Artículo Publicado en la revista Año Cero nº108 Julio 1999
Pocos siglos después de su levantamiento, el método de construcción de las impresionantes pirámides era ya un enigma. El hallazgo hace una década de lo que se denominó «el cementerio de los constructores» hizo tambalear, aparentemente, algunas de las teorías más osadas. Sin embargo, las investigaciones actuales, lejos de resolver el enigma, han convertido este cementerio en un problema que ofusca aún más el entretejido velo de Isis.
Por unas pocas libras egipcias, cualquier turista puede alquilar un caballo para dar un paseo durante una hora alrededor de las pirámides de la meseta de Gizeh, a las afueras de El Cairo. Construidas nadie sabe cuándo ni cómo, estos monumentos se levantan en la meseta como los únicos vestigios vivos de las Siete Maravillas que durante siglos reinaron en la Antigüedad.
El recorrido a caballo suele incluir una pequeña incursión por el desierto sudeste de la meseta, lugar desde donde la vista de las pirámides resulta, si cabe, más espectacular. Aquel 14 de abril de 1990, nada hubiera roto la tranquilidad de las caballerizas Abou Basha -a pocos centenares de metros de la Esfinge-, si uno de sus clientes, una turista americana, no hubiera protagonizado un hecho sin precedentes. La mujer fue derribada por el caballo cuando fortuitamente &eacu te;ste introdujo las patas traseras en un hoyo, sacando a la luz los restos de un muro de ladrillos de adobe, hasta ahora desconocido.
Las autoridades de la meseta de Gizeh no tardaron en conocer la noticia. Primero fue avisado el jefe de los guardas de las pirámides, Mohamed Abdel Razek, que sin tocar nada en absoluto, corrió al otro extremo de la planicie hasta llegar a la oficina de su director, el doctor Zahi Hawass. Éste se personó ipso facto en el lugar de los hechos para realizar la primera valoración.
El descubrimiento de la década
Cuando las palas se introdujeron en la arena, lo que en un principio se parecía a una simple muro de adobe, resultó ser una tumba. Allí, había una estrecha cámara abovedada, decorada con dos puertas falsas, utilizadas por el difunto para recibir ofrendas y acceder hacia el Más Allá. Los jeroglíficos inscritos sobre una de ellas delataron a los dueños del sepulcro: Ptah-shepsesu y su esposa, sacerdotisa de Hathor. Junto a la tumba, en tres pozos, reposaban los restos del matrimonio y posiblemente los de sus hijos.
Pero si hubo algo que llamó la atención de los arqueólogos fue el insólito patio que se abría ante la tumba. Y es que, había sido construido por medio del amontonamiento de granito, basalto, y diorita; en otras palabras, escombros y piedras que fueron utilizadas en los templos de las grandes pirámides de Gizeh. Junto a la tumba de Ptah-shepsesu aparecieron otros pozos prácticamente idé ;nticos, y tras estos, infinidad de ellos más. Un escalofrío recorrió la espalda de los arqueólogos. ¿Se encontraban ante las tumbas de los constructores de las pirámides?
Como había manifestado en más de una ocasión el propio doctor Hawass, «tres generaciones de constructores de pirámides, no pueden desaparecer sin dejar ni rastro». Poco a poco, nuevos descubrimientos fueron reafirmando las sospechas de los arqueólogos. No lejos del cementerio, el Centro Americano de Investigaciones de Egipto (ARCE), con el doctor Mark Lehner a la cabeza, sacó a la luz un yacimiento que tenía todos los visos de ser el poblado en donde vivieron los que más arriba habían sido enterrados. En la actualidad, estos dos lugares son las «perlas» en torno a las que gira la mayor parte de la investigación en Gizeh.
Desde que el historiador griego Heródoto (s. V a. de C.) hablara en el segundo libro de su Historia, titulado «Euterpe», de 100.000 hombres para la construcción de la pirámide de Keops, mucho es lo que se ha especulado sobre el valor real de esta cifra. Sin embargo, debido a la inoperatividad de tal masa humana en la «angosta» meseta de Gizeh, en los últimos años las investigaciones han rebajado los guarismos hasta una cifra que rondaría entre los 10.000 y los 20.000 obreros. Así lo hizo hace más de 35 años el americano Dows Dunham tras sus excavaciones en dicha meseta. Este egiptólogo, que fue también el primero en hablar de la construcción a partir de cuatr o rampas de adobe y cascotes que nacerían de cada una de las esquinas de la base de la pirámide, pensaba que con unos cuantos miles de hombres se podría levantar la Gran Pirámide en apenas 23 años, el tiempo que duró el reinado del faraón Keops.
Sin embargo, y a pesar del optimismo manifestado por los arqueólogos que defienden que en el polémico cementerio del sur de Gizeh están dichos obreros, allí no parece haber tantas tumbas. Por su parte, mucho menos podemos esperar de la infraestructura del poblado en el que supuestamente vivieron estos constructores. Para muestra un botón. La flamante panadería descubierta recientemente en el poblado, sólo pudo haber alimentado a no más de un centenar de personas.
