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El laberinto de Hawara

Ene 1997

Publicado en Misterios de la Arqueología nº 4, enero 1997.

Es relativamente frecuente que las pruebas arqueológicas no coincidan con las literarias. Son varios los autores de la Antigüedad que describen un monumento concreto de una manera y a la hora de excavarlo, el arqueólogo se encuentra con que aquello que anhelaba descubrir no era más que una simple leyenda. ¿Sucede lo mismo con el laberinto egipcio de Hawara? ¿Fue todo una invención de Heródoto o realmente las ruinas de Hawara no pertenecen al verdadero laberinto?

El griego Heródoto visitó Egipto hacia el año 450 a. C. El relato de su estancia fue plasmado brillantemente para la posteridad en el libro segundo de su Historia, de nombre Euterpe -musa de la música-. En él realiza una profunda descripción de la vida cotidiana de los egipcios, haciendo especial hincapié en la forma de ser de sus habitantes, sus costumbres, su religión, etc. Gracias a su relato se han podido reconstruir algunos aspectos significativos de la vida de los egipcios, de los que solamente teníamos constancia por las diferentes pinturas de las tumbas.
Si bien la descripción de la meseta de Gizeh ha sido uno de los pasajes más comentados de Heródoto, no lo es menos el fragmento en el que hace alusión al célebre laberinto. Su ubicación, desconocida hasta el siglo pasado y aún puesta en duda por multitud de investigadores, se encontraba en la región de Hawara, cerca del lago Moeris, tal y como señaló Heródoto.
He aquí la descripción que del Laberinto nos proporciona aquel excelente «reportero» del mundo clásico que fue Heródoto (2, 148, 1)
[Unos reyes de Egipto] Decidieron también dejar en común un monumento conmemorativo suyo y, una vez tomada esa decisión, ordenaron la construcción de un laberinto, que se halla algo al sur del lago Meris, aproximadamente a la altura de la ciudad que se llama Cocodrilópolis; (…) Ya las pirámides eran, sin duda, superiores a toda ponderación y cada una de ellas equiparable a muchas y aun grandes obras, pero la verdad es que el laberinto supera, incluso, a las pirámides.
Tiene doce patios cubiertos, seis de ellos orientados hacia el norte y los otros seis hacia el sur, todos contiguos, cuyas puertas se abren unas frente a otras, y rodeados por un mismo muro exterior. Dentro hay una doble serie de estancias -unas subterráneas y otras en un primer piso sobre las anteriores-, en número de tres mil; mil quinientas en cada nivel. 5. Pues bien, nosotros personalmente pudimos ver y recorrer las estancias del primer piso y de ellas hablamos por nuestras propias observaciones; de las subterráneas, en cambio, tuvimos que informarnos verbalmente, pues los egipcios encargados de ellas no quisieron enseñárnoslas bajo ningún concepto, aduciendo que allí se encontraban las tumbas de los reyes que ordenaron el inicio de las obras de este laberinto y las de los cocodrilos sagrados. (…) [Las salas de arriba] despertaban un desmedido asombro mientras se pasaba de un patio a las estancias, de las estancias a unos pórticos, de los pórticos a otras salas y de las estancias a otros patios. 7. El techo de todas esas construcciones es de piedra al igual que las paredes; éstas, por su parte, están llenas de figuras esculpidas y cada patio se halla rodeado de columnas de piedra blanca perfectamente ensamblada. Contigua al chaflán en que acaba el laberinto se encuentra una pirámide de cuarenta brazas, en la que aparecen esculpidas figuras de grandes dimensiones; y hasta ella hay un camino subterráneo.

