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La maldición de Tutankhamón

Mar 2002

Fragmento extraído del capítulo 7 del libro Egipto el Oculto, ediciones Corona Borealis, Madrid 2002.

Hemos dejado para esta parte del libro, quizás uno de los apartados más enigmáticos de la historia de la arqueología egipcia. Que este capítulo se encuentre en séptimo lugar no es un hecho casual. Para los egipcios el número siete era interpretado como algo maligno. La Osa Mayor, la pata de buey de los egipcios, compuesta por siete estrellas, era la representación estelar del dios Set, criatura maléfica por excelencia en la mitología egipcia.
La tan manida maldición, explotada sobre todo tras el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón, ha arrojado sobre los periódicos y revistas especializadas en fenómenos paranormales auténticos torrentes de tinta. Ante tan abrumadora cantidad de literatura, el lector puede encontrar teorías y afirmaciones de todo tipo.
A pesar de que la leyenda de la maldición se ha identificado comúnmente con la tumba de Tutankhamón, existen otros sucesos no menos extraños que han marcado la vida de más de un egiptólogo, cuando no acabado con ella. No obstante, la singularidad del caso que supuso el descubrimiento de la tumba del Faraón Niño, ha hecho que en nuestro trabajo nos limitemos a analizar en profundidad lo sucedido en torno a esta maldición, así como sus consecuencias más inmediatas en todos aquellos que directa o indirectamente participaron en su apertura y estudio.

El gran día

El 4 de noviembre de 1922, a las once de la mañana, un fellah fue corriendo a avisar a Mr. Carter del hallazgo de un escalón que parecía conducir a una nuevo sepulcro hasta ahora desconocido. Se había descubierto la tumba de Tutankhamón. La célebre pregunta de Carnarvon: «¿Ve usted algo?», y la no menos afamada respuesta de Carter: «¡Sí, cosas maravillosas!», daban comienzo a la aventura arqueológica jamás vivida por un excavador. La importancia que tuvo este descubrimiento para la Egiptología de principios de siglo y su legado hasta la actualidad es indescriptible. Desde el punto de vista periodístico supuso la venta de miles de periódicos en todo el mundo con amplios repertorios fotográficos en blanco y negro, o en láminas coloreadas, para intentar acercar al lector la realidad arqueológica del descubrimiento. Para la Egiptología propiamente dicha, supuso la constancia histórica y material de innumerables acontecimientos tanto políticos como religiosos. Para el estudio del arte del antiguo Egipto, se pasó de la nada a gozar de un vastísimo repertorio de obras escultóricas y de orfebrería hasta ahora desconocido. Finalmente, quizás el aspecto más importante de todos, desde el punto de vista de la cultura material, se tuvo constancia de infinidad de artilugios, muchos de ellos de la vida cotidiana, que hasta ese momento eran conocidos únicamente a través de representaciones pictóricas o por menciones en los textos.

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Así, aparecieron innumerables tipos de sillas, cofres, vestidos, lo que hoy llamaríamos «complementos de moda», carros, arcos, flechas, bastones, vasos, copas, reposacabezas, collares, mesas, camas, sillas, tronos y un largo etcétera, en auténticas cantidades industriales. A todo habría que añadir la seriedad con que se trabajó, formando un grupo interdisciplinar entre los mejores especialistas ingleses y americanos del momento, cuyo corolario fue la salvación, dentro de lo que cabe con los métodos existentes al alcance de los arqueólogos en aquellos años, de casi el cien por cien de los objetos guardados en esta tumba hace casi tres mil quinientos años. Escucha la voz de Howard Carter grabada en 1939 por la BBC describiendo ese momento tan emocionante del descubrimiento de la tumba.

