Publicado en la revista Karma 7 nº 295 septiembre de 1998
Cuando todo parecía que Robert Bauval había encontrado la solución al enigma de las pirámides egipcias con su revolucionaria teoría de Orión, señalando que estos monumentos reconstruían el cielo de la meseta correspondiente al 10500 a. de C., todo daba un nuevo giro a la investigación. Pasan los años, y el tiempo sigue dando la razón a Bauval.
Robert Bauval, ingeniero de profesión, caminaba entre las salas del caótico Museo Egipcio de El Cairo. Un paseo más entre los muchos que había dado por el mismo lugar recordando el glorioso pasado que hace miles de años iluminó el fértil Valle del Nilo. Sobre una de las paredes de la sala que alberga la impresionante estatua en diorita del faraón Kefrén (ca. 2550 a. de C.), Bauval se percató de la existencia de una gran fotografía aérea que mostraba los vértices de las tres pirámides de la meseta de Gizeh, las de Keops (ca. 2575 a. de C.), Kefrén y Micerinos (ca. 2500 a. de C.). Parecía insólito, pero era la primera vez que se percataba de la existencia de esta inmensa fotografía, que tomada por la fuerza aérea egipcia en la década de los años 50.
Desde esa vista cenital, era mucho más claro que las tres mastodónticas construcciones no estaban alineadas, sino que la más pequeña de todas, la que pertenecía al faraón Micerinos, se desviaba de la diagonal que unía a sus dos hermanas mayores. “El desvío se notaba tanto como un cuadro torcido en una pared -comentó el propio Bauval-”. Este singular encuentro cambiaría radicalmente la vida de este ingeniero angloegipcio.
Poco después, mientras desarrollaba su trabajo en Arabia Saudí, alcanzó su descubrimiento más importante. Era una noche de verano cuando Bauval y su familia, acompañados de unos amigos, decidieron salir al desierto de las afueras de Riyad para disfrutar de la temperatura agradable de una noche estival. Fue entonces cuando, mirando al cielo, Bauval realizó uno de los descubrimientos más importantes de este siglo, hallazgo que dejó boquiabierta, incluso, a la más ortodoxa egiptología. Y es que, sorprendentemente, la estructura que poseían las tres estrellas que componen el cinturón de la constelación de Orión, era exactamente idéntico a la configuración de las tres pirámides de la meseta de Gizeh. Corría el año 1983 y todo no había hecho más que empezar.
Comienzo de una odisea
Este hallazgo, aparentemente trivial, arrastró a Bauval a una sucesión de acontecimientos que ni él mismo esperaba; casi una década de trabajo dedicada a la investigación para intentar resolver uno de los misterios más penetrantes de la Antigüedad: ¿por qué se construyeron las pirámides y qué significado tenían estos monumentos para los antiguos egipcios?
El primer adelanto de su trabajo fue expuesto al público especializado en 1989, cuando escribió para la prestigiosa revista egiptológica londinense Discussions in Egyptology, un artículo que llevaba por título «A master-plan for the three pyramids of Giza based on the configuration of the three stars of the belt of Orion» («Un plan maestro para las tres pirámides de Giza, basado en la configuración de las tres estrellas del cinturón de Orión»). Este primer paso dentro de la egiptología tradicional le sirvió para obtener el respeto y la admiración de egiptólogos tan prestigiosos como I. Eiddon S. Edwards del Museo Británico de Londres (1909-1996) o Jaromir Malek de la Universidad de Oxford. El fruto de su trabajo fue vertido en un libro que en poco tiempo se convirtió en un auténtico bestseller, y que llevaba por título El Misterio de Orión (Emecé, Barcelona 1995).
De demostrarse la certeza de la teoría de Bauval, podría considerarse como una de las pruebas definitivas que relacionaran, al fin de manera científica, las misteriosas construcciones piramidales egipcias con una función astronómica específica. Pero no sólo vincula la construcción de los monumentos de Gizeh con el cinturón de Orión, sino que añade otras relaciones no menos impresionantes que abarcan otras pirámides de Egipto con otras estrellas de nuestro firmamento
Para demostrar su hipótesis, Bauval ha hecho acopio de multitud de pruebas arqueológicas y documentales. Según la teoría de este ingeniero angloegipcio, la Gran Pirámide de Keops estaría identificada con la estrella Zeta Orionis también llamada Alnitak. La pirámide de Kefrén sería la estrella Epsilon Orionis o Alnilam. Finalmente, la tercera de las pirámides de la meseta de Gizeh, la de Micerinos, estaría vinculada a Delta Orionis, denominada en ocasiones Mintaca.
