Publicado en la revista Más Allá nº 150, agosto 2001.
En la búsqueda de ritualidad más extrema, los antiguos egipcios fueron capaces de transformar hasta los más simples juegos de mesa de la vida cotidiana en pruebas clave para cruzar el umbral hacia el más allá; una suerte de camino iniciático que convertía el paso al inframundo en una entretenida partida de senet.
El golpe de los cuatro palillos sobre la mesa retumba en toda la tumba. En un primer momento, Nefertari, relaja la mirada ante el resultado de los dados. Seis, y vuelve a tirar. Toma ventaja en el juego y tras recoger los palillos vuelve al lanzarlos sobre el tablero.
La reina de Egipto, esposa del indomable Ramsés II, se encuentra jugando la partida más importante de su vida. Ante el tablero del senet, Nefertari se enfrenta a su futuro. Detrás quedan las partidas en palacio con algunos miembros de la familia real, entretenimiento de reuniones sociales celebradas a cielo abierto en los patios más lujosos del palacio de Pi-Ramsés. En esta ocasión, su rival no puede ser menos estremecedor: el destino. ¿Conseguirá Nefertiti sacar del tablero todas sus fichas antes de que el destino acabe con ella?
De pasatiempo a juego iniciático
En un mundo en el que no había televisión, cine, grandes espectáculos ni salas de fiestas en las que pasar las largas horas, no es extraño que los juegos, los pasatiempos convencionales, tuvieran gran arraigo y difusión. “Estás sentado en el salón mientras juegas al juego del senet. Tienes cerveza. Tienes vino,” reza una antigua inscripción egipcia. Si se tenían esas cosas, se tenía casi todo. Hasta este punto todo parece lógico. Sin embargo, al igual que sucede en numerosos aspectos de la cultura del Valle del Nilo, los antiguos egipcios supieron hilar muy fino a la hora de buscar un nuevo significado a este extraño juego de mesa.
Según sabemos por algunos textos escolares, el juego más popular de todos recibía el nombre de senet, aunque no es raro encontrar referencias aludiendo al “juego de las treinta casillas” o simplemente, el “juego de los treinta.” Sin embargo, el nombre ya nos da una primera pista. Senet viene a querer decir “pasar” o “guiarse por.” Con este sugerente apelativo se está aludiendo a la propia dinámica del juego: atravesar su treintena de casillas y evitar los contratiempos y dificultades que puedan ir surgiendo (ver el recuadro en donde se explican las reglas).
Fue a lo largo del Imperio Nuevo (1400 a. C.) cuando el senet adquirió ese significado ritual e iniciático que lo caracterizó durante el resto de su historia. A lo largo de este período, este juego de mesa pasa a ser más un artefacto mortuorio que otra cosa, adquiriendo el simbolismo del camino que el difunto debía de realizar en el paso al más allá. De esta manera, según explica el egiptólogo Wolfgang Decker, “el éxito en el juego contra un oponente imaginario garantizaba al espíritu del difunto el renacimiento, es decir, la condición necesaria para obtener la vida eterna y la felicidad en la vida del más allá.” Conservamos algunos ejemplos que describen de forma muy clara esta situación. En una representación artística en la que aparece un noble de nombre Amenmose, éste se dispone a comenzar una partida de senet contra un hombre vestido con un faldellín y cabeza afeitada, similar al aspecto que tenían los sacerdotes egipcios. El texto lo deja bien claro, ese misterioso hombre no es otro que el destino.
El senet se hizo tan popular que en el Imperio Nuevo aparecieron diferentes variantes, algunas de las cuales estaban influenciadas por otros juegos de origen normalmente mesopotámico. Sin lugar a dudas el más conocido de todos fue el mal llamado “chau” (del que se hablará a continuación) cuyo origen parece ser asiático. Lo correcto sería denominarlo con el propio nombre que utilizaban los egipcios, es decir, el juego de las veinte casillas. Al contrario del senet, no parece probable que este juego tuviera algún tipo de significado religioso. Sin embargo, no hay que descartar esta posibilidad. Se han encontrado tableros de senet que por el reverso tenían dibujado el diseño de las veinte casillas de su homónimo asiático, de lo que se deduce la cercanía de ambos pasatiempos.
