Publicado en Misterios de la Arqueología nº6 del mes de marzo de 1997
Eran momentos duros en la Europa de fines del siglo XIX. Napoleón extendía su poder por todo el continente y fueron muchos los que por causas políticas tuvieron que abandonar su país. Belzoni con treinta y siete años llega a Egipto. Allá a donde va dibuja, describe y transporta todo lo que es capaz. Gracias a su trabajo, el propio de un hijo de su época, este gigante rojo de casi dos metros de altura, ha escrito su nombre con letras de oro en la historia de la egiptología.
La música circense chirriaba en el interior de un céntrico teatro londinense. Aquella noche el teatro se había llenado deseando ver actuar al famoso e increíble «Sansón Patagón». Las demostraciones de fuerza de este gigante eran muy conocidas en toda la ciudad. Por fin llegaba el número más esperado: aquel en el que Sansón, llevando una extraña estructura metálica, transporta por el escenario a una docena de personas de entre el público. Los aplausos no se dejaron esperar y Sansón, orgulloso, muestra la musculatura de sus poderosos brazos. Decenas de personas ovacionan a este increíble gigante rojo que ahora pasa un pequeño platillo de metal entre los asistentes. Pero los donativos han sido escasos. La mitad es para él y la otra mitad para el dueño del teatro, Mr. Mead. Una noche más, Giovanni Battista Belzoni regresa a su casa con poco más que para sobrevivir.
Una huida prematura
El 5 de Noviembre de 1778 nace Belzoni en Padua -Italia-, en el seno de una familia oriunda de Roma. El espíritu aventurero de este chico pelirrojo, a lo que hay que sumar lo precario de la situación familiar -el padre era barbero-, le obliga a marchar a Roma cuando solamente tenía dieciséis años. En la Ciudad Eterna lleva una vida casi clerical, por lo que no tarda en plantearse muy seriamente el tomar los hábitos y dedicar su vida al servicio de los demás.
Sin embargo, el destino hizo que nuestro aventurero se replanteara la situación y reflexionara sobre el acierto de meterse o no a fraile. La decisión final la tomó en 1798: Napoleón acababa de entrar en Roma y Belzoni antes de ser encarcelado por ser hostil a los planes del nuevo emperador, consigue, gracias a unos amigos, huir hasta Inglaterra.
En Londres decide cambiar los hábitos por el mundo de la farándula. Su extraordinaria altura y fuerza lo convierten en un gancho apetecible para cualquier contratista circense. En ocasiones compaginaba sus demostraciones de fuerza con espectáculos de agua sobre el escenario del Covent Garden, realizados con máquinas hidráulicas que él mismo diseñaba. Visto el poco futuro que tenía en la capital inglesa, se marcha al sur del país para entretener a las tropas del duque de Wellington con los mismos espectáculos de fuerza.
Al mismo tiempo que trabajaba en el circo por las noches, Belzoni fue adquiriendo conocimientos de mecánica y de hidráulica. Hábil en el diseño de nuevas máquinas, no tardó en descubrir su verdadera vocación. Inventó y construyó una rueda hidráulica mecánica capaz de multiplicar el trabajo de varios hombres. Pero su nuevo invento no tuvo mucho éxito en Inglaterra por lo que ahorró un poco de dinero, decidiendo hacer las maletas para recorrer otros países en busca de algún buen comprador.
Un deambular que acaba en Egipto
Casado con Sarah, una inglesa, y acompañado de un sirviente irlandés, Belzoni viaja por algunos países europeos. Visitó diferentes teatros de Francia, Holanda, Portugal, España (Toledo), y Malta, siendo en este último país en donde en 1814 contacta con un agente de Mohamed Alí, el Pachá de Egipto. Ese mismo año, orientado por este agente, visita el valle del Nilo en donde su mecanismo hidráulico podría tener finalmente gran éxito.
Pero el ingenio mecánico, que tuvo el honor de ser instalado en el propio palacio del Pachá, no salió adelante, de forma que Belzoni, una vez más, tuvo que resignarse, recoger su instrumental y comenzar desde cero.
