Artículo publicado en el monográfico de la revista Más Allá 54, «El libro de los muertos. Secretos egipcios del Más Allá» (2008)
Puedes ver un vídeo en donde te explico la historia de este increíble texto aquí.
El Libro de los Muertos es el texto funerario egipcio más conocido. En sus casi 190 fórmulas y letanías se recogen los medios que el difunto debía disponer para evitar los contratiempos del camino y alcanzar con éxito el reino de Osiris en el Más Allá.
Su enorme difusión ya en época faraónica ha hecho que hoy consideremos al Libro de los Muertos como el texto religioso egipcio más importante. Realmente no fue así, el Libro del Amduat le supera en muchos aspectos (en ocasiones se colocaban juntos al lado del difunto), aunque sí es cierto que el texto en el que aquí nos detenemos cuenta con una serie de elementos que lo hicieron muy popular desde que aparecieron las primeras versiones, allá por el comienzo de la XVIII dinastía, hasta prácticamente el final de la época grecorromana.
Los Textos de las Pirámides se convirtieron de forma natural en los Textos de los Sarcófagos para que en los albores del Imperio Nuevo (dinastía XVII) viera la luz, finalmente, el Libro de los Muertos, tal y como lo entendemos hoy día. Y es a lo largo de las dinastías XVIII y XIX cuando se difunde entre prácticamente todas las clases sociales.
Según versiones y recopilaciones, el Libro de los Muertos recoge 189 fórmulas o letanías que ayudaban al difunto a alcanzar el reino de Osiris, Rostau. Todas ellas empiezan con la frase “Fórmula para…” seguida del texto mágico que debía de ser declamado por el difunto para pasar una puerta, conocer el nombre de un guardián, la descripción de un lugar laberíntico, etcétera. Con estas fórmulas se pretendía que el difunto tuviera una idea clara y concisa de lo que se iba a encontrar en su paso hasta y después de acceder a Rostau.
Los primeros ejemplos los encontramos escritos sobre vendajes de momias o en las paredes de algunos sarcófagos. Su origen está en los no menos conocidos Textos de las Pirámides. Precisamente en la última parte de la recopilación de fórmulas que forman el Libro de los Muertos (pasajes 177 y 178), encontramos letanías enteras extraídas de los Textos de las Pirámides y otras fórmulas de significado similar para unir al difunto con las estrellas del cielo.
Su origen geográfico parece estar en la ciudad de Tebas, la gran capital de Egipto en este momento, desde donde se expandió por todo el Valle del Nilo. Salvo en el reinado de Amenofis IV, el faraón hereje Akhenatón, cuando hubo un pequeño receso en la producción de este tipo de textos, el conjunto de fórmulas que formaban el corpus completo del libro se prodigó en todas las épocas.
Del Imperio Nuevo conservamos ejemplos de gran calidad escritos sobre rollos de papiro, decorados con ilustraciones de brillantes colores. A partir de la dinastía XIX, desde el reinado del faraón Merneptah, algunos pasajes los encontramos dibujados sobre las paredes de las tumbas reales y poco después incluso sobre los muros de los templos, como es el caso del templo de Ramsés III en Medinet Habu.
Los ejemplos más comunes son los que no tienen ilustraciones. Éstas se empleaban ocasionalmente para reafirmar el significado de un texto o, por el contrario, para abreviar el contenido del mismo.
Sin perder de vista la finalidad original del documento -ser una herramienta para ayudar al difunto en su viaje por el Más Allá-, en algunos períodos se fueron añadiendo o retocando diferentes fórmulas o himnos a divinidades solares. Ésta es la razón por la que sea realmente complicado para los especialistas resolver el problema de dónde está el principio y el final de las fórmulas, si es que podemos hablar de un comienzo y un final.
Textos fragmentarios
La versión que mejor ha llegado hasta nosotros se fecha en época ptolemaica, hacia mediados del siglo III a. C. En este ejemplo se conservan casi 150 sentencias del Libro de los Muertos. No es extraño. Los especialistas han tenido que hacer acopio de varias versiones para tener todas las fórmulas, no porque los textos se hayan perdido sino porque los egipcios depositaban en sus tumbas las fórmulas que ellos creían que les iban a ser de más utilidad. En parte este hecho se debe a la carestía del papiro.
Ésta es la razón por la que lo que hoy conocemos como Libro de los Muertos es, hasta cierto punto, una edición artificiosa a partir de diferentes fragmentos reagrupados por los egiptólogos modernos. La colocación de los pasajes no fue igual en todos los períodos, ni todos tuvieron la misma importancia a lo largo de la Historia de Egipto. Sin embargo, en ninguno de los “libros” que han llegado hasta nosotros faltaba la famosísima representación de la pesada del alma ante el tribunal de Osiris y la confesión negativa ante los cuarenta y dos jueces del Inframundo, momento del viaje del difunto que se desarrolla en el pasaje 125.