El juego de la serpiente
Solamente contamos con algunos ejemplos del juego de la serpiente datados en el Imperio Antiguo, hacia el 2500 a. C., casi contemporáneos de las grandes pirámides de la meseta de Gizeh. En este juego de tablero participaban varias personas al mismo tiempo sobre una superficie circular con una base en su parte inferior de forma trapezoidal. Su nombre en egipcio era “mejen” que viene a querer decir “serpiente enroscada.” La cabeza del reptil siempre se encontraba en el interior del círculo y la cola en el exterior. A su vez todo el cuerpo de la serpiente estaba dividido en varias casillas que se suponen la superficie por la que debían de discurrir los participantes. En la tumba de Hesy en Sakkara, al sur de Gizeh, y que se fecha en la III dinastía (2600 a. C.) conservamos una representación del tablero y los diferentes componentes que completaban el juego.
No son pocos los investigadores que han querido ver en el juego de la serpiente un antecesor del popular juego de la oca. Si realmente existiera tal conexión histórica no cabría duda del valor de este juego egipcio como entretenimiento iniciático para los antiguos habitantes del Valle del Nilo. A pesar de todo, exista o no tal conexión, lo cierto es que los documentos nos hablan de este tipo de interpretación. Convertido en un elemento más del ajuar funerario, tal y como ocurriría siglos después con el senet, el juego de la serpiente representaba la lucha cósmica de las fuerzas del bien contra el mal. La batalla que el difunto debía superar en el más allá para poder continuar su camino hacia lo que ellos entendían que era su paraíso.
Según describen varios textos egipcios, el difunto entraba en batalla con la serpiente. El objetivo era, pues, protegerse de las venenosas e infernales picaduras del reptil para poder ganar la vida eterna. Si vencía a la serpiente, el difunto arrojaba al ofidio a las aguas del caos. Por otro lado, la idea de la serpiente enrollada también aparece perfectamente reflejado en el pasaje número 172 del Libro de los Muertos en donde se puede leer: tus dientes son los mismos de los de la Serpiente Enrollada, las misma con la que juegan los dos Horus.” Se trata de una de las oraciones que el difunto tiene que declamar al entrar en el Reino de los Muertos.
Curiosamente, siglos después, cuando el senet se institucionalizo en el Imperio Nuevo como el verdadero juego que debía servir a modo de prueba entre el difunto y su destino, la serpiente se convirtió en una especie de patrón del senet. Todavía existe una variante del juego de la serpiente entre los nubios de la región de Cordofan.
Otra variante de este pasatiempo pero sin tablero fue el “chau”, el juego de las canicas, nombre que erróneamente se aplica en ocasiones al juego de las veinte casillas. Se trataba de una versión que combinaba la destreza con el ingenio. Consistía en algo parecido a los chinos. Cada jugador debía saber el número exacto de canicas del oponente cuando se pasaban de una mano a otra. Al igual que hacen hoy lo niños, el que ganaba se quedaba con todas las canicas.
En clave de juegos
Fueron muchos más los pasatiempos que utilizaron los egipcios en forma de tablero. No necesariamente tuvieron una relación directa con sus creencias religiosas o iniciáticas sino que sirvieron simple y llanamente de entretenimiento. Este era el caso que acabamos de ver de las canicas o el del juego de los escudos. Se trata de un tablero de treinta agujeros en los que se van introduciendo unos palillos cuya parte superior tiene cabeza de perro. De ahí que también reciba el nombre de juego de los perros.
Como hemos visto, con el paso de los años todos estos juegos derivaron en diferentes modalidades variando la forma del tablero, el número de casillas o los elementos que se empleaban para desarrollar el juego. En cualquier caso, todos ellos reflejan muy claramente el espíritu jovial de esta cultura milenaria; una civilización en la que incluso la muerte era considerada para muchos como una especie de juego.
© Nacho Ares 2001