Aviso del Inspector del Servicio de Antigüedades

El consejo de Arthur Weigall, acerca de la no conveniencia de entrar en la cámara funeraria de la tumba ya que, de lo contrario, Lord Carnarvon moriría a las seis semanas, no fue tomado en cuenta. El 19 de marzo de 1923 Carnarvon cayó enfermo. A partir del día 21 comienza a mejorar aunque el día 30 del mismo mes fue afectado por una grave pulmonía que le llevó a la tumba, bajo fiebre y delirios de supuestas llamadas de Tutankhamón. Era el 5 de abril del año 1923 y Carnarvon tenía 57 años de edad. Había pasado un año y poco más de cuatro meses desde la apertura de la tumba, pero seis semanas después del inquietante y agónico aviso de Weigall…
Weigall, Inspector del Servicio de Antigüedades de Egipto y autor de varias obras sobre la historia del mundo faraónico, quizás sabedor de que anteriormente Carter y Carnarvon habían entrado en la mencionada cámara del sarcófago el mismo día que se abrieron los sellos de la entrada principal el 22 de noviembre de 1922, y que su apertura oficial en noviembre de 1923 no era más que una pantomima para la prensa, ¿conocía alguna razón especial para lanzar con tanta exactitud su advertencia? ¿Fue la envidia la razón de esa caprichosa exhortación realizada por Weigall a su compatriota Carnarvon?
De todos era sabido que el Lord inglés había sufrido un accidente de coche en Alemania en 1901, de donde salió mal parado en lo que respecta a su aparato respiratorio. La bondad del clima egipcio le invitó a pasar allí los inviernos, alejándose así de las complicaciones pulmonares que le producían los rigurosos y húmedos inviernos de su país. Una infección en la sangre producida como consecuencia de abrirse una herida mientras se afeitaba agravó la situación del Lord. Esa herida había sido producida por la picadura de un mosquito, hecho que parecía dar cierta lógica al fallecimiento de Carnarvon…
maldicion02-nacho_aresLa muerte, aparentemente natural del noble inglés, se envolvió de un halo de misterio toda vez que se tuvo conocimiento de dos circunstancias inexplicables acaecidas en el momento de su muerte. Su perro, un fox terrier que en esos momentos se encontraba en su castillo de Highclere (Gran Bretaña), a la misma hora de la muerte de su amo -3:55 a.m. hora inglesa- se levantó, aulló y murió. En segundo lugar, el propio hijo de Carnarvon nos relata el misterioso apagón que cubrió de oscuridad toda la ciudad de El Cairo en el mismo momento de la muerte de su padre.
A toda esta historia se fueron añadiendo las supersticiones locales, que se hacían eco de un hecho singular acaecido en la casa del Valle de Howard Carter. El criado contó que una cobra había entrado en la casa para devorar al canario del arqueólogo inglés, lance que fue entendido como la venganza del faraón Tutankhamón, por aquella idea que identificaba la cobra con el poder real.
En un primer momento todas estas historias quedaron un poco de lado debido a la fastuosidad del tesoro que se había encontrado en la tumba del joven faraón. Los periódicos se plagaron de grandes repertorios fotográficos de los objetos que día a día eran retirados de las habitaciones para recibir los primeros auxilios de restauración en la cercana tumba de Seti II.