El propio nombre de Libro de los Muertos, así como la numeración de los pasajes y fórmulas, es algo completamente impuesto por criterios modernos. Los egipcios no numeraron las fórmulas. Además, ellos llamaban a este singular compendio el Libro para Salir al Día, es decir, el libro para continuar viviendo en el Más Allá. Fue el egiptólogo alemán, Karl Richard Lepsius (1810-1884) quien en 1842 publicó en Leipzig su Das Todtenbuch der Ägypter nach dem hieroglyphischen Papyrus in Turin, literalmente, El libro de los Muertos de los egipcios del papiro jeroglífico de Turín, un ejemplar bastante completo de época ptolemaica, permaneciendo hasta ahora ese nombre.
Un viaje por la muerte
El propósito último de las fórmulas expuestas en el Libro de los Muertos era la protección y el aprovisionamiento del difunto. Utilizando el poder de la palabra, el hecho de dejar por escrito junto a la momia esas fórmulas garantizaba que el difunto se beneficiara de ellas en su tránsito hacia el Más Allá.
La sentencia número 1 identifica al difunto con el dios Thot, lo que le inicia en el conocimiento de los misterios que rodean al mundo y la figura de Osiris. La escena muestra la llegada de la procesión funeraria a la tumba acompañada de plañideras, los sirvientes con las ofrendas y el catafalco con la momia.
La número 6 recogía una fórmula mágica gracias a la cual las figuras funerarias que acompañaban al difunto en la tumba (los ushebtis) cobraban vida. De esta manera, el difunto podría tener ayuda de sus servidores cuando llegara el momento de realizar tareas agrícolas en los campos de Ialu.: ¡Oh, shabti a mí designado! Si soy llamado o soy destinado a hacer cualquier trabajo que ha de ser hecho en el reino de los muertos, si ciertamente además se te ponen obstáculos como a un hombre en sus obligaciones, debes destacarte a ti mismo por mí en cada ocasión de arar los campos, de irrigar las orillas, o de transportar arena del este al oeste: ‘Aquí estoy’, habrás de decir.
La sentencia número 17, una de las más extensas, ofrecía un escenario doctrinal a partir de diferentes conceptos de la religión solar. Desde el Ave Fénix hasta el gato, como símbolo solar, acabando con la temible serpiente Apofis, el texto desarrolla con pasajes y glosas a modo de aclaraciones, varios de los conceptos básicos de la religión solar egipcia. Este capítulo servía para instruir al difunto en los pilares básicos de la religión. Este pasaje es repetido en otros textos funerarios de este mismo período, como el Libro del Amduat. Más allá de la lucha entre le bien y el mal, esta letanía de un marcado carácter solar, viene a señalarnos la idea del desarrollo del tiempo un continuo y monótono renacimiento del disco solar cada amanecer. El difunto, identificado como el disco solar, debía superar uno de los momentos más críticos del viaje y poder eliminar por medio de conjuros a la maléfica serpiente Apofis.
La recuperación de los sentidos
Otro de los pasajes más conocidos e importantes se presentaba en la sentencia número 23 (a la derecha). Gracias a ella el difunto contaba con la fórmula para recibir el ritual de Apertura de la Boca. Un sacerdote ante la momia puesta en pie en su ataúd frente a la entrada de la tumba, conseguía abrir la boca de la momia, es decir, hacerle recuperar los cinco sentidos para que disfrutara de ellos en el Más Allá. De esta manera, una vez cruzado el Más Allá hasta el reino de Osiris podría ver, oír, tocar, oler y saborear todas las ofrendas que hasta su tumba le hubieran acercado sus seres queridos. Además de ser empleado con las momias este ritual mágico también se usaba para dar vida a cualquier tipo de animal sagrado e incluso templos o estatuas, a las que en un principio estaba destinado este ritual. Antiguamente era llevado a cabo por el mismo artesano que hacía la estatua sin necesidad de usar un sacerdote intermediario con la divinidad. No sería hasta bien entrado el Imperio Nuevo cuando esta ceremonia queda fijada de una forma ritual junto a un texto religioso estipulado. En el caso de las momias el ritual de apertura de la Boca se celebraba en dos ocasiones. Primero se realizaba inmediatamente después de finalizar el proceso de embalsamamiento, en el propio taller de los embalsamadores. Como he señalado, más tarde el ritual se repetía antes de que el ataúd y la momia fueran colocados en el interior de la tumba para la eternidad. Puesta la momia en pie a la entrada de la tumba, tal y como nos ha sido legado en varias representaciones bien sobre papiros o sobre los frescos de la propia tumba, ante el difunto se colocaban los sacerdotes que iban a celebrar el ritual. Había un sacerdote sem que hacía las funciones de Horus como hijo de Osiris en Egipto. Salmodiando unos cánticos antiguos basados en los Textos de las Pirámides, el sacerdote tocaba el rostro del difunto y la estatua de su ka con una azuela y un cincel. Con este gesto ritual el difunto recuperaba automáticamente los sentidos. Al mismo tiempo, otros sacerdotes detrás del sem realizaban libaciones en memoria del difunto o quemaban incienso. Seguidamente, se sacrificaba un buey y se presentaba en ofrenda la pata delantera izquierda de la res. Aunque se desconoce el significado de esta parte del ritual, puede que estuviera relacionado con algún intento de recuperar la actividad sexual del individuo. La ceremonia finalizaba con el último adiós de la esposa o del esposo y con la ruptura ceremonial de varias tinajas.
