Su descubrimiento no trajo la cola que contó, por ejemplo, el hallazgo de la tumba de Tutankhamón, ni su tesoro fue tan fastuoso como el del joven faraón egipcio. No obstante, las tumbas de las reinas asirias descubiertas entre 1989 y 1990, especialmente la de la reina Yaba, en el llamado Palacio Noroccidental de Nimrud, la antigua Calach de los asirios, cuenta con una de las maldiciones más espeluznantes y, al mismo tiempo, menos conocidas.
No es difícil, haciendo un escueto ejercicio de memoria, recordar dos o tres lugares del mundo con una fuerte tradición relacionada con el mundo de las maldiciones. A la ya mencionada tumba de Tutankhamón, en Egipto, podríamos añadir, algunos cenotes mayas de Tenochtitlán, México, el cenobio de la pequeña isla de Lacroma, frente a las costas de Bubrovnik, en Croacia, o, mucho más cerca de nosotros, el conjuro que lanzaron los franciscanos de Valladolid durante la Desamortización de Mendizábal de 1834 para maldecir lo que hoy es el popular teatro Zorrilla en la céntrica Plaza Mayor de la capital castellana.
Casi innato a la naturaleza del hombre, la impotencia por no poder controlar el destino de nuestra tumba más allá de la muerte, conllevó de forma implícita la elaboración de textos mágicos en forma de maldiciones para proteger los bienes de la persona una vez que ésta había pasado a ocupar su espacio en el mundo de los espíritus. En abril de 1989 se descubrió en el Palacio Noroccidental de Nimrud lo que los arqueólogos iraquíes denominaron la Tumba II. Esta tumba pertenecía a Yaba, esposa principal del rey asirio Tiglatpiliser III (744-727 a. de C.). Además de los casi 15 kilogramos de oro que pesaban las joyas que rodeaban los restos mortuorios de la reina, su sepulcro, intacto, contaba con una estremecedora particularidad que la hizo diferente a las otras tumbas aparecidas en el sector meridional del mismo palacio. En un pequeño nicho abierto en la pared oeste de la cámara, junto al sarcófago de la reina Yaba, los arqueólogos iraquíes descubrieron una tablilla cubierta con una inscripción redactada en lengua akadio y escrita en la característica grafía cuneiforme. En sus líneas podía leerse lo siguiente: “Ruego a los dioses del mundo inferior que el alma de aquel que ponga sus manos sobre mi tumba o abra mi ataúd o robe mis joyas, camine sin fin después de su muerte bajo el sol abrasador y que los espíritus del insomnio se apoderen de él por toda la eternidad”. Los arqueólogos iraquíes habían destapado una maldición sin precedentes cuyo final no alcanzaba a entender su imaginación.
Un descubrimiento alucinante
Como describen Joan y David Oates, de la Esciela Británica de Arqueología de Irak, en su obra Nimrud: An Assyrian Imperial City Revealed, el Palacio Noroccidental de Nimrud, al sur de la norteña ciudad iraquí de Mosul, fue levantado en el siglo IX a. de C. por el rey asirio Asurnasirpal II. En época de esplendor, los asirios llegaron a controlar todo el Oriente Medio desde la antigua Anatolia de los hititas (hoy Turquía) hasta llegar incluso a invadir todo el Valle del Nilo en Egipto. A uno de sus reyes le debemos, por ejemplo, el nacimiento de la primera gran biblioteca, la de Asurbanipal (669-627 a. de C.) en Nínive. Incluso sus avances en ciencias fueron realmente asombrosos debiéndoles a ellos, entre otros logros tecnológicos, la división del círculo en 360 grados.
El descubrimiento de la primera tumba en el Palacio Noroccidental de Nimrud se realizó en el año 1988 de forma casual cuando un grupo de arqueólogos iraquíes liderados por el Dr. Sayid Muzahim Mahmud Hussein, del Departamento Iraquí de Antigüedades y Patrimonio, se percató de las irregularidades que ofrecía el suelo de una de las habitaciones del mencionado palacio. Al recolocarlas en su sitio descubrió que bajo las planchas de piedra de la estancia se abría una cripta. Allí había un sarcófago todavía sellado en cuyo interior descansaba el esqueleto de una mujer de unos 50 años de edad. Junto a su cabeza se había dejado un recipiente de plata. Pero lo que más llamó la atención de los excavadores fue la profusión del oro en forma de anillos, pulseras además de las piedras semipreciosas que decoraban el esqueleto de la antigua reina. Dos semanas después, Mahmud Hussein declaraba que “no podía dar crédito a lo que estaban viendo mis ojos”. No obstante, lo mejor estaba por llegar.
