El siguiente artículo lo firmé con mi nombre completo, Ignacio Ares Regueras, en el número 320 de la revista Historia y Vida (noviembre 1994, pp. 76-85). Es el primer artículo de divulgación que yo publiqué en una revista de gran tirada, hace ahora dos décadas. Entonces yo estaba comenzando cuarto de carrera en la Universidad de Valladolid. El texto, que aquí publico íntegro, lo redacté un año antes. He preferido no tocar nada porque, si bien estoy conforme con muchas de las cosas que yo decía en él, me gusta el toque de escepticismo que ya rezumaba mi trabajo en aquella época de «juvenario» y que mantengo hasta hoy. Al estar en un formato antiguo quizá haya errores tipográficos en alguna palabra. Espero que os guste.
¿CÓMO SE INTERPRETAN LAS PIRÁMIDES?
A la hora de estudiar cualquier aspecto del Antiguo Egipto, debemos tener en cuenta algunas pautas de interpretación. El mundo egipcio era totalmente distinto al nuestro por lo que los parámetros interpretativos que nosotros utilizamos para nuestra sociedad no son validos para la egipcia. Este hecho, que por sí solo puede parecer una obviedad, es lo que a fin de cuentas se ignora en muchas ocasiones cuando leemos textos e ideas expuestas en las páginas de nuestros periódicos y revistas partiendo de bases totalmente erróneas. El aspecto al que nos referimos se ha definido dentro del mundo académico como «mentalidad histórica». Que nosotros no conozcamos la manera con que ellos lograron auténticos hitos en las ciencias, no significa que no lo pudieran realizar. Debemos ser modestos y olvidarnos de la idea de que somos la perfección del cosmos y que todo se debe adecuar a nuestros criterios y lo que no se adecue es improbable o imposible.
Hoy en día el mundo del antiguo Egipto está rodeado de un halo esotérico y rancio debido al desconocimiento que algunas personas tienen de esta cultura. También es debido al mal uso, nada honesto, que hacen algunos adivinos y videntes de la parafernalia egipcia. Ello nos hace verlo de una forma muy distante, embadurnando la historia de una envoltura oscura inexistente. Si a esto sumamos una nula capacidad para entender su pensamiento y forma de vida, totalmente distantes a las nuestras, el caos puede ser notable a la hora de interpretar algún aspecto de esta cultura.
Las pirámides de Gizeh: una excepción
El primer paso que debemos dar a la hora de acercarnos a cualquier aspecto del Egipto faraónico es desencorsetarnos de nuestros prejuicios occidentales, ampliamente materialistas y relegadores de lo espiritual, para enfundarnos en un mundo íntegro y distinto basado en el intelecto y en el espíritu. No obstante no debemos ser ingenuos y creer que todo en aquel país era tan maravilloso y transcendental como para que cualquier ser humano pudiera desarrollarse sin problemas. Los egipcios tengan, como cualquier ser humano, su propio claroscuro, pero siempre encuadrados en un marco geográfico y socio-cultural distinto.
Antes de desarrollar brevemente nuestros argumentos creemos necesario realizar una aclaración trascendental. Aunque sea laboriosamente complicado, es imprescindible que cuando pensemos en las pirámides nos abstengamos mentalmente de pensar en las de Gizeh. Esto es debido a que, si bien son las más célebres al ser la primera de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, debemos matizar que son una excepción. Aunque las mencionemos a menudo en el desarrollo de nuestro trabajo ya que son, no obstante, las más estudiadas, no todas las pirámides que se levantaron en Egipto medían casi 150 metros, ni estaban construidas en caliza y granito rojo traído desde lejanas canteras. La media en altura de las pirámides reales descubiertas hasta la fecha en Egipto la podemos situar entre los 50 y 70 metros. Por su parte son abundantes los ejemplos en los que el adobe fue el material utilizado con prioridad.
