Publicado en Misterios de la Arqueología y del Pasado, 1998.
Existió en la Antigüedad un lugar remoto, hoy desconocido, en donde los egipcios se abastecían de todas aquellas riquezas que no poseían en su ya de por sí opulento valle del Nilo. Fue el lejano reino del Punt, el auténtico Dorado de los antiguos egipcios, escenario de leyendas y obscuros relatos mitológicos.
Maderas preciosas para los muebles, oro -la piel de los dioses-, resinas aromáticas para los perfumes, polvo de antimonio para los cosméticos, monos, árboles de incienso para los ritos religiosos, jirafas, pieles de leopardo, ébano, perros, marfil, maderas perfumadas, y un largo etcétera, eran las riquezas que llegaban a Egipto desde el lejano Punt, un lugar del que después de casi cinco mil años hemos perdido la pista. La religión egipcia dice que de esta extraña tierra provenían dioses como Amón-Re -según leemos en su himno- o la diosa Hathor, también conocida como «Dama del Punt».
Las primeras menciones a esta región se remontan a las épocas más antiguas de la historia de Egipto. Ya en la IV dinastía tenemos constancia documental de que uno de los hijos del faraón Keops (2589-2566 a. de C.), el constructor de la Gran Pirámide de Gizeh, tenía un esclavo procedente de la misteriosa tierra del Punt. Sin embargo, no será hasta la dinastía siguiente -la V- cuando el rey Sahure (2487-2473 a. de C.) deje constancia de una expedición a este país. De ella se decía que trajo 80000 medidas de mirra, 6000 pesos de electro, 2600 bastones de maderas preciosas, posiblemente ébano, etcétera. De igual manera, es la primera referencia de la dirección que había que tomar para llegar al Punt: el sur de Nubia, más allá del mar Rojo.
La ruta del oro
Sin embargo, no será hasta la XI dinastía cuando se abra realmente una vía de comunicación que conecte directamente Egipto con el Punt. Esta ruta, que será empleada en exclusiva por los faraones a partir de este momento, fue abierta por un tal Henenu, Jefe del Tesoro durante el reinado de Mentuhotep III (2060-2010 a. de C.). Con un respaldo de más de tres mil hombres, Henenu se dirigió hacia el mar Rojo utilizando la vía llamada de Hammamat. Tras una penosa travesía por el desierto oriental, el Jefe del Tesoro llegó finalmente con sus hombres al mar Rojo. Allí construyó un barco para dirigirse, nadie sabe en qué dirección concreta, hacia el Punt.
En la dinastía XII, faraones como Amenemhat II (1929-1895 a. de C.) o Sesostris II (1897-1878 a. de C.) dirigieron expediciones importantes hacia el Punt. Ya en esta época, el misterioso país de la mirra era un lugar muy popular en todo Egipto. La propia literatura del momento es una prueba de lo que decimos. El conocido Cuento del Náufrago, cuya historia se desarrolla en una isla llamada Punt, es un buen ejemplo, al igual que lo son los diferentes poemas amorosos ambientados en los exóticos paisajes de este reino.
A pesar de toda esta información, poco, por no decir nada, es lo que sabemos de la ubicación exacta del Punt. Auténtica luz de gas de la arqueología, los restos materiales encontrados que nos conduzcan hacia este misterioso lugar se cuentan con los dedos de una mano. Los residuos de pintura para labios fabricada con antimonio, una estela funeraria de un jefe de navío egipcio y los conocidos relieves de la expedición al Punt grabados sobre los muros del magnífico templo en terrazas de la reina Hatshepsut (1503-1482 a. de C.) en Deir el Bahari, son prácticamente las únicas huellas materiales que nos han quedado del misterioso Punt.
La gran expedición de Hatshepsut
Fue precisamente la construcción de su maravilloso templo, excavado a pico en la pared rocosa de la montaña de Tebas, lo que produjo la idea de realizar una expedición al Punt. Según la propia reina, su pretensión fue construir un templo a modo de «Jardín de las Delicias del dios Amón», ya que el propio dios había manifestado a la reina su deseo de «establecer para él el Punt en su (propia) casa». Para ello necesitaba que las terrazas del edificio estuvieran cubiertas con «mirra del país del Punt.» Al contrario de expediciones anteriores en donde se había traído mirra sin más, para llevar a cabo el diseño de templo que pretendía el dios Amón, era necesario traer árboles de mirra vivos. Para ello, Hatshepsut necesitó organizar una expedición mucho más grandiosa que cualquiera de las que se habían realizado hasta el momento.
Hatshepsut, en el noveno año de su reinado (1494 a. de C.), no tuvo reparos en proporcionar toda clase de facilidades para conseguir el mayor éxito en su expedición. Siguiendo lo propios designios de la divinidad, «una orden fue escuchada desde el gran trono, un oráculo del dios mismo, (diciendo) que lo caminos que llevan al Punt deberían ser buscados, y que los caminos hacia las terrazas de mirra deberían ser penetrados.» La reina añadió: «Todo fue hecho de acuerdo con todo lo que la majestad de este dios ordenó.»