A lo largo de este extraño ritual, un sacerdote lector no cesaba de recitar plegarias en honor del difunto o fórmulas mágicas que le ayudaran a cruzar los enrevesados y peligrosos caminos que conducían al Más Allá.
Las sentencias 31 a 35, están encaminadas a solventar cualquier tipo de problema que pudiera tener el difunto si se encontraba con cocodrilos o serpientes.
El mayor peligro se solucionaba con las sentencias 38 a 40 (arriba a la izquierda) en donde se proporcionan todas las claves necesarias para poder sortear la acción maligna de la serpiente Apofis, la misma que intentaba eliminar al sol cada día en su viaje nocturno.
La sentencia número 45 está protagonizada por el dios Anubis. Gracias a ella, el dios con cabeza de chacal garantiza la perdurabilidad del cuerpo del difunto evitando la putrefacción del mismo.
El «mapamundi» del Más Allá
El propio entorno geográfico del Valle del Nilo condicionó la reflexión teológica sobre la apariencia del paisaje del Más Allá. Para los antiguos egipcios era inconcebible que su Inframundo careciera de un largo río por el que navegar. Al igual que en su valle estaba el Nilo, en el Más Allá debía de haber otro gran río por el que viajar y deambular. En una cultura en la que no existían los puentes y todo el trasbordo por el río se realizaba en barcas, era necesario que en el Libro de los Muertos se proporcionaran las fórmulas mágicas necesarias para poder conseguir un bote con el que poder moverse. Así lo encontramos en las sentencias 98 y 99. En ocasiones las tumbas ya venían dotadas de maquetas de estas barcas para que el difunto sólo con el texto mágico las hiciera “revivir” en el Más Allá. Contamos con una buena muestra de estas barcas en miniatura, por ejemplo, en la tumba de Tutankhamón.
La sentencia 110 (derecha) describe el aspecto de uno de los paraísos a los que puede llegar el difunto, Rostau, cuyo acceso se encuentra en las sentencias 117 a 119. La escena de este pasaje representa la geografía de Rostau; varias escenas, en forma de registros superpuestos, se nos presentan rodeadas por canales de agua. Allí podemos ver al difunto en varios de ellos en su barca navegando por los marjales del Lago de las Ofrendas, trabajando en los campos de cultivo, o junto a la Garza de la Abundancia. En el registro inferior encontramos en un extremo a varios miembros de la Gran Enéada, cada uno de ellos con una pluma de avestruz sobre la cabeza, símbolo de la diosa Maat, el equilibrio cósmico. En otro extremo vemos al difunto acercándose a una barca con proa y popa en forma de serpiente, en donde se ve su trono sobre el que ha de entrar en el reino de Osiris.
El tribunal de Osiris
La meta de este camino iniciático llegaba cuando el difunto, después de encontrar el sendero correcto, alcanza la tierra de Osiris: Rostau. El pasaje 125 nos describe dos de los momentos más importantes de todo el proceso. Por un lado la Confesión Negativa y, por otro, el Pesaje del Alma.
En los propios textos egipcios la descripción de este pasaje es realmente literaria y hermosa, y puede considerarse como uno de los grandes logros del pensamiento religioso egipcio. Su difusión fue tal que encontramos ejemplos del Libro de los Muertos en los que solamente se puso por escrito este pasaje, demostrándonos así la increíble importancia que tenía poder superar el juicio ante Osiris.
