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Sistemas de seguridad en las tumbas del antiguo Egipto

Jun 1996

Publicado en Revista de Arqueología, nº 182 1996

La cantidad de tesoros que albergaron las tumbas de los faraones nunca pasó desapercibida a los ladrones de tumbas, ya en la época faraónica. Reyes y arquitectos pusieron aunaron esfuerzos y conocimientos en pro de buscar los sistemas de seguridad más ingeniosos. Sin embargo, muy pocos acabaron logrando su verdadero fin, la eternidad de su señor.
El interés que para los antiguos egipcios tenía un buen paso a los campos de Ialu junto a Osiris, transcendía más allá de la calidad de vida que hasta aquel lugar se pudieran llevar por medio de grandes viandas, muebles de lujo o sirvientes en forma de ushebti. Esta importancia estribaba, principalmente, en las ideas religiosas de este pueblo y también, por qué no, en la codicia innata del hombre. De nada servían las fórmulas mágicas del Libro de los Muertos, los amuletos o toda una serie de bienes materiales y psíquico-espirituales, plasmados por medio del arte en las paredes de las tumbas, si éstas no poseían los requisitos mínimos para poder salvaguardar el descanso eterno del difunto.
Desde el primer momento, el egipcio sintió la inquietud de guardar sus posesiones de la manera más segura posible, por lo que no escatimó, dependiendo de su posición social, en los medios que garantizaran la inmunidad de su última morada, incitando a los arquitectos a ingeniar nuevos artilugios de seguridad. Los ejemplos que nos encontramos a lo largo de la historia de Egipto son innumerables y a cada cual más insólito, aunque en la mayor parte de las ocasiones el desenlace final viene de la mano del azar o la fortuna. El ejemplo más claro del capricho del destino lo hallamos en la tumba de Tutankhamón, encontrada prácticamente intacta en noviembre de 1922 por el inglés Howard Carter, cuando para nada se utilizó algún tipo de ingenio mecánico que garantizara la seguridad de esta tumba.
Otros corrieron peor suerte, aunque no sin haberlo intentado de las maneras más ingeniosas. El egiptólogo británico A. Jeff Spencer, relata en su libro Death in Ancient Egypt (London 1982, pp74-111), algunos de los sistemas que aquí reproduzco.

Protegiendo a su señor

Los saqueos de tumbas corresponden a períodos históricos enmarcados en el propio momento de los faraones y especialmente en épocas de crisis. Prácticamente la totalidad de las tumbas del Egipto faraónico han sido asaltadas y despojadas de todas sus posesiones. En muchos casos esto ocurría al poco tiempo de ser enterrado el propio difunto. Los sobornos a los guardias que custodiaban las entradas a las tumbas o las grandes necrópolis estaban a la orden del día, cuando no se pactaba con el propio arquitecto para ir sin rodeos a donde se encontraba el auténtico tesoro. Howard Carter llegó a afirmar que si la tumba de Tutankhamón poseía tales riquezas siendo un faraón discreto, ¿qué no contendrían las tumbas de los grandes reyes de Egipto caso de Tutmosis III, Seti I ó su hijo Ramsés II?
Los primitivos ingenios de seguridad se debían simplemente a la propia estructura de la tumba. Los primeros sepulcros (mastabas) se limitaban a ser un pozo en donde se insertaba una cámara que, a su vez, acogía el sarcófago con el difunto. Estos pozos eran rellenados con los escombros resultantes de la labor de cantería. De esta manera se pretendía dificultar el acceso a la cámara sepulcral si bien es cierto que su efectividad resultó ser completamente nula. En otras ocasiones los pozos eran obstruidos por un gran bloque de piedra que dificultaba la tarea. Por todo ello no es de extrañar que el aspecto interior de estas tumbas sea caótico, no ya sólo por su antigüedad sino por los destrozos realizados sobre el único objeto que suele conservarse: el sarcófago. Además, en algunos casos para evitar represalias desde el Más Allá, los ladrones quemaban la momia con el fin de eludir su fantasma.

