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Cleopatra. La última maga de Égipto

Oct 2014

Artículo publicado originalmente en la revista Más Allá de la Ciencia en 2003

Hace casi 2.000 años el reino de Isis había superado con creces los limes del Valle del Nilo. Los templos dedicados a esta diosa egipcia se extendían hasta los últimos rincones del Imperio Romano. Inglaterra, Alemania e incluso Rusia acogieron bajo su cielo los misterios de esta divinidad faraónica. Buena parte de la culpa de la exagerada difusión del culto a esta diosa madre la tuvo Cleopatra. Han transcurrido más de veinte siglos desde su desaparición y, sin embargo, sigue siendo un personaje de constante actualidad. Y ahora si cabe, más. En los últimos meses, hemos revivido su fascinante historia con la película inspirada en el cómic de Albert Uderzo y René Goscinny, Astérix y Cleopatra. Todavía tenemos fresca la noticia aparecida a finales de 2000 referente a un papiro del Museo Egipcio de Berlín (P 25 239) sobre el que se podía leer la supuesta firma de la mismísima reina. Por su parte, durante la primavera y verano del año 2001 el Museo Británico de Londres organizó la exposición más grande jamás realizada en torno a Cleopatra con más de 400 piezas. Poco antes de realizarse esta exposición, medios de comunicación de todo el mundo se hacían eco de otra sensacional noticia arqueológica: un grupo de submarinistas y arqueólogos franceses acababa de descubrir en la bahía de Alejandría lo que parecían ser las ruinas del palacio de Cleopatra, en definitiva pruebas más que suficientes para demostrar la cautivadora fuerza de esta mujer que para muchos fue la última gran maga de Egipto.

Historia de una reina

Cleopatra VII (69-30 a. C.), fue la última regente de la dinastía macedonia de los ptolomeos instalada en el trono de Egipto a la muerte de Alejandro Magno por uno de sus generales, Ptolomeo, en el año 323 antes de nuestra era. Hija de Ptolomeo XII Auletes, Cleopatra subió al trono de las Dos Tierras en el año 51 a. C., cuando solamente contaba cleopatraII_05_nacho-arescon 18 años de edad. Para ello se casó con su hermano Ptolomeo XIII, de 12, con quien gobernó en corregencia hasta que, con la ayuda de Julio César (100-44 a. C.) de quien tendría un hijo, Cesarión (47-30 a. C.), consiguiendo gobernar en solitario a partir del año 47. Más tarde, el declive vendría tras su unión con Marco Antonio (83-30 a. C.), de quien la reina tendrá dos gemelos, matrimonio que supuso el fin de una era gloriosa para Egipto, y la inclusión del país como una simple provincia más de Roma a manos de Octavio (63 a. C.-14 d. C.).
Las crónicas hablan de Cleopatra como una mujer extraordinariamente culta y con una personalidad arrolladora. Dominaba siete idiomas y siempre se interesó por la cultura y el pasado de Egipto, quizás como una forma de suplir su origen extranjero ya que, como el resto de soberanos de la dinastía ptolemaica, Cleopatra era griega. Es posible que todas estas virtudes hicieran que su imagen se exagerara desde el punto de vista físico. Su mítica belleza, famosa gracias a las obras de arte y al cine moderno, no tiene ningún respaldo arqueológico a tenor de los retratos que de ella nos han llegado. No obstante, como afirmaban los que la conocieron, el tono de su voz y su forma de ser eran capaces de encandilar al monarca más inquebrantable.
A pesar de todo, nadie puede dudar de que detrás de esa real presencia que tanto distinguió a Cleopatra, se encontraba otra realidad más interesante que la que pueden proporcionar la historia de los amoríos de la reina o las leyendas relacionadas con su hermosura. Cleopatra fue ante todo sacerdotisa de Isis y como tal aparece en los textos egipcios de la época. Un papel que acabó por convertirla en un importante personaje de la vida religiosa y mágica egipcia, verdadero puente hasta Occidente de una tradición que durante miles de años había conseguido expandirse por todo el Valle del Nilo.

