Este trabajo apareció publicado en la revista Año Cero en el verano de 2000.
Me desvié por un camino pedregoso del eje central del gran templo de Amón en Karnak, en la ciudad egipcia de Luxor. A poco más de cien metros, saliendo en dirección noreste desde el IV pilono, casi enterrado entre la maleza que crece a su alrededor y los irregulares montículos de tierra, se divisa un pequeño templo dedicado a la divinidad de Menfis, el dios azul de los artífices, Ptah.
Alejado del molesto bullicio de los turistas que se vive dentro del recinto sagrado de Amón, el templo de Ptah se presenta como un lugar reconfortante y acogedor. Su escasa espectacularidad lo convierte en un templo muy poco frecuentado por los visitantes. Algunos de los cartuchos conservados sobre sus paredes de caliza lo delatan como una construcción realizada durante el reinado del faraón Tutmosis III. 1.475 años antes de Jesucristo, aunque la mayor parte de lo que se conserva es una reconstrucción posterior, de la época ptolemaica (s. III a. de C.).
A pocos metros del santuario, ya puedo advertir cómo en su interior hay algo especial que lo convierte en un lugar extraordinario. Caminando entre los bajos pilonos y las estrechas puertas de este templo, comienzo a percibir la acompasada respiración del animal. A medida que me acerco, el resuello se hace más audible y siento cómo la adrenalina se me dispara anunciándome el momento del contacto. Cubierto por el manto de oscuridad qu e cubre el sancta sanctorum, el mismísimo umbral con el Más Allá, dirijo la mirada hacia la cámara lateral que hay a la derecha. Siento cómo mi corazón se acelera bajo la mirada de la diosa. Allí contemplo la majestuosa efigie de Sekhmet. Silueteada por un halo de luz que se escapa por el estrecho ventanal que tiene sobre su cabeza, comprendo al instante las innumerables percepciones espirituales que levanta esta diosa, incluso, miles de años después de que descendiera sobre la Tierra.
Sus primeras huellas se pierden en la noche de los tiempos y quizás sean mucho más antiguas de lo que los investigadores habían pensado hasta ahora. En cualquier caso sobran adjetivos para reconocer la admiración que aún hoy muchas personas sienten por esta divinidad leonina; pero ¿cuál es el origen verdadero de la diosa Sekhmet?
El despertar de la divinidad
El significado del nombre Sekhmet en jeroglífico es “la poderosa”. Originalmente fue la diosa con cabeza de leona de la ciudad de Rehesu, muy cerca de Letópolis, al noroeste de El Cairo. La evolución política y religiosa sufrida a lo largo de la historia de Egipto, la vinculó como esposa del dios de Menfis, Ptah, y como madre del dios Nefertum, el loto azul primordial del que se alza el sol durante la creación.
La diosa Sekhmet siempre era representada como una mujer con cabeza de leona, coronada por un disco solar ante el que se erguía una temible cobra. Por ello, y al igual que sucede con la diosa vaca Hathor, para los egipcios Sekhmet era el ojo del dios sol Re; la fuerza aniquiladora de la raza humana y la causante de las terribles epidemias que con frecuencia asolaban Egipto en épocas de crisis.
En los más profundos misterios que rodean a la religión egipcia, Sekhmet desempeñó un importante papel desde el comienzo de los tiempos. En el Libro de la Vaca Divina se relata el cataclismo producido por un trastorno temporal de las relaciones entre los dioses y los hombres. En este texto se describe el momento en el que los humanos traman una serie de planes malvados contra el dios Re. La diosa Hathor como representante del Ojo de Re venga esta afrenta y, transformándose en la sanguinaria Sekhmet, persigue a los hombres. El propio texto nos relata de qué manera la leona, en el éxtasis de su matanza, gustaba de bañarse en la sangre de sus víctimas. En un extraño giro de las circunstancias, el Libro de la Vaca Divina describe a continuación cómo Re perdona a la Humanidad y, para evitar que Sekhmet continúe con su matanza, la engaña inundando el campo de batalla con vino, líquido que la diosa confunde con la sangre de sus vencidos. De esta manera Sekhmet cae embriagada, salvándose el resto de la gente que había podido sobrevivir al primer cataclismo.