Al ser escaso el sustento familiar, planificó e ingenió diferentes mecanismos para trasladar grandes bloques de piedra que podría mostrar a los compradores de antigüedades foráneos. Así, Belzoni conoce al suizo Burckhardt, un viajero infatigable que por aquella época se encontraba recorriendo la franja norafricana. El suizo redacta una carta de presentación para que el Gigante de Padua -otro de sus apodos- se la presentara al cónsul británico en Egipto Henry Salt. No tardaron en apalabrar el primer trabajo para Belzoni: llevar a Inglaterra el famoso Memnonium de 12 toneladas que hasta entonces nadie había podido mover.
«Mi primer impulso al verme en medio de aquellas ruinas -nos dice Belzoni- fue examinar el busto colosal que tenía que llevarme. Lo hallé junto a algunos restos del cuerpo y del sitial a los que, en otras épocas, había estado unido. El rostro estaba vuelto hacia el cielo y parecía sonreírme ante la idea de que iba a ser trasladado hasta Inglaterra. Su belleza superó todas mis expectativas, mucho más que su tamaño.» (…) «Los únicos objetos que había llevado de El Cairo al Memnonium -el actual Rameseum- para los trabajos, consistían en catorce barras, ocho de las cuales se emplearon en hacer una especie de andas para transportar el busto, más cuatro cuerdas hechas de hoja de palmera y cuatro rodillos, sin ningún otro instrumento.» (…) «El carpintero había hecho unas andas y lo primero de todo era colocar el busto encima de ellas. Los fellahs de Gurna, que conocían bien al Cafany (el coloso), pensaban que nunca sería posible moverlo del lugar en que se hallaba tendido y cuando lo vieron moverse lanzaron un grito de asombro. Aunque dicho movimiento había sido el resultado de sus propios esfuerzos, creyeron que era cosa del diablo; y después, al verme tomar algunos apuntes, supusieron que la operación se realizaba por medio de algún encantamiento… Utilizando cuatro palancas mandé levantar el busto hasta poder introducir por debajo una parte de las andas y, una vez que el bloque estuvo apoyado en ellas, mandé levantar la parte delantera de las andas para meter por debajo uno de los rodillos. Luego se hizo lo mismo con la parte de atrás, y cuando el coloso estuvo colocado en el centro de las andas, mandé que lo ataran bien,.. Por último, puse algunos obreros delante para tirar de las cuerdas, mientras que otros se ocupaban de cambiar los rodillos; de este modo conseguí desplazar el bloque unos cuantos metros del lugar donde lo habíamos hallado. Conforme a las instrucciones que tenía, mandé a un árabe a El Cairo con la noticia de que el busto estaba en camino para Inglaterra.»
Belzoni redescubre Abu Simbel
El éxito de este primer trabajo dio fama y celebridad a Belzoni entre los coleccionistas europeos, sin olvidar la buena cantidad de ingresos obtenidos.
El siguiente encargo fue transportar hasta Alejandría un obelisco. En esta ocasión, el intento no tuvo éxito y el barco que trasladaba el coloso hasta la capital de los Ptolomeos se hundió a mitad de camino en el río Nilo. Pero Belzoni, lejos de abandonar su trabajo, diseñó y construyó un andamio en el agua y montó varias grúas para levantar el obelisco y depositarlo sobre una gran barca preparada para la ocasión, para luego retomar su viaje hasta Alejandría.
Acompañado por William Beechey, secretario del cónsul H. Salt, en 1815 su barco llega hasta el templo de Ramsés II en Abu Simbel, descubierto por su amigo, el suizo Burckhardt, dos años antes. Éste, había abandonado el lugar al pensar que sería imposible desalojar los miles de toneladas de arena que cubrían la gigantesca entrada a este templo excavado en la propia roca de la montaña. Sin embargo, Belzoni puso tanto tesón en esta tarea como el que había derrochado para recuperar el obelisco perdido en el Nilo.