Para encuadrar perfectamente las posiciones de las construcciones terrestres con las estrellas de Orión, muy acertadamente Bauval invirtió la polaridad Norte-Sur de un mapa convencional moderno, colocando el Sur al Norte y viceversa, de acuerdo a la noción del mundo que tenían los antiguos egipcios y otros pueblos de la Antigüedad.
Un descubrimiento asombroso
Pero el increíble hallazgo de Bauval no se quedó en una simple relación de parecidos entre unas construcciones terrestres y la posición de una serie de estrellas de nuestro firmamento. Eso no fue más que el comienzo de una gigantesca investigación que le ayudó a encontrar otra serie de pruebas que respaldaran sus hipótesis.
¿Cómo reaccionó Bauval cuando se percató de que los mal llamados canales de ventilación de las cámaras de la Gran Pirámide de Keops estaban orientados hacia unas constelaciones y entre ellas a la propia Orión? Este descubrimiento, que ya fue anunciado por el arquitecto y también egiptólogo A. Badawy en los años 60, no hizo más que confirmar las sospechas de nuestro ingeniero.
Ayudado de un potente programa informático -el skyglobe 3.5.-, Bauval pudo observar que en la supuesta época en la que se construyeron las pirámides (ca. 2500 a. de C.) existían una serie de vínculos astronómicos que, a ciencia cierta, no tenían nada que ver en absoluto con la casualidad. Así, el canal Norte de la llamada Cámara del Rey de la Gran Pirámide estuvo orientado en esta fecha hacia la estrella alpha de la constelación del Dragón, también llamada Tuban, y que en la Antigüedad hacía las funciones de estrella polar para marcar el Norte. El canal Sur de esta misma Cámara del Rey, estuvo orientada hacia la estrella Zeta Orionis, es decir, aquella que se identificaba con la propia pirámide de Keops.
Por su parte, los canales de la Cámara de la Reina, estancia ubicada inmediatamente debajo de la del Rey, también ofrecieron sorprendentes descubrimientos a nuestro investigador. El canal Norte estuvo orientado en esta fecha hacia la Osa Menor y el Sur hacia la estrella Sirio, la más brillante de la constelación del Can Mayor, y una de las más importantes del panteón egipcio, ya que era identificada con la diosa Isis, esposa de Osiris.
Según Bauval, ayudado por su programa informático, el único momento en el cual pudieron darse estas circunstancias arqueológicas debió de estar entre los años 2475 y 2400 a. de C., datación que puede acomodarse con ciertos matices a la fecha que la egiptología tradicional propone para el reinado de Keops -recordemos, entre el 2589 y 2566 el a. de C.
El entorno arqueológico de la meseta de Gizeh también favorecía la suposición de este ingeniero angloegipcio. Y es que, la ubicación de las tres pirámides al Oeste del río Nilo coincidía con la situación de la constelación de Orión al Oeste de la Vía Láctea, lugar identificado por los antiguos egipcios con el idílico Duat, una especie de «Paraíso» adonde iban a parar después de renacer tras la muerte.
Pruebas documentales
No solamente es la arqueología la que parece dar la razón a la teoría de Bauval. También, un estudio crítico de varios textos funerarios egipcios pareció reafirmar sus planteamientos.
Entre la pruebas documentales manejadas por este ingeniero se matizan las relaciones existentes entre la constelación de Orión y su homónimo dentro de la religión egipcia, el dios Osiris. Esta circunstancia aparece perfectamente reflejada en los llamados Textos de las Pirámides. La finalidad de estos textos, escritos sobre las paredes de algunas pirámides de las V, VI y VII dinastías, no es más que la de proponer un compendio de fórmulas mágicas que tuvieran la función de ayudar al faraón, una vez muerto, en su tránsito por el Más Allá y facilitar su transformación en ntr, una especie de divinidad o ser superior. Estos documentos epigráficos son los más antiguos antecesores del famoso Libro de los Muertos de los antiguos egipcios.