Las pirámides más importantes se construyeron únicamente en el Imperio Antiguo. Esta época de la historia de Egipto, abarca desde el 2700 al 2200 a. C. En el Imperio Medio, desde el 2000 a.C. al 1750 a. C., el número de ellas se reduce considerablemente para acabar por dejarse de construir en este mismo período. En la Baja época, hacia el 700 a C., momento en el que Egipto es gobernado por faraones muy débiles y que pronto caen en manos de gobiernos extranjeros como los persas, las construcciones se reavivan levemente. En este momento las pirámides fueron levantadas con materiales muy pobres, haciendo honor a la precariedad de la época y con la única finalidad de intentar emular, sin ningún éxito, a sus más gloriosos antepasados.
Si bien es verdad que siempre se nos ha dicho que las pirámides se consagraron como tumbas de los más prepotentes faraones de la historia de Egipto, en pocas se nos explica el porqué de este hecho que a simple vista parece natural debido a que en nuestra conciencia los dos términos van ligados. Esta desinformación ha propiciado la difusión de teorías, a cada cual más extraña, cuando no esperpéntica, por los habituales canales de prensa y radiotelevisión. Aunque, personalmente opinamos que existe libertad para plantear cualquier teoría, siempre que cumpla los requisitos de honestidad científica y no sea producto de la elucubración personal, más o menos interesada. El problema se plantea cuando las teorías no se adaptan en lo más mínimo a los parámetros requeridos no ya por la ciencia sino en muchos casos por la lógica más trivial.
Actualmente en la Egiptología académica deben corregirse algunos planteamientos que por mucho que se intente defender resultan imposibles de admitir. En algunos casos, como el enigma de la construcción de las pirámides, la revisión debe ser hecha con rapidez para abrirse a nuevas expectativas, por muy fantasiosas que puedan parecernos a primera vista, siempre que entren dentro de una lógica. En muchos casos para un mismo fenómeno, incomprensible, podemos tener varias tesis igualmente validas, mientras todas ellas tengan elementos de juicio que las justifiquen. No obstante los errores que haya podido cometer la Egiptología desde que Champollion descifró los jeroglíficos en 1822, no dan pie a que algunos «estudiosos» e «investigadores» se crean capaces de arremeter contra esta ciencia con teorías para nada justificadas ni defendidas por el más mínimo argumento.
Las suposiciones acerca de la construcción de las pirámides han sido cuantiosas a lo largo de los tiempos y no solamente desde que existe la Egiptología como una rama autónoma de la investigación histórica. Heródoto, Estrabón y Diodoro, entre muchos otros, ya hablaban de ellas, con más o menos fantasía en la antigüedad. Posteriormente en época medieval, al ser Egipto paso obligado de peregrinos o más drásticamente de cruzados a Tierra Santa, los testimonios acerca de las pirámides son más frecuentes, aunque fueran interpretados de una forma totalmente parcial. Es, finalmente, a partir del siglo XVII cuando crece el número de viajeros que se presentan en el valle del Nilo, lanzando incluso algunas ideas por las que intentaban explicar el modo de construcción de estos monumentos. No es este el lugar para definir todas ellas ni comentar, siquiera, someramente los ríos de tinta que han hecho correr tan célebres cúmulos de piedras.
La teoría de las rampas
La más aceptada de las teorías expuestas hasta la fecha fue proclamada en el primer tercio de siglo por el alemán Ludwing Borchardt (1863-1938). Este arqueólogo, quizá el más importante que ha dado la Egiptología alemana en lo que va de siglo, descubridor del célebre busto de Nefertiti, hizo un sensacional hallazgo en la pirámide de Meidum, levantada en honor del faraón Snofru. Este descubrimiento consistía en una rampa fabricada con piedra, adobe y arena. En un primer momento dos fueron las soluciones que se le presentaron ante este hallazgo que nunca antes se había producido. Bien tomarla como rampa construida para desmontar la pirámide en época muy posterior a la de su levantamiento, para reutilizar todas sus piedras labradas o bien, en segundo lugar, interpretarla como rampa que pudo haber sido utilizada a modo de espacio sobre el cual deslizar las piedras hasta la altura deseada en el momento de la construcción. Su hipótesis pasó a la historia de la Egiptología como la ramp theory o teoría de las rampas.