La ruta seguida por los egipcios fue ir descendiendo el Nilo hasta llegar al Delta. Allí tomaron el canal de wadi Tumilat hasta alcanzar el mar Rojo. Tras una travesía, una vez más incierta, al cabo de unos meses llegaron hasta la tierra del Punt con éxito, siendo recibidos por el rey de este país, de nombre Perehu, seguido de su obesa mujer y de tres hijos.
El lugar descrito en las inscripciones de Deir el Bahari nos muestra cómo los barcos egipcios llegaban a un río que debían remontar o a un mar tropical. Allí crecía toda clase de árboles. Los nativos vivían en austeros chamizos construidos sobre maderas de su país. La piel de los indígenas del Punt, según los textos, era roja, es decir, del mismo color que la de los egipcios. Llevaban barba cortada en punta y el pelo se lo dejaban largo, trenzándolo por capas. Las vestiduras de los puntitas eran muy similares a las de los egipcios.
El rey del Punt, un hombre bajito cuya pierna derecha aparecía cubierta de aros de bronce y su esposa, una mujer excesivamente bien alimentada, invitaron a la comitiva egipcia a un suculento banquete. Después de éste, se realizaron los intercambios de regalos. Los egipcios proporcionaban cerveza, vino, carne o frutas a cambio de toda clase de riquezas de los puntitas.
De regreso a Egipto
Al llegar de nuevo a Egipto, todas las jarras venían cargadas «con mucho peso con las maravillas del país del Punt; maderas aromáticas de la Tierra del dios, montones de resina de los frescos árboles de la mirra, con ébano y marfil puro, con el oro verde de Emu, con árboles de cinamio, con incienso, cosméticos para los ojos, con babuinos, monos, perros, con pieles de panteras del sur, con nativos y sus hijos. Nunca ningún rey anterior desde el comienzo (de la historia de Egipto) había traído bienes tan espléndidos.»
Tras su llegada con éxito al puerto de Tebas, la población de la ciudad debió de admirar la procesión de extrañas gentes y ricos tesoros dirigidos hacia el palacio de su reina. Hatshepsut presentó al dios Amón parte de estas riquezas: 31 árboles de mirra vivos, electro, cosmético para los ojos, bastones de los puntitas, ébano, conchas de marfil, una pantera viva, muchas pieles de pantera y 3100 cabezas de ganado. Senemmut, uno de los favoritos de la reina, y Nehsi, el Jefe del Tesoro que había organizado la expedición, ascendieron inmediatamente de puesto, obteniendo un lugar de excepción a los pies de la reina.
Tal y como había prometido al dios Amón, Hatshepsut adecuó el templo en terrazas de Deir el Bahari como un gran edificio que se asemejara lo más posible al reino del Punt. Todas las vicisitudes de la expedición así como imágenes de los propios protagonistas fueron inmortalizadas en los relieves del templo de Deir el Bahari.
Las últimas expediciones
Después del reinado de Hatshepsut, su inmediato sucesor, Tutmosis III (1504-1450 a. de C.) a pesar de su laborioso trabajo en Asia, cuyas conquistas llegaron hasta el río Eúfrates, tuvo tiempo suficiente para dedicar una gran expedición al Punt. De allí trajo las ya familiares riquezas y tributos del enigmático país: marfil, ébano, pieles de pantera, oro y 223 árboles de mirra, así como hombres y mujeres esclavos y miles de cabezas de ganado.
Es curioso el relato del faraón Horemheb, último soberano de la XVIII dinastía (1348-1320 a. de C.) sobre una extraña expedición a un Punt, todavía más misterioso, si cabe. Lo llamativo de su descripción es que, de ninguna forma, puede compararse con otros viajes similares realizados por antecesores suyos. Su descripción de los habitantes del Punt, hombres de cara redonda, nariz achatada, boca pequeña y pelo corto y rizado, no encaja con la detallada exposición realizada por los hombres de la reina Hatshepsut sobre los auténticos puntitas. Si bien los dones regalados a Horemheb, son muy similares a los procedentes de la lejana tierra del Punt -mirra, oro, incienso, etcétera- seguramente nos encontremos ante la descripción de otro lugar similar en una latitud muy parecida.
El último gran faraón de la historia de Egipto, Ramsés III ( 1166-1160 a. de C.), consiguió levantar momentáneamente el Estado, según algunos egiptólogos, gracias al respaldo económico que supuso su gran expedición al Punt. Los avances en la fabricación de barcos, ya en aquella época, hicieron que Ramsés III dispusiera en Tebas del llamado «Gran Barco de Amón», cuya eslora alcanzaba los setenta metros. Empleando la misma ruta que sus antecesores utilizaron hace cientos de años, los hombres de Ramsés III cruzaron el desierto oriental hasta el mar Rojo por el conocido wadi Tumilat.