A todo este batiburrillo teológico habría que añadir algún comentario a la identificación que hacían los habitantes del Valle del Nilo entre Osiris y Orión e Isis con Sirio, divinidades emparentadas en la mitología egipcia por medio del matrimonio, y muy relacionadas con las constelaciones a las que apuntan los canales de las cámaras de la Gran Pirámide. ¿Nos encontramos ante algo más que una suposición teórica al vincular la meseta de Gizeh con su homónimo estelar, el cinturón de la constelación de Orión?
Más allá de Gizeh
Sin embargo, estos descubrimientos no han quedado huérfanos en la meseta de Gizeh, sino que se han expandido a otras pirámides de Egipto. Así, Bauval defiende la posibilidad de que el gigantesco proyecto constructivo no se restringió al cinturón de Orión sino que se expandió a otras estrellas de la misma constelación hasta construir ésta sobre la tierra. Por ejemplo, la pirámide del faraón Djedefre (ca. 2475 a. de C.), sita en la cercana localidad de Abou Rowash, estaría identificada en el espacio con la estrella Kappa Orionis, también llamada Saiph. También, la pirámide de Nebka (ca. 2530 a. de C.), en la región de Zauyet el Aryan, sería la estrella Gamma Orionis o Bellatrix.
Según esta hipótesis quedarían por descubrir en el Valle del Nilo las pirámides que desempeñaban el papel terrestre de las estrellas Alpha, Beta y Lambda Orionis, con las que se completarían las ocho grandes estrellas de la constelación de Orión. A comienzos de 1998 un equipo de investigadores británico comenzó la tarea, hasta ahora infructuosa, de la búsqueda de estas nuevas pirámides.
Para poner un broche de oro a tan fascinante teoría, Bauval extendió su estudio a otros grupos monumentales, relacionándolos con otras estrellas que no fueran de la constelación de Orión. La posición, por ejemplo, de la pirámide de Esnofru en Dashur con respecto a la meseta de Gizeh ha sido vinculada con las Híadas, más en concreto con 311 Tauri y Aldebarán, siendo ésta última la estrella que fue colocada por los egipcios sobre la mano de la representación iconográfica de Orión.
En el colmo de la “casualidad”, la teoría de Bauval acaba por confirmar la vieja sospecha que tenían los egiptólogos hace tiempo cuando se intuía que los antiguos egipcios identificaban la Vía Láctea con su río Nilo. Efectivamente, así es, y tal como ocurre en el cielo como en la Tierra, tanto Gizeh como Orión acaban teniendo la misma estructura.
El horizonte de Leo
Hasta este punto, la Egiptología más ortodoxa no tuvo apenas reparos para, al menos, tener en consideración esta teoría. Sin embargo, las investigaciones de Bauval no se detuvieron en este punto y fueron más allá. Si el programa informático decía que la fecha del 2475 a. de C. era excelente para identificar Gizeh con la constelación de Orión y la orientación de los mal llamados canales de ventilación de las cámaras del Rey y de la Reina en la Gran Pirámide, pronto Bauval se dio cuenta de que había una fecha mejor: el 10500 a. de C.
Dos años después de publicar su primer bestseller, Robert Bauval en comunión con otro mago de lo insólito, Graham Hancock, sacaban a la luz El Guardián del Génesis (Planeta-Seix Barral, Barcelona 1997). Tomando en esta ocasión como eje de su investigación la Esfinge de Gizeh y la Gran Pirámide, Bauval especulaba con la posibilidad de que estos monumentos hubieran sido construidos en algún período cercano al 10500 a. de C.
Si bien en esta fecha todas las correlaciones astronómicas se daban con mayor precisión, había un último detalle que parecía dar más fuerza a la hipótesis de Orión en el XI milenio a. de C. La Esfinge de la meseta de Gizeh en esta fecha tan remota miraba exactamente hacia la constelación de Leo.
El problema reside en que los egipcios de la época faraónica no veían la constelación de Leo tal y como nosotros lo hacemos. Es decir, el conjunto de estrellas que hoy identificamos con un león (cuyo origen