Desconcertados por el contenido del documento sagrado egipcio, cabe preguntarnos: ¿por qué, entonces, los antiguos egipcios adoraban a una divinidad dañina y sanguinaria? ¿Buscaban con ello un equilibrio de las fuerzas cósmicas y alcanzar con ello el equilibrio universal, la fuerza de Maat? Para poder encontrar el verdadero significado de esta fascinante diosa tenemos que ahondar aún más, hasta llega r incluso al origen del propio Hombre, después de pasar, claro está, por su subconsciente…
Las garras protectoras del león
En la mística egipcia, el león siempre ha estado vinculado con los cultos solares y en especial con la imagen del dios solar Re. Por ello, el dios Horus-Re, que siempre era identificado con la imagen de un halcón, cuando simbolizaba al sol de la mañana pasaba a ser un león. Precisamente en esta última acepción Horus era identificado con la guerra y la destrucción, adquiriendo así los mismo apelativos que la diosa Sekhmet. Por otra parte, el Horus convencional con cabeza de halcón significaba para los antiguos egipcios el lado vivificante y protector del disco solar.
Con estos antecedentes no es de extrañar que el león fuera identificado con el poder real como algo casi exclusivo. Por ello, uno de los atributos faraónicos más importantes era, precisamente, la cola de león que pendía lánguidamente del cinturón de su faldellín. También los tronos y sillas reales tenían patas con garras o cabezas de león. De varios faraones, como Ramsés II, se decía que tenían como animal de compañía preferido un impresionante león.
Pero qué duda cabe que el símbolo egipcio más conocido relacionado con el león es la esfinge. Se trata de un animal con cuerpo de león y cabeza humana que, como sucede con la Gran Es finge de Gizeh, solía ser empleado como guardián de grandes santuarios o lugares sagrados, impidiendo así el acceso a las fuerzas negativas encabezadas por el malvado dios Set. El mismo cometido de protección desempeñaban los leones gemelos -símbolo del dios Aker-, que se acostaban frente a las puertas del Inframundo, con el fin de servir de guardianes para que el dios Re llevara a cabo su itinerario nocturno sin ningún peligro.
Pero, ¿a qué se debe ese apego hacia el león, apego que no se repite con ningún otro animal en el milenario panteón egipcio? ¿Qué papel jugaba Sekhmet o el león en todo este dédalo de animales y bestias?
La esencia oculta de Sekhmet
Según hemos podido comprobar con lo que hemos expuesto hasta ahora en este trabajo, todo parece indicar que los antiguos realmente no adoraban a Sekhmet por el significado de sus poderes sino por ser una divinidad encarnada en un animal muy concreto: el león.
Para comprender esta ideología, tenemos que retroceder hasta el comienzo de los tiempos. Siguiendo este camino, tras buscar las respuestas en las crónicas milenarias de los antiguos egipcios, llegaremos a una sorprendente conclusión, la misma que alcanzaron los investigadores Robert Bauval y Graham Hancock, en su libro Guardián del Génesis.
En los Textos de las Pirámides -una suerte de sentencias mágicas que los egipcios escribieron en el interior de algunas pirámides-, aparecen los tepi-aui, es decir, «los dioses antepasados del círculo del cielo&qu ot;. El nombre de estas divinidades primigenias se escribía con el jeroglífico del cuerpo de un león yacente del que sólo se ven las garras, el pecho y la cabeza. El mismo ideograma era empleado para escribir el nombre de los Akeru, divinidades que según los egipcios vivieron sobre la Tierra incluso antes que la aparición en los cielos de Re.
Partiendo de esta base, Bauval y Hancock buscaron en las antiguas cronologías egipcias cuáles eran estos misteriosos dioses de aspecto leonino. Así se encontraron con un hecho fascinante: los propios textos egipcios relataban la historia de su pueblo, cuyo comienzo era mucho más antiguo de lo que los egiptólogos modernos nos quieren hacer ver.
