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El coloso de Deir el-Bersha

May 2014

Publicado en la revista Año Cero, nº279, septiembre 2013 con el título «El enigma de las piedras ‘volantes'»

Cuatro filas formadas por 172 hombres arrastran un enorme coloso de piedra colocado sobre un trineo de madera. La estatua mide casi 7 m, es de alabastro y su peso debe de rondar las 60 toneladas. Se trata de una imagen sedente de Djehutihotep, gobernador de una de las provincias más importantes de Egipto hace casi 4.000 años. ¿Puede explicar esta representación, única en la historia del arte egipcio, el gran misterio de los constructores egipcios? ¿Cómo consiguieron mover bloques de piedra que superaban con creces las 1.000 toneladas?

Bersha02_nacho-aresEn Egipto es extraño encontrar una necrópolis de época faraónica en la orilla este del río Nilo. Casi todas están en el lado contrario, el oeste, lugar por donde se pone el sol y en donde comienza el viaje al inframundo. Sin embargo, existen algunos ejemplos. A 260 km al sur de El Cairo se encuentra Deir el-Bersha. No sabemos por qué, pero se trata de una de esas ocultas excepciones.
Mi interés por uno de los grandes misterios de la civilización egipcia, el traslado de bloques de piedra de cientos de toneladas con sistemas aparentemente primitivos, siempre me ha admirado. Una de las claves para resolver este enigma puede encontrarse precisamente en Deir el-Bersha, en la tumba de uno de los gobernadores de Hermópolis, Djehutihotep (1922-1855 a. C.).
El enterramiento se encuentra en lo alto de una loma, con la entrada mirando hacia el sur. El patio que antecede a la cámara excavada en la roca está completamente destruido por un terremoto sufrido en la Antigüedad.
Había leído en muchas ocasiones sobre el relieve de la tumba de Djehutihotep, la número 2 de esta necrópolis del Imperio Medio. Los libros hablaban de un relieve en mal estado de conservación, en donde se podía ver cómo un grupo de hombres arrastraba por el desierto un enorme coloso de piedra. Y cuando el guarda abrió la puerta y pude ver con mis propios ojos la escena en la pared izquierda, la más occidental, me quedé muy sorprendido. Lo primero que me llamó la atención fue que no era un relieve, sino una pintura, y que su estado de conservación distaba mucho de ser malo. Al contrario, era mucho mejor de lo que nunca hubiera imaginado.

El coloso «camina» por el desierto

La escena es extraordinaria, no solamente por la calidad de la pintura, sino por el tema que representa, uno de los mayores enigmas de la ingeniería egipcia antigua. La pintura mide unos 3,25 m de largo por apenas 1,5 de alto. El texto que la acompaña describe la operación con todo lujo de detalles. El coloso procede de la cantera de Hatnub, a unos 35 km al sur de Deir el-Bersha. Se trata de un bloque de alabastro de 30 codos de alto, esto es 6,75 m. De ahí se ha deducido su peso aproximado, entre 55 y 60 toneladas. ElBersha04_nacho-ares coloso de Djehutihotep está fijado al trineo por medio de sogas; una cuerda doble en la que se ha colocado un listón que, retorciéndolo, forma una suerte de trenza. Esta técnica es conocida como «amarre español», ya que el movimiento del listón recuerda a nuestro garrote vil.
Hasta casi tres siglos después no aparece la rueda en Egipto, por lo tanto, la estatua se nos presenta firmemente atada a un trineo del que empujan cuatro filas de hombres. Cada una de ellas está compuesta por 43 personas. En total, 172 obreros encargados de arrastrar el coloso desde la cantera hasta el río, situado a unos 13 km, junto al actual Tel el-Amarna, para luego llevarlo corriente abajo otros 22 km en una embarcación, hasta seguramente el palacio de Djehutihotep en la capital, Hermópolis, situado en la orilla oeste del Nilo. Si esto fue así, cada uno de los obreros, verdaderos superhombres, debía de arrastrar 350 kilos. Parece lógico pensar que el número tuvo que ser mucho mayor al representado en la pintura, aunque también extraña que no se mencione en el texto. En el regazo del coloso un hombre marca con sus palmas el ritmo de los obreros.
A los pies del trineo otro arroja un líquido al suelo. Se ha especulado con la naturaleza del contenido de la jarra (¿agua? ¿leche?) y su función. Lo más probable parece ser que se trata de un líquido que facilita el deslizamiento del coloso por la pista de tierra, evitando además que el trineo ardiera por la fricción con la arena o el enlosado creado a tal efecto.
Lamentablemente no conservamos ni un solo resto de este coloso, por lo que no podemos valorar si la estimación del peso o incluso el número de obreros representados en la pintura, pudo ser real. Sin embargo, sabemos que el bloque de alabastro del que se extrajo la estatua, tal y como se nos cuenta en el texto jeroglífico de la tumba, fue traído a la ciudad desde la propia cantera. Esto solamente refuerza la idea de que en ese primer traslado, el peso original de la pieza, aún sin desbastar, debió de ser mucho mayor que las 60 toneladas que se han propuesto.

