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Nueva exposición en el castillo de Highclere. Los Carnarvon y la egiptología

Dic 2009

Publicado en Revista de Arqueología nº338

Quizá el nombre de lord Carnarvon no sea familiar para los seguidores de la historia de Egipto o más en concreto a la historia de los descubrimientos arqueológicos. Sin embargo, si decimos que este hombre fue quien patrocinó el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón (KV62) en la década de 1920 y que en abril de 1923, en pleno apogeo del hallazgo, falleció en circunstancias más o menos extrañas, seguramente que todos ya sabrán a quién nos referimos.

Los condes de Carnarvon han desempeñado siempre un importante papel no solamente en el desarrollo de colecciones arqueológicas sino en el ámbito de los estudios del mundo clásico. Nos hemos acercado a su castillo de Highclere, al suroeste de Inglaterra para conocer de mano del biznieto del mítico V conde de Carnarvon y de su esposa, los detalles de la historia de esta importante familia.
Una nueva exposición de arte egipcio con el título de “Wonderful Things”, acompañada de una reconstrucción de la tumba de Tutankhamón ha abierto sus puertas al público.

Cuando el tren llega a la estación de Newbury procedente de Reading, el trasbordo inevitable que hay que hacer cuando se aterriza en Londres, uno tiene la sensación de llegar a un espacio más tranquilo, en donde el tiempo lejos de correr, como sucede en la capital, acompaña al visitante en un ritmo convencional en cada paso que da.

El castillo de Highclere se encuentra a apenas 15 minutos en coche de la cercana ciudad de Newbury, en Hampshire. Absolutamente todo está cubierto de prados verdes y densas arboledas que apenas dejan ver las casas de no más de dos plantas que se abren a ambos lados de la carretera. El condado de Highclere cuenta con una extensión de 2.400 hectáreas y un espléndido castillo, levantado en 1793. La residencia de los Carnarvon, adecuándose a los nuevos tiempos, hoy es aprovechada para todo tipo de eventos públicos como conciertos, reuniones de empresa, bodas, certámenes y, por supuesto, las reuniones de la propia familia.

A pesar de esta modernización y adecuación a los nuevos vientos que corren, hay un tema que difícilmente se puede desligar a Highclere: el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón, la KV62 del Valle de los Reyes de Luxor.

Visita a Highclere

Geordie Herbert, VIII conde de Carnarvon, es el biznieto del V conde que diera fama mundial a la aristocrática familia tras el descubrimiento de la tumba del Faraón Niño, en noviembre de 1922. Heredó el título a la muerte de su padre en 2001 (el VII conde de Carnarvon fue el manager personal de las carreras de caballos de la reina de Inglaterra). Geordie es una persona cordial, cercana y desde luego que nada parecido a lo que podríamos esperar de un aristócrata inglés.
Acompañado de su esposa, Lady Fiona Carnarvon, nos acogió en su castillo, una mansión espectacular en donde es difícil separar la realidad del pasado sin empaparse en cada momento de algún instante de aquellos años dorados de la egiptología. Sea cual sea el pasillo que tomes, el salón en que descanses o la biblioteca en donde te detengas un momento a disfrutar de un libro, las paredes están decoradas con recuerdos de aquel tiempo increíble en la historia de la arqueología. “Aquel momento debió de ser grandioso –nos comenta el actual conde de Carnarvon–. Una mezcla de sorpresa y de shock después de dar con los peldaños que llevaban al pasillo y encontrar la puerta de la antecámara repleta de destellos de oro por todas partes. Para luego, de forma trágica, morir al año siguiente cuando su carrera había llegado a su pico más alto. Él nunca llegó a ver la máscara de oro de Tutankhamón”