Manetón de Sebenito, un sacerdote heliopolitano que escribió una Historia de Egipto en tiempos del faraón Ptolomeo I ( s. III a. de C.), nos hablaba de los diferentes reinados que se sucedieron en Egipto hasta su época, según estaba escrito en los textos secretos de su templo en Heliópolis. Hasta entonces Egipto estuvo dirigido en cuatro etapas diferentes por Dioses (13.900 años), Semidioses y Espíritus de los Muertos (11.025 años) y, finalmente, los reyes mortales, divididos en las treinta dinastías que hoy se aceptan.
Tras atar estas pistas con documentos que ofrecen una aparente credibilidad, Bauval y Hancock llegaron a la conclusión de que los egipcios tenían la noción histórica de la existencia de un misterioso «puente en el tiempo» entre los Dioses primigenios y sus reyes mortales. ¿Quienes ocuparon el trono de Egipto durante ese largo perí ;odo de tiempo, 11.025 años? Los propios egipcios nos dan la respuesta en sus textos religiosos, enmascarando su verdadera identidad en multitud de nombres como «dioses y héroes», «espíritus de los muertos», «brillantes», «antepasados», «seguidores de Horus», etcétera. Curiosamente, la mejor pista nos la legaron con la forma de escribir sus nombres: ¡en casi todos aparecía la misteriosa presencia de un león! Al fin y al cabo la esencia misma de la diosa Sekhmet.
Sin lugar a dudas, los antiguos egipcios vieron en la imagen del león algo que les recordaba una vida cuya lejanía en el tiempo parecía escalofriante; algo que les devolvía al seno materno y al comienzo de la propia vida. Esa misteriosa esencia, donde quiera que esté, lejos de haber desaparecido, sigue latente entre nosotros. Los contactos sagrados con las divinidades leoninas han vuelto a renacer después de varios siglos en nuestra civilización moderna. Son demasiados los casos conocidos como para dar la espalda a un fenómeno que cada día está más latente entre nosotros.
La diosa sanadora
Sekhmet era adorada en multitud de templos en los que poseía una capilla particular o asociada a la de su esposo, Ptah. Junto a Hathor tenía un templo común en la antigua ciudad de Imu, hoy Kom el-Hisn, en el límite occidental del Delta, y que se fecha en el Imperio Medio (ca. 1950 a. de C.). Pero, sin lugar a dudas, el más conocido de todos es el santuario ubicado dentro del templo de Mut, la diosa Madre y esposa de Amón, en Karnak. Allí, Amenofis III (ca. 1400 a. de C.) mandó erigir cientos de estatuas de esta diosa en granito negro, algunas de ellas conservadas hoy en el Museo británico de Londres.
Ya en la Antigüedad los templos de Sekhmet eran muy populares. Han trascendido hasta nosotros múltiples testimonios en los que se mencionan las extraordinarias facultades curativas de los sacerdotes ligados a esta diosa quienes, ayudándose de la magia, eran capaces de luchar contra las enfermedades más difíciles. Incluso las propias imágenes de Sekhmet eran célebres por sus curaciones. Así ocurría con la representación de esta leona en los muros exteriores del templo mortuorio del rey Sahure (ca. 2475 a. de C.) junto a su pirámide, en Abusir.
Con el paso del tiempo su imagen fue vinculada a la de otro gran sanador, Imhotep. De entre los innumerables títulos de este sabio de época del faraón Zoser (ca. 2600 a. de C.), destaca por la importancia que tendría en la historia de Egipto, el de médico. Divinizado, Imhotep poseía en la isla de Filae un santuario al que peregrinaban toda clase de enfermos. Por ello sus excepcionales facultades curativas fueron identificadas muy pronto con las de la diosa Sekhmet de quien se pensó que era hijo, llamándosele en ocasiones Nefertum.