Las otras muertes

Pero cuando estas noticias perdieron la extravagancia de los primeros días, comenzaron a sucederse los acontecimientos en torno a la «maldición de Osiris», como se llegó a llamar este evento en aquellos años. Narramos a continuación algunos de los sucesos más significativos relacionados con la maldición.
El hermano de Lord Carnarvon, Aubrey Herbert, murió de repente en septiembre de 1923; el egiptólogo francés Georges Bénédite murió tras visitar la tumba por una afección respiratoria; el ayudante de Carter, Richard Bethell, murió en extrañas circunstancias en 1929. El padre de éste, Lord Westbury, se suicidó al conocer la noticia de la muerte de su hijo, y mientras transportaba el cadáver hacia el cementerio, el coche fúnebre atropelló a un niño de ocho años. El propio director del Servicio de Antigüedades, Arthur Weigall, el mismo que avisó de la proximidad de la muerte de Lord Carnarvon si se abría la cámara sepulcral de la tumba, falleció de unas extrañas fiebres.
Estas muertes por asociación, como muy acertadamente ha señalado el egiptólogo británico Nicholas Reeves, se alejan en muchos casos de los miembros directos del grupo que en teoría debían de haber sido los primeros en caer bajo el poder de la maldición. Una inscripción sobre una tablilla que decía: «La muerte tocará con sus alas a todo aquel que ose despertar el sueño eterno del faraón», y que curiosamente nadie a vuelto a ver, desató los misterios sobre este episodio del hallazgo de la tumba de Tutankhamón, justificando, de alguna manera, tan desafortunados acontecimientos. De esta tablilla se decía que había aparecido dentro del faldellín de uno de las estatuas Ka de Tutankhamón que permanecían a cada lado de la puerta de entrada a la cámara sepulcral, en donde reposaba la momia del faraón. Incluso se llegó a decir que la muerte de Alan Gardiner, el célebre egiptólogo creador de la primera gran gramática de jeroglífico y que había trabajado junto a Carter al principio de la excavación, se debía a la propia maldición. Pero Gardiner murió en 1963, cuando contaba con casi 84 años, más de cuatro décadas después del descubrimiento. En este vídeo tienes una rarísima grabación de voz del propio Gardiner hablando del hallazgo de la KV62.

La muerte de otros arqueólogos

A raíz de lo sucedido en la tumba del Faraón Niño, surgieron de la nada otros casos en donde había actuado la maldición de los faraones y sobre los que nadie se había percatado hasta entonces. Así, el aventurero italiano Giovanni B. Belzoni, Jean F. Champollion, quien descifró los jeroglíficos en 1822, y más recientemente Walter Brian Emery, famoso por sus estudios en la zona de Sakkara, han sido vinculados a estas misteriosas muertes.
Una momia en la bodega del Titanic fue entendida como la causante del hundimiento del barco. Luego, cualquier suceso anormal ligado con el país del Nilo, se interpretaba como una llamada de atención de los faraones ante el saqueo del que eran víctimas. La variación térmica sufrida en la sala de las momias del Museo Egipcio de El Cairo provocó en una ocasión que el brazo de Ramsés II se contrajera, ocasionando el pánico de los visitantes, algunos de los cuales salieron lanzados por la ventana, ante el miedo de que Ramsés hubiera decidido castigar la intromisión de tanto turista. Más recientemente se han apreciado dificultades técnicas a la hora de trabajar en el interior de la tumba de Tutankhamón; dificultades que desaparecían, curiosamente, nada más abandonar la tumba…

La respuesta de Casimiro

La aparición en Varsovia (Polonia) de un incidente similar a las muertes acaecidas tras el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón, sugirió una nueva vía de investigación que tuvo como corolario una propuesta médica al problema de la maldición de los faraones.
En 1973 catorce investigadores abrieron la cripta en donde se encontraban los despojos del rey Casimiro, para estudiar entre otros restos la corona, el cetro y la espada de este monarca. Los trabajos se llevaron a cabo sin guantes ni máscaras por lo que los investigadores tuvieron un contacto directo con los objetos que analizaban. En 1974 murieron cuatro miembros del equipo por motivos respiratorios y en 1985 solamente quedaban dos de lo que ya se denominaba la «maldición del rey Casimiro». Uno de los dos supervivientes, el profesor B. Smyk, decidió iniciar personalmente una investigación sobre las posibles causas de las muertes de sus compañeros doce años atrás. Sus conclusiones fueron categóricas y conmovedoras. Tanto en la corona, como en el cetro y la espada del rey Casimiro se descubrieron unos microorganismos que nacían de las bacterias y de los hongos de las tumbas. En el propio fémur del rey aparecieron bacilos del tipo asperguilus flabus, uno de los más venenosos que existen.
En la cura de la momia de Ramsés II que se realizó en París en 1976, se hallaron bacilos del tipo asperguilus flabus y asperguilus niger. Al contrario de lo que sucedió en Polonia, en Francia no falleció ningún miembro del equipo. Curiosamente, todo el trabajo se realizó con guantes y máscaras.
Este bacilo, muy venenoso, producido por la descomposición de tejidos orgánicos, origina problemas respiratorios que llevan inevitablemente a la muerte a todos los que tienen, de por sí, dificultades en este sentido. Un cuerpo sano lo rechaza si la cantidad ingerida es pequeña, mientras que el uso de antibióticos en un cuerpo enfermo no hace más que acelerar el proceso. Su mecánica se basa en la concentración de bacilos en los alvéolos pulmonares, hecho que provoca en el individuo una carestía de oxígeno y por tanto un ahogo prolongado. Una persona sana es capaz de rechazar estos bacilos, pero a un enfermo le resulta prácticamente imposible, por lo que la muerte, aun con los métodos modernos de la medicina, es casi segura.

