Publicado en monográfico «Momias» Más Allá en el año 2004. Actualizado 1-6-2014
Desde que se descubrieron a finales del siglo XIX los dos escondites reales de momias de la región tebana, el de Deir el-Bahari y el del Valle de los Reyes, los egiptólogos han manifestado sus dudas sobre la verdadera identidad de los cuerpos. ¿Eran realmente esos reyes quienes decían ser las inscripciones recogidas en sus ataúdes? Y si es así, ¿por qué existen tantas contradicciones tipológicas, anatómicas y epigráficas? El egiptólogo Ken Weeks nos cuenta las claves de este problema en este vídeo.
Cuando uno visita la sala 52 del Museo Egipcio de El Cairo y acerca su rostro al de los reyes, siente un extraño cosquilleo al contemplar de cerca a estos importantes protagonistas de la historia de Egipto. Y, seguramente, ese sentimiento no sea más que una simple sugestión. Las últimas investigaciones parecen señalar que nadie es quien dice ser. Los estudios anatómicoforenses y de ADN (aunque estos hayan sido cortado de forma tajante) que se han realizado en los últimos años no dejan lugar a dudas. La única momia que parece ser quien se dice que es, es la de Tutmosis III, el resto de reyes están, literalmente, «descolocados». La clave de toda esta investigación reside un hecho crucial, la extracción y análisis del ADN de cada uno de los cuerpos.
Buscando respuestas
En los últimos años uno de los grandes proyectos que se están llevando a cabo en el Museo de El Cairo está directamente relacionado con el ADN. Se trata de realizar un estudio como nunca se ha hecho hasta entonces, para obtener el ADN de las veintiocho momias reales que se conservan en este museo.
En cierta ocasión, el doctor Nasry Iskander, director de las momias del Museo Egipcio de El Cairo, me comentaba que si alguien se hubiera planteado hace pocos años la posibilidad de trabajar con el ADN antiguo de las momias, seguro que le hubieran tomado por loco. Parecía algo increíble. Si los análisis de los grupos sanguíneos ya parecían algo de ciencia ficción, hablar de ADN era todo un sueño.
La razón de formalizar un proyecto científico en el que se trabajara con el ADN de las momias reales del Museo de El Cairo era, precisamente, buscar una salida definitiva al problema de la identificación de los cuerpos que ha existido desde siempre. «En 1898 se descubrió el segundo escondrijo de momias reales —me confesaba el Dr. Iskander—. Precisamente en el estudio de estos cuerpos estamos trabajando ahora. En este escondrijo apareció, junto a otras nueve momias reales, la del faraón Amenofis III, cuyo cuerpo ha sido identificado por algunos forenses con el de Amenofis IV, Akhenatón, gracias a una serie de particularidades físicas. Por otra parte, en la tumba 55 del Valle de los Reyes apareció en el año 1907 la momia del faraón Semenkhare, también vinculada en un principio con la de Akhenatón. Además tenemos en el museo una tercera momia, en esta ocasión anónima, atribuida a este insólito rey. El problema se complica cuando hacemos un estudio computerizado de una momia que los textos la datan en la XVIII dinastía y el ordenador proporciona una fecha totalmente diferente; nadie puede responder a este enigma. Puede que sea Amenofis III, Amenofis IV o alguno de los hijos de aquél. En cualquier caso, no tenemos ninguna seguridad, solamente posibilidades. Pero si conseguimos el ADN, entonces sí que hay seguridad».
Un recibimiento regio
La historia de este increíble puzzle comienza en la dinastía XXI (1000 a. C.). En aquel momento Egipto pasaba una época de crisis en la que los saqueos de tumbas estaban a la orden del día. Ésta es la razón por la cual los sacerdotes de Tebas decidieron reagrupar las momias reales de sus gloriosos ancestros en escondites más seguros, a salvo de las manos de los ladrones. Seguramente algunas de las momias fueron vueltas a vendar después de haber sufrido el atropello de los saqueadores. Otras, sencillamente, fueron trasladadas de su lugar de origen hasta un nuevo emplazamiento.