Una proeza sobrehumana

Bersha03_nacho-aresEl documento que describe el transporte nos habla de su extraordinaria complejidad y la dificultad del camino desde la cantera de Hatnub, haciendo además especial hincapié en el detalle de que nunca antes se había logrado nada igual. Puede que esta última alabanza no sea más que un canto a la majestuosidad de la figura de Djehutihotep, capaz de aunar el esfuerzo de su pueblo como si se tratara del verdadero faraón. En cualquier caso, el traslado del coloso que debió de llevarles sin duda varias semanas es, en sí mismo, algo portentoso y merecedor de nuestra atención. Como señala Percy Newberry en la publicación de la excavación de la tumba que hizo entre 1891 y 1893, es cierto que existen otros colosos más pesados y de mayor tamaño. Pero no debemos olvidar el hándicap que suponía la extrema fragilidad de la piedra. Sin emplear aparentemente ningún tipo de maquinaria, el bloque llegó íntegro a su destino.
Ahora bien, la pregunta que debemos hacernos es la siguiente. Si para 60 toneladas se emplean 172 hombres, considerando el hecho como una proeza inigualable ¿cuál fue el método empleado para mover monolitos como los colosos de Ramsés II, en el Rameseum de Luxor, de 1.000 toneladas? O más insólito aún, ¿cómo pensaban mover las casi 1.300 toneladas del obelisco inacabado de la cantera de Aswan, con 42 m de longitud?
Algunos textos de época ramésida (1200 a. C.) nos hablan de hasta 80.000 hombres para mover colosos de piedra. ¿Podemos tomar como reales estas cifras astronómicas teniendo en cuenta la población de la época? Hoy por hoy, estas preguntas no tienen respuesta. Y para resolver el misterio debemos creer a los egipcios cuando nos hablan de sus métodos de trabajo. El problema está en cómo lo hicieron.
La arqueología experimental únicamente ha tratado de reconstruir el movimiento de pequeños bloques de piedra siguiendo el procedimiento expuesto en la tumba de Djehutihotep. Aquí no es el único lugar en donde se nos habla del empleo de trineos y cuerdas tiradas por fuerza humana o animal para el traslado de bloques de piedra pesados. La tumba de Idu, en la meseta de Gizeh, cuenta con un relieve similar unos 500 años más antiguo que el de Djehutihotep. Seis personas y dos bueyes tiran de un trineo, mientras otro obrero vierte agua sobre el suelo a los pies del transporte. Lo que arrastran no parece algo de gran peso, dos capillas para el culto funerario. Pero tenemos que tenerlo en cuenta para valorar este tipo de trabajos. Lo mismo vemos en algunos grabados en canteras donde vemos cómo los bloques de piedra similares a los empleados en la construcción de las pirámides (más o menos 1,5 toneladas), eran arrastrados por un par de bueyes sobre un trineo.
En los relieves del palacio del rey asirio Senaquerib en Nínive, hoy en el Museo Británico, vemos el traslado de los enormes toros alados de 16 toneladas. Se fechan en el siglo VII a. C. pero el sistema, un trineo tirado por varias filas con decenas de hombres, es muy similar al visto en Djehutihotep.