A la búsqueda del laberinto

La ubicación del laberinto ha sido, si no lo es todavía, un auténtico misterio para los modernos arqueólogos. La descripción de este monumento realizada por Estrabón (17,1,3- 17,37,1-17,1,42), muy similar a la de Heródoto, encaminó a los investigadores hacia un lugar muy concreto de Egipto. El lago mencionado en los textos fue identificado con el lago Moeris, situado en el oasis de El-Fayum, y la tumba próxima al laberinto, con la pirámide de Amenemhat III, de la XII dinastía (ca. 1.800 a. C.) construida en ladrillo de adobe secado al sol, y que se encuentra junto a las ruinas del laberinto. Hoy día el acceso al interior de esta pirámide es imposible por el mal estado de conservación de la misma, y porque la entrada se encuentra cubierta por la arena del desierto.
hawara02-nacho_aresHan sido muchos los arqueólogos que durante el pasado siglo intentaron dar con la localización exacta del laberinto. Al igual que sucediera con Heinrich Schliemann que descubrió la ciudad de Troya sirviéndose de la Ilíada de Homero, el por aquel entonces reciente desciframiento de los jeroglíficos egipcios por parte de Champollion -realizado en 1.822-, no satisfizo la exagerada demanda de traducciones que los historiadores de la época reclamaban. Todavía tuvieron que pasar algunos años para que las fuentes de primera mano que utilizaran los arqueólogos no fueran los textos de los autores clásicos.
Son varios los testimonios conservados, los que hacen referencia al laberinto egipcio. A las ya mencionadas descripciones de Heródoto y Estrabón, habría que añadir los relatos de Diodoro de Sicilia (1,51,5-1,61,1-1,66,2), y de Plinio el Viejo (Nat. 36, 19). Aquél parece seguir la misma tónica que los primeros, sin añadir prácticamente nada nuevo. Sin embargo, Plinio hace referencia a los subterráneos que Heródoto no pudo visitar. Más adelante haremos referencia a este significativo detalle.
Richard Lepsius, cabecilla de la expedición patrocinada por el rey de Prusia a Egipto y Nubia, siguiendo estos relatos, pareció encontrar el laberinto en esta región, junto a la pirámide de Amenemhat III, a unos 90 kilómetros al sur de Menfis. En la época en la cual el prusiano visitó esta región (1.842-1.844), todavía se mantenían en pie algunos restos del edificio, los suficientes como para llevar a creer a Lepsius que realmente se encontraba ante el mítico laberinto descrito por los clásicos.
Las ruinas estaban compuestas apenas por algunas paredes de las antiguas habitaciones del edificio, y varios patios, restos que cien años después de la visita del prusiano no se conservan, al menos con la claridad que le parecieron a él.
La excavación de Sir Flinders Petrie llevada a cabo a finales del siglo XIX, permitió obtener un plano del monumento y poder comparar punto por punto, las similitudes y diferencias del edificio con las descripciones de Heródoto y Estrabón.
Los planos de la excavación muestran una serie de habitaciones de tamaño variado, pegadas unas a otras de tres en tres o de seis en seis, precedidas de unos pórticos columnados. Es posible que en la Antigüedad el recinto estuviera rodeado por una gran columnata, que cercaba al edificio en toda su extensión y cuyo perímetro era de 370 metros (200 metros por 170 metros). En la memoria de excavación del yacimiento, Petrie no menciona en ningún momento los diferentes pisos aludidos por los autores griegos. Tampoco se ha podido encontrar en el monumento de Hawara un piso subterráneo en donde hubieran estado los enterramientos mencionados por Heródoto.

Una estructura discordante

El plano que presentamos con este artículo ha sido extraído de la publicación de Petrie sobre el laberinto. De él es fácil deducir que el conjunto arquitectónico encontrado en Hawara, se aleja de la idea tradicional de un laberinto. Todos pensamos en un laberinto como un espacio intrincado, lleno de recovecos y pasadizos, de donde resulta francamente difícil encontrar la salida. También, todos pensamos que Heródoto tenía en la mente la misma idea que nosotros tenemos de este tipo de edificios, no en vano, él mismo utiliza la palabra «labris» para referirse a este lugar.
hawara03-nacho_aresEl término griego hacía referencia en un principio a las hachas de doble hoja que decoraban las paredes del palacio de Cnosos en Creta, vinculado muy directamente con la leyenda del Minotauro. El carácter enrevesado de los pasillos de este palacio hizo que, por extensión, todos los edificios que ofrecieran una estructura enredada y confusa, recibieran el nombre de laberintos.
Sin embargo, como se puede apreciar perfectamente en la reconstrucción del edificio realizada por Petrie, ninguna de estas características arquitectónicas puede ser adjudicada al monumento sito en la región de Hawara junto a la pirámide de Amenemhat III. Heródoto hace especial hincapié en un hecho que no debe pasar por alto: era imposible que un hombre no acostumbrado a recorrer el lugar, pudiera salir del edificio si no era con la ayuda de un guía que le indicara correctamente el camino, y en los dibujos de Petrie no observamos ninguna complicación en este sentido.