Meses después, en abril de 1989, a poco más de 90 metros de la primera sepultura apareció otra tumba real, la ya mencionada Tumba II. Descendiendo cinco escalones y cruzando una pequeña puerta abovedada, se accedía a una cámara rectangular con un sarcófago en el extremo norte en cuyo interior reposaban dos esqueletos femeninos de entre 30 y 35 años de edad. Uno estaba encima del otro, cubiertos por una paño de lino bordado, rodeados de 157 objetos de oro en forma de una corona, 79 pendientes, 30 anillos, 14 brazaletes, 4 tobilleras, 15 vasos y numerosas cadenas. El peso de todos ellos alcanzaba los 15 kilogramos de metal precioso. Junto al sarcófago, en un nicho de la pared oeste, apareció la tablilla que además de contener la terrorífica maldición, ofrecía el primer documento histórico de las tumbas reales de Nimrud. En tres de sus líneas se podía leer el nombre de una de las ocupantes de la tumba, “la reina Yaba, esposa de Tiglatpiliser III, rey de Asiria”.
A pesar de que la maldición de Yaba, cuyo cuerpo fue colocado en el fondo del sarcófago, también hacía alusión al hecho de que alguien fuera enterrado con ella en su tumba, el segundo cuerpo fue depositado allí con posterioridad al primer enterramiento, unos 20 o 25 años después según los especialistas y sobre el cadáver de Yaba. Pertenecía, según un vaso depositado junto al cuerpo, a “Atalia reina de Sargón (II), rey de Asiria”, soberano que gobernó el imperio entre los años 721 y 705 a. de C.
Otro de los grandes misterios de la Tumba II es la presencia dentro del mismo sarcófago de otro vaso con el nombre de la reina Banitu, esposa del rey asirio Salmanasar V (726-722 a. de C.). Pero si en el sarcófago reposan Yaba y Atalia cabe preguntarse dónde está Banitu. Los arqueólogos creen que sus restos pueden encontrarse en el interior de una jarra de alabastro hallada en la tumba con material orgánico en su interior. No obstante, la asirióloga Stepahanie Dalley apunta la posibilidad de que Yaba y Banitu sean la misma persona. Yaba en semítico es “bella”, el mismo significado del nombre acadio Banitu.
A todo ello hay que añadir que el cadáver de Atalia fue calentado o ahumado a una temperatura de entre 170 y 270 grados, quizás para ayudar a la reina a superar su viaje al Más Allá. De ser así, nos encontraríamos ante la primera momia descubierta en Mesopotamia.
Más tumbas desconcertantes
Tuvieron que pasar más de doce meses hasta que en agosto de 1989 apareciera la Tumba III. Aunque la antecámara mostraba síntomas de haber sido saqueada en la Antigüedad, en ella aparecieron los objetos de oro más preciosos. En total se descubrieron 450 objetos de oro y plata cuyo peso superaba los 25 kilogramos. La mayor parte del tesoro se descubrió en el interior de uno de los tres sarcófagos de bronce de esta antecámara. En uno de ellos había restos de seis personas: un hombre adulto, tres niños, un bebé y un feto. El segundo sarcófago contenía los restos de una mujer joven, quizás otra reina ya que portaba una corona de oro, y un niño. Por último, el tercer sarcófago servía de lugar de descanso para cinco adultos entre los que destacaba un hombre de unos 55 o 65 años en muy buen estado de conservación. Al parecer se trataba de los restos de varios notables, fallecidos en momentos diferentes y reorganizados en esta sepultura con posterioridad, aunque desconocemos el porqué y cuándo. Junto a esta habitación había una cámara sepulcral en la que los arqueólogos descubrieron un sarcófago de bronce con unos pocos restos óseos. Sobre la tapa podía leerse el nombre de la propietaria: Mullisu-mukannisat Ninua, esposa del rey asirio Asurnasirpal II (884-854 a. de C.), el fundador del palacio, y madre de Salmanasar III (859-824 a. de C.).
Finalmente en 1990 apareció la cuarta y última tumba del complejo del Palacio Noroccidental de Nimrud. En esta ocasión, sin embargo, el saqueó sufrido por la Tumba IV en la Antigüedad había esquilmado todos los tesoros con los que seguramente contó este enterramiento hace casi 3.000 años.
