Publicado en la revista Más Allá nº64, octubre 2002.
Cambiaron la piqueta por la escafandra y las botas por las aletas. Todo por salvar del atropello uno de los mayores tesoros legados por la antigua ciudad de Alejandría a la humanidad, el palacio de la más fascinante de sus reinas: Cleopatra.
La inmersión no podía esperar más tiempo. El gobierno egipcio había anunciado para el año 1993 la construcción de un rompeolas frente a la fortaleza de Qaytbay. Una decisión arriesgada e incomprensible toda vez que los investigadores sabían que precisamente allí, se encontraba la mayor parte de las construcciones de la antigua ciudad de Alejandría; entre ellas la Biblioteca y el mítico Faro, una de las Siete Maravillas del mundo antiguo.
Un equipo francés capitaneado por el egiptólogo Jean-Yves Empereur, fundador del Instituto de Alejandría, se prometió a si mismo demostrar a las autoridades egipcias el grave error que significaba aquella decisión. No tuvieron muchos problemas para conseguirlo ya que, a poco más de 8 metros de la superficie, estaba su gran tesoro.
Los gigantescos bloques de granito y mármol todavía rezumaban la intensidad de los momentos históricos que allí se vivieron. Según los autores clásicos, durante su máximo esplendor más de 300 sirvientes corrían por sus pasillos, atentos a las necesidades de su señora. Hoy día no es más que un montón de ruinas; el hábitat ideal para anémonas, chetodones o tangos azules que indiferentes, flotan y bucean entre columnas y esfinges ahogadas, pasivos a la importancia de aquel lugar. Es el palacio de la reina Cleopatra (69-30 a. de C.) que, 20 siglos después, contempla el paso del tiempo desde las profundidades de la bahía de Alejandría.
La alcoba de Cleopatra
En el siglo I a. de C., momento histórico en el que se desarrollaron los acontecimientos que aquí describimos, un millón de almas tenía cobijo en las callejuelas de Alejandría. Auténtica capital cultural del mundo antiguo, ocupando el papel que antaño desempeñó la ahora vetusta Atenas de los griegos, Alejandría presumía de poseer más de 4.000 palacios y 400 teatros. Y lo más importante de todo: en su costa brillaba como un auténtico sol el famoso Faro, cuya luz era visible desde más de 60 kilómetros en el interior del mar Mediterráneo.
Sin embargo, el paso del tiempo no tuvo clemencia con la apoteosis de Alejandría. Continuos terremotos hicieron que a finales del siglo XIV nada quedara del antiguo esplendor del palacio que había sido telón de fondo de aventuras amorosas tan famosas como la de Cleopatra con Julio César (100-44 a. de C.) o con Marco Antonio (83-30 a. de C.). Hoy día, la Alejandría en la que vivieron estos monstruos de la Historia permanece a 10 metros bajo el nivel de la ciudad moderna. La leyenda cuenta que, después de la muerte trágica de Cleopatra y su amante Marco Antonio, tras la derrota contra la flota de Octavio -el futuro Augusto- en la batalla de Actium (Grecia), en las calles de Alejandría se escuchaba el sonido del flautín del dios Dioniso que abandonaba la ciudad para siempre.
A pesar del desastre, el tiempo no pudo con la imagen de la reina Cleopatra VII, convirtiéndola después de todo en un ser casi mítico de su época. Pocas son las representaciones que se conservan de esta mujer, cuyos encantos cautivaron a personajes tan importantes como el mencionado Julio César. Los romanos creían que era negra, idea que podemos descartar a decir de los retratos que se han conservado de ella en monedas o de la única figura que se le atribuye con ciertas garantías. Descubierta hace apenas dos décadas, el busto de mármol que se exhibe en Berlín, nos presenta a una mujer de pelo castaño-rubio, a decir de los análisis de la pintura, con una extraña belleza en su rostro.
En busca de la reina
Eran multitud los testimonios recogidos en boca de los pescadores de la zona, los que hablaban de la presencia en las cercanías de la costa alejandrina, de grandes bloques de piedra con extrañas inscripciones.
El equipo del francés Empereur, adelantándose a la construcción del rompeolas, realizó la primera prospección a comienzos de 1993, ayudado de una treintena de submarinistas. Avanzaron en su zodiac hasta llegar a un punto ubicado a poco más de 1 kilómetro de la costa, en el sector oriental de la bahía de Alejandría. Por suerte, aquel lugar, que había sido una zona militar muy restringida hasta hace poco tiempo, en los últimos años sufrió una apertura de sus restricciones.
Allí se lanzaron al agua los primeros submarinistas, no tardando en alcanzar su objetivo. A 8 metros de profundidad -casi se divisaban desde la superficie- aparecieron las ruinas de un gigantesco edificio. En una primera supervisión del terreno se contabilizaron más de 3.000 bloques de piedra, una vaga sombra de los que antaño habían sido columnas, pilares, obeliscos, esfinges, o tablillas de mármol que formaban el grandioso palacio de Cleopatra.
El hallazgo por parte de Empereur, del famoso Faro en el extremo contrario de la bahía y a la misma profundidad, hizo que el trabajo en aquella zona tuviera que dividirse entre varios equipos. El propio Empereur se dedicó al estudio del Faro y el palacio de Cleopatra fue investigado de manera exhaustiva por Franck Goddio, fundador del Instituto Europeo de Arqueología Submarina, sin duda alguna, uno de los mejores conocedores del terreno.
La importancia de los hallazgos ayudó, por fin, a entrar en razón a las autoridades egipcias. Desde El Cairo, el presidente Hosni Mubarak en persona envió la orden para detener la construcción del rompeolas en la bahía, a la vez que instaba al Servicio de Antigüedades a realizar un proyecto conjunto con el equipo francés para rescatar de las aguas todos los tesoros que se conservaban bajo ellas.
Goddio afirmó que realmente se trataba de un redescubrimiento, «pero es la primera vez que se procede a esta localización de forma científica, gracias a años de estudios de documentos históricos y la utilización de las tecnologías más modernas, además de más de mil inmersiones submarinas realizadas por mí mismo y un equipo de 16 submarinistas».
El trabajo no era poco. Con la subvención de la Fundación Hilti, deberían de ubicar en un plano, medir y limpiar de algas para su estudio a los miles de bloques de piedra que formaron el antiguo palacio de Cleopatra.
Un sueño que puede ser realidad
A pesar de todo lo espectacular que nos pueden parecer los hallazgos realizados en Alejandría, su futuro no deja de ser incierto, es decir, el mismo al que deben enfrentarse miles de monumentos en el país de los faraones. El gobierno egipcio, en palabras de Ibrahim Darwish, Director del Departamento de Arqueología Submarina, está considerando la posibilidad de construir junto a esta ciudad el primer museo submarino del mundo, dejando todo en el mar y permitir que la gente pueda ir hasta allí para verlo.
Se cuentan por decenas las piezas que han sido extraídas de las aguas en los últimos cinco años y que todavía esperan a su restauración en el teatro romano de Alejandría. Si hubieran sido dejadas bajo el agua no sufrirían ahora por el problema de la desalinización. Sin embargo, como afirma Gaballah Ali Gaballah, a la sazón Secretario General del Servicio de Antigüedades, la construcción de un museo submarino, no es más que otro sueño que ha de sumarse a la cantidad ingente de trabajo que requiere el patrimonio egipcio.
© Nacho Ares 2002