Cuando cae la noche sobre la ciudad de El Cairo, el oscuro velo del tiempo tiñe de negro a la ciudad de los mil minaretes. Sólo hay un lugar en toda la metrópoli en donde este denso velo no consigue extender su manto azabache. En el museo de arte faraónico de la plaza Tahrir, el brillo del oro del tesoro de Tutankhamón hace inútil la presencia de la noche. El refulgir del oro por todas las salas de la primera planta hace que parezca que el tiempo se haya detenido en Egipto desde hace más de 3.000 años.
Cualquiera que se haya enfrentado a la profunda mirada de la máscara de oro del Faraón Niño, habrá percibido el mágico resuello del legado de los faraones; una herencia que ha llegado hasta nosotros en forma de objetos preciosos, solamente concebibles en el seno de una civilización sin parangón en la historia del ser humano.
Tutankhamón, El Último Hijo del Sol, representa uno de los baluartes más importantes de la historia de la humanidad. Ocho décadas después del descubrimiento de su tumba, aún son innumerables los interrogantes que quedan por explicar. Descubierta por Howard Carter y Lord Carnarvon el 4 de noviembre de 1922, la llamada KV 62, la tumba de Tutankhamón en el Valle de los Reyes de Luxor, nos ha dado la oportunidad de adentrarnos en un fascinante túnel del tiempo hacia una de las épocas de esplendor de la cultura egipcia. La historia del descubrimiento del sepulcro, verdadero relato policíaco rodeado de una tensión inimaginable, la leyenda de la maldición que rodeó a la figura de este joven rey y, sobre todo, la riqueza de los miles y miles de objetos encontrados en su tumba, la única intacta de este período de la historia de Egipto, han convertido a Tutankhamón en uno de los protagonistas más populares de nuestro pasado.