Las otras Sekhmet
Los cambios de personalidad en esta diosa eran algo común toda vez que, con el paso de los siglos, la religión egipcia se fue convirtiendo en algo mucho más ecléctico y comp licado. La situación política que se iba generando, obligaba a tener que aglutinar en una sola creencia una innumerable lista de divinidades. Por ello no es de extrañar que Sekhmet fuera identificada con la diosa Hathor o con la diosa gata Bastet. De esta última se decía que era el perfil tranquilo de la leona sanguinaria.
Sin embargo, existen varias divinidades leoninas en el amplio panteón egipcio además de la mencionada esfinge. Por una lado está el propio hijo de Sekhmet, Nefertum, representado con forma de león. Este aspecto también tenía el matrimonio de gemelos de Shu, el dios del aire, y de Tefnut, la diosa de la humedad, ambos pertenecientes de la Enéada de Heliópolis, y adorados originariamente en Leontópolis (Tell el Yahudiya), a pocos kilómetros al norte de El Cairo, y en Oxirrinco, en el Egipto Medio. En la otra Leontópolis (Tell el Muqdam), situada en pleno corazón del Delta, se adoraba al dios local llamado Mihos, hijo de Bastet. Finalmente no tenemos que olvidar que el célebre geniecillo Bes, entidad benéfica conservada en miles de amuletos protectores, era un enano saltarín que poseía una abundante melena de león.
El regreso de la diosa Sekhmet
“Entonces una figura se movió desde la oscuridad. No la había notado previamente, porque era tan negra como las sombras en las que permanecía. Su cuerpo era inequívocamente femenino, pero su rostro era el de una leona
Permaneció ante mí, tendiéndome una mano y me puso de pie. Cua ndo abrió su boca para hablar, unas violentas descargas eléctricas sacudieron mi cuerpo por entero”.
Este fragmento perteneciente a la descripción de un sueño protagonizado por el investigador estadounidense Brad Steiger el 2 de diciembre de 1974, demostró ser después un simple eslabón más de una complicada cadena de sueños vividos por un grupo reducido de personas esa misma noche. Curiosamente, todos ellos tuvieron un mismo denominador común: la presencia de una misteriosa figura femenina de aspecto leonino. ¿Quién era esta leona? Toda esta historia se convierte en un estremecedor relato, cuando sabemos que hasta ese momento, ninguno de los protagonistas tenía ni la más remota idea de lo que era la diosa egipcia Sekhmet.
Como si se tratara de una gigantesca bola de nieve, este fenómeno ha ido multiplicándose de una forma espectacular alcanzado cotas increíbles en las dos últimas décadas. Lejos de evolucionar hacia contactos fríos como pudieran ser percibidos por medio de los sueños, algunos sensitivos pudieron contactar por medio de algo mucho más cercano y material; algo que permitía llegar incluso a sentir el calor del lomo de la diosa Sekhmet…
Las estatuas vivas
Se cuentan por cientos las experiencias de personas que han vivido y sentido algo especial ante una estatua de Sekhmet. El comienzo de este tipo de contactos cercanos con estas estatuas suele ser similar en todos los casos y con varios puntos en conexión, circunstancia que para los psicólogos convierte este fenóm eno en un campo muy atractivo para la investigación.
Por lo general, la gran mayoría de los nuevos contactados no ha oído hablar nunca de la diosa Sekhmet. Su primer encuentro se produce de forma totalmente fortuita cuando visitan una exposición itinerante de Egipto o un gran museo de arte. Todo el recorrido parece normal hasta que se sitúan ante la estatua de la diosa leona. Es entonces cuando muchas de estas personas experimentan una sensación indescriptible similar a un shock emocional. Según sus testimonios las estatuas emanan una energía sutil, igual que si fueran baterías de energía; algo que hace que los sensitivos entiendan las figuras de Sekhmet como estatuas vivas.
Después de este primer encuentro, todos se sienten interesados de una forma repentina por la figura de esta misteriosa diosa y buscan información para intentar dar una respuesta a esa experiencia vivida. Sin embargo, en casi la totalidad de los casos, los libros de egiptología tradicionales no satisfacen sus necesidades.