El marco en el que se desarrolla la escena es realmente evocador. Después de muchos apuros e inconvenientes, al final de un pasillo oscuro y lúgubre el difunto veía una gran puerta de cedro. Junto a ella, hierática, había una figura gigantesca con cabeza de chacal. A medida que sus pasos se iban acercando a la puerta, podía reconocer al todopoderoso dios de los muertos y de la momificación, Anubis. Sin mediar palabra, el dios le toma la mano y juntos cruzan la misteriosa puerta. Ante sus ojos se levanta un gran salón apenas alumbrado por unas pocas teas que pendían de las paredes. A ambos lados de la estancia, el difunto podía observar que, pegados a la pared, había cuarenta y dos asientos correspondientes al mismo número de jueces que se iban a encargar de evaluar la bondad o no de sus acciones sobre la tierra.
Éste era el primer gran paso del proceso. La llamada Confesión Negativa nos ofrece una idea clara del buen comportamiento que defendían los egipcios, más allá de las creencias religiosas. Como precisamente señala el propio nombre del pasaje, dado por los egiptólogos modernos, se trataba de la confesión de todas aquellas malas acciones que el difunto no había realizado en vida, lo que lo presentaba ante los dioses como un buen hombre. Es curioso descubrir en ellos un perfil social muy similar en muchos aspectos a temas que hoy son considerados igualmente execrables. En esta confesión el difunto declamaba ante los cuarenta y dos jueces de Egipto, cada uno representante de una de las provincias o nomos que componía el país, una sentencia que recogía básicamente el no haber realizado en vida ninguno de los cuarenta y dos pecados capitales que podrían comprometerle a lo largo del juicio. Con ayuda de esta máxima, el difunto se declaraba inocente de una serie de delitos, o de haber realizado algún acto éticamente incorrecto como robar, mentir, matar, defraudar en las medidas de grano, etcétera. Al mismo tiempo, parte de la confesión consistía en defender todas las virtudes que se suponían haber poseído en vida como defender al huérfano, alimentar al hambriento, saciar la sed del sediento, ayudar a la viuda o al desamparado, entre otros.
Tras la confesión, llegaba el momento culminante en el que se completaba esta declaración de inocencia.
El Pesaje del Alma
En el centro del salón (derecha) se alzaba una gran balanza de oro, la misma que iba a utilizar Anubis para pesar el corazón del difunto. Junto a ella estaba Thot, el dios con cabeza de ibis, preparado para tomar nota del resultado de todo lo que allí ocurriera. No lejos de la balanza gruñía una extraña bestia, Ammut, el Devorador. Se trataba de un monstruoso ser híbrido, compuesto por cabeza de cocodrilo, cuerpo de león y patas de hipopótamo. El Devorador era el encargado de dar buena cuenta de todo aquel que no pasara la prueba de la balanza. Al fondo del salón, bajo un rico baldaquino protegido por innumerables serpientes, estaba con sus más de cuatro metros de estatura, el dios Osiris, juez supremo y divinidad de la muerte. Acompañado de su esposa Isis y de la hermana de ésta Nephtys, Osiris seguía atentamente el proceso. Junto a él esperaba su hijo Horus, encargado de mediar entre el difunto y su padre.
Siguiendo las pautas descritas en el Libro de los Muertos, el difunto no debía tener ningún percance en este delicado momento. Era entonces cuando tenía lugar el pasaje de la psicostasia. Este término deriva de las palabras griegas “psico” que significa “alma”, y “stasia” que viene a decir “pesar”. En definitiva daba a entender el pesaje del alma del difunto, convirtiéndose en definitiva en el momento más importante de todo su periplo por el Más Allá, ya que de ser favorable podría conseguir el paso hacia los campos de Ialu. El encargado de realizar el pesaje en la balanza sagrada era el dios Anubis. En uno de los platillos colocaba el corazón de la momia, representado por uno de los amuletos que se le adjuntaban en el ritual de embalsamamiento, aquel que tenía forma de tinaja. En el otro plato el dios colocaba la pluma de cola de avestruz, símbolo por antonomasia de la diosa Maat, la divinidad portadora del orden cósmico universal y de la justicia. Colocadas ambas piezas sobre los platos, Anubis se retiraba y observaba atentamente el movimiento de la balanza. Tras un pequeño vaivén los platos quedaban equilibrados: el difunto era Justo de Voz, es decir, poseía un buen corazón ya que su peso no era superior al de la pluma de Maat. Lógicamente nada podía pesar menos que la pluma de la diosa.
Thot tomaba buena nota de lo ocurrido y se lo notificaba a Horus. Éste se acercaba a su padre Osiris, comunicándole el resultado del pesaje del corazón del difunto. Entonces, Osiris permitía el paso de la momia hasta su reino de los muertos, los campos de Ialu.
