Publicado en la revista Más Allá nº280 junio 2012
Las listas reales de los soberanos que gobernaron Egipto en los casi 3.000 años que duró la historia faraónica, están repletas de lagunas. A sus casi 200 faraones la arqueología poco a poco añade nuevos nombres, nuevos documentos y nuevos misterios. Un sensacional hallazgo en el templo de Karnak (Luxor) reaviva la polémica sobre la existencia de un rey desconocido hasta ahora que había pasado completamente desapercibidos para la Historia.
“Todavía no sabemos cómo llamarlo” me señala sonriente el joven egiptólogo francés. “Dudamos si llamarlo Ahmose 0, Ahmose -1 o, sencillamente, Ahmose I, y que el soberano que hasta hoy era denominado Ahmose I, pase a llamarse Ahmose II. Será lo mejor, pero con ello tendremos que cambiar todos los libros de historia de Egipto”. Cada vez que la pala hunde su hoja en la arena del desierto egipcio nos acercamos a un nuevo secreto oculto durante milenios. Excavar en Egipto es garantizarse el éxito de un hallazgo sorprendente, mediático y, como todo lo que rodea al mundo faraónico, de un descubrimiento repleto de misterios.
Sébastien Biston Moulin, es perfectamente consciente de esta realidad y sabe convivir con ella como el que vive en el filo de la navaja ante la inquietud que supone desconocer qué es lo que hay bajo los estratos de tierra que a diario mueven las decenas de obreros en la excavación. Biston, del Centro Franco-Egipcio para el Estudio de los Templos de Karnak, sonríe nervioso ante la responsabilidad que un hallazgo tan importante como el realizado en marzo de este año 2012 supone para la investigación. Sacar el nombre de un nuevo rey del oscuro arcón del olvido, en donde fue dejado por sus contemporáneos hace miles de años, da vértigo, pero también es emocionante.
El nuevo rey de Egipto
No es una cuestión baladí. Que Ahmose I, fundador de la dinastía XVIII, la más importante de toda la historia de Egipto, sea ahora Ahmose II, hace replantearse muchas cosas. Hasta hoy, del nuevo Ahmose I, conocido también como Sennakhtenra Ahmose, solamente sabíamos de alguna referencia indirecta en listas reales. La más antigua de ellas pertenece al reinado de Tutmosis III (1504-1450 a. C.) en cuya Capilla de los Ancestros del propio templo de Karnak. También lo podemos ver en una mesa de ofrendas de Kenherkheperchef conservada en el Museo de Marsella. Por último, también se le menciona en la tumba de Khabekhenet (TT2). Pero hasta hoy nunca había aparecido un monumento coetáneo de su reinado como el dintel y la jamba de la puerta halladas en Karnak. Se trata de un soberano de la XVII dinastía (ca. 1600 a. C.), perteneciente al llamado II Período Intermedio, una época convulsa en la que los egipcios intentaban deshacerse del poder invasor de los hicsos; misteriosos invasores procedentes de la franja Siriopalestina, que algunos investigadores han identificado incluso con los atlantes. El hallazgo se ha producido en el recinto meridional del templo de Ptah, dentro del macrorrecinto sagrado del templo de Amón en Karnak, en la antigua capital Tebas, hoy Luxor.
El templo de Ptah es conocido por los seguidores de la diosa leona Sekhmet ya que es en el interior de una de sus capillas en donde se conserva aún hoy, una espectacular estatua de más de 2 metros de alto de esta divinidad felina, diosa de la guerra y de la medicina en el antiguo Egipto. Junto al camino que lleva al antiguo templo, los arqueólogos franceses comenzaron hace pocos años los trabajos de excavación de una zona prácticamente virgen. No es extraño que dentro incluso del recinto de Amón descubramos zonas sin estudiar. Son muchos los secretos ocultos que aún siguen vivos entre los muros de este santuario sagrado. Allí, junto a la base de dos enormes columnas de granito de una estructura más tardía, seguramente de la XXV dinastía (780-656 a. C.), los franceses descubrieron una puerta de acceso que ha otorgado a los investigadores esta nueva sorpresa; una sorpresa que trastoca por completo la historia de Egipto, en concreto uno de los momentos menos conocidos: el tránsito hacia la fundación de la dinastía XVIII.