Uno de los lugares más importantes en lo que a contactos con estatuas vivas se refiere, es el Museo Británico de Londres. Cualquiera de los encargados de las salas egipcias puede constatar la especial atención que muchas personas tienen hacia las seis estatuas de la diosa Sekhmet que hay en la gran galería que reúne obras de arte egipcio. Muchos visitantes se sienten atraídos de una forma misteriosa a tocarlas, relatando luego la sensación de paz y bienestar interior que han sentido durante aquellos breves instantes. En ocasiones, algunas personas se ven necesitadas de vivir asiduamente esta sensaci&o acute;n de paz por lo que adquieren figuras de Sekhmet para intentar repetir la experiencia. Sin embargo, por una razón todavía desconocida, las estatuas de granito negro de Sekhmet, encontradas a cientos en el templo de Mut de Karnak y dispersas por varios museos del mundo, entre ellos el British de Londres, están cargadas de una energía especial que las convierte en piezas únicas, resultando totalmente improductivo intentar el contacto con una burda reproducción de escayola o resina.
Un lugar de culto para Sekhmet
En otros casos el contacto con Sekhmet se produce de una manera totalmente separada de la tradición egipcia, más cercana al concepto moderno de Nueva Era y su relación con los cultos a la Madre Tierra. Por lo menos así lo reconocen los participantes de los ritos celebrados en el templo que Sekhmet tiene en Nevada (Estados Unidos). A 75 kilómetros al norte de Las Vegas se halla en Cactus Spring uno de los pocos santuarios modernos dedicados a esta divinidad. En 1993 Genevieve Vaughn compró unos terrenos en medio del desierto de Mojave en Nevada, cumpliendo así una promesa realizada a la diosa 28 años atrás, en la que manifestaba el deseo de realizar un templo en honor de Sekhmet.
La construcción, diseñada por una arquitecta de Nuevo México, de nombre Molly Neiman, fue totalmente sufragada por una asociación feminista involucrada en protestas antinucleares. No en vano el propio templo está levantado a menos de 100 kilómetros de una central nuclear. Los materiales emp leados para su construcción fueron paja, alambre y estuco. El pequeño santuario se coronó con una gigantesca cúpula hecha con aros de cobre, la única parte realizada por un hombre, Richard Cottrell. Los cuatro arcos que sujetan esta cúpula están orientados hacia los puntos cardinales al igual que sucede con las salas de muchos de los templos egipcios. En el centro del templo hay una estatua de tamaño natural de la diosa Sekhmet realizada por la escultora Marsha Gómez.
El santuario de la diosa es dirigido en cuerpo y alma por Patricia Pearlman, una especie de bruja y sacerdotisa moderna de Sekhmet, que ha dedicado su vida a esta tarea. Ella es la encargada de realizar en el interior del templo los rituales mágico-espirituales autorizados por la propia diosa. A través de éstos se consigue que cada vez haya más personas que, como ellos mismos afirman, despierten en el poder de la divinidad leona egipcia. Pearlman declara que les “gustaría que la gente de todo el mundo viniera hasta aquí para honrar a la diosa y a la Naturaleza”. Además, la propia ubicación del santuario de Sekhmet no es casual: “El templo está cerca de la central nuclear con el fin de poder curar a la Tierra y hacer que la gente tenga cuidado con la destrucción de nuestra Madre”, añade la sacerdotisa.
Ya sea en sueños, por medio de estatuas o con mistéricos ritos templarios, la abrumadora cantidad de experiencias relacionadas con Sekhmet, parece indicar que tras su imagen se esconde un enigmático fenómeno que enlaza directamente con la antigua tradición egipcia y que para nada puede ser explicado con la casualidad. Y es precisamente la ignorancia que tenemos sobre su naturaleza, lo que nos impide encontrar una solución a este misterioso enigma psíquico e histórico. Sin embargo, son numerosos los especialistas que han buceado en los orígenes de la diosa Sekhmet alcanzando varias explicaciones al fenómeno.