A partir de este supuesto, los análisis alrededor del mismo han sido muy variados, siendo definitivamente el más plausible el que hace unos treinta años lanzó el americano Dows Dunham tras sus excavaciones en la meseta de Gizeh. Manifestaba que se construyeron cuatro rampas de adobe y cascotes partiendo de cada una de las esquinas de la base de la pirámide, sobre el pie rocoso de la meseta, y que ascendían a la par que lo hacía en altura la propia pirámide. Tres de ellas para subir los materiales y una cuarta para descender de vacío y no estorbar los trabajos en las restantes rampas. De esta manera las piedras eran ascendidas al lugar requerido sin «aparentes» problemas. Si Heródoto hablaba de cien mil personas para su construcción, Dunham, sin embargo, presentía que no podrían ser más de dos mil quinientas, número que iría en paralelo descenso según se ascendiera, al reducirse así el espacio hábil por donde podrían circular los obreros. En los últimos años las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo por equipos estadounidenses en Gizeh han dado a la luz restos que se han interpretado como escombros de las mencionadas rampas. Otra variante de la teoría de las rampas, menos profesada, es la de la utilización de una única rampa por la que subirían y bajarían las piedras. La excesiva longitud que debería tomar esta rampa según se ascendía en altura, la hacen poco creíble.
Así pues cuando la Egiptología propone la teoría de las rampas, no es capricho de unos arqueólogos de gabinete que no sabían cómo deshacerse del problema. Esta teoría, que aparentemente puede mostrar dificultades para la meseta de Gizeh, no las ofrece para el resto de pirámides existentes en Egipto (poco más de cien hasta el momento) con características arqueológicas muy similares en cuanto a tipología y hallazgos. Y he aquí un error bastante común: el tomar todas las pirámides de Egipto por idénticas y pensar que es igual una pirámide de 147 metros, como la de Keops, que otra de 43 metros, como la de Unas. Lógicamente el plan constructivo para ambas debió de ser muy diferente. Por ello cuando hablamos de la construcción de las pirámides no debemos pensar en las grandes masas dispuestas en la meseta de Gizeh, como ya dijimos, ya que podríamos considerar a estas como un caso singular en este tipo de ordenamiento arquitectónico.
La crítica de los pseudo investigadores sobre este campo siempre va directa a la misma idea: La Egiptología o la Arqueología tradicional siempre afirma como verdadera esta teoría. Esta declaración es totalmente falsa. En la inmensa mayoría de la bibliografía al respecto se deja bien claro que hasta el momento desconocemos la manera exacta con la cual los egipcios construyeron las pirámides, aunque la teoría más aceptada es la de las rampas por las razones que antes hemos expuesto. Esto se lo podemos oír a François Daumas, Cyril Aldred o a uno de los máximos especialistas en la meseta de Gizeh hoy en día, Mark Lehner, quienes poseen la suficiente humildad científica para manifestar abiertamente en público nuestra ignorancia acerca del método constructivo.
La finalidad funeraria de las pirámides
También la lógica nos inclina a pensar que las pirámides como tales edificaciones, fueron construidas para albergar los restos de su propietario. No son argumentos en su contra los que nos indican que no se haya encontrado ningún cadáver ni restos humanos en su interior. Tengamos muy en cuenta que las pirámides como tales se dejaron de construir hacia el Imperio Medio (2100-1800 a. C.). Esto conlleva un tiempo extremadamente dilatado para facilitar el saqueo ya en la misma época de los faraones. Pensemos que de los miles de hipogeos (tumbas excavadas en la roca) cavados en los desfiladeros rocosos del desierto egipcio, se han encontrado intactos, en importancia, un número que no sobrepasa a la veintena. Si sumamos que son mucho más recientes que las pirámides, lo que conlleva menos tiempo para el saqueo y por tanto menos facilidades, ¿cómo podemos afirmar con garantías a no equivocarnos que no fueron saqueadas 108 pirámides?
Si bien la estadística convencional no es muy amiga de la matemática realidad, el abismo en el caso que estudiamos, borra cualquier tipo de dudas, abriendo únicamente una puerta al azar.