El V conde de Carnarvon

El vínculo de la familia con el ámbito de la historia del mundo antiguo va más allá de su presencia en Egipto. “El IV conde de Carnarvon, Henry Woward Molyneaux Herbert, fue presidente de la Sociedad de Antigüedades –nos reconoce Fiona– además de un miembro destacado de la Universidad de Oxford. En su época, finales del siglo XIX, fue un hombre ampliamente reconocido como experto en el mundo clásico. A él le debemos una traducción de la obra de Homero. Con todo ese respaldo y bagaje, su hijo, el Carnarvon que todos conocemos por el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón, estuvo rodeado siempre de un ambiente relacionado con la historia y las civilizaciones antiguas. Estudió en Eton y además de dominar el francés y el alemán tenía un buen conocimiento del latín y del griego”.
George Edward Stanhope Molyneux Herbert, V conde de Carnarvon, había llegado a Egipto cuando apenas contaba con cuarenta y un años. Debido a unos problemas de salud, se vio obligado a pasar los inviernos en un clima templado, huyendo del riguroso frío británico, decidiendo invertir una parte de su fortuna en el coleccionismo y en las excavaciones que tan de moda estaban por entonces en el fastuoso Valle del Nilo.
Tras ser educado en los mejores colegios de Inglaterra, el Eton y el Trinity College de Londres, de manera un tanto injusta Carnarvon ha sido visto como la prototípica imagen de un aristócrata inglés de vida fácil, con una impresionante fortuna heredada y agrandada de generación en generación, que le permitía llevar a cabo las actividades más placenteras. Sin embargo, esta visión es arbitraria y no se adapta a la realidad. Nadie puede negar que la inmensa fortuna de Carnarvon se incrementara de forma considerable después de casarse con Almina Wombell, hija del Barón de Rothschild, un importante banquero. Se casó con ella el día de su vigésimo cumpleaños, recibiendo de su suegro un regalo de bodas de 250.000 libras esterlinas de la época. Una verdadera fortuna. Pero a pesar de todo ello, Carnarvon contaba con un olfato extraordinario no solamente para los negocios sino también para la adquisición de obras de arte. No es extraño, entonces, que otros egiptólogos como el estadounidense Thomas Hoving, antiguo director del Metropolitan de Nueva York, no hayan tenido reparos en reconocer que más que un saqueador de tumbas, como se llegó a calificar a Carnarvon, el conde fue en realidad un verdadero genio.
En 1903 el lord inglés había sufrido un dramático accidente cuando conducía él mismo un automóvil en Alemania. El conde circulaba a una velocidad que no superaba ni de lejos los 30 kilómetros por hora. Sufrió conmoción cerebral, quemaduras en las dos piernas, el pecho completamente hundido, una muñeca fracturada, erosiones en el interior de la boca, las dos mandíbulas rotas, los brazos dislocados y pérdida temporal de la visión. El conductor que le acompañaba en el vehículo, su verdadero chofer, dijo que el corazón de su patrón había dejado de latir en varias ocasiones en los minutos posteriores al accidente. Para recuperarlo, tuvo que echarle un cubo de agua helada sobre el rostro con el fin de hacerle reaccionar.
A pesar del trabajo realizado por los médicos y las costosísimas operaciones a que se vio obligado, Carnarvon quedó maltrecho, necesitando desde entonces la ayuda de un bastón para poder sostenerse en pie.
highclere02-nacho_aresUna vez en Egipto, gracias a Sir William Garstin, consejero del Ministro de Obras Públicas de aquel país, el conde inglés consiguió el permiso para realizar excavaciones. Tras llevar a cabo los papeleos de rigor, su primer permiso le fue otorgado para realizar excavaciones en los aledaños de la necrópolis de Tebas. Carnarvon fue el primero en darse cuenta de que necesitaba a alguien que le orientara en su nuevo trabajo. De esta manera, en 1907, Gaston Maspero, que por entonces era el director del Servicio de Antigüedades de Egipto, no dudó en presentarle a Howard Carter como consejero técnico y director de inestimable valor en las excavaciones. Carter era un arqueólogo en ciernes, que había colaborado con otros patrocinadores en la zona de Luxor, la antigua Tebas. Además de haber desempeñado importantes cargos como director de las antigüedades del Alto y del Bajo Egipto en momentos diferentes, a pesar de su extremada juventud, se presentaba como el ayudante ideal para Carnarvon en los trabajos que estaba a punto de comenzar en la necrópolis de Luxor.