Piedras imposibles

Bersha05_nacho-aresLo que resulta ilógico para nuestro entendimiento moderno es plantear el transporte de un bloque de 1.000 toneladas, con este mismo sistema de trineos. Siguiendo las pautas de Djehutihotep, un simple cálculo nos dice que se debieron de emplear menos de 3.000 obreros. En este sentido, la arqueología experimental no ha podido solventar este problema; tan solo ha propuesto cálculos numéricos realizados sobre el papel, sin mucho sentido. El templo de la reina Hatshepsut en Deir el-Bahari cuenta con un relieve en donde se ve el traslado de obeliscos en barcos. Se trata de los obeliscos de 600 toneladas cada uno que la reina levantó en Karnak. Sin embargo, no se nos explica cómo los subieron a la embarcación y ni mucho menos cómo los extrajeron de la cantera de Aswan, 175 km al sur.
El traslado de grandes piedras en el Egipto faraónico sigue siendo uno de sus mayores misterios. Para explicarlo se ha hablado de ultrasonidos, de máquinas con contrapesos o complicados artilugios antigravitatorios… Pero ninguna de esas hipótesis ha servido finalmente. Los egipcios nos cuentan cómo lo hicieron. Es evidente. Nuestro problema ahora está en interpretar esa información, aparentemente sencilla. Todo lo contrario; el método ha sido labrado generación tras generación desde tiempos ancestrales, en un momento al que no podemos alcanzar por muy sofisticada que sea nuestra ciencia del siglo XXI.

¿Quién fue Djehutihotep?

El nombre de nuestro protagonista significa literalmente «El dios Thot está satisfecho». Thot, divinidad con cabeza de ibis, estaba identificado con el mundo de las letras y la sabiduría. Djehutihotep heredó de su padre el cargo de Gran Señor del Nomo Hare, la provincia número XV del país, una de los más ricas y prósperas del Egipto Medio. Su labor en la administración se desarrolló durante los reinados de Amenemhat II, Sesostris II y Sesostris III (1922 y 1855 antes de nuestra era), es decir, una de las épocas doradas de la Historia de Egipto, la dinastía XII, momento en el que se levantaron las últimas grandes pirámides de esta civilización. Su tumba en Deir el-Bersha recoge algunos de los pasajes más importantes de su vida. Por ello, la escena del traslado del coloso de piedra no es un hecho baladí. Al contrario, se trata de algo completamente extraordinario. Nos está hablando de un gobernador importante, casi un reyezuelo local, contra el que el faraón debió de luchar denodadamente para que no le usurpara los poderes en la región. La calidad de las pinturas de su tumba, su extraordinario tamaño y el refinamiento de los sarcófagos hallados en su interior, nos están hablando de un hombre muy poderoso y enigmático, del que solo sabemos sus títulos y los nombres de algunas personas de su familia.

Una tumba-iglesia

Bersha06_nacho-aresAl entrar en la tumba de Djehutihotep, además de las escenas que recrean su vida, descubrimos sobre los muros decenas de cruces e inscripciones en tinta roja. Las encontramos en todas las paredes y en la capilla, el lugar más sagrado de la tumba, donde descansaba la estatua del difunto. Se trata de la huella dejada por los monjes coptos que reutilizaron el enterramiento para otros fines. Como sucedió con muchas tumbas de época faraónica, durante los primeros siglos de nuestra era, en plena expansión del eremitismo egipcio, algunas de ellas se reconvirtieron en improvisadas residencias de monjes coptos, los cristianos egipcios. Al estar excavadas en lugares apartados, en los confines del desierto, fueron el lugar perfecto de aquellos buscadores del silencio, la paz y el sosiego espiritual.
Sin embargo, las escenas paganas que cubrían sus paredes asustaron a los nuevos inquilinos. Antes de perder el tiempo en destruir las pinturas, prefirieron emplear la magia ancestral. De esta forma, colocaron, como si fueran amuletos protectores, enormes cruces en lugares estratégicos de la tumba para anular el poder de esas escenas, repletas de demonios y tentaciones, según los monjes coptos. Y así han llegado hasta hoy, testigos de un escenario religioso en donde convivieron con sus miedos y recelos, varias creencias milenarias.

 

© Nacho Ares 2014

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