Cerrojos y pasadizos secretos

A medida que evolucionó el estilo constructivo de la tumba, aparecieron nuevas destrezas arquitectónicas en busca de la salvación del difunto, no ya espiritual, sino también física. Poseemos algunos ejemplos curiosos como la mastaba de ladrillo cocido de un administrador del área de Thinis, la K 1 de la III dinastía en Beit Khallaf (2600 a. C.), en el Alto Egipto septentrional, muy cerca de Abydos. Sus dimensiones son de 85 por 45 metros y contiene un corredor descendente que lleva a un pasillo que da acceso a la cámara del sarcófago. Este corredor se encuentra interrumpido por cinco lajas de piedra que fueron descolgadas por medio de cuerdas a través de unos huecos que provenían de la parte superior de la mastaba. La dificultad que encontraron los ladrones fue nula: no tuvieron más que hacer tantas aberturas como losas encontraron en su camino y acceder al sarcófago.
seguridad03-nacho_aresLos principales sospechosos de los robos eran los propios obreros, al ser ellos únicamente los que conocían la ubicación exacta tanto de la cámara principal como del comienzo del pasillo que accedía a aquélla, más cuando lo ladrones solían encontrar a la primera el camino correcto.
Ya en el Imperio Medio, este sistema de losas fue sustituido por otro de similares características. Me estoy refiriendo a las compuertas, insinuadas ya en algunas pirámides del período anterior como la de Keops o la de Unas. El resultado era el mismo aunque su fundamento era diferente. Ahora estas grandes láminas de piedra no eran descolgadas sino que se ubicaban in situ con un sistema por el cual, mediante la colocación de un listón de madera en su parte superior que actuaba de tope, las hacía descender pero imposible de elevar. Lógicamente al ladrón de tumbas en ningún momento le pasaría por la mente llevar a cabo tal torpeza. Resultaba tremendamente más sencillo realizar un simple agujero en la compuerta para pasar a la cámara del sarcófago. Otra solución, más humillante para el arquitecto, fue la utilizada por los ladrones del sepulcro de Senwosretankht en Lisht. En esta ocasión prefirieron cavar un simple agujero en la tierra por la parte trasera de la tumba hasta llegar a la cámara y eludir el acceso por el pasillo.
Del más puro estilo policial es el sistema utilizado en algunas pirámides del Imperio Medio, como el caso de la de Amenemhat III en Dashur. Su plano se encuentra bifurcado por multitud de pasillos ciegos y recovecos que intentaban despistar la búsqueda de los tesoros del faraón.

La solución final

Ya en la dinastía XVIII, en un arrebato de impotencia, surge el proyecto de Tutmosis I intentando concentrar todas las tumbas reales en un único lugar de difícil acceso. Para ello buscó la ubicación más apropiada en la orilla oeste de Tebas, naciendo así el famoso Valle de los Reyes que acogerá los hipogeos de los soberanos y altos dignatarios egipcios hasta el comienzo de la dinastía XXI. La utilización del valle como necrópolis, surgió de la intención de concentrar las tumbas en un espacio reducido para facilitar su vigilancia, al ser escasos los puntos de acceso al propio valle. No obstante, y tal como hemos manifestado anteriormente, el soborno o el simple asesinato a sangre fría de los centinelas, se encontraba a la orden del día. Es famoso el texto conservado en la tumba del arquitecto de Tutmosis I, Ineni, en donde se dice, aludiendo a la construcción del sepulcro de su Señor: “Yo supervisaba, solo, la excavación de la tumba; nadie oyó nada ni vio nada” aludiendo claramente al trágico destino que les tocó sufrir a los obreros nada más finalizar sus trabajos en la tumba. Aún así, de poco le sirvió, ya que, como las otras 61 tumbas del valle, excepto la de Tutankhamón, fue saqueada en algún momento de la Antigüedad.
seguridad02-nacho_aresLas propias tumbas del Valle de los Reyes fueron construidas con procedimientos que, de alguna manera, despistaban a los ladrones. No se trataba de ingenios mecánicos, sino de variantes constructivas en la estructura del edificio. La tumba de Amenofis II, por ejemplo, estaba compuesta por un largo pasillo descendente, en forma de siringa, que daba acceso a varias cámaras, una de las cuales, con dos pilares en su interior, fue construida con el fin de engañar a los ladrones y hacerles creer que se encontraban en la cámara real y última de la tumba, cuando realmente una puerta tapiada y disimulada daba acceso a unas escaleras que se introducían en la verdadera cámara mortuoria del faraón, que, lógicamente, no escapó de las artimañas de los saqueadores.
Otro de los artilugios empleados en la construcción de las tumbas del valle fueron los pozos. Su finalidad en algunos casos fue doble. Por una parte, evitarían que el sepulcro se inundase en caso de fuertes lluvias en el valle; fenómeno frecuente y que ha originado destrozos irrecuperables en los frescos de las paredes de algunos hipogeos. La segunda función a la que se destinaban los pozos era la de ser una trampa mortal de los ladrones, no siendo infrecuente el hallazgo de cadáveres en los fondos de estos pozos.