La tipología de la estructura interior de la pirámide patrón, nos permite aludir reflexiones sobre su marcado carácter funerario. Por estudios comparativos podemos concluir claramente que las llamadas cámaras del sarcófago, en la estructura de las pirámides fueron construidas para albergar los restos mortales del propietario. Utilizando como pauta la ordenación interior de la pirámide de Unas, nos encontramos con los siguientes elementos. Un pasillo descendente que antecede a una cámara cubierta a doble vertiente por dos grandes losas de piedra. En ese pasillo (siringa), y metros antes de llegar a la mencionada cámara, nos encontramos con tres aperturas en la piedra donde se hallan insertas, a su vez, tres bloques pétreos a modo de losas que servían para impedir el acceso a la cámara que contenía el sarcófago.
Esta misma estructura la encontramos, exactamente igual, en hipogeos posteriores a la época de las pirámides. Lo único que ha cambiado es la forma en donde se inserta esta estructura: primero en forma de prisma (pirámide) y luego excavada en la roca (hipogeo). La información obtenida en las excavaciones de la mayoría de estos hipogeos, centrada en el ajuar, la decoración parietal y las propias momias nos demuestran, sin lugar a dudas, que fueron construidos para albergar los estos mortuorios de sus propietarios. Por ello si lo único que varía es el envoltorio de la ordenación, la lógica aplastante nos inclina a pensar que las pirámides también eran tumbas.
La pirámide de Sekhem-khet
Encontramos un caso infrecuente en una de las pirámide descubierta por Zakaria Goneim, en Sakkara en los años cincuenta, perteneciente al faraón Sekhem-khet (2700 a. C.). Esta construcción, tenía dos particularidades. La primera de ellas, que junto a la pirámide se encontraron rampas in situ, que a sabiendas de que esta pirámide nunca fue finalizada, serían una prueba más para demostrar el método constructivo anteriormente detallado. Esta circunstancia es silenciada, en boca de los detractores en favor de hacer más notoria la segunda particularidad, que reconozcámoslo, no es menos interesante: La aparición del sarcófago cerrado y sellado (con lacras de estuco donde se imprimía el nombre del faraón) desde que se colocó allí hace casi cinco mil años con un ramillete de flores sobre la tapa y acompañado de ciertos tesorillos (brazaletes, collares, etc). Más morbo presenta la investigación cuando los análisis realizados con los restos de polvo hallados en el interior del sarcófago no daban ninguna muestra de haber sido ocupado alguna vez. No obstante, aunque la pirámide nunca fue acabada, esta circunstancia fue justificada con varias teorías, pero nunca se pasó por alto tal como afirman los mencionados detractores. En primer lugar el propio excavador se inclinó por la teoría de que el sarcófago y el complejo en sí no eran más que un cenotafio, encontrándose la verdadera cámara mortuoria en los aledaños de la pirámide. Otros afirmaron que se trataba de un recurso utilizado por los antiguos egipcios con el fin de dificultar la tarea de los posibles ladrones, tal y como constatamos en otras pirámides como la de Amenemhat III en Dashur, consistente en un verdadero laberinto de galerías y varias cámaras supuestamente sepulcrales. Así pues la cámara verdadera se encontraría en otra ubicación. Finalmente Jean Phillip Lauer ofreció pruebas para evidenciar los movimientos que sufrió el sarcófago en la antigüedad tiempo después de ser cerrado. En esta línea de investigación afirmaba que el ramillete de flores que se encontraba sobre la tapadera del sarcófago y que en un primer momento se interpretó en este sentido, se trataba realmente de los restos de una palanca de madera usada por los ladrones para forzar el sarcófago. Pero ¿los sellos que lacraban la tapa del sarcófago y las joyas encontradas junto al mismo? Estos se podrían interpretar de la misma manera que los aparecidos en la tumba de Tutankhamón, donde existían, aun con la certeza de que fue saqueada, y por lo tanto reinstalados con posterioridad.
¿Varias pirámides para un mismo faraón?
