Artículo publicado en la revista Más Allá de la Ciencia
Algunos de los argumentos que aparentan demostrar la antigüedad del pensamiento masón es su vínculo a la cultura faraónica. Símbolos como pirámides, esfinges o papiros no son extraños de encontrar en monumentos de esta orden. Sin embargo, pocos resisten un exhaustivo análisis crítico, histórico y por supuesto, egiptológico.
Paseando por el cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires (Argentina), cualquier aficionado a la egiptología se siente sorprendido por la presencia de tumbas que parecen verdaderos ooparts, “out of place artifacts”, o artefactos fuera de lugar. ¿Qué hace en medio de un cementerio cristiano una capilla con todos los ingredientes del Egipto faraónico? ¿Llegaron los egipcios a América, tal y como han defendido algunos investigadores, miles de años antes de Colón? La respuesta, como es lógico, se encuentra en una realidad más cercana a nosotros. Esos pequeños templos o santuarios, perfectamente egipcianizantes, que incluso llamarían la atención de cualquier habitante de la antigua Tebas, son en realidad tumbas masónicas. Eluden cualquier tipo de señal cristiana. No vemos crucifijos por ningún sitio. Los símbolos del cristianismo se han sustituido por elementos paganos como pirámides, extrañas divinidades, esfinges o escarabeos.
Estos monumentos no solamente se encuentran en Buenos Aires sino que los podemos descubrir prácticamente en todos los grandes cementerios pertenecientes a grandes ciudades. Su valor va más allá del simple monumento funerario contemporáneo e incluso han sido estudiadas y publicadas por reputados egiptólogos en publicaciones científicas del gremio.
¿Significa esto que la masonería intenta imitar la estética del antiguo Egipto? ¿Heredó sus señas de la cultura faraónica? ¿O estas tumbas son simplemente el capricho de un excéntrico masón que hizo tumbas egipcianizantes como el que las hace con motivos griego o mayas?
El origen de la tradición
La masonería como tal aparece en Europa a finales del siglo XVI. Con este argumento poco podríamos añadir al hecho de que los masones nacen en el antiguo Egipto cuyo último rayo de esplendor se dio más de 1.500 años antes. No obstante, no es hasta la aparición en escena del conde Alessandro di Cagliostro (1743-1795), cuando nace la masonería egipcia tal y como la entendemos en la actualidad. Bajo la premisa de que “Toda Luz viene de oriente y toda iniciación de Egipto” Cagliostro tomaba del Renacimiento la idea de un Oriente exótico y exuberante del que nacía toda fuente de conocimiento, la Luz. A finales del siglo XVIII, metiendo en un saco todo tipo de ideas, el conde italiano crea la masonería egipcia. En un primero momento se adaptó la leyenda de Isis y Osiris, tomada de Plutarco (siglo II d. C.) como referente del Renacimiento y culminación de un conocimiento iniciático, difícil de entender para muchos mortales. Del filósofo griego neoplatónico Jámblico (s. IV d. C.) se tomaron otras referencias muy tardías de los ritos iniciáticos de los antiguos egipcios.
Después de que Jean-François Champollion descifrara la escritura jeroglífica egipcia en el año 1822, el número de textos faraónicos, que hasta entonces habían permanecido completamente oscuros y mudos, se incrementó de manera considerable. Posiblemente la masonería tomara a partir de entonces elementos y bases ideológicas de los textos egipcios adaptándolos a su realidad contemporánea.
El puente heleno
No obstante, para los masones su conocimiento del antiguo Egipto le viene no de los textos egipcios, que no se tradujeron hasta mucho tiempo después, sino de otras tradiciones como la pitagórica, la templaria, o la rosacruz a las que les presuponían un marcado origen egipcio.
Pero la idea no era nueva. En la Academia Neoplatónica de Florencia, ya en el siglo XV encontramos un claro reflejo de los iconos y símbolos egipcios. ¿Por qué apareció en Florencia y no en cualquier ciudad francesa en donde se estaban plantando las semillas de la futura masonería? Como bien explica Gérard Galtier en su libro La tradición oculta (Madrid 2001), Italia estaba en contacto con Oriente por medio del Mediterráneo, lo que le mantuvo en relación con esa idílica Luz de conocimiento proveniente de Egipto y Mesopotamia.
Lógicamente en el siglo XV no quedaba ni rastro de la cultura faraónica. No se entendían los jeroglíficos y éstos eran considerados una suerte de escritura iniciática, lo que echaba más leña al fuego en favor de la idea de que el verdadero conocimiento venía del Valle del Nilo. En este punto llama la atención el hecho de que nadie se fijara en Mesopotamia, la gran olvidada de la tradición esotérica, aunque bien es cierto que gran parte del contenido egipcio de Época Tardía y ptolemaica (el I milenio a. C.) procede en un porcentaje muy alto de Babilonia. Quizá el desconocimiento existente sobre las culturas mesopotámicas (sumerios, akadios, babilonios y persas), cuyo estudio no despegó hasta mediados del siglo XIX, hizo relegar a un injusto segundo plano el papel de los antiguos Irán e Irak.