Embajadora de los dioses

cleopatraII_03_nacho-aresPese a su origen griego, los ptolomeos se sintieron atraídos de forma casi irresistible por la cultura de Egipto. En Cleopatra contamos con un claro ejemplo de ello. La reina sabía que la única forma de alcanzar el impresionante legado iniciático de sus ancestros era por medio de sus sacerdotes. Y qué mejor lugar para aprender que la antigua capital de Menfis. Aunque su poder político había desaparecido en favor de la moderna Alejandría, Menfis todavía conservaba ese halo de religiosidad mistérica que le habían proporcionado miles de años de especulación mitológica. Casi con toda seguridad Cleopatra se inició en esta ciudad en los ritos de Isis y en especial en su “mensaje de salvación” que tanta importancia adquiriría en el orbe romano con posterioridad.
En el mismo período histórico en el que se desarrolla la vida de Cleopatra florecieron también los cultos egipcios a los toros sagrados. Conservamos numerosos testimonios de la propia reina y de sus antecesores realizando este tipo de rituales mágicos al toro Buchis de la ciudad de Hermonthis, cerca de la antigua Tebas. En estos relieves aparece siempre el soberano realizando ofrendas al toro sagrado, animal que en este período estaba identificado con los cultos solares y del que no es extraño encontrar pasajes en las tumbas hacia capillas levantadas ex profeso en honor a este dios.
Al igual que hoy, en época grecorromana la gente creía que los egipcios eran los más diestros en temas religiosos. Por ello no es de extrañar la espectacular persuasión que generó la figura de esta mujer en la Roma del siglo I antes de nuestra era. Precisamente, Cleopatra es una de las causantes de que los cultos de Isis se expandieran por el mundo romano. Muy posiblemente a su influencia se deba el hecho de que en época postfaraónica fueran adoptados en el mundo clásico como uno de los cultos mistéricos más extendidos. Su importancia llegó a ser tal que incluso hubo un templo de Isis en el Campo de Marte, en Roma.
No en vano Isis era la diosa egipcia de la magia, heka, un extraño concepto naturalista que en ocasiones se aleja de la idea convencional que nosotros tenemos de la magia como algo oculto. Como embajadora de Isis, Cleopatra conocía perfectamente todos los secretos de heka. Seguramente ella misma empleó algunos para intentar abrirse camino en su complicada vida política y amorosa. Conservamos numerosos ejemplos de figuras de cera todavía empleadas en oscuros rituales durante la época ptolemaica. La magia de execración consistía en simular por medio de heka la figura de una persona en una figura de cera o barro. Ésta era atravesada literalmente por agujas o simplemente arrojada al suelo para que se partiera en decenas de pedazos. Con ello, se pensaba que se destruía la imagen y la personalidad del sujeto atacado. Un ritual muy parecido al popular vudú y que debió de estar presente en la desaparición de Ptolomeo XIII y Ptolomeo XIV últimos obstáculos de Cleopatra para gobernar sobre todo Egipto en solitario.

Los ritos de Isis

Parte de los cultos mistéricos de Isis fueron descritos en el 140 de nuestra era en la obra del escritor latino Apuleyo. En sus Metamorfosis o El Asno de Oro, describe el proceso que él mismo sufrió para iniciarse en el culto de la diosa.
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La codiciada salvación venía de la mano de un renacimiento mágico de la persona, una ruptura total con su pasado de manera similar a la pérdida del pecado original por medio del bautizo cristiano. Para ello el neófito debía vestir una túnica blanca como símbolo de ese renacer inmaculado. En procesión los iniciados caminaban hasta la entrada del templo, lugar en el que residirían hasta que siguiendo una vida casi ascética privada de todo tipo de lujos y esplendores esperaban la llamada de la propia Isis quien, a través de los sueños, comunicaba a sus futuros sacerdotes la llegada del momento para iniciarse en los misterios de la noche.
Elegido el día, el iniciado debía adquirir los elementos necesarios para el ritual. El primero de los pasos era un baño de purificación en el lago sagrado del templo. Después, a media tarde, a los pies de la estatua de la diosa, el iniciado recibía de boca del sumo sacerdote las instrucciones secretas de Isis. Entre ellas estaba que en los próximos diez días debía abstenerse de los placeres de la mesa. Pasado este tiempo, durante la puesta de sol, el iniciado se prepararía para el paso definitivo. Durante la noche era testigo de extrañas visiones y de mensajes solamente comprensibles al entendimiento del iniciado. Finalmente, al amanecer se vestía a la manera de los cultos solares tradicionales –con una túnica de lino floreada, una antorcha y una corona de palmera.
El proceso finalizaba con un banquete de bienvenida a la religiosidad de Isis. Luego el iniciado podía abandonar el templo y marchar con los suyos.
Lógicamente Apuleyo, siguiendo las estrictas normas de secretismo de los misterios, no proporciona ningún detalle sobre el final del ritual. La amplia difusión de los cultos de Isis pronto superó a los de su esposo Osiris, instaurados tiempo antes en la ciudad de Roma, llegando a rivalizar incluso con los dioses romanos y con la recientemente aparecida religión cristiana.
El helenista francés Guy Weill Goudchaux defiende la idea de que César se acercó a Cleopatra por otras razones de más peso que las amorosas. Considerando la idea de que el origen del propio César, la familia Juliana, tenía la creencia de que provenía de Venus. Así pues no era de extrañar su acercamiento a la “diosa” egipcia en un intento de justificar su origen divino. Una suerte de quid pro quo religioso entre Cleopatra y el propio César, que culminó cuando la reina egipcia, durante su estancia en Roma, recibió reconocimiento divino al colocársele una estatua en su honor dentro del templo de Venus.
En esta misma línea se encuentra el hecho de que a su vuelta a Alejandría, Cleopatra creó nuevos papeles religiosos para la mujer, si bien es cierto que estaban muchos de ellos basados en el viejo concepto de “esposa del dios”, título llevado por numerosas reinas en época faraónica.
En este escenario mitológico en el que los hombres desempeñan el papel de los dioses, también tiene su propio significado el encuentro entre Cleopatra y Marco Antonio. Según nuestro visión moderna de la religiosidad, Goudchaux explica este cruce como una especie de cruce entre Venus y un cliente en un burdel, algo que Plutarco más finamente definió en el siglo II d. C. como el encuentro entre Afrodita y Dioniso.