Pero aquí no llegaba el final de este dramático viaje. Una vez superado el proceso, el difunto debía de seguir empleando sus fórmulas para poder alcanzar algunos lugares concretos del Más Allá o poder recitar los himnos estipulados por la tradición para ciertos dioses. Ni siquiera aquí estaba libre de peligros, por lo que debía continuar invocando al poder de los dioses.
La entrada en Rostau
Cuando superaba esta suerte de Juicio Final, el difunto aún debía de superar más pruebas y evitar inconvenientes. Para continuar con éxito eran imprescindibles los textos mágicos del Libro de los Muertos. Justo antes de entrar en Rostau, el reino de Osiris, el pasaje 126 describe la proa de la barca de Ra, en donde viaja el difunto, hay un lago protegido por cuatro babuinos entre los cuales hay cuatro lámparas encendidas. Son los encargados de dar paso al difunto a Rostau, el reino de Osiris. Los babuinos dejan pasar al difunto y lo limpian de los restos de maldad y pecado que pueda traer de su paso por la tierra.
A partir de este momento, el texto funerario se encarga de proporcionar al difunto las fórmulas necesarias para conocer al detalle la geografía del mundo de Occidente, Rostau, y a sus habitantes. No era extraño que la momia se encontrara sin sol ni luna. Por lo tanto para evitar la oscuridad y conseguir luz, el difunto debía leer la letanía 137.
De la 141 a la 143 se nos habla de algunas de las divinidades asociadas a Osiris que habitan esta región. El texto nos dice cómo debemos presentarnos a ellas y qué ofrecerles para ganarnos su favor. Como si fuera un moderno juego de ordenador, en los pasajes 144 a 147 (izquierda) el difunto encuentra las siete (o veintiún) puertas de acceso al Más Allá. El texto da los nombres de los guardas de cada una de ellas y la fórmula que hay que recitar para ganarnos su gracia y poder entrar.
Una vez concedido el paso definitivo a la tierra de Osiris, el difunto debe mantener intacta su energía y sus posibilidades de supervivencia en este complicado lugar. Para ello están los pasajes 151 a 154. En ellos la momia encuentra qué elementos no pueden faltar en su funeral, cómo garantizarse el hecho de ser uno más entre los habitantes del Más Allá y, lo más importante, cómo evitar que la momia se consuma.
Los pasajes 155 a 167 nos dan pistas para protegernos en el Más Allá por medio de amuletos que nos confieran aliento de vida y reposo en el reino de Osiris. Estos amuletos eran colocados entre las vendas de la momia, más o menos cerca de los lugares que se querían proteger y activados por medio de las letanías del Libro de los Muertos. Su número fácilmente podía llegar sobrepasar el centenar, como en el caso de la momia de Tutankhamón en donde se colocaron casi ciento diez amuletos. El poder de estos amuletos radicaba en los textos que llevaban o en su forma. Muchos de ellos poseían una superficie lisa sobre la que se escribían los textos.
Todo ello está encaminado a evitar la segunda destrucción del difunto, fórmula mágica que queda reflejada en la letanía 176. En ella se ofrece protección contra el peligroso Oriente y su “Lugar de Destrucción”.
Para acabar el Libro de los Muertos, los últimos pasajes nos presentan una serie de textos e himnos en honor de Osiris o Thot. A modo de conclusión, la letanía 186 (derecha) es una descripción y adoración a la vaca Hathor como señora de la montaña del Oeste, el lugar en donde reside el reino de Osiris. La viñeta representa a una vaca (Hathor) saliendo de una montaña en la que suele dibujarse la tumba del difunto, remarcando así que su lugar de reposo está junto al reino de Osiris. Delante de la montaña permanece la diosa Opet en forma de hipopótamo. En las manos lleva elementos protectores para el difunto como una llama y un amuleto ankh con el que insufla vida a la momia.
La evolución lógica de la religión en los últimos siglos de la Historia de Egipto, la especulación a la que se vieron obligados los sacerdotes para adaptarse a las influencias que poco a poco iban invadiendo el Valle del Nilo, hizo que muchos de los capítulos del Libro de los Muertos desaparecieran para siempre. En época romana, por ejemplo, no es extraño encontrar solamente la representación del pesaje del alma, letanía 125, dibujada sobre el cartonaje que cubría la momia. Seguramente su sentido intrínseco ya se había perdido para siempre, casi 1.500 años después de su creación, pero seguía siendo utilizado durante el cambio de era como un mantenimiento algo forzado de una tradición que, poco a poco, iba perdiendo sus señas de identidad.
© Nacho Ares 2014