Pozos en el Más Allá

Tras la crisis social vivida a finales del Imperio Nuevo y comienzos del Tercer Período Intermedio, los sistemas de seguridad se complicaron sobremanera. Aparece en la dinastía XXVI una edificación corriente en lo que a su disposición arquitectónica se refiere, aunque tremendamente atípica en su construcción. Está compuesta por una cámara sepulcral construida en el fondo de un ancho pozo, con un gran sarcófago, también construido de antemano en su interior. Este gran pozo se cubría en su totalidad de arena. El techo de la cámara estaba abierto por tres agujeros que contenían sendas tinajas de barro y que hacían de tapón para que la arena del pozo no se introdujera en la estancia. En un lateral de la tumba se abrió un pozo de dimensiones mucho menores que daba acceso directo al sarcófago. El último hombre que saliera de la cámara rompía las tres tinajas que hacían de tapón de la arena, permitiendo así que toda la sala se llenara. Inmediatamente el hombre debía ascender por el pozo-túnel, lo más rápido que le fuera posible, antes de que le alcanzara la arena. Finalmente el túnel estrecho era, a su vez, taponado con arena. De esta manera lo que se conseguía es que, intentando entrar por el lado que fuera, la arena siempre iba a impedir el acceso a la cámara de sarcófago al renovarse continuamente la cantidad desalojada.
Este ingenioso sistema de sellado tan drástico obtuvo la finalidad para la que fue construido, salvaguardando el yacimiento hasta nuestros días, resultando muy costosa, incluso, la excavación arqueológica, al ser muchas las toneladas de arena que se tuvieron que evacuar, para luego encontrar un sarcófago y un tesoro muy modesto. De esta tumba se deduce que no todos los egipcios daban más importancia a lo material en detrimento de una seguridad fiable para su tránsito hacia los campos de Ialu.
seguridad04-nacho_aresAún sigue vigente el “monopolio del crimen” que, desde la época de los faraones, tenían los habitantes de la aldea de Gurna, al otro extremo del Valle de los Reyes. La habilidad y mutismo de esta especie de sicilianos egipcios propició una especie de “mafia del hurto” con un desarrollado instinto para encontrar tumbas y poner sus posesiones en el comercio sin ser descubiertos. La historia de la arqueología egipcia está llena de anécdotas con esta especie de mafiosos, llegando al punto de que las propias autoridades egipcias han tenido que chantajear a los sospechosos, que siempre quedaban en libertad por falta de pruebas, para poder encontrar la ubicación exacta de las tumbas con cuyos tesoros comerciaban.

A salvo de los ladrones

En 1881 el Servicio de Antigüedades de Egipto descubrió lo que hasta ahora ha sido el último escondite importante de momias reales. Por aquellos años los adinerados occidentales recorrían los anticuarios de Luxor como quien va por una gran superficie en busca de un objeto de moda. Hacia 1875 empezaron a aparecer en el mercado objetos de gran valor, especialmente, papiros en muy buen estado de conservación. Las indagaciones llevaron a seguir muy de cerca a un tal Ahmed Abd er Rassul.
Ahmed, tras ser detenido es llevado a prisión, aunque niega toda relación con los hechos que se le imputan. Al poco tiempo, sin pruebas determinantes, se le pone en libertad. Pero otro de los hermanos, Mohamed, presintiendo una traición de la familia, se adelanta y declara antes de que fuera utilizado como chivo expiatorio: en 1.871, él y su hermano Ahmed, habían descubierto en los riscos de Deir el Bahari, un escondrijo lleno de momias y de un gran número de tesoros.
El 6 de julio de 1881, los inspectores se encaminaronn hacia el tesoro. A más de 60 metros de altura un largo pasillo bien disimulado en la roca llevaba a una gruta en donde se encontraban los sarcófagos de los grandes protagonistas de la historia de Egipto: Ahmosis, Tutmosis III, Amenofis I, o Ramsés II entre otros. Hasta allí fueron trasladados en la Antigüedad por sacerdotes quienes, en un acto de piedad, sacaron a los reyes de sus tumbas para evitar que los ladrones ultrajaran sus momias.

Pruebas del delito

Conservamos algunos textos relativos a juicios de ladrones de tumbas en la XXI dinastía (1000 a. C.). Los más célebres son los Leopold-Amherst (2, 4-3, 2) -conservados en Londres y Bruselas- que en la parte en donde confiesa el ladrón dice así:
“Fuimos a robar las tumbas de acuerdo con nuestro hábito regular, y nosotros encontramos la pirámide del rey Sekhmere-Shedtawy, el hijo de Re, Sebekemsaf. Esta [pirámide] no era como las tumbas de los nobles que normalmente íbamos a robar (…). Encontramos sus cámaras subterráneas y llevábamos candelas con luz y nosotros fuimos hacia abajo. Rompimos la mampostería y encontramos el pasillo descendente y encontramos al dios yaciendo al fondo de su cámara sepulcral. Y nosotros encontramos la cámara sepulcral de la reina Nubkhaas, su reina, situada detrás de él (…). Abrimos sus sarcófagos y sus ataúdes en los cuales ellos estaban y encontramos a la momia noble de este rey equipada con un halcón; había un gran número de amuletos joyas de oro sobre su cuello y tenía una máscara de oro sobre él. (…) Recogimos todo (…) y prendimos fuego a los sarcófagos. (…) Y dividimos en 8 partes el oro que encontramos sobre las momias de estos dioses, amuletos, joyas y sarcófagos, resultando 20 deben de oro para cada uno de nosotros, 160 deben en total; los muebles no fueron incluidos. Entonces cruzamos hasta a Tebas.”

© Nacho Ares 1996

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