Sobre las tapas de los ataúdes de madera que cubrían los restos de los faraones, muchos de ellos completamente nuevos o reutiliados de antiguos talleres, se inscribió el relato de lo sucedido, además de los nombres de las momias. Sin embargo, lo que en un principio no debió de suponer más que un simple trámite burocrático, una simple mudanza de momias, debió de convertirse en un verdadero problema para los sacerdotes. En algunas tapas podemos leer que se han escrito varios nombres reales, tachando unos y escribiendo otros encima, de lo que se deduce que, en un momento dado, los sacerdotes perdieron el horizonte de los cuerpos y ya no sabían a cuál pertenecía cada uno de ellos. A esto hay que añadir lo parecidos que eran algunos de los títulos de varios reyes, lo que pudo llevar a confundir a los sacerdotes.
El más importante de los escondites fue el de Deir el-Bahari descubierto en 1881 cuando el Servicio de Antigüedades siguió la pista de una famosa familia de ladrones de tumbas, los Abd el-Rassul, después de descubrir en el mercado negro de antigüedades de Luxor la presencia de piezas de incalculable valor identificadas con reyes de los que no se conocía su tumba. En este escondite aparecieron las supuestas momias de Amenofis I, Tutmosis III, Seti I, Ramsés II, Ramsés III, etcétera, al igual que los cuerpos de importantes reinas y sacerdotes. Así, hasta casi 40 momias.
Años más tarde, en 1898, el francés Victor Loret descubrió en el Valle de los Reyes la tumba de Amenofis II en cuyas habitaciones estaban las momias de reyes como Amenofis III, Tutmosis IV, Seti II o Siptah entre otros, así como ataúdes y elementos del enterramiento de algunos de los monarcas descubiertos en Deir el-Bahari. En esta misma tumba, la KV35, apareció una momia, Young Lady, identificada por la Dra. Joann Fletcher con la reina Nefertiti, la esposa de Akhenatón. Estudios posteriores no pudieron confirmar este dato.
Jugando al «¿Quién es quién?»
Pero las dudas nacieron en el mismo momento de ser descubiertas las momias. Por ejemplo, Gaston Maspero, director del Servicio de Antigüedades en aquellas fechas de finales del XIX, dedujo que la momia que aparecía etiquetada como Tutmosis I era realmente la del faraón Pinedjem I. Su propuesta nacía del texto que cubría el ataúd de madera en donde apareció la momia, en donde estaban los nombre de los dos soberanos. Entonces, ¿de quién era esa momia? A esto hay que añadir el hecho de que los brazos del supuesto Tutmosis I estaban colocados a lo largo del cuerpo y no cruzados sobre el pecho, tal y como sucede con todas las momias reales del Imperio Nuevo, momento al que perteneció este monarca.
Años después, el médico forense Elliot Smith, un experto del primer tercio del XX en el estudio de momias egipcias, advirtió las incongruencias anatómicas que existían entre las momias adjudicadas a los ramésidas. Es el caso, por ejemplo de la momia de Seti II de la dinastía XIX, cuyos rasgos nada tenían que ver con sus supuestos parientes sino con los reyes de la dinastía XVIII.
Diferentes posibilidades
Desde los primeros estudios comparativos anatómicoforenses del año 1967 hasta los análisis de ADN de Scott Woodward, todavía inéditos pero finalizados desde hace varios años, todos coinciden en un solo detalle. La única momia que parece ser quien dice que es, además de la de Tutankhamón descubierta en su tumba en 1922, es la de Tutmosis III, hallada en el escondite de Deir el-Bahari. El resto, sencillamente, o no son quienes dicen ser o tenemos serias dudas al respecto.
Hasta la fecha la investigación publicada más importante es la del profesor Edward F. Wente del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago (Estados Unidos). En el año 1995 sorprendió a todos con la publicación de un trabajo en el que comparaba las radiografías de las momias reales del Museo Egipcio de El Cairo tomadas por el Dr. James E. Harris a finales de los 60.
El primer hecho que llamó la atención del Dr. Wente fue que la edad de las momias no se correspondía con la de los reyes según los documentos históricos. Por otro lado, la base de los estudios del profesor de Chicago estaba basada en la cefalometría de las momias, es decir, las medidas y proporciones de los cráneos que siempre guardan ciertas similitudes de padres a hijos. En este sentido, la historia nos dice que en un momento de la XVIII dinastía, por ejemplo, la sucesión de reyes fue Tutmosis III, Amenofis II, Tutmosis IV, Amenofis III y Akhenatón. Sin embargo, la cefalometría de las momias nos dice que tuvo que ser Tutmosis III, Tutmosis IV, Amenofis II y Amenofis III. Lógicamente, como reconoce el propio Dr. Wente, hay algo que está mal y no es precisamente la sucesión histórica sino la identificación de las momias.
