Este artículo apareció en el número 57 de la revista Enigmas (agosto 2000). Si quieres ver un vídeo de este misterioso palacio y qué aspecto tiene en su interior, puedes hacerlo en este enlace de mi canal Dentro de la Pirámide.
Desde hace más de 100 años El Cairo cuenta con uno de los edificios más extraños que puede tener una ciudad faraónica. Se trata de un espectacular palacio de estilo hindú construido por un excéntrico barón belga. Rodeado de una turbia leyenda y con habitaciones de misteriosos mecanismos y engranajes, el “baron palace”, tal y como lo conocen los cairotas, nos descubre por primera vez algunos de sus enigmas mejor guardados durante décadas.
Se contaban por decenas las veces que había pasado por aquel lugar y siempre me había llamado poderosamente la atención. Incluso algunas noches había visto luz en su interior, circunstancia que le otorgaba, si cabe, más morbo y misterio a aquel extraño edificio abandonado. A unos minutos de la casa del presidente, plantado en todo el centro del moderno barrio de Heliópolis, camino del aeropuerto de El Cairo, se extiende un amplio jardín recientemente acondicionado, sobre el que se alza un palacete que a primera vista rompe toda la dinámica constructiva del entorno. El edificio llama la atención no porque nos encontremos ante algo más o menos chillón. Lo verdaderamente llamativo es que no tiene nada que ver con el Egipto ni antiguo ni moderno. Elefantes, dragones, serpientes y otros animales increíbles, junto a docenas de figuras de Shiva y Buda son algunos de los elementos decorativos del Baron Palace. Sin lugar a dudas, este palacete, que saca al visitante de la “monotonía” faraónica y musulmana de la que hace gala la capital de Egipto, es capaz de transportar a cualquiera hacia un sueño hindú.
Un antiguo lugar mágico
Junto a la reciente visita al oasis de Bahariya en mi cuaderno de viaje tenía apuntados algunos lugares interesantes de El Cairo o los alrededores que en otras ocasiones por cuestión de tiempo o ganas no había podido visitar. Uno de los más llamativos era el palacio que los egipcios llaman del barón Empain, Empain realmenter, un lugar tétrico donde los haya, fácil de divisar junto a la avenida que lleva al aeropuerto. Esa misma noche del miércoles 16 de mayo no pude reprimir echar un vistazo al edificio mientras pasaba por allí con el taxi que me llevaba hasta el apartamento de las pirámides que mi buenos amigos Salah y Wael me dejan cada vez que viajo a Egipto. Observé una tenue luz ante la fachada del propio palacio sito a unos 200 metros de la carretera.
Tenía muy pocas referencias de este edificio totalmente abandonado y cerrado; apenas unos datos muy vagos acerca de la fecha de su construcción, el nombre del extraño barón que lo mandó levantar o los increíbles prodigios mecánicos que se decía que tenía el palacio. Pero la sola belleza de la construcción merecían su visita por lo que el 18 de mayo, después de estar trabajando varias horas en el Museo de El Cairo, comí algo ligero en la cafetería Snack Hilton de la propia plaza Tahrir y, mochila en ristre, paré al primer taxi que vi.
El lugar sobre el que está construido el palacio no estaba elegido al azar. Muy cerca se encontraba la antigua ciudad de Heliópolis de la que en la actualidad no se conserva casi nada; apenas algunos restos del viejo templo y algún que otro obelisco como el que se levanta frente al aeropuerto u otros que han aparecido en Alejandría y que fueron reutilizados en época posterior.
El promotor de la construcción de este extraño edificio en el país de los faraones fue un antiguo barón de belga llamado Édouard Empain quien a comienzos del siglo XX, compró todos los terrenos de lo que hoy es el barrio de Heliópolis, lo que a la postre se ha convertido en uno de lugares más modernos de El Cairo. La idea que tenía en la cabeza parecía de megalómano. Este excéntrico ingeniero y aficionado a la egiptología belga, pretendía crear una nueva ciudad junto a la capital. Precisamente, el nombre que recibe esta zona en la actualidad es “Mishra el Guerida”, que en castellano significa “el nuevo Egipto”. En este proyecto Empain puso parte de su inmensa fortuna invirtiendo en una inmobiliaria que tenía previsto absolutamente todo, desde la construcción del metro para conectar la nueva ciudad con El Cairo hasta un original diseño para las viviendas de la nueva villa. Todo este macro proyecto giraría en torno a el misterioso palacio que aquí nos reúne.