Carter y él trabajaron juntos durante los primeros años de excavación en un peregrinar continuo que les llevó desde Aswan, al sur de Egipto, hasta el Delta, al norte. En todas estas excavaciones, el propio Carter, al contrario que muchos de sus estirados colegas, no tuvo reparos en quitarse la chaqueta y ayudar a sus obreros en las tareas de desescombro, gesto por el que se ganó el cariño de los egipcios.
Sin embargo, será en la necrópolis tebana en donde la pareja realice los descubrimientos más interesantes. Allí encontraron el templo del valle de Hatshepsut, las dos tumbas de esta misma reina, e innumerables sepulcros privados de nobles del Imperio Medio y Nuevo. No obstante, todos ellos aparecieron saqueados y sin ningún interés coleccionista que era, a la postre, lo que realmente interesaba a Carnarvon.
En el invierno de 1910, asentado y consolidado el tándem Carter & Carnarvon, éste mandó construir para el arqueólogo una casa en Dra Abu el Naga, justo a la entrada del Valle de los Reyes, pactando además un sueldo anual de 400 libras. El nuevo Castillo de Carter II (Castle Carter II, para diferenciarlo del Castle Carter I que tuvo junto al templo de Medinet Habu siendo inspector del Servicio de Antigüedades del Alto Egipto) se conserva aún hoy a pocos metros de la carretera que lleva al valle. Junto a ella se levanta una placa amarilla que reza como tal y nos habla del proyecto de restauración que se quiere realizar allí para convertirla en casa museo.
El resto de los trabajos de Carter y Carnarvon son parte de la historia más dorada de la arqueología. El 4 de noviembre de 1922 se descubre el primer peldaño de una escalera de 16 que llevaba directamente a una puerta sellada. Sobre ella había una serie de sellos con los nombres de Tutankhamón y de la necrópolis real. Cuando el arqueólogo inglés descubrió ese primer peldaño, se culminaba una búsqueda de casi dos décadas. Debido a su vínculo con Amenofis IV, Akhenatón, más conocido como el Faraón Hereje, Tutankhamón había desaparecido de las listas reales oficiales y sus representaciones en templos y relieves habían sido usurpadas por los reyes que le sucedieron.
La primera vez que aparece el nombre de Tutankhamón en el Valle de los Reyes es en la campaña de 1905/06. En aquella fecha, el arqueólogo Edward H. Ayrton había encontrado bajo una piedra cerca de la tumba KV48 del valle, un pequeño cuenco de fayenza azul con el nombre de este rey. Poco después, en 1907 el abogado americano Theodore Davis para quien trabajaba Howard Carter, encontró un pozo (la tumba KV57) en la loma sureste que se abre frente al centro del valle. En él había restos del material empleado en su funeral. Hoy estos restos se conservan en el Metropolitan Museum de Nueva York. Entre varias vasijas, collares de flores y restos de natrón, había textos con el nombre del rey.
Dos años más tarde, en 1909, Davis volvió a toparse con Tutankhamón en el valle. A pocos metros de donde apareciera la KV62, se encontró con un nuevo pozo, denominado KV58. No era más que un acceso a una modesta habitación, pero entre los pocos restos hallados había láminas de oro con el nombre de Tutankhamón y de Ay, el soberano que lo sucedió en el trono de Egipto. Este hecho hizo pensar al americano, erróneamente, que había descubierto la tumba saqueada del Faraón Niño en el Valle de los Reyes.
highclere04-nacho_aresSin embargo, Carter no estaba en absoluto convencido de ello. Cuando él y Carnarvon tenían en su mano el permiso de excavación en la necrópolis, se sabía que la KV58 no era una tumba real sino, posiblemente, un escondite saqueado con objetos procedentes del sepulcro de Ay (WV23); con toda seguridad su momia y algunos carros de donde venían las controvertidas láminas de oro con los nombres mencionados.
La tumba de Tutankhamón debía de estar en otro lugar del valle, quizá muy cerca de allí. Y Howard Carter no se equivocó.
A pocos metros, frente a la tumba de Ramsés VI, estaba la escalera de 16 peldaños excavados en la roca que llevaban a la tumba. Seguramente, el ya conocía su ubicación exacta. No tiene sentido que construyera meses antes un muro de contención que protegiera precisamente la entrada, marcando el perfil de acceso con sospechosa precisión. La historia del niño aguador que se topó con el primer escalón, es una fábula nacida de la imaginación de Carter durante una de las conferencias que dio en Estados Unidos. Fue transcrita por un periodista americano, y copiada hasta la saciedad por todo el mundo hasta hoy. Sin embargo, en ninguna línea de los diarios de Carter, ni en su obra en tres volúmenes sobre el descubrimiento de la tumba se habla de tal anécdota.