El mundo de los arquetipos
Escudriñando en el origen de enigmáticos rituales iniciáticos, algunos investigadores como el psicólogo norteamericano John White, parecen haber encontrado una respuesta a este fenómeno. Ésta se encontraría en los arquetipos, un envoltorio energético compuesto por una nueva energía -quizás, no física- actualmente desconocida, que rodea la Tierra y al que podemos acceder mediante el sueño, la meditación o los estados alterados de conciencia.
En cualquier caso, parece estar muy clara la cercanía entre las visiones oníricas de unos y los contactos con estatuas de otros. El más reconocido de los investigadores, el también psicólogo norteamericano Robert Masters, que se hizo célebre en los años 70 por su teorías sobre la psicología del sexo, dedica en la actualidad todo su tiempo al estudio del fenómeno de Sekhmet. Matizando la hipótesis de White, Masters afirma que el mundo de Sekhmet estaría en algún lugar entre nuestro propio Mundo y el de los arquetipos.
Masters ha investigado cientos de casos en los que sus pacientes han entrado en trance con el sólo hecho de sentarse ante una estatua antigua de la diosa. Segú n los testimonios de las descripciones recogidas, en el mundo de Sekhmet uno puede verse a sí mismo mucho más joven o con aspecto leonino; una especie de juego de roll en el que el protagonista, el propio individuo, ha de superar numerosas pruebas como el enfrentamiento con terribles demonios o la lucha contra leonas. Según Masters todo ello no sería más que una representación simbólica del proceso interior de cada persona, personificado por una divinidad andrógina y dualística -creación y destrucción- como es la egipcia Sekhmet.
¿Huellas de una civilización extraterrestre?
Por otra parte, la escritora e investigadora Murry Hope es quizás quien ha llevado hasta el extremo este tipo de trabajos. Desde 1980 afirma mantener contacto telepático con unos seres llamados Paschat, y en especial con uno de ellos, Kay-nee, cuya ubicación espacio-temporal sería diferente a la nuestra. Hope defiende que estos seres proceden del futuro y de un planeta situado en un sistema solar cercano a la estrella Sirio. Dentro de los Paschat, Kay-nee sería miembro de una tribu denominada Karidel, cuyo aspecto físico es lo más parecido a un extraño felino entre el gato doméstico y el león; es decir, Sekhmet.
En este otro mundo, según Murry Hope, también habría cabida para otro tipo de seres, en este caso etéreos, denominados los Cristalinos (the Crystal People), nombre recibido por el material del que están hechos, más identificados con un mundo intelectual y creativo. La autora estadounidense afirma que los Cristalinos poseen el añadido de que incluso pueden encarnarse en cuerpos terrestres, existiendo en la actualidad algunos de ellos en nuestro planeta. Curiosamente, estos seres nos recuerdan a los misteriosos Akeru, “brillantes”, o “semidioses” que gobernaron Egipto en el puente en el tiempo entre los dioses y los reyes mortales.
En cualquiera de los casos, la realidad quizás esté mucho más cerca de lo que pensemos. La única verdad es que la imagen de la diosa Sekhmet sigue generando extraños estados alterados de conciencia en algunos sensitivos, y eso es algo que nadie puede negar. Posiblemente, la respuesta al enigma leonino permanezca oculto en alguno de los templos erigidos en honor de esta diosa hace miles de años, esperando a que su secreto sea desvelado.
El vínculo estelar de Sekhmet
El reducido tamaño de la cabeza de la Esfinge de Gizeh ha originado más de una disputa sobre su verdadera atribución. Si la egiptología tradicional parece inclinarse por los reyes Keops o Kefrén como los posibles autores de este gigantesco león de más de 70 metros de longitud, algunas investigaciones parecen retrasar aún más su cronología. A los estudios geológicos que la datan entre el 5000 y el 7000 a. de C. (ver AÑO/CERO nº90), la astroarqueología la retrasa aún más, concretamente hasta el 10500 a. de C., momento en el que la Esfinge estaría perfectamente orientada hacia la constelación de Leo. De confirmarse esta datación, ¿poseía por entonces la Esfinge cabeza de la diosa S ekhmet, para ser más tarde retocada por alguno de los reyes mencionados? ¿Tuvo realmente alguna relación con la constelación de Leo o con otro grupo de estrellas?