En resumen, la verdadera identificación de algunas momias podría ser como sigue. Tutmosis I es en realidad, Tutmosis II. El que hoy conocemos como Tutmosis II es en realidad Seti II. Como hemos dicho, Tutmosis III estaría bien identificado. Tutmosis IV sería seguramente Amenofis II o bien el propio Tutmosis IV. Finalmente, la momia de Ay sería Amenofis III. El resto son dudosas y cuentan con varias interpretaciones.
El último rey
Por supuesto que, como se podrá imaginar, la parafernalia que se levantó a finales de 2003 con la llegada a El Cairo de la momia de Ramsés I, encontrada en el escondite de Deir el-Bahari en 1881 y que abandonó el país en circunstancias no aclaradas para a aparecer un siglo después en un pequeño museo de Canadá, no podría ser quien dice ser.
Son muchos los que se preguntaron por qué el gobierno egipcio ha sido tan reticente a la publicación de los análisis de ADN de las momias reales, investigación que ya finalizó hace más de 10 años. La respuesta reside en que el microbiólogo Scott Woodward, director del proyecto, deseaba, según los egipcios, ir hacia atrás en el tiempo para conseguir el ADN de Moisés. No olvidemos que Woodward trabajaba para una universidad mormona americana, la Brigham Young University. El rechazo final vino de la mano de los propios resultados de este científico en relación a los trabajos que supuestamente lo habían encumbrado. Woodward, miembro activo de la iglesia de Jesucristo de los Santos de los Útimos días, fue el primero en extraer ADN de fósiles de dinosaurios, el eje principal de la película Parque Jurásico. Sin embargo, casi diez años después de la publicación en revistas científicas de los resultados de sus estudios, tuvo que corregirlos. Al parecer, muchas de las supuestas cadenas de ADN de dinosaurio se habían reconstruido de forma errónea a partir de las muestras contaminadas de miembros de su equipo. Este miedo es el mismo que aún flota por encima de los análisis realizados a momias como las de Tutankhamón y otros miembros de la familia real de la XVIII dinastía. La celeridad del trabajo y las escasas medidas de seguridad han hecho que muchos de los científicos que participaran en los proyectos originalmente, se hayan descolgado aludiendo este tipo de problemas. Jo Marchant, periodista científica de la revista Science, relata perfectamente esta historia en su libro The Shadow king (Boston 2013).
En cualquier caso, la respuesta a todo este enigma médico e histórico la podríamos encontrar en el hallazgo de un tercer escondite de momias reales. Si hacemos caso de los resultados extraídos del análisis de las momias conocidas y su reubicación, en este nuevo escondite deben de estar los restos de los soberanos con los que aún no contamos. Es el caso de reyes tan importantes como Ahmose I, la célebre reina Hatshepsut, Amenofis III, Amenofis IV (Akhenatón), Ramsés I, o la no menos inquietante reina Nefertari, la esposa principal de Ramsés II.
Cómo dar con la clave
El ADN es el ácido desoxirribonucleico, material genético de todos los organismos celulares y casi todos los virus. En palabras más sencillas podríamos decir que es una especie de clave de la vida. En 1973 la universidad estadounidense de Philadelphia y dos años más tarde la de Manchester en Gran Bretaña, comenzaron a emplear en sus trabajos con momias egipcias la más alta tecnología. Pero el paso decisivo no se dio hasta 1983 cuando un equipo de médicos de la Universidad de Cambridge logró extraer por primera vez el ADN del tejido rehidratado de una momia.
El proceso para la obtención de ADN de una momia es muy complicado. Hasta ahora se pensaba más sencillo pero las contaminaciones de los resultados han hecho cambiar de opinión. Se necesita extraer una diminuta porción de tejido, empleando para ello unos guantes y una mascarilla con el fin de evitar el error de mezclarlo con el ADN del propio experimentador. Como medida añadida, suele tomarse una muestra del cabello de todos los participantes en la investigación, ya sean científicos o los simples obreros locales que extraen la momia del yacimiento arqueológico. El resto del trabajo se lleva a cabo en el laboratorio. La solución con el ADN antiguo se vierte en una compleja máquina que proporciona un corriente eléctrica muy fuerte a este líquido gelatinoso, provocando la aparición del ADN.
© Nacho Ares 2014