Cárcel de fantasmas
Édouard Louis Joseph, Barón Empain (1852–1929), era un noble belga, ingeniero, egiptólogo aficionado y, a simple vista parece que también un hombre francamente extraño. Amigo íntimo del rey de Bélgica Alberto I (1875-1934) no tuvo reparos en hacerse con los servicios de los arquitectos más prestigiosos de su época para construirse este fantástico palacio a las afueras de El Cairo. Esta función recayó en los hermanos Gaspar y Alexander Marcel, los mismos que se encargaron de la construcción del palacio presidencial moderno, con más de 300 habitaciones y salas. La decoración interior y exterior corrió a cargo de Georges de Claude, un ingeniero que supo reflejar perfectamente la extraña afición que tenía Empain por la cultura hindú. El palacio construido siguiendo los diseños de Angkor Vat en Camboya y los templos hindúes de Orissa, se levantó entre los años 1907 y 1909 y desde un principio se le conoce también como Le palais hindou o villa hindou, el palacio hindú.
La propia puerta que da al recinto es típicamente hindú. Sobre unos dinteles de piedra se levantan unos pequeños elefantes que dan a entender que nos encontramos ante un lugar realmente insólito. Después se extiende un jardín de dimensiones no muy grandes hoy totalmente abandonado. Ante él y presido por estatuas de dragones y de cobras, se levanta una escalera imperial doble que da acceso a la terraza sobre la que se alza el palacio. A lo largo de las terrazas que se forman entre las dos escaleras podemos ver los restos de algunas estatuas de alabastro que desentonan con la línea hindú que tiene el edificio. Se trata de figuras de estilo neoclásico pero cargadas de un fuerte simbolismo. En medio de las dos escaleras y sobre una basa de alabastro se conserva una cabeza pisoteada por un pie de una antigua estatua de David y Goliat. En otro extremo podemos ver la figura atlética de un hombre al que le falta el brazo izquierdo y la cabeza. No muy lejos, sobre la misma terraza se encuentra una figura femenina que cubre parte de su desnudez con un tejido mientras reposa sobre un carnero y que posiblemente represente a la Artemisia griega (Diana en Roma) diosa de la caza y de los animales salvajes.
Con estos extraños aditivos uno se puede dar cuenta a primera vista de que el barón no quería un palacio cualquiera. Uno de los detalles más insólitos de este edificio del que ya me había hablado mi amigo Wael, era que, a pesar de su tamaño, apenas tenía habitaciones. Y así era. Como ya he dicho antes, el edificio hoy se encuentra totalmente abandonado. Para poder visitarlo y hacer las fotografías, tuve que pasar la valla metálica que lo cerca y acercarme a ver al “cuidador”. Con el uniforme azul lleno de “sietes”, típico de los funcionarios del gobierno egipcio, Ahmed, que así se llamaba el joven, vivía las 24 horas del día deambulando por los alrededores del palacio sin otra compañía que la de las sombrías figuras del jardín o las que cubrían la fachada del edificio. Bajo la atenta mirada de un shiva que había sobre el frontón de la puerta principal, Ahmed tenía una especie de camastro que le servía de reposo para pasar las noches. El resto del mobiliario lo componía una destartalada silla de cuatro patas a la que le faltaba una, carencia que el guardián había subsanado hábilmente empleando varias piedras del jardín.
Tras pagarle una pequeña bakshish, palabra mágica que significa “propina”, convencí a Ahmed para que me dejara poder entrar a ver el palacio por dentro. Después de coger el dinero y metérselo discretamente en el bolso, el joven miró hacia los lados como si se dispusiera a hacer algo fuera de la legalidad. Se dirigió a uno de los laterales de la fachada, justo debajo de la torre, y allí abrió un candado que cerraba una puerta metálica. Tuvimos que hacer un gran esfuerzo entre los dos para poder moverla o mejor dicho arrastrarla, pero al final pudimos acceder al interior del palacio.
Aquello parecía totalmente fantasmagórico. No voy a negar la sensación de miedo que me embargó al entrar. Parecía una auténtica cárcel de fantasmas de piedra. El palacio solamente tiene dos plantas de techos no muy altos y la torre que se levanta a la derecha de la fachada. Efectivamente no vi más habitaciones que los tres salones pequeños. Uno de ellos, el más septentrional, poseía una gran chimenea. El salón central tenía sobre las jambas de una de sus puertas dos esbeltas columnas con capiteles decoradas con Budas sedentes, que guiaban la vista hasta un dintel decorado con una zigzagueante serpiente que cubría la figura de un Shiva danzarín. Todas las ventanas, que daban directamente al exterior o a una pequeña terracita que hay al sur, estaban tapiadas aunque entraba suficiente luz por unos cenáculos que había bajo la puerta principal.
Bailando con el sol
La estrecha puerta por la que entré al palacio se abría justo debajo la torre, construida siguiendo las pautas convencionales de la arquitectura india. Sus escaleras de madera, en muy mal estado de conservación, no invitaban en absoluto a ascender hasta la primera planta y las estancias de la torre. Por ello y con profundo pesar, preferí no correr riesgos y quedarme en la planta baja, garantizando así el poder escribir este artículo.