Muertes por problemas respiratorios

Si volvemos hacia atrás y recapitulamos algunas de las muertes que acontecieron durante el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón, recordaremos que muchas de ellas se dieron en personas que ya padecían dificultades respiratorias, léase Carnarvon, Mace, Bénédite, Reed, etcétera. Parece que sólo pudieron salvar la vida todos aquellos que no padecían enfermedades de este tipo, en especial Carter. El propio profesor Smyk sufrió los mismos mareos que padeciera su homónimo Carter cincuenta años antes, aunque los dos consiguieron salvar la vida.
Si pensamos que este tipo de hongos fueron hallados en algunos de los objetos de la tumba de Tutankhamón, es fácil sospechar la existencia de un ambiente enrarecido en la tumba, acrecentado por el tiempo que llevaba cerrada, y que aceleró considerablemente la muerte de algunos de los miembros ya enfermos del grupo. Recordemos el detalle que tuvo Carter nada más abrir el primer agujero que daba al interior de la tumba, dejando pasar un poco de aire frente a la vela que portaba para cerciorarse de la no existencia de gases nocivos en el interior de la cámara. Él mismo lo describe como un hecho común entre los «abridores» de tumbas en Egipto.

¿Cómo explicar las muertes por asociación?

A simple vista, parece apuntarse una causa racional a la muerte de algunos de los miembros del grupo de Carter. Lo que no explican los bacilos son las muertes asociadas a la tumba de familiares y amigos de visitantes y arqueólogos. ¿Podría entrar en estos casos un porcentaje elevado de casualidad? o ¿es que la prensa ya estaba alerta para poder captar cualquier detalle por ínfimo que fuera y relacionarlo de inmediato con la maldición? Al ser el caso de Tutankhamón el punto de partida de esta clase de investigaciones no podemos lanzar teorías sobre posibles casos que se pudieron dar con otros aventureros y arqueólogos del siglo pasado.
¿Conocían realmente los egipcios los efectos nocivos de este tipo de bacilos? Los papiros médico-científicos y mágicos que conservamos de esta civilización milenaria, ofrecen un panorama importante en lo que respecta al conocimiento que tenían de plantas medicinales de toda clase. Sin embargo, no podemos afirmar con rotundidad que los antiguos egipcios conocieran los secretos de los bacilos generados por la descomposición de tejidos orgánicos, aunque es posible que los conocieran de forma indirecta; algo similar a lo sucedido con los procesos de electrólisis que mencionamos a la hora de hablar sobre la posibilidad de que los egipcios conocieran la electricidad.
Son muchos los testimonios conservados que hacen referencia al saqueo de tumbas ya en época faraónica. ¿Acaso morían los ladrones de tumbas ante los ojos incrédulos de los sacerdotes egipcios? ¿Interpretaron los antiguos sacerdotes la acción de los bacilos como una represalia del ka del difunto sobre quienes habían osado quebrantar su eterno reposo?
Es posible que los propios sacerdotes escribieran sentencias de muerte sobre las paredes de las tumbas para todo aquel que no respetara el descanso del difunto, convencidos de la efectividad del poder de sus dioses.

Nacho Ares © 2002

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