Peregrinación hasta Filae

Junto a César, Cleopatra realizó un viaje increíble a lo largo del Nilo. Acompañados por cuatrocientos barcos, muchos con tropas del ejército egipcio a bordo, la pareja divina viajó río arriba en un periplo que para algunos fue una especie de celebración victoriosa, un simple paseo, una misión política o una espectacular luna de miel, pero que visto con detenimiento se revela como un claro recorrido iniciático.
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Tanto César como Cleopatra navegaban en el barco de la reina, un inmenso palacio flotante de 90 metros de longitud, construido con madera de cedro y ciprés. Sobre la cubierta había espacio suficiente para un jardín, un paseo con columnas, un enorme salón de comidas e incluso capillas para dioses.
Los historiadores modernos han podido hacer una reconstrucción minuciosa de ese viaje. Por ejemplo, se sabe que el comienzo del trayecto tuvo lugar en la meseta de Gizeh, donde César se quedó perplejo ante las Grandes Pirámides, pudiendo entrar incluso en la más grande de ellas, la de Keops, igual que hiciera tres siglos antes Alejandro Magno y mucho tiempo después Napoleón Bonaparte.
Una semana después, César y Cleopatra llegaron a la región tebana, alcanzado un poco más al sur la ciudad de Hermonthis. En ese lugar, en el que la reina había presidido la fundación del templo del toro Buchis, Cleopatra mandó levantar una capilla en honor del futuro hijo de ambos, Cesarión.
Pero sin duda, el momento culminante de este viaje iniciático llegó al final del mismo. En la ciudad de Aswan, muy cerca de la frontera sur del país, Cleopatra fue recibida como la encarnación misma de Isis. Por su parte, César, como divino consorte de la diosa, fue asimilado con el todopoderoso dios Amón.
Este encuentro mágico no tardó en cruzar el Mediterráneo y llegar hasta los confines más remotos del Imperio. Todo ello caló hondo en la mentalidad mágica y supersticiosa de los romanos. Quizás el matrimonio divino entre Cleopatra y César, y más tarde con Marco Antonio, fue el punto de inicio del nacimiento de una Egiptomanía en toda regla que, según la helenista Carla Alfano, se extendería por el orbe de Roma hasta bien entrado el siglo IV después de Cristo. La importancia de Cleopatra en la sociedad de la ciudad, especialmente en las clases adineradas, quedó de sobra justificada con el impulso y expansión de la cultura faraónica, impulso que tiempo atrás ya había sido alimentado por los cultos a la diosa Isis.
A decir de este tipo de hechos podemos asegurar que la relación de Cleopatra con César fue todo lo divina que no tuvo su idilio con Marco Antonio. La muerte de la reina tras inocular de forma voluntaria, según la tradición literaria, el veneno de una víbora áspid o el de una cobra, símbolo por antonomasia del poder faraónico, los expertos no se ponen de acuerdo, pudo haber tenido quizás un trasfondo mágico. Como iniciada en los ritos de Isis, Cleopatra seguramente conocía el valor tónico de estas criaturas. Muchos textos sagrados de los antiguos egipcios nos hablan del valor regenerador y renovador de las serpientes. La reina quizás, conocedora del final de la etapa que acababa de culminar, decidió dar un paso adelante y de la mano de la milenaria Meretseger, la diosa cobra de las necrópolis de Tebas, emprender un camino de gloria por el inframundo; un verdadero paseo triunfal del que todavía podemos oír el estruendo de los clamores dos mil años después.

© Nacho Ares 2014

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