¿Dónde están los constructores?
Después del accidental descubrimiento por una turista norteamericana, diez años de excavaciones continuas en el ya bautizado como «cementerio de los constructores», ha aportado miles de datos que han hecho, si cabe, más denso el velo que durante siglos ha cubierto el misterio de las pirámides. Los resultados parecen sorprendentes, aunque muchos de ellos estén pendientes de publicación. Esta fue la causa por la que a mediados del mes de febrero, gracias a un permiso tramitado por la Oficina de Turismo de Egipto en España, nos desplazáramos hasta el lugar con el fin de recabar información.
Allí, el propio doctor Hawass y su acólito Mamdouh Taha, encargados de la excavación, nos explicaron los últimos detal les de las investigaciones; detalles que, por cierto, no nos convencieron en absoluto.
El cementerio está separado de la zona regia por un elevado muro, en su mayor parte enterrado por la arena. Cruzando una puerta de unos 8 metros de alto, hoy cubierta, se podía acceder a la necrópolis real de Gizeh: un complejo formado por tres grandes pirámides, más otras 8 de menor tamaño, y cientos de mastabas.
Hasta la fecha se han descubierto más de 700 tumbas, de las que apenas 50 pertenecen a altos cargos de la administración de las obras. Algunas de ellas poseen pozos que superan los 20 metros de profundidad. En el lado este de la colina sobre la que se levanta el núcleo central de la necrópolis, existen tres rampas de piedra que recuerdan aquellas que hay en la orilla izquierda de Aswan y que dan acceso a las tumbas de los nobles de la isla de Elefantina (ca. 2000 a. de C.). Si bien en esta isla su más que posible finalidad estuviera relacionada con la elevación hasta lo alto de los pesados sarcófagos de basalto o granito, en Gizeh estas rampas siguen siendo un enigma. La principal razón es que en las tumbas no se ha encontrado ningún sarcófago de piedra cuyo peso necesitara la ayuda de este tipo de rampas.
Por otra parte, se realizamos un estudio detenido del yacimiento, llegaremos a la conclusión de que la cronología que se le otorga ofrece serios problemas a su posible identificación con los constructores de las pirámides. La datación ha sido posible gracias a los miles de fragmentos de cerámica que se han encontrado en las tumbas o en la no lejana aldea en donde supuestamente vivieron los constructores. Confrontando estos datos con los nombres de faraones y títulos aparecidos en las tumbas, podemos asegurar que el cementerio y el poblado comenzaron a funcionar en algún momento no determinado del reinado de Keops, el hipotético constructor de la Gran Pirámide (ca. 2575 a. de C.). La duración de estos emplazamientos se extiende hasta finales de la V dinastía (ca. 2350), es decir, más de dos siglos después de Keops. Nada tendría de extraño esta cronología si no cayéramos en la cuenta de que en los últimos 150 años que van desde el reinado de Micerinos -recordemos, de la IV dinastía y constructor según la historia tradicional de la última pirámide de Gizeh-, hasta el final de la V, no se construyó ninguna pirámide en la meseta de Gizeh, sólo templos y tumbas secundarias.
Entonces, no es difícil plantearse la pregunta ¿qué hacía ese poblado viviendo tanto tiempo alejado de la construcción de pirámides reales, realizadas a más de 20 kilómetros al sur, en Sakkara? Y sobre todo, ¿por qué desapareció tan repentinamente este poblado y enterramiento?
Por mucho que lo intente, la ciencia oficial no puede responder a estas preguntas. El cementerio y el poblado de los constructores, comparado éste último con la aldea tebana de Deir el Medina, levantada mil años después para la construcción de las tumbas del Valle de los Reyes, presenta más preguntas que respuestas, siempre que lo intentemos relaci onar con los constructores de las pirámides. Pero aún quedan más interrogantes.
Las estelas nos rebelan el secreto
Si leemos atentamente los títulos que poseían algunos de los capataces enterrados allí, podremos acercarnos más a la realidad de este descubrimiento. Se han hallado numerosas estelas en las tumbas ubicadas en la parte alta del cementerio, las que albergaban los restos de los personajes más importantes. Sobre estos documentos, se grabaron los títulos que poseyeron los obreros del alto rango, como por ejemplo: «director de los trabajos del rey», «director de los trabajadores», «inspector de los artesanos», «director de los proyectistas» y «observador de la cara de la pirámide».
Sin lugar a dudas, el más llamativo de ellos es el último, «observador de la cara de la pirámide». Aparte de que no se puede datar con seguridad en la dinastía IV, época en la que supuestamente se erigieron las grandes pirámides de Gizeh, la ambigüedad de la expresión no lleva a ningún sitio. Desde nuestro punto de vista, todo parece indicar que el verdadero cargo era el de supervisar las mastabas y templos que se construyeron junto a una cara «x» de la pirámide. Prueba de ello pueden ser los títulos de las esposas de estos nobles constructores. Muchas de ellas estuvieron relacionadas al culto de la diosa Hathor, precisamente a quien estaban dedicados varios de los templos mortuorios erigidos en honor de Keops y Kefrén al pie de sus pirámides. Esta hipótesis también explicaría la presencia del poblado y de la necrópolis durante esos misteriosos 150 años, en los que, curiosamente, sólo se construyeron templos y tumbas menores junto a «la cara de la pirámide».
