Publicado en la revista Enigmas del Hombre y del Universo Enero 2001.
Con la llegada del siglo XXI, la meseta de Gizeh en Egipto se llena de personas venidas de todo el mundo. En este milenario lugar buscan respuestas para poder llenar una especie de vacío interior que les embarga. Son miembros de la Nueva Era cuya procedencia está bien enmarcada dentro del mundo de la piramidología. Pero ¿en qué consiste esta extraña “ciencia” y cuál es su origen?
Serían poco más de las 11:00 de aquella calurosa mañana de agosto. La Gran Pirámide llevaba el tiempo suficiente abierta desde primeras horas de la mañana como para que, con creces, ya hubieran pasado las 300 personas que pueden visitar al día el monumento. Así me lo hizo saber con la mano el guardián de la pirámide cuando me vio ascender por la escalinata que da acceso a la apertura realizada en el siglo IX por el califa Al Mamun. Contrarresté su gesto agitando al viento mientras subía un papel “oficial” que me acababa de formar el Dr. Zahi Hawass, Director y máximo responsable de la meseta de Gizeh y sus monumentos. Se trataba de un simple folio de papel blanco, sin membrete alguno, sobre el que Hawass había estampado, junto a su irreconocible firma, un permiso especial para que las 38 personas que me acompañaban pudieran entrar en la Gran Pirámide con el fin de ver y disfrutar el monumento en solitario.
Con paso firme el grupo se adentró en la gigantesca montaña de piedra. Ascendió la Gran Galería entre exclamaciones de asombro y admiración, hasta llegar a la famosa Cámara del Rey. Una vez allí, después de realizar algunas explicaciones, el grupo tuvo más de una hora para poder visitar por libre la Gran Pirámide. No fueron pocos los que optaron por realizar improvisados ejercicios de relajación e incluso, “bañarse” en las extrañas energías sutiles de las que, según dicen, hace gala el misterioso sarcófago.
No se trata de nada nuevo. Masones, rosacruces, piramidólogos, o activistas de la Nueva Era, se les llame como se les llame, todos tienen un denominador común: ven en la egiptología no una ciencia arqueológica sino una ciencia sagrada, cuyas raíces se hunden, en la mayoría de los casos, en algunos movimientos sectarios del siglo XIX. En la actualidad la piramidología está definida como la ciencia que analiza el estudio de la Gran Pirámide desde el punto de vista esotérico y profético. Sin embargo, en un principio la piramidología estuvo my ligada a líneas de trabajo totalmente diferentes, y curiosamente, más relacionadas con las grandes pautas de la Nueva Era que, más de un siglo y medio después, parece volver a recuperar.
Nace un movimiento
El siglo XIX se caracterizó por la expansión a lo largo y ancho de todo el mundo de multitud de sociedades secretas, muchas de ellas relacionadas directamente o indirectamente con la masonería. En cualquier caso la gran mayoría de ellas tenían elementos comunes que las vinculaban con tradiciones y rituales más o menos ambientados en la antigua cultura egipcia. Uno de estos grupos fue el de los angloisraelitas. Fundado en el año 1840, este movimiento creía, como su propio nombre indica, que el pueblo anglosajón era descendiente biológico directo de los antiguos israelitas. Este hecho implicaba un detalle mucho más insólito, y es que, por definición, la cultura anglosajona era, ni más ni menos, el pueblo elegido de Dios (sic).
Según afirma el investigador británico Robert Bauval en su último libro, Secret Chamber (de próxima aparición en castellano: La Cámara Secreta, Oberon, Grupo Anaya 2001) la sociedad de los angloisraelitas también fue conocida como el “Movimiento de Identidad”. La teoría que subyace detrás de este movimiento fue formulada por primera vez cuatro décadas antes de su fundación por Richard Brothers, un canadiense trastornado que acabó sus días ingresado en un asilo para dementes. No empezaban con muy bien pie.
Tras su muerte, la misión de Brothers fue continuada por un tal John Wilson que en 1840 publicó un libro titulado Our Israelitish Origin (“Nuestro origen israelita”). El éxito del libro no se hizo esperar y fue acogido con entusiasmo tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, por toda clase de grupos de tipo evangélico y bíblico. Entre estos grupos no podían faltar los llamados Adventistas, la Iglesia de Dios y los Testigos de Jehová.
Y aunque parezca extraño, de esta formación de los angloisraelitas surgió una insólita ramificación que acabó fundando el movimiento de la piramidología. El núcleo ideológico de esta agrupación, que más tarde se convirtió en pseudociencia, está basado en que la Gran Pirámide de Gizeh es un monumento profético. La creencia se sustenta en que las dimensiones de sus galerías, pasadizos, cámaras etc. esconden en sus medidas un antiguo saber que correctamente descodificado ofrece profecías de los más substancioso. La más importante de ellas era la que anunciaba la Segunda Venida de Cristo para un fecha cercana al año 2000.