¿La trastienda de Tutankhamón?

Hace poco más de dos décadas la prensa de todo el mundo se hizo eco de una noticia estremecedora. Realizando el inventario de algunas piezas arqueológicas en el castillo de Highclere, aparecieron en dobles fondos de las paredes, algunos objetos egipcios de cuya existencia se habían olvidado para siempre todos los miembros de la casa, a excepción de uno de los mayordomos. Esta historia que parece sacada de una película de misterio, sucedió en la primavera del año 1988. Sirvió para volver a hablar de Tutankhamón y cómo no, de la controvertida maldición que siempre rodeó a la figura del V conde de Carnarvon. Precisamente, en Highclere nadie se acordaba de esas piezas egipcias porque tras la muerte del conde en 1923, parece que todo vestigio faraónico se quiso cubrir con el insondable velo del olvido. Y el tiempo hizo el resto.
La mayor parte de la prensa, desinformada, habló del descubrimiento de “los tesoros perdidos de Tutankhamón”. Pero en realidad no era nada de eso. Todas las piezas que aparecieron en Highclere detrás de paredes falsas, al mejor estilo de las películas británicas de terror, eran realmente fragmentos de figuras y vasos de época saíta y ptolemaica, algún trozo de la dinastía XVIII, del período de Amenofis III, y poco más.
Era imposible que en el castillo de los Carnarvon apareciera algo de Tutankhamón, por la sencilla razón de que todo lo que tenían de este rey ya había sido vendido hacía mucho tiempo. “Aquí, en el castillo de Highclere, no hay nada perteneciente a la tumba de Tutankhamón –nos corrobora lord Carnarvon–. Lo que se descubrió en dobles fondos en algunas habitaciones de la mansión en 1988 era una parte muy pequeña de la inmensa colección de antigüedades egipcias que mi bisabuelo había reunido antes de descubrir la tumba del Faraón Niño. La colección original seguramente contaba con más de 14.000 objetos. Había desde ataúdes hasta piezas diminutas. El 95 por ciento de esa colección fue vendido en 1925 por mi bisabuela después de la muerte de su esposo, al Metropolitan de Nueva York. Los americanos dieron una cantidad importante de dinero. El propio Howard Carter, encargado de hacer aquel inventario, señaló que en Highclere ‘permanecería una pequeña colección de objetos sin importancia’, que son los que se descubrieron hace ahora dos décadas. Al ser un tema tabú y existir un miedo real a la maldición, mi abuelo decidió esconder la colección egipcia en varias habitaciones, entre muebles o en el sótano del castillo para olvidarse de ella y mantener apartado, de alguna manera, el poder de la conjuro”.