Como sucede con otro tipo de hallazgos, las teorías académicas siempre se fuerzan al máximo para demostrar objetivos marcados a priori, en este caso argumentar que nos encontramos ante el cementerio de los constructores de las pirámides, sin tener la más mínima prueba directa de ello. De lo contrario, ¿por qué nunca se especifica claramente quién era el encargado de realizar las obras en la Gran Pirámide? Este misterioso silencio podría estar muy relacionado con el mutismo general de las inscripciones egipcias. Desde que nació la Egiptología en 1822 con el desciframiento de los jeroglíficos, todavía no ha aparecido un solo texto que relacione a un arquitecto con la construcción de alguna de las más de 110 pirámides conservadas en suelo egipcio. Por el contrario, siempre se emplean ambiguos títulos del tipo a «jefe de obras del faraón», o similar; otra prueba que redunda aún más en un hecho que normalmente pasa desapercibido: si bien los investigadores que ven en las pirámides la visita de antiguos atlantes o extraterrestres en nuestro pasado, no pueden demostrar sus teorías, los egiptólogos académicos tampoco tienen una sola prueba en su favor sobre la construcción de las pirámides en la IV dinastía como sucede, por ejemplo, en Gizeh.
Un estudio médico poco claro
Si no se puede relacionar a los obreros del cementerio de Gizeh con la construcción de las pirámides, ¿quiénes fueron realmente estos hombres?
En la parte del cementerio que recoge las tumbas más importantes, los esqueletos reposan en fosas de un metro de profundidad. Colocados en posición fetal en el interior de unos sarcófagos de madera, tal y como se venía haciendo desde antiguo, ninguno de los que allí yacen recibió el honor de ser momificado. Este privilegio, que se reservaba exclusivamente a los miembros de la casa real, ha hecho que en la actualidad solamente se conserven montones de huesos de personajes sin rostro.
Pero sin lugar a dudas, uno de los detalles más significativos de este hallazgo y que en un principio hizo pensar en que se trataba de constructores de pirámides, fue el penoso estado de los esqueletos, que reflejaban unas condiciones de vida espeluznantes. La mayor parte de ellos, hombres e incluso numerosas mujeres, había padecido una precoz artritis degenerativa en la columna vertebral y en las rodillas. Este hecho delataba que durante grandes períodos de tiempo las personas allí enterradas -cuya edad oscila entre los 30 y 35 años-, habían debido de arrastrar grandes pesos, circunstancia que finalmente les había pasado factura. ¿Fueron estos pesos los bloques de piedra de entre 3 y 40 toneladas empleados en la edificación de las pirámides?
A esta artritis degenerati va habría que sumar las múltiples facturas que presentaban algunos esqueletos -también de hombres y mujeres- en piernas y brazos, o las amputaciones observadas en otros que, en muchos casos, habían conseguido ser sanadas con éxito. Si estas fracturas pueden ser achacadas al trabajo con pesados bloques de piedra, nadie ha podido explicar la extraordinaria frecuencia de las roturas que hay en multitud de cráneos, dolencias que no tienen nada que ver con las conocidas trepanaciones. Más misterio tiene este problema cuando las estadísticas indican que en su mayoría aparecen en el frontal o sobre el parietal izquierdo.
¿Nos están diciendo esas extrañas fracturas en brazos y cabeza que nos encontramos ante alguna suerte de cementerio de sacrificados que no tiene nada que ver con los constructores de las pirámides? De igual manera, nadie ha podido explicar por qué se encuentran las mismas dolencias sufridas por los hombres, en los cuerpos de las mujeres, toda vez que éstas no tenían ningún puesto relacionado con el trabajo manual, si no que se limitaban a desempeñar importantes cargos en el seno del sacerdocio de la diosa Hathor y Neith.
Parece absurdo pensar que durante varias décadas, en Egipto se empleara a mujeres de mediana edad en la construcción de las grandes pirámides, siendo sus esqueletos la prueba fehaciente para demostrarlo.
La teoría oficial recuerda inevitablemente al fervor nacionalista que poseen los egipcios por la construcción de sus milenarios monumentos, y al afán de rechazar de manera visceral cualquier propuesta de una posible ayuda exterior, ya sea atlante, extraterrestre, o sumeria; negativa un tanto absurda toda vez que jamás nadie ha negado el protagonismo del papel de los egipcios. Pero, como era de esperar, la relación que se ha visto entre los hallazgos del sur de Gizeh y la construcción de las pirámides resulta tan forzada, que plantea más incógnitas que respuestas a los problemas arqueológicos.
© Nacho Ares 2004