Otro problema que se nos presenta en el estudio de las pirámides es la identificación de varias pirámides para con un mismo dueño. El caso más célebre es el del faraón Snofru, padre del soberano Keops (dueño de la pirámide más grande de la meseta de Gizeh) y que reinó en la dinastía IV hacia el 2600 a. C. A este monarca se le atribuye la construcción, o al menos, la terminación de nada menos que tres pirámides. Estas se encuentran en dos lugares: las dos de Dashur (una de ellas acodada), y la ubicada en Meidum. La respuesta más lógica a esta cantidad es que no todas fueron tumbas o funcionaron como sepultura del faraón. La existencia de cenotafios o monumentos meramente erigidos con una finalidad ceremonial en el antiguo Egipto, están más que demostrados por la existencia de ellos mismos. Estas pirámides se explicarían como cenotafios adecuados al estilo arquitectónico de la época. De esta misma manera se podría explicar el vacío observado en la pirámide de Sekhem-khet que comentamos detenidamente más arriba. Tampoco podemos, no obstante, determinar cuál de las tres atribuidas a Snofru fue realmente su última morada al haber sido todas saqueadas en la antigüedad.
La tipología de las pirámides ha sido muy variada, aunque siempre dentro del lógico enmarque prismático que todos conocemos. Podemos seguir con bastante precisión la evolución de la pirámide hasta llegar a la pirámide real. Este planteamiento, a fin de cuentas, lo que nos va a demostrar, una vez más, es que las pirámides eran tumbas.
En primer lugar los enterramientos más antiguos construidos en piedra, recibían el nombre de mastaba. Este término que en árabe significa «banco», hace honor a su forma, muy parecida a este tipo de asiento. Así vemos una construcción en piedra (más antiguamente también en ladrillos de adobe) no muy elevada y con paredes en talud, es decir, ligeramente inclinadas hacia el interior, formando lo que sería la base de una pirámide si la cortáramos por la mitad. Estas edificaciones variaban en tamaño y nos las encontramos entre los 10 y lo más de 50 metros de lado. El paso definitivo a la pirámide real, a grosso modo, es la pirámide del faraón Zoser quien hacia el 2700 a. C., encargó a su arquitecto Imhotep la construcción de su complejo funerario. Por ello pasaría a la historia de la arquitectura, al ser el primer arquitecto de nombre conocido, e incluso a ser objeto de culto en su tiempo. Esta pirámide consiste en seis escalones que no son más que la sucesión de varias mastabas superpuestas cada vez de menor tamaño. La pirámide propiamente dicha aparece por primera vez con el faraón Keops y de forma tan colosal como todos conocemos. Esta evolución tipológica nos hace deducir que las pirámides al ser un paso más en el desarrollo arquitectónico eran también tumbas tal y como hemos expuesto hasta el momento.
La ayuda de la filología
También podemos encontrar algunas pruebas en el campo de la filología. La pirámide en tiempos pretéritos fue llamada casa de eternidad, usando así un término que hoy llamaríamos eufemismo pero que encaja dentro de la mentalidad egipcia a la que ya nos hemos referido y en nuestra propia explicación. Sus caras recibían, a su vez el nombre de escaleras para ir al cielo. Esto también cuadra si lo cotejamos con el nombre más usado para este monumento, Mr y que se lee «mer», cuya traducción se aproximaría bastante a lugar de ascensión. Más adelante señalaremos otros aspectos más interesantes sobre este término. Pero ahora nos limitaremos a llamar la atención sobre el significado de las mencionadas expresiones ya que denotan una clara connotación funeraria vinculada a la unión con la divinidad.
Conservamos multitud de textos escritos sobre papiro que corresponden a documentos oficiales redactados en los juicios a ladrones que ya en la antigüedad vivían del saqueo de las tumbas. Para ilustrar nuestra hipótesis utilicemos el papiro Leopold-Amherst, 2, 4-3, 2. El texto en lo esencial dice lo siguiente: «Fuimos a robar las tumbas de acuerdo con nuestro hábito regular, y nosotros encontramos la pirámide del rey Sekhmere-Shedtawy, el hijo de Re, Sebekemsaf. Esta [pirámide] no era como las tumbas de los nobles que normalmente íbamos a robar (…). Encontramos sus cámaras subterráneas y llevábamos candelas con luz y nosotros fuimos hacia abajo. Rompimos la mampostería y encontramos el pasillo descendente y encontramos al dios (el faraón) yaciendo al fondo de su cámara sepulcral. Y nosotros encontramos la cámara sepulcral de la reina Nubkhaas, su reina, situada detrás de él (…). Abrimos sus sarcófagos y sus ataúdes en los cuales ellos estaban y encontramos a la momia noble de este rey equipada con un halcón;…»
El mencionado faraón, Sebeksemsaf, cuyo reinado ocupó el décimo lugar en la dinastía XVII de Tebas, y apodado «el Grande» por sus contemporáneos reinó dieciséis años. Las fechas de dicho reinado son difíciles de precisar aunque más o menos lo podemos datar sin equivocarnos en demasía hacia el 1610 a. C.