Las acuarelas que nos ha dejado el propio Belzoni, ilustran de manera patente el estado del templo por aquellos años. Los colosos estaban cubiertos en sus tres cuartas partes quedando la puerta de entrada a varios metros de profundidad. Pero nuestro intrépido gigante consiguió extraer la arena necesaria para poder dejar un resquicio en la puerta y acceder, alumbrado por una antorcha, al interior del templo. Era la primera vez que un hombre ponía sus pies en aquel lugar santo desde hacía casi mil quinientos años.
Debido a que el templo, aun siendo grandioso, no poseía nada de interés para los coleccionistas europeos, pronto, Belzoni y sus acompañantes, retrocedieron el camino hacia Tebas en busca de antigüedades.
El Valle de los Reyes y Seti I
El 17 de agosto de 1817 Belzoni vuelve a Biban el Muluk, el Valle de los Reyes, junto a Tebas, lugar en donde había estado con anterioridad a Abu Simbel. En unas primeras campañas de excavación, Belzoni descubre varias tumbas como la de Ay, Ramsés I, Ramsés Montu-hir-kopesh-ef, etc., de donde extrae los pocos restos materiales que permanecían después de los saqueos realizados ya en la Antigüedad.
Al igual que a otros aventureros de su época, los textos de los autores clásicos sirvieron de gran ayuda a Belzoni para la búsqueda de antigüedades egipcias. Estrabón mencionaba al menos 47 tumbas, de lo que el Gigante Rojo dedujo que debían de quedar muchas más por descubrir bajo el lodo y los cascotes que abundaban en algunas márgenes del Valle.
El 17 de Octubre del mismo año, dejándose llevar por sus propias pesquisas, tal y como nos relata él mismo, y en un barranco en donde nadie podría pensar que pudiera existir una tumba, Belzoni descubre la tumba más hermosa de Biban el Muluk. Como en 1.817 Champollion todavía no había podido descifrar los jeroglíficos, la tumba pasó a llamarse «Tumba de Belzoni». Solamente cinco años más tarde se sabría que había pertenecido a Seti I, el padre de Ramsés II el Grande.
Ya el primer corredor impresionó a nuestro aventurero. La calidad excepcional de los bajorrelieves y de las pinturas, iban más allá del instinto natural de un simple coleccionista de antigüedades. «Cuanto más veía -escribió el propio Belzoni-, más ganas tenía de ver, tal es la naturaleza del hombre; pero esta vez tuve que refrenar mi ansiedad porque al final de este primer pasadizo llegué a un pozo grande, que me interceptaba el paso.»
Al pasar el pozo, Belzoni acompañado por Beechey, entró en una sala con pilares. Allí las paredes estaban repletas de pinturas con seres de aspecto extraños: «Le di el nombre de sala de los dibujos porque está cubierta de figuras que, aunque estén únicamente delineadas, son tan hermosas y perfectas que uno creería que acababan de pintarlas el día anterior.»
Pasaron otras salas y pozos hasta llegar a una gran habitación que Belzoni bautizó como «el salón», hoy la cámara funeraria. En el techo, a más de 6 metros de altura, se plasmó una de las pinturas más bellas de toda la tumba. Sobre un fondo de un azul intenso deambulan cientos de figuras de color amarillo que forman un gigantesco zodíaco. Cerca de esta sala encontraron ochocientas estatuillas de pequeño tamaño que representaban al dios Osiris.
Sin embargo, lo que más llamó la atención de Belzoni en toda la tumba fue el objeto que se encontraba en el mismo centro del «salón»: «Es un sarcófago del más fino alabastro oriental, de unos tres metros de largo por 1 de anchura. No tiene más que 5 centímetros de grueso, y es traslúcido cuando se pone una luz dentro de él. Está minuciosamente esculpido por dentro y por fuera, con 700 figuras que no pasan de 5 centímetros de altura, y representan, según creo, toda la procesión funeraria y las ceremonias relacionadas con el difunto, unidas a varios emblemas, etc.»