El misterio de Ofir
Otras tradiciones orientales antiguas mencionan lugares lejanos de donde las expediciones de aventurados marineros traían inmensas riquezas desconocidas en sus países de origen. En el Primer Libro de los Reyes del Aniguo Testamento, se describe el viaje que desarrollaron los fenicios hasta un lugar hoy desconocido y que recibía el nombre de Ofir. El relato dice lo siguiente: «Construyó también Salomón naves en Asiongaber, que está junto a Elat, en la costa del mar Rojo, en la tierra de Edom; y mandó Hiram para estas construcciones a sus siervos, diestros marineros, con los siervos de Salomón, y fueron hasta Ofir, y trajeron de allí oro, cuatrocientos veinte talentos, que llevaron al rey Salomón» (I Reyes 9, 26).
El rey de la ciudad fenicia de Tiro, Hiram, mandó sus naves hacia un lugar desconocido, probablemente en las costas de Arabia del Sur en donde existieron grandes minas de oro. Sin embargo, el largo período de viaje relatado en la Biblia -al parecer, varios años- no coincide con una distancia tan corta ya que una caravana recorre los 2500 kilómetros que separan estos dos puntos en apenas sesenta y cinco días. ¿Fue la desconocida tierra de Ofir el mismo lugar que los egipcios identificaban con el «Dorado Punt»? De ser el mismo lugar ¿cómo llegó a oídos del rey Salomón (ca. 972-939 a. de C.) la existencia de un lugar que parecía monopolio comercial de las rutas mercantiles de los antiguos egipcios?
¿Dónde está el enigmático Punt?
Lo único que se tiene claro sobre la ubicación de esta misteriosa tierra es que se encontraba al sur, más allá del mar Rojo, en algún lugar de la península Arábiga o de la costa oriental de África.
La denominación «Punt» que utilizaban los egipcios, es la forma clásica de un nombre indígena extranjero, quizás «Pun». Esta circunstancia ha hecho que algunos investigadores relacionen la existencia del lejano y rico país del Punt con los púnicos, ya que los cartagineses eran a la postre fenicios y éstos, según algunas teorías no corroboradas, provienen de algún lugar de la península Arábiga.
La antigua hipótesis que vinculaba el Punt con las minas de oro de Zimbabwe ha quedado totalmente desfasada con el paso de los años y a la luz de los nuevos descubrimientos arqueológicos.
Las últimas investigaciones parecen encaminar la ubicación del Punt en la región meridional del mar Rojo, en algún lugar entre la península Arábiga y la costa este africana. Si atendemos minuciosamente al texto conservado en Deir el Bahari sobre la expedición de Hatshepsut, en él se afirma que el Punt se encontraba «sobre las dos orillas del Gran Verde». No obstante, los egiptólogos prefieren decantarse por la descripción que ofrecen los relieves de Deir el Bahari, es decir, un lugar muy parecido las costas de Somalia. Por otra parte, lo que parece ser un río en las descripciones de los textos, según Gaston Maspero, es en realidad una descripción del río Elefante, ubicado muy cerca del actual cabo de Guardafui. En esta región se han encontrado recientemente vestigios de época helenística y romana, lo que da a entender la continuidad de las relaciones comerciales con esta tierra una vez acabada la época faraónica.
El cuento del Náufrago
Un vivo reflejo de la influencia de este enigmático lugar en la mentalidad egipcia, es su trascendencia a la cultura popular en forma de cuentos. En el famoso «Cuento del Náufrago» se narran las aventuras de un marinero que después de zozobrar con su barco, es arrastrado por las olas hasta una isla desconocida. En ella el infortunado marinero descubre que se encuentra en una especie de paraíso en donde todos los productos son maravillosos y en una bondad sin límites.
En cierto momento, una serpiente gigante se aparece ante el náufrago. El reptil, que suele interpretarse como una alegoría del disco solar, recompensa al náufrago con la posibilidad de volver en un barco a su casa con los suyos. Ante tal dádiva, el marinero no tiene otra opción que postrarse ante la serpiente y prometerle que hablará de él ante su Soberano y que será recompensada con multitud de regalos. Entonces, la serpiente entre risas afirma: «Tú no posees la suficiente mirra, ni (tampoco) el incienso. Yo soy el Señor del Punt. Tu mirra me pertenece y el aceite precioso que dijiste de mandarme, es abundante en esta tierra.»
El relato parece describir de forma fabulada la tierra desconocida del Punt. Sin embargo, lo más llamativo de todo son las palabras que menciona la serpiente al náufrago cuando dice: «En el momento que tú abandones esta isla, no volverás a verla (de nuevo), ya que se convertirá en agua (y desaparecerá).» Tal y como había profetizado la serpiente, un barco apareció por la isla al poco tiempo. El náufrago se marchó con infinidad de regalos de la isla -mirra, especias, marfil, incienso, colas de jirafa, monos, etcétera-, una rica muestra de los dones más comunes en la tierra del Punt.
Siguiendo los deseos de la serpiente, el marinero volvió a la corte de su rey y le habló del lugar que acababa de visitar para que quedara constancia de ello.
© Nacho Ares 1998