Pruebas comparativas

Un estudio más minucioso del texto de Heródoto en comparación a los planos del edificio de Hawara puede darnos una pista sobre el interrogante que planteamos en este artículo.
Heródoto menciona la existencia de un monumento funerario junto al laberinto, proporcionando unas medidas concretas, monumento que se ha vinculado con la pirámide de ladrillo construida por Amenemhat III, sita en las proximidades. Sin embargo, los datos metrológicos proporcionados por Heródoto no coinciden en absoluto con los reales. Así, el cario nos describe un edificio de casi 70 metros, cuando en la realidad no supera los 58 metros de altura. Estrabón, por su parte, señala que se trataba de un edificio de 118 metros por 118 metros, cuando la pirámide de Amenemhat no llega a los 100 metros de lado.
En otro orden de cosas, parece increíble que un edificio de adobe como es la pirámide de Hawara pudiera soportar figuras colosales esculpidas, tal y como señala Heródoto. Para rematar esta lista de despropósitos, tampoco ha aparecido el subterráneo que unía la pirámide con el laberinto, mencionado también por este último autor.
hawara04-nacho_aresSin embargo, la prueba más clara de que el monumento de Hawara no puede ser relacionado con el famoso laberinto egipcio es, desde nuestro punto de vista, la grandiosidad señalada por Heródoto y el resto de autores clásicos que visitaron la región. ¿Puede compararse un monumento de 200 metros por 170 metros, de un solo piso de altura como es el de Hawara, con las tres gigantescas pirámides de la meseta de Gizeh de las que huelga añadir cualquier comentario? ¿De dónde extrajo Heródoto la conclusión para afirmar que este laberinto era superior a una necrópolis de 3 kilómetros cuadrados con varias pirámides, calzadas, cientos de mastabas, etc.?
También resulta significativo el que no se hayan encontrado las estatuas, quizás cientos de ellas, mencionadas en las descripciones de los antiguos. El único vestigio conservado son unos pequeños cocodrilos realizados en relieve sobre algunas piedras, cuya función es dudosa, desperdigadas hoy por la meseta de Hawara. ¿Cómo se puede explicar que no se conserve ni una sola de las estatuas? Resulta en parte lógico que, al igual que ocurrió con otros edificios, las piedras se reutilizaran en posteriores construcciones para las ciudades cercanas, pero ¿qué sucedió con las estatuas? ¿Fue este pillaje tan intenso que no dejó ni un solo brazo?
Por otra parte, desde el punto de vista tipológico debemos reseñar que la estructura del edificio plasmado por Petrie en sus planos, no cuadra en absoluto con la tipología constructiva de los monumentos del Imperio Medio egipcio, momento en el que vivió el faraón Amenemhat III, presunto constructor del laberinto de Hawara.
¿Es el monumento de Hawara el mismo laberinto que visitó Heródoto? No lo creemos