Al fondo de la cámara mortuoria se encuentra a ras del suelo un extraño túnel que hasta hoy nadie ha podido explicar. El propio Belzoni se introdujo en él casi 100 metros pero las condiciones del trabajo le obligaron a retroceder. Apenas había aire para respirar, al encontrarse a 200 metros de la entrada de la tumba, y el peligro que acarreaba avanzar por un túnel en donde a cada paso la roca se desmoronaba, no eran precisamente unas condiciones óptimas para el trabajo.
En los años cincuenta de nuestro siglo, el jeque local Alí Abd el Rassul creyó que al final del túnel iba a encontrar cantidades ingentes de tesoros. Sin embargo, su equipo de trabajadores solamente consiguió avanzar durante 30 metros más el camino abierto por Belzoni, encontrando apenas una docena de objetos antiguos. La máquina que trajeron para airear el túnel no tuvo mucho éxito y el dinero se les acabó pronto.
Las leyendas locales cuentan que atraviesa la montaña y va a salir al cercano templo de la reina Hatshepsut. Sin embargo, el misterioso túnel sigue siendo uno de los enigmas mejor guardados por el Valle de los Reyes.
Un instante final para Kefrén
Antes de finalizar su viaje todavía tuvo tiempo de dedicarse a las célebres pirámides de la meseta de Gizeh. El 2 de Marzo de 1818, contradiciendo las afirmaciones de algunos colegas suyos de la época, quienes afirmaban que en el interior de las pirámides egipcias no había nada, abrió por primera vez la de Kefrén en Gizeh. Llegó hasta la cámara funeraria.
El tiempo iba pasando para Belzoni y su esposa Sarah. Ya eran seis los años que llevaban en Egipto y veintiuno fuera de Inglaterra, por lo que la pareja comenzó a experimentar cierto sentimiento de añoranza por Europa. Belzoni hizo unos modelos de los relieves de la tumba de Seti, embarcó con todo el cuidado que le fue posible el sarcófago de este faraón y a mediados de Septiembre de 1.819 pusieron rumbo a Inglaterra.
Sus descubrimientos le habían hecho muy famoso en Europa. Camino de Londres se detuvieron en Italia donde fue recibido en las puertas de Padua, su ciudad natal, con todos los honores.
Seti I en Londres
A finales de 1819, Belzoni regresó a Londres. Al poco de llegar organizó una macro exposición con todos los tesoros que se había traído de Egipto. La inauguración fu apoteósica, asistiendo a la misma un nutrido grupo de personajes importantes de la época. Belzoni tuvo el detalle de abrir una momia ante los ojos de los asistentes, a la vez que obsequió con varios de sus dibujos a los hijos del rey Jorge III.
El marco era incomparable: las «Galerías Egipcias» de Picadilly, construidas apenas quince años atrás. En esta exposición, Belzoni puso especial hincapié en los moldes de yeso que había extraído de los relieves de la tumba de Seti I, destacando la maqueta que hizo de la propia tumba y, sobre todo, la reconstrucción de la sala principal de la tumba que tenía 60 metros de largo y 2,5 de alto. El resto lo completó con momias, estatuas, vasos, acuarelas realizadas por él mismo, etc.
El colofón al éxito de Belzoni fue la publicación de su Descripción de las operaciones y recientes descubrimientos hechos en el interior de las pirámides, templos, tumbas y excavaciones en Egipto y Nubia, y un viaje a la costa del Mar Rojo, cerca de la antigua Berenice, y del viaje al oasis del dios Amón; con mucho, la mejor publicación de su época. Escrito en un inglés singular, fue tal su éxito que al poco tiempo fue traducido al francés y al alemán.
Aun el éxito conseguido con la exposición de sus antigüedades en Londres y su libro, Belzoni mantuvo unas relaciones tensas con H. Salt y los miembros del Museo Británico. Hastiado, abandonó Inglaterra acompañado por su esposa Sarah y juntos comenzaron un nuevo viaje por el África negra. Al poco tiempo murió por culpa de la disentería en Benin (Nigeria) cuando solamente contaba con 45 años de edad, el 3 de Diciembre de 1823.
© Nacho Ares 2015