La actual exposición en Highclere

A partir de esa pequeña colección de piezas egipcias, en Highclere se montó una exposición en los sótanos del castillo. “Mi abuelo, el VI conde de Carnarvon e hijo del descubridor de la tumba, era un hombre muy supersticioso. Creía en la mala suerte que había generado en la familia el descubrimiento de Tutankhamón y lo relacionaba con la repentina muerte de su padre en El Cairo”. Ésta es la razón por la que las piezas y todo aquello relacionado con Egipto llegara a ser considerado casi un tema tabú en la familia. No en vano hubo que esperar al año 1999 para que un nuevo Carnarvon entrara en la tumba de Tutankhamón. Fue precisamente el biznieto del descubridor, Geordie Herbert, quien lo hizo y sin tener ningún miedo a la supuesta maldición. Todo lo contrario, el actual conde de Carnarvon ha sido el principal impulsor, siempre ayudado por el inestimable apoyo de su esposa, en el desarrollo de una nueva egiptología en Highclere.
Precisamente ha sido Fiona Carnarvon quien ha dado nuevos bríos a este tema. Ella ha sido la autora de dos sensacionales libros sobre la familia y el descubrimiento de la tumba en el Valle de los Reyes, además de estar preparando una biografía más en profundidad sobre el V conde de Carnarvon. Documentación no le va a faltar. La colección de manuscritos y fotografías originales con que cuenta la biblioteca del castillo es lo suficientemente densa como para escribir varios volúmenes. “Es insólito –nos reconoce Fiona– que de dos hombres que fueron la portada de los periódicos de todo el mundo a principios de los años 20 gracias al descubrimiento de la tumba de Tutankhamón, de uno de ellos, Howard Carter, no se escribiera una biografía hasta el año 1992 y del otro, lord Carnarvon, todavía hoy no se haya hecho absolutamente nada”.
El renovado interés por dar a conocer el patrimonio familiar ha llevado a los actuales condes a aumentar el espacio físico de la colección permanente. Hasta ahora, ésta estaba formada por las piezas descubiertas en los dobles fondos en el año 1988 y de algunas donaciones de instituciones locales, como el Museo de Newbury que devolvió a Highclere el ataúd de Irtyru, la “Señora de la Casa”, que el propio conde de Carnarvon descubriera en Tebas en 1909.
La nueva colección, titulada de forma genérica “Wonderful Things” (‘Cosas maravillosas’, jugando así con la famosa frase que dijera Carter en el instante del descubrimiento de la tumba) ha sido montada exclusivamente por lady Fiona Carnarvon. Las primeras salas están dedicadas a la historia del V conde de Carnarvon. Algunos de sus objetos personales como la cámara fotográfica modelo Sinclair que utilizó para los primeros meses del descubrimiento de la tumba entre 1922 y 1923. También podemos ver el botiquín que siempre llevaba consigo y que le ayudaba, asistido siempre por su médico australiano, a conservar la salud en la medida de lo posible.
highclere05-nacho_aresUn despacho en el que se reconstruye por medio de maniquíes un momento de conversación de lord carnarvon y Howard Carter poco antes del sensacional descubrimiento, nos acerca quizá a la parte más interesante de todo el recorrido. Las vitrinas siguientes están dedicadas a los trabajos que ambos exploradores y aventureros desarrollaron en aquellos años previos tanto en Luxor como en el Delta, al norte del país. Las paredes están decoradas con fotografías originales de la época y las valiosísimas acuarelas que Carter regalara a su mentor en 1909, hechas por él mismo a partir de relieves egipcios.
Una cortina nos hace retroceder en el tiempo hasta el año 1922. A finales del mes de noviembre los dos ingleses abrían la puerta sellada que daba paso a la antecámara repleta de lechos funerarios y muebles de oro. Esta sensación puede ser revivida por el visitante ante una pared negra en una habitación totalmente oscura. En ella varias pestañas pueden ser abiertas para contemplar por un angosto agujero lo mismo que vieron carter y Carnarvon en aquella fecha.
La réplica de la antecámara da paso a un estrecho pasillo que nos lleva directamente a la cámara funeraria. La artista británica Eleanor Fane ha realizado la réplica de las pinturas de la cámara del sarcófago con todo detalle.
En el centro de la habitación podemos disfrutar de una reconstrucción de una de las puertas de las capillas doradas que protegían a los ataúdes de oro y a la propia momia de Tutankhamón, a la cual vemos en otro facsímil en la misma habitación.
Desde este punto, el visitante puede contemplar reproducciones de las piezas más importantes descubiertas en la KV62 del Valle de los Reyes como la máscara, el maniquí de Tutankhamón, algunos de los muebles, ushebtis, estatuillas de dioses, jarros, e incluso una réplica de una de las trompetas de plata que, de forma interactiva, reproduce el sonido que de ella grabó la BBC en el año 1939.
Casi al final del periplo nos encontramos con uno de los objetos más estremecedores: la famosa cuchilla de afeitar con la que se destapó la maldición. “Mi bisabuelo murió por septicemia como resultado del envenenamiento de la sangre –nos señala el heredero–. Se produjo una herida afeitándose en el lugar en donde un mosquito le había picado. La herida se le infectó y murió. A esto hay que añadir todo el estrés que le produjo el propio descubrimiento de la tumba. Fueron semanas muy duras negociando con la prensa, dando la exclusiva al Times, lo que le generó increíbles problemas con el resto de medios, y los políticos locales, el negociar el régimen de visitas a las autoridades, qué hacer con los miles de objetos aparecidos en la antecámara, etc. A todo esto hay que añadir también que no se cuidó bien la infección y como consecuencia de ello falleció”.
No lejos del castillo de Highclere se conserva la tumba de su inquilino más conocido. Hasta allí somos llevados en el propio coche conducido por su biznieto. “Siempre que subo hasta aquí –nos comenta frente a la reja que da acceso a la lápida– entiendo perfectamente por qué mi bisabuelo se quiso enterrar en un sitio tan aparentemente lejano en su propiedad. Desde aquí se puede sentir toda la belleza del lugar, teniendo una panorámica muy hermosa del paisaje, sus casas, las granjas, las arboledas, el propio castillo… De alguna forma se hizo enterrar en un lugar alejado aunque en contacto con sus cosas cotidianas, al igual que Tutankhamón. Él lo hizo en un lugar también muy apartado y agreste, en el Valle de los Reyes, lejos de su palacio, su ciudad, sus jardines… En cierto sentido es recuperar un poco la tranquilidad después de tantos años de trabajo en Tebas y de lograr una meta tan increíble como encontrar la tumba de Tutankhamón”.
El castillo de Highclere es una visita obligada no solamente para aquellos amantes de la egiptología sino para los que disfrutan de la historia viva de sus protagonistas. A pesar del tiempo transcurrido y de las anécdotas que se han vivido entre sus paredes, nada parece haber cambiado en este espectacular enclave de Hamphire.

© Nacho Ares 2009

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