La herejía de Atón
Que aparezca un nuevo rey en la Historia de Egipto no es extraño. La investigación permite que de manera continua se tengan que recolocar, añadir o quitar años o incluso unir los reinados de soberanos que desde siempre se habían entendido como soberanos independientes. Cuando en el siglo XIX se descubrió en el actual Amarna, en el Egipto Medio, la ciudad de Akhetatón(1379-1362), la capital construida en esa tierra de nadie por un desconocido rey llamado Akhenatón, el Faraón Hereje, las preguntas que se hacían los egiptólogos son muy similares a las que se hacen los modernos investigadores. Es cierto que tenemos un conocimiento más amplio del período llamado herético, el que antecedió al reinado del célebre Tutankhamón (1361-1352), con la revolución religiosa de Akhenatón, su supuesto padre. Pero las grandes preguntas como cuál era el origen de la reina Nefertiti, esposa de Akhenatón, o, sobre todo para el tema que aquí nos reúne, quién fue Semenkhkare, el corregente-sucesor del Faraón Hereje, siguen siendo un misterio.
El hecho de que el clero de Amón, al recuperar el poder y destruir todo rastro del paso por la tierra de la herejía de Akhenatón, ha cubierto con un denso velo esta fascinante etapa histórica del Egipto faraónico. La lista real de Abydos, recoge todos los reyes desde Menes hasta Ramsés II. Sin embargo, salta las tres décadas que duró lo que los sacerdotes consideran época herética, esto es, los reinados de Akhenatón, Semenkhkare, Tutankhamón y Ay. De nada le valió al Faraón Niño reestablecer el culto a Amón, proyecto que las evidencias históricas parecen señalar ya durante los meses del reinado en solitario de Semenkhkare. La damnatio memoriae, es decir, el “borrado del recuerdo” de sus nombres y sus obras fue implacable con estos faraones, cuya memoria se perdió para siempre hasta que los arqueólogos la recuperaron hace poco más de un siglo. Las dudas alcanzan a tal punto que no pocos investigadores, ante la falta de pruebas o de una hipótesis de trabajo mejor, han concluido que Semenkhkare que acompañó en el trono a Akhenatón durante apenas dos años, y que debió de gobernar en solitario unos meses después, podría ser incluso la propia reina Nefertiti, desaparecida de la faz de la tierra pocos años antes, poco antes del duodécimo año de reinado del Faraón Hereje, quien finalmente gobernó diecisiete. La ambigüedad sexual del arte de Amarna lleva a este tipo de hipótesis. Cuando a principios de la década de 1880 aparecieron las primeras tumbas reales de la necrópolis de la ciudad de Akhetatón, los arqueólogos pensaron que la representación de la pareja real que había sobre los relieves, a la sazón Akhenatón y Nefertiti, estaba formada en realidad por dos mujeres. No deja de ser curioso que en muchos de estos relieves Nefertiti aparezca con los símbolos reales típicos de un varón. Pero como parecía algo increíble, entonces se pensó que la otra persona no era Nefertiti sino Semenkhkare, posible hijo de Akhenatón con una esposa secundaria, quizás Kiya. Es posible que Semenkhkare fuera corregente junto a su padre igual que hizo éste con Amenofis III.
Pero el problema ahonda aún más. Si realmente es Semenkhkare quien aparece en los relieves junto al Faraón Hereje, ¿qué hace éste acariciando a su corregente en posturas un tanto comprometidas? Lógicamente, la explicación está en el amaneramiento del arte de Amarna, desafinado y sofisticado, si lo comparamos con la iconografía tradicional vista hasta ese momento en el arte egipcio.