Un astrónomo escocés en la Gran Pirámide
Varios investigadores, como el mencionado Robert Bauval, afirman que el fundador del movimiento de los Testigos de Jehová, Charles Taze Russel (1852-1916), era piramidólogo. Pero al parecer, su sucesor, Judge Rutherford, aconsejó a los Testigos para que rechazaran estas ideas, causando con ello una profunda división dentro de la organización original. Además, las ideas de la piramidología se infiltraron en otras iglesias importantes como la Iglesia Mundial de Dios (WCG). Esta “iglesia” se había formado en los años 30 del siglo XX, y uno de sus dogmas fundamentales, basado en doctrinas proféticas, era la inminente Segunda Venida de Cristo. Sus enseñanzas se basaban en las visiones de Herbert Armstrong, un anunciante de periódicos que se convirtió en un firme defensor de los angloisraelitas.
La piramidología que desarrollaba Armstrong estaba influenciada en gran parte por los trabajos de Charles Piazzi Smyth (1819-1900) Astrónomo Real de Escocia, profesor de esta disciplina en la prestigiosa Universidad de Edimburgo y autor de un libro realmente curioso, que supuso el pistoletazo de salida de una nueva forma de entender la Gran Pirámide. Su título era Our Inheritance in the Great Pyramid (“Nuestra herencia en la Gran Pirámide”).
En su edición de 1880, Smyth afirmaba que dedicaba su libro a la memoria de un modesto matemático llamado John Taylor que murió en julio de 1864 a la edad de 83 años. Taylor, a su vez, había publicado un libro titulado La Gran Pirámide: ¿Por qué fue construida? y ¿quién la construyó?. Esta obra no tardó en convertirse en el libro de cabecera de Piazzi Smyth. En ella Taylor demostraba que las medidas de la Gran Pirámide respondían a una serie de curiosas “coincidencias” metrológicas que en realidad no eran tales sino que se trataba del un marcado intento por “dejar testimonio de las medidas de la Tierra”.
Uno de los grandes hallazgos de Taylor fue descubrir la presencia del número pi en las medidas de la Gran Pirámide, cuyo hallazgo siempre se había pensado que era de origen griego: si dividimos el perímetro de la base (230 m x 4=920) entre el doble de su altura (147 m x 2=294) nos daremos cuenta de que el resultado es un número muy aproximado a pi (3,14).
Como afirmaba Piazzi Smyth en el prólogo de su libro, Taylor “abrió para la arqueología un camino hacia la luz mucho más puro, noble e intelectual de lo que el estudio de esta ciencia había disfrutado hasta entonces. Pero la arqueología académica no lo acepta”. Sin embargo, también es verdad que sin Piazzi Smyth nada se hubiera avanzado en el terreno de la piramidología, al encargarse de dar la vuelta a los hallazgos de Taylor estudiándolos desde otro punto de vista.
El último sabio
El libro de Taylor impactó sobremanera en la figura de este astrónomo escocés, extraordinariamente brillante aunque un poco excéntrico tal y como le han venido a definir sus colegas contemporáneos de la Sociedad Astronómica de Edimburgo. Todos sus biógrafos coinciden en afirmar que Piazzi Smyth fue uno de los últimos grandes sabios de nuestro tiempo. Hijo de un astrónomo amateur llamado Admiral William Henry Smyth, fue además de astrónomo, meteorólogo, fotógrafo, metrólogo, artista, viajero y pionero en muchas de estas facetas. Por ejemplo, fue un adelantado en el mundo de la espectroscopia solar, recogiendo miles de observaciones hasta el último día de su vida. Además, sorprendería saber que fue él quien implantó las bases del empleo de montañas de grandes altitudes para el estudio de la astronomía. De hecho, fue Piazzi Smyth el que eligió la localización de las Islas Canarias para construir allí un telescopio. Adelantándose en un siglo a millones de viajeros, Piazzi Smyth fue a pasar su luna de miel a Tenerife en 1856, señalando sus montañas como el lugar idóneo para construir un telescopio. Con el paso de los años, éste se ha convertido en uno de los observatorios internacionales más importantes.
La posibilidad avanzada por Taylor de que la Gran Pirámide fuera una suerte de gigantesca profecía codificada, llevó a que en 1864, cinco años después de la aparición del libro de Taylor, Piazzi Smyth y su esposa viajaran a la meseta de Gizeh para comprobar in situ la certeza de las afirmaciones de su maestro. Fruto de este viaje y de las medidas realizadas en Gizeh fue la publicación del mencionado libro Nuestra herencia en la Gran Pirámide (1864). Para resolver el problema de las pirámides el escocés trabajaba basándose en tres claves: las matemáticas puras, las matemáticas aplicadas y las revelaciones de la Biblia.