Sin lugar a dudas, las tumbas de las reinas de Nimrud eran el descubrimiento más importante realizado en décadas en Irak y por supuesto el más importante que se había llevado a cabo en la antigua capital asiria, lugar en el que antes de Mahmud Hussein habían excavado arqueólogos de la talla de Austin H. Layard a mediados del XIX, o más recientemente, en el siglo XX, Max Mallowan, el marido de la escritora Agatha Christie.
La maldición de Yaba
Nadie dio importancia a la presencia del texto execratorio de la tumba de la reina asiria. Tampoco son comunes este tipo de maldiciones en el mundo funerario mesopotámico. ¿Qué podía temer el equipo de arqueólogos iraquíes liderado por Mahmud Hussein de tan terribles palabras?
Los supersticiosos, sin embargo, no albergan ninguna duda sobre lo sucedido. Poco después de la apertura de la tumba de Yaba, Irak invadía el vecino Kuwait desencadenándose poco después en los primeros meses de 1991 lo que ha venido a denominarse Primera Guerra del Golfo. Las desastrosas consecuencias que ha tenido que sufrir Irak en estos años son de sobra conocidas por todos.
Por otro lado, más de una década después del descubrimiento de la tumba maldita de Yaba ninguno de los componentes del equipo ha sufrido daño alguno, ni siquiera han perdido su trabajo a pesar de las duras condiciones que se viven en Irak.
A modo de trampa, el gobierno iraquí prohibió tajantemente la continuación de las excavaciones en las tumbas del Palacio Noroccidental de Nimrud. Muy posiblemente, allí todavía queden muchos más sepulcros por descubrir. Pero quizás la maldición de la reina Yaba, solamente quizás, haya hecho efecto deteniendo el paso de los arqueólogos.
Hasta la fecha han aparecido cuatro tumbas. Sus restos han sido estudiados en la última década por diferentes misiones arqueológicas, especialmente alemanas. El análisis de los restos humanos allí descubiertos han permitido conocer algo más sobre el modo de vida de los asirios hace casi 3.000 años. Sin embargo, queda mucho por hacer, por ejemplo, los análisis de ADN de los cuerpos permitirán conocer los lazos de unión entre unos enterramientos y otros, o explicar a quién pertenece cada uno de los cadáveres. Pero la maldición de la reina Yaba parece aún sostenerse firme en un país en el que, siguiendo sus consignas, todo camina sin fin después de su muerte bajo un sol abrasador, un mundo en el que los espíritus del insomnio parecen haberse apoderado de él por toda la eternidad… Quizás Yaba no calculó que la maldición pudiera extenderse a todo su pueblo.
Un tesoro inundado
Pasados los meses desde el saqueo en febrero del Museo de Bagdad, parece haberse recuperado cierta calma en el ámbito arqueológico. Entre los miles de tesoros creídos perdidos en un primer momento por culpa del expolio estaban las joyas de las tumbas de las reinas de Nimrud y entre ellas las de Yaba. En un principio, infinidad de instituciones internacionales se sumaron a un proyecto conjunto en favor de la recuperación de las piezas. El primer paso que había que dar, como parecía lógico, era crear un listado de las piezas desaparecidas.
El tiempo hizo disminuir el número de objetos de esta fatídica lista. Muchos funcionarios se habían llevado objetos a sus casas para resguardarlos, se habían detenido en la frontera a varios traficantes e incluso a periodistas extranjeros involucrados en la codiciosa trama. El número de julio/agosto de 2003 (Vol. 14 nº 4) de la prestigiosa revista británica Minerva, dedicada al arte antiguo y la arqueología, desplegó un enorme listado fotográfico de más de 300 piezas con las posibles desapariciones del Museo de Bagdad. Pero entre ellas no estaban las joyas de Nimrud, reliquias que sí fueron integradas en la lista de piezas robadas en un primer momento.
A principios del mes de julio de 2003, National Geographic Channel emitió en Estados Unidos un reportaje sobre la recuperación de las joyas de las reinas asirias y otras piezas de las tumbas reales de Ur. Habían sido escondidas desde 1990 en los subterráneos del Banco Central de Bagdad. Para que nadie pudiera dar con ellas en el saqueo, las autoridades se habían ayudado de un ingenioso ardid, inundar el subterráneo con 2 millones de litros de agua. El descubrimiento movilizó a decenas de iraquíes que de forma desinteresada y durante tres semanas se prestaron a la participación en el drenaje de los subterráneos. Catorce años después, el oro de Yaba y el de sus correligionarias volvió brillar con todo su esplendor aunque no sabemos si reavivando la temida maldición.
© Nacho Ares