En la mentalidad popular de los cairotas corren numerosos rumores sobre los prodigios que rodean a la construcción de este extraordinario palacio. Todos ellos hacen referencia a lo mismo. Y es que, al parecer, el palacio Empain posee una serie de insólitos mecanismos que lo convierten en un edificio totalmente extraordinario. El barón belga mandó diseñar a su ingeniero Georges de Claude un dispositivo especial para que el dormitorio que se encuentra en la parte más alta de la torre girara a la vez que el sol. Nadie ha conseguido explicar el porqué de esta extraña afición del barón, por lo que se ha especulado con la posibilidad de que quizás Empain perteneciera a algún tipo de grupo esotérico.
Algunos taxistas, exagerando la historia del palacio, me aseguraron que el palacio era un edificio antiquísimo -me llegaron a decir que incluso fue construido en el siglo XVI-, y que lo que giraba al ritmo del sol no era el dormitorio sino el propio palacio en sí. Para demostrarlo me aseguraron que el edificio está levantado sobre un gigantesco disco de hierro que antaño le permitía seguir el movimiento del astro rey gracias a unos complicados engranajes que se encuentran debajo del jardín. Otros lugareños, más recatados en sus interpretaciones del edificio, dicen que lo que gira en realidad es un disco de piedra que hay en el jardín con algunos símbolos extraños grabados sobre su superficie y que funciona como una especie de reloj de sol. En mi visita a este lugar no conseguí ver el disco de piedra por ninguna parte y menos los restos de un gigantesco disco de hierro. Además por pura lógica esta última hipótesis es inviable toda vez que el palacio, si realmente fuera capaz de girar por entero, no tardaría en chocar con las escaleras imperiales y las terrazas que se levantan ante él. Por otra parte parece increíble que un mecanismo no sabemos con qué energía fuera capaz de mover un edificio que, a pesar de no ser muy grande, debe de tener varios miles de toneladas.
Ritos satánicos
Fuera el barón Empain o no miembro de algún grupo de costumbres extrañas, lo que nadie puede negar es que el edificio en sí ha servido de centro de atracción a muchas de estas asociaciones. Hace algunos años la policía cairota destapó una pequeña red que utilizaba el palacio para realizar supuestos ritos satánicos. Una noche la fuerza pública irrumpió en el edificio descubriendo en su interior a varios jóvenes algunos de los cuales estudiaban en la Universidad Americana de El Cairo (AUC).
Según las autoridades, estos jóvenes, que tenían los labios y las uñas pintados de negro, se encontraban realizando ritos satánicos. Para ello hicieron algunas hogueras por lo que sin dudarlo dos veces, la policía decidió detener a los jóvenes y mandarlos a comisaría. La verdad es que cuando visité el palacio por dentro pude comprobar cómo algunas partes de los tres salones que forman la planta baja tenían parte de las paredes y las esquinas quemadas. Ahora bien, conociendo a las autoridades egipcias y el caldeado ambiente que se generó en este país contra la CIA estadounidense, acusada de promover los atentados terroristas en Egipto contra turistas para generar un clima internacional antimusulmán, no es de extrañar que la historia real fuera totalmente tergiversada. Además si pensamos que la investigación que se abrió en aquel momento no dio ningún fruto al respecto, no llegando a comprobar ninguna de las acusaciones vertidas sobre los alumnos de la AUC, todo parece tener un extraño sentido político. Seguramente se trataba más de una especie de gamberrada que de otra cosa.
En cualquier caso, el palacio Empain sigue fascinando a cualquiera que se acerque a verlo, aunque solamente sea por fuera. Desde hace unos años el misterioso palacio ha servido de plataforma para lanzar la imagen del hotel que se levanta justo detrás. Esta empresa, el hotel Barón, de una forma ilícita vende la imagen del palacio en folletos turísticos como si fuera la del propio hotel, dando entender a sus clientes potenciales que el alojamiento lo van a tener en un increíble palacio de estilo hindú.
Desde que en la década de los 50 la política nacionalista de Nasser lo expropiara, el edificio, como era de esperar, cayó en el más absoluto de los abandonos. En la misma época, una empresa extranjera quiso adquirirlo para rehabilitarlo como un museo pero el Estado egipcio se negó. En la actualidad el palacio es reclamado por los nietos del barón Empain, pero los litigios en Egipto van infinitamente más lentos que en cualquier otro país del mundo. Tras pasar a ser dominio del Servicio de Antigüedades en 2012 se firmó un convenio con el gobierno belga para hacer de él un espacio de cultura internacional.
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