Influenciado en gran medida por el libro de Taylor, con quien incluso mantuvo hasta su muerte una apasionante correspondencia, Piazzi Smyth llevó a cabo un estudio sin precedentes sobre las medidas de la Gran Pirámide. Además de ampliar los estudios metrológicos esbozados por su maestro, se aventuró a realizar las primeras interpretaciones numéricas de esos datos llegando a una suposición un tanto insólita. Según Piazzi Smyth, continuando la tradición de los angloisraelitas, la pulgada inglesa tenía su origen en la misma medida egipcia. Por lo tanto, el pueblo anglosajón provenía de la cultura egipcia. El astrónomo escocés creía que la medida egipcia empleada en la Gran Pirámide era un codo piramidal de 63,435 centímetros que se dividía en 25 pulgadas piramidales de 2,5374 centímetros cada una. Curiosamente, y debido a su similitud, los piramidólogos emplean por extensión la pulgada inglesa de 2,54 centímetros, para realizar sus experimentos. Además el propio Smyth argumentó en su obra que la misma medida, la pulgada piramidal, fue la utilizada para la construcción del Arca de Noé y del Arca de la Alianza de Moisés. Con estos datos confirmaba de forma “rotunda” que los británicos descendían directamente de la tribu perdida de Israel.
La nueva piramidología
Como afirma Bauval de forma tajante, “a pesar de ser un consumado astrónomo del mayor calibre, Piazzi Smyth sucumbió a los argumentos del movimiento angloisraelita. Su libro, respaldado por su inmensa reputación científica, no solamente confirmaba todas sus teorías, sino que fue la causa principal que lanzó este falso movimiento a grandes cotas en todo el mundo. El movimiento, como el de los Adventistas o de los Testigos de Jehová, es esencialmente milenarista, sobre todo en aquello que aboga por la inminente Segunda Venida de Cristo y el comienzo de su reinado de 1.000 años”.
En la actualidad la piramidología se ha separado claramente de su verdadero fundamento. Aunque sin olvidar sus orígenes – en muchos casos ya no trata el tema de las profecías o el de sus medidas desde un punto de vista esotérico o milenarista – está totalmente desligado de las antiguas logias masónicas o rosacruces del siglo pasado. En la mayoría de los casos, como sucede con el grupo español (www.piramidologia.com) su trabajo se centra en la investigación de los misterios que rodean a la Gran Pirámide y, en menor medida, al resto de pirámides egipcias y del resto del mundo.
Las profecías de la Gran Pirámide
A pesar de lo dicho, todavía siguen piramidólogos que podríamos denominar, “de la vieja escuela”. En palabras del investigador Max Toth “la plataforma fundamental en la que se basan los piramidólogos para aceptar que la pirámide representa una Biblia en piedra es que los resultados de las dimensiones del interior del monumento siguen una secuencia histórica perfectamente clara que no necesita interpretación alguna”.
Si bien es cierto que en muchos casos ni los propios piramidólogos saben de qué están hablando, muchos de ellos están convencidos de que el punto de inserción entre el corredor ascendente, la Gran Galería en la Gran Pirámide, la boca del pozo y el corredor que lleva a la Cámara de la Reina equivale al año 1 de nuestra Era (sic). En los años setenta el piramidólogo Adam Rutherford publicaba varios volúmenes en los que proponía un sinfín de fechas que, siempre según él, estaban presentes en las medidas de las cámaras que forman la Gran Pirámide. De esta manera, Rutherford señala que la fecha más antigua es la fundación de la casa de Adán en el año 5407 a. C. Poco después podemos ver – o mejor dicho puede ver, porque yo no veo nada -, los momentos clave de la historia de Israel, el Diluvio (31 de octubre de 3145 a. C.), José en Egipto (1863 a. C.), el Éxodo (1453 a. C.), la construcción del templo de Jerusalén (974 a. C.), la vida de Jesús y su crucifixión (33 d. C.) ¡y hasta la invención de la imprenta en 1440! Ahí queda eso
Flinders Petrie: tras las huellas de Piazzi Smyth
El padre de la arqueología moderna William Matthew Flinders Petrie se inició precisamente en esta ciencia gracias a la obra de Charles Piazzi Smyth. Siendo apenas un chiquillo de trece años de edad, Petrie, en la biblioteca de su padre en su casa de Charlton, Inglaterra descubrió el libro Nuestra herencia en la Gran Pirámide.
Fue tal su fascinación por la obra de Piazzi Smyth que cuando tan sólo contaba con veintisiete años, Petrie deja su trabajo en la administración y se embarca para Egipto. Iba cargado con los aparatos de medición más modernos de su época, muchos de los cuales se siguen empleando hoy día, lo que da a la labor realizada por Petrie en Egipto un valor especial. En su pesado equipaje transportó los instrumentos más avanzados para llevar a cabo sus medidas, como teodolitos o cintas de invar, una aleación especial de hierro y níquel, idóneo para las cintas métricas ya que no sufre contracciones ni dilataciones por los cambios de temperatura.
El duro trabajo de campo durante casi treinta meses, mereció la pena. Por primera vez se realizaba un estudio metrológico científico de la meseta de Gizeh, levantando planos y mediciones de todas las cámaras de las pirámides, templos anexos, posibles métodos de construcción, etcétera. Gracias a esta información, Petrie pudo desmentir las teorías de Piazzi Smyth que tanto le habían absorbido desde la infancia. Nada de lo que decía en su libro tenía el más mínimo viso de ser realidad. Las medidas no coincidían con las reales y todo parecía estar retocado de forma intencionada.
© Nacho Ares 2005