El rito de Menfis
Más que de Egipto, se podría señalar que la masonería vinculada a la cultura faraónica bebe de la “egiptomanía”. Veamos por qué.
Su fuente más importante de inspiración reside en el llamado Rito de Menfis. Esta corriente, fundada en el año 1815 por Jacques Étienne Marconis, señala que la ciencia masónica fue transmitida a través de los templarios. Marconis menciona que los misteriosos caballeros la obtuvieron de los Hermanos de Oriente, cuyo fundador era un sabio de Egipto de nombre Ormus, convertido al cristianismo por san Marcos, el evangelista que supuestamente pasó por Egipto. Al parecer, Ormus fue el depositario único de la milenaria tradición egipcia cuyo conocimiento solamente había conseguido sobrevivir poco después gracias a los caballeros templarios quienes a su vez fueron los depositarios de estas creencias. La historia se complica cuando a la muerte de Jacques de Molay, el último templario, en 1314, la tradición dice que fueron los templarios escoceses los que consiguieron recuperar las enseñanzas antes de que se extinguieran para siempre jamás.
Ahora bien, la Historia nos dice otra cosa. En primer lugar, sabemos que san Marcos no estuvo nunca en Egipto aunque a lo largo de todo el valle del Nilo existen infinidad de testimonios, poco creíbles, en iglesias y monasterios de su supuesto paso y de la fundación que allí hizo de la Iglesia cristiana copta.
También habría que desconfiar de qué credibilidad podemos dar a la tradición heredada por parte de grupos de cristianos cuyo comportamiento desde luego que nada tiene que ver con el de los antiguos egipcios, por mucho que se quiera ir más allá y ahondar en un pensamiento espiritual esotérico.
En tercer lugar, no deja de ser sospechoso que Marconis tomara estos mimbres para construir una corriente tan singular en un momento del siglo XIX desde luego que nada casual ni fortuito. ¿Por qué precisamente en el primer tercio del siglo XIX? No deja de ser curioso que poco antes, en 1798, Napoleón Bonaparte desembarcara en las costas de Alejandría dispuesto a comenzar la batalla con los ingleses y que entre sus soldados fuera acompañado por multitud de masones, muchos de los cuales formaron la famosa expedición a Egipto. De su trabajo científico se publicó en esos mismos años un libro no menos celebrado, La Descripción de Egipto, que junto al desciframiento de los jeroglíficos por parte de Champollion en esas mismas fechas, supone un antes y un después en la egiptología.
El verdadero trasfondo
Recuperando el testimonio de Gérard Galtier, el rito de Menfis o Menfis-Misraim nació de la fusión entre diversos ritos esotéricos de origen francés de la Occitania y un rito gnóstico, hoy desconocido, de origen egipcio. Esta tradición sería tomada, como señalé con anterioridad, por los masones franceses que viajaron a Egipto con Napoleón y que descubrieron en su paso por El Cairo la supervivencia de una tradición gnóstica-hermética que amoldaron a sus inquietudes.
En otras palabras, la masonería inspirada en el antiguo Egipto es precisamente eso, una tradición inspirada o basada en, pero que no cuenta con nada que nos pueda señalar la existencia de un hilo conductor continuo y no quebrado con el paso de los siglos, desde la Antigüedad, desde los faraones, hasta su aparición en escena a principios del siglo XIX. En 1767 se creó en Berlín el rito de los Arquitectos Africanos, léase egipcios. Su ideólogo fue Friedrich von Köppen (1734-1797). Este mismo personaje fue el que escribió poco antes una reconstrucción de los rituales que supuestamente realizaban los sacerdotes en el interior de la Gran Pirámide. Siendo apoyada incluso por el rey Federico II de Prusia, el poder de los Arquitectos Africanos se extendió por numerosas ciudades de Francia llegando incluso a París. Este rito así como otros de origen egipcianizante fueron absorbidos a lo largo del siglo XIX por las grandes logias de Oriente.
Es muy difícil concluir que la masonería no heredó nada de los antiguos egipcios y negarlo de forma tajante, señalando que resulta imposible que después de casi dos milenios el pensamiento se haya podido perpetuar en un “boca a oído” un tanto insólito. De la misma manera, quizá no podemos ser tan expeditivos toda vez que no sabemos realmente el contenido de la tradición iniciática egipcia ya que los textos que conservamos de la cultura faraónica no nos hablan de nada similar. Todo lo que se ha querido decir al respecto, me atrevería a señalar, que no es más que pura superchería y especulación gratuita. No hay más que echar un vistazo al contenido de los libros de masones y rosacruces al respecto para darse cuenta de que cualquier parecido con el Egipto faraónico es pura coincidencia.
Sin embargo, tampoco se puede negar la evidencia de la existencia de un sustrato profundo, seguramente desvirtuado, corregido y aumentado con el paso de los siglos, cuya fuente de inspiración fue efectivamente Egipto o, quizás podríamos decir de una manera más acertada, una suerte de corriente de pensamiento o religión inspirada o ambientada en Egipto que con el paso de los años ha ido creciendo y amoldándose a los nuevos descubrimientos a medida que se realizaban hallazgos en Egipto.
© Nacho Ares 2014