La investigadora estadounidense Murry Hope, guiada por sus propias experiencias personales, protagonizadas desde hace casi 20 años, parece haber encontrado una respuesta al enigma de Sekhmet y su relación cósmica. En su libro The Sirius Connection vincula a la divinidad leona con Sirio A, la estrella más brillante de la constelación del Can Mayor.
Si bien los textos parecen indicar que los egipcios identificaban la mencionada estrella con Isis, la esposa de Osiris, el dios de la muerte vinculado a Orión, Hope expone un esquema alternativo a la tríada Isis-Osiris-Neftis (Sirio A, B, y C, respectivamente), para solventar este problema. Según los mensajes recibidos, la tríada sería realmente la compuesta por Sekhmet, Hathor, y Re. ¿Podría estar relacionado este enigma con los anómalos conocimientos de la tribu africana de los dogones en Mali (ver AÑO/CERO nº96) quienes ya sabían que Sirio era un sistema triple siglos antes de que la ciencia moderna tuviera conocimiento de ello?
Para otros investigadores como Richard C. Hoagland debemos dirigir la mirada hacia Marte para encontrar más referencias sobre la diosa Sekhmet. Partidario acérrimo de que las construcciones de la meseta de Cydonia en Marte son artificiales, Hoagland, antes de que se difundieran las últimas fotografías de la “cara” del planeta rojo, realizó varios an&a acute;lisis sobre las antiguas imágenes concluyendo que lo que allí había representado era un híbrido entre felino y hombre. ¿Otro arquetipo de la diosa Sekhmet?
¿Anuncia Sekhmet el final de los tiempos?
John Anthony West, autor de varias investigaciones alternativas al estudio del antiguo Egipto, especialmente sobre la Esfinge, y autor entre otros libros de Serpent in the Sky y de The Goddess Sekhmet, parece intuir una explicación terrorífica y catastrófica al reciente enigma de la presencia de la diosa leona egipcia en los sueños de cientos de personas.
Según este autor, la civilización moderna es una especie de gran parque cuyo crecimiento y evolución, lejos de deberse a razones propiamente naturales, es originado por las continuas aportaciones realizadas por el Hombre. Así, el gran parque en el que vivimos no es en sí mismo la conquista de la Naturaleza, ni la supresión de aquellos elementos característicos de la naturaleza humana, sino que está formada por gruesos pilares que son las grandes religiones. Éstos, a su vez, se sustentan sobre sofisticadas comodidades, circunstancia que nos facilita el distinguir una sociedad moderna de otra primitiva.
Si los guardas del gran parque, continúa West, es decir los sacerdotes, filósofos, artistas, etcétera, se desvían de su camino original, la estructura que sustenta la civilización cae en la decadencia, luego en la corrupción y finalmente en la inevitable autodestrucción. Algo muy similar sucedió, según es te autor, en la Antigüedad cuando el continente de la Atlántida desapareció para siempre, en la aniquilación de Sodoma y Gomorra por sus excesos incontrolados o, en Egipto, en un tiempo antiquísimo, solamente esbozado por algunas crónicas, cuando los hombres se negaron a seguir las pautas marcadas por los dioses. Fue justamente entonces cuando Sekhmet apareció con su fuego purificador, enviada por el disco solar, Re, con el fin de castigar a la Humanidad, arrasándola de la faz de la Tierra.
¿Pueden relacionarse las recientes apariciones de la diosa Sekhmet con esta visión catastrofista de los tiempos que nos han tocado vivir? ¿Son los sensitivos y contactados que dicen hablar con las entidades leoninas, el hilo conductor del incierto futuro que nos espera?
© Nacho Ares 2000