El simbolismo del verdadero laberinto

El griego Estrabón en el siglo I a. C., menciona la existencia de unos subterráneos en el laberinto egipcio. Sin embargo, al igual que sucede en el relato de Heródoto, no presenta ninguna descripción de los mismos. Solamente será el romano Plinio el Viejo en el I d. C. quien haga la única referencia conocida a los mencionados subterráneos, aludiendo que eran «oscuras galerías con columnas de piedra, efigies de dioses, estatuas de reyes y todo tipo de repugnantes efigies.»
hawara05-nacho_aresCabe preguntarnos el porqué de este vacío literario en los autores más antiguos y la repentina descripción de Plinio. Es posible, siguiendo las afirmaciones de Heródoto, que les fuera denegada la entrada a los subterráneos porque allí estaban enterrados los reyes fundadores del laberinto y los cocodrilos sagrados. No obstante, esta hipótesis pierde su peso cuando leemos otras descripciones del mismo autor o de otros contemporáneos, de lugares tan insospechados como los sagrados centros de momificación. Desde nuestro punto de vista los subterráneos tuvieron un significado iniciático o mágico-religioso muy específico, que hacía imposible la entrada de cualquier extranjero. Recordemos la helenofobia y xenofobia en general, existente en el país desde que éste pierde su independencia política para pasar a manos de asirios, persas, libios, nubios, griegos y finalmente romanos.
Por otra parte, resulta un tanto absurdo pensar que las mil quinientas habitaciones que componían los subterráneos eran dedicadas únicamente al entierro de doce reyes y de momias de cocodrilos. Entonces, ¿qué función funeraria tenía la pirámide de Amenemhat III si realmente no estaba enterrado allí?
La razón por la que Plinio pudo tener acceso a esa parte del edificio, se nos antoja de carácter histórico. En la época de este autor -siglo I d. C.-, Roma había absorbido toda la legitimidad de la cultura egipcia, convirtiendo este país en un simple granero del Imperio. Es muy posible que ya en este momento, el laberinto fuera un mero lugar de paso para los turistas, tras haber perdido todos sus secretos milenarios.
Sin lugar a dudas, los subterráneos del famoso laberinto contenían algo que hoy desconocemos. Más oscuro resulta ese vacío literario toda vez que, cada día que pasa, son más los que opinan que el verdadero laberinto está por descubrir y que no se encuentra en el lugar señalado por el arqueólogo Richard Lepsius en 1.843.

Estado actual del monumento de Hawara

Cualquiera que visite la moderna región de Hawara se llevará una inesperada sorpresa. En primer lugar el acceso a la región es un tanto tortuoso, toda vez que este centro se aleja de cualquier ruta turística convencional. Para llegar hasta allí hay que alquilar una buena furgoneta en El Cairo y poner camino hacia el oasis de El Fayum.
Es tan poca la gente que pasa por allí, que una vez que estás ante la garita del vigilante del lugar, le tienes que convencer de que no te has perdido y que realmente estás buscando el laberinto y la pirámide de Amenemhat III. El guarda tardará unos segundos en reaccionar y dar crédito a lo que dices; eso sí, después de hablar con el chofer que te ha traído, quien asentirá tus palabras.
El paisaje es desolador. Todo está en ruinas y lo único que destaca es la pirámide de ladrillos de adobe a la que, para colmo, no puedes entrar porque la puerta está cubierta por la arena del desierto.
A unos metros de la pirámide hay una gran explanada repleta de montículos y cascotes de todos los tamaños. Al comienzo hay una placa oxidada, de color amarillo, y con unas letras inscritas. Al acercarte para leerlas, te llevas la sorpresa de que esa explanada no es otra cosa que el famoso laberinto egipcio, aquel que Heródoto suponía incluso mayor que las propias pirámides de Menfis. Al preguntar al guarda dónde están las habitaciones mencionadas por la placa, éste se limita a gesticular con el pie y decir: «aquí, aquí». Luego te llama con el dedo para que te acerques y veas la prueba irrefutable del descubrimiento: dos cocodrilos de piedra de unos 30 centímetros, tallados sobre una piedra. ¡Allí estaban los enterramientos de los cocodrilos sagrados mencionados por Heródoto! y no se hable más.
Cuando se descubra el verdadero laberinto, nos daremos cuenta de la magnificencia del edificio descrito por los clásicos.

© Nacho Ares 1997

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