Semenkhkare, el faraón oculto
De Semenkhkare no sabemos casi nada. Estaba casado con Meritatón, hija de Akhenatón, quien quizá fuera también su propia hermana. Es muy posible que al desaparecer Nefertiti, Semenkhkare tomara su lugar, de ahí que aparezca en algunos relieves con los títulos que anteriormente había llevado la reina, circunstancia que hizo levantar las sospechas que ya he relatado más arriba. Esto explicaría que entre los títulos adoptados por Semenkhkare estuviera el de Neferneferaten, literalmente “Hermosos son los dones de Atón”, léase, Nefertiti. Cuando en 1907 el excéntrico abogado estadounidense Theodore Davis descubrió en el centro del Valle de los Reyes, a pocos metros de la tumba de Tutankhamón, la llamada KV55 con restos de un enterramiento correspondiente a la época de Amarna, muchos se aventuraron a decir que la persona allí enterrada era el mismísimo Faraón Hereje. Incluso los análisis de ADN de los restos óseos realizados por el gobierno egipcio hace pocos años, lanzaron a los cuatro vientos que aquella momia se correspondía con la figura del padre de Tutankhamón y, por ende, aunque no haya ninguna prueba que así lo demuestre, con los de Akhenatón. No obstante, detalles como la edad –Akhenatón debió de morir sobre los 40 años y la momia es de un joven de unos 25–, echan por tierra esta identificación. ¿Es la momia de la KV55 la de Semenkhkare, el misterioso soberano de la época de Amarna?
Nuevos hallazgos en el Valle de los Reyes
En la misma necrópolis real, en febrero de 2006 se halló un pozo que daba acceso a una sola habitación en forma de “L” en la que se habían almacenado siete ataúdes de madera y numerosas vasijas. Hoy se la conoce como KV63, siglas de King’s Valley y el número de signatura del listado de tumbas reales de la necrópolis. La tipología de estos objetos así como el entorno arqueológico de la zona en donde ha aparecido el pozo, dan a entender que se trata de un escondite de la XVIII dinastía. Sin embargo, es más interesante el hallazgo hecho público este mismo año 2012 de una nueva tumba, la KV64. El descubrimiento ha sido realizado por un equipo suizo liderado por las egiptólogas Elena Pauline-Grothe y Susanne Bickel, de la Universidad de Basilea. La nueva tumba no es exactamente de un rey sino de una mujer, Nehmes Bastet, cuyo título, Cantora de Amón, nos hace ver que pertenecía a la familia real. Se fecha en la dinastía XXII (950-730 a. C.), una de las menos conocidas de la historia de Egipto, ya que en esta época el país de los faraones estaba dividido en dos zonas gobernadas en el norte por una dinastía libia y en el sur por los poderosos sacerdotes del clero de Amón, al que debía de pertenecer esta mujer. La tumba de Nehmes Bastet, cuyo nombre y cargo aparece grabado en un hermosa estela descubierta a los pies del ataúd, se encuentra en el sector más meridional del Valle de los Reyes, a pocos metros del pasillo abierto en la roca que lleva a la tumba de Tutmosis III. No debería resultar extraño encontrar la tumba de una mujer en el Valle de los Reyes. Algunas tumbas compartidas como la de Yuya y Tuya, suegros del todopoderoso Amenofis III (1417-1379 a. C.), demuestran que las sepulturas podrían albergar a más de un miembro de la familia.
Sin embargo, las tumbas reales, las de los faraones, no parecen haber albergado los restos de sus esposas, lo que ha ofrecido un nuevo enigma a la necrópolis de Luxor, ¿dónde están las tumbas de las reinas de la XVIII dinastía? En la antigua capital egipcia, son innumerables los enigmas que aún quedan por desvelar. No conocemos los nombres de algunos reyes, pero incluso de los conocidos, ignoramos dónde están sus tumbas. Otras, por el contrario, descubiertas y estudiadas en el siglo XIX, hoy se ha perdido su rastro para siempre. Esto solamente podría ocurrir en el país en el que el misterio se abre a los ojos del visitante a cada paso que da por sus milenarios caminos.
© Nacho Ares