Pirámides e hipogeos
El texto en sí evita mayores comentarios. Habla de una pirámide en la que se robaron una serie de tesoros a un faraón enterrado en ella. No cabría plantear más dudas si abandonáramos la redacción en este punto. Pero siendo realmente honestos debemos añadir algunas matizaciones aunque el resultado a fin de cuentas es el mismo. En egipcio la palabra pirámide se escribe mr, tal y como ya hemos explicado anteriormente, y se representa con los jeroglíficos que comprenden estos sonidos más el ideograma correspondiente a la palabra pirámide (un triángulo con una pequeña base). Con este término los documentos se refieren a la pirámide propiamente dicha y a un tipo muy particular de hipogeo. El problema es que, como ya tuvimos ocasión de aclarar al comienzo del texto, en el período en el que se redactó el papiro o por lo menos el momento en que el robo fue llevado a cabo, en Egipto no se construían pirámides en el sentido con el que hoy identificamos al término. La tipología de las tumbas de este momento se encuentra más cercana a los hipogeos que caracterizarán al Imperio Nuevo (1570 al 1000 a. C.) que a las desmedidas pirámides del Imperio Antiguo. Pero el nombre de pirámide les venía de una particularidad en su ordenamiento. Consistían en tumbas excavadas en la roca con una especie de pórtico en el exterior sujetado por un par de columnas y que se encontraban decorados por una pequeña pirámide en la parte superior. Estas tumbas que como decimos también se denominaban «pirámides» nos pueden complicar el problema en el contenido que tratamos. No obstante si hacemos uso de la lógica este problema se resuelve con facilidad. Es obligada la existencia de una razón natural por la que los egipcios denominaran de la misma manera a las pirámides en sentido estricto y a estos hipogeos de tipología tan particular. Con toda seguridad podemos afirmar que los dos eran tumbas. En los hipogeos está demostrado este argumento y también en las pirámides pero de manera indirecta. Entonces el sentido que tendría esta pirámide de menor tamaño colocada sobre el pórtico de entrada a la tumba nos indicaría que nos encontramos precisamente ante eso, una tumba. Este particular no sería más que un intento de emular una gran construcción por medio de un paralelo más pequeño y sobre todo más barato. El momento en que se construyeron estos hipogeos no era precisamente de bonanza económica por lo que entra dentro del campo de la lógica que usaran de estos medios para poder salir del paso. La magia dentro de la cultura egipcia siempre fue un fenómeno recurrido en caso de precariedad económica o por economía de recursos. Recordemos que las propias pinturas representadas en las paredes de las tumbas y que muestran mesas de ofrendas no tienen otra finalidad que reproducir precisamente lo que en cuerpo y espíritu imitan.
Con estas ideas no hemos querido más que profundizar de una manera didáctica, siempre que la ciencia lo permitía, en un aspecto sobre el que últimamente se han derrochado cantidades ingentes de literatura. Las teorías expuestas por los detractores de la Egiptología pocas veces muestran una solidez en los argumentos tal y como hemos visto en el desarrollo del trabajo. Con ello no queremos expresar que las pirámides no hubieran cumplido una finalidad pareja a la de ser el último lugar de reposo de los restos mortales de un faraón. Hoy la Egiptología reconoce el carácter místico del conjunto arquitectónico en el caso de la pirámide de Keops, pero ante todo señala su marcado carácter funerario.
No se pretende, pues, ser nada novedoso sino que únicamente tiene como misión el clarificar una serie de aspectos de difícil entendimiento, aunque a simple vista no lo parezcan, y que se nos presentan cada vez que vemos una explicación sobre el mundo de las pirámides y del fascinante antiguo Egipto.
© Nacho Ares 2014