor en 1870 a quien había conocido en Olimpia en donde trabajaba como arquitecto de la misión. No obstante, aún tendrían que pasar dos décadas hasta que se completaran los trabajos arqueológicos a los que aportó nuevas técnicas de excavación.
Sus investigaciones frenaron las críticas de muchos colegas de la época. Éste es el caso de Ernst Boetticher, arqueólogo que se convirtió en el más feroz enemigo de las teorías de Schliemann. Boetticher publicó varias obras defenestrando el trabajo de su colega. Es el caso de su Hissarlik, Wie es ist, trabajo que perdería todo su valor con la campaña de Dörpfeld llevada a cabo entre 1893-1894, momento en el que se asientan definitivamente, si bien es cierto que matizando muchas de las creencias de Schliemann, el estudio de una Troya científica. Sus pilares fueron la base de posteriores investigaciones que todavía hoy se despliegan en el lugar.
Entre los años 1887 y 1912 dirigió el Instituto Arqueológico Alemán de Atenas. Dörpfeld publicó Das griechische Theater (1896), Troja und Ilion (1902), Alt-Ithaka (1927) y Alt-Olympia (1935). Falleció en la isla griega de Lecade en 1940.
Las fuentes de Schliemann
Los acontecimientos relatados en la Ilíada tienen lugar el último año de la guerra de Troya. A lo largo de sus versos se habla de la cólera del héroe griego Aquiles. Insultado por su superior, Agamenón, Aquiles abandona a su suerte a su ejército que es arrasado por las tropas troyanas. Al mado del ejércitro griego le sustituye su amigo Patroclo quien muere en la batalla a manos de los troyanos. Este luctuoso hecho hace reflexionar a Aquiles sobre la necesidad de su vuelta a la batalla y vengar la muerte de su amigo. Aquiles consigue derrotar a Héctor, hijo del rey troyano Príamo.
La Ilíada acaba sus versos cuando Aquiles entrega al rey Príamo el cadáver aún caliente de su hijo Héctor. Con este gesto Aquiles reconoce en su rival los mismos sentimientos que le ha tocado sufrir a él con la muerte de su amigo Patroclo.
Por su parte en la Odisea se cuenta el regreso desde la guerra del héroe griego Odiseo (el Ulises de los romanos). Tras relatar el caos en el que se ha convertido su casa debido a su larga ausencia con ciento de pretendientes de su esposa Penélope aprovechándose de la situación, la trama de la Odisea se centra en las aventuras de Ulises. Los versos van desglosando el paso del tiempo y los diferentes peligros que se presentan ante Ulises. Son muy conocidos los pasajes relativos al cíclope devorador de hombres, Polifemo, o la amenaza de la diosa Calipso que le promete la inmortalidad si no regresa nunca a casa.
La continuación del poema se desarrolla con la llegada de Ulises a su isla natal, Ítaca. Solamente reconocido por su perro, el héroe griego hace gala de una sangre fría encomiable al poner a prueba la lealtad de sus sirvientes. Tras conseguirlo, planea y urde una venganza cruenta contra los pretendientes de su esposa Penélope. Al final consigue reunirse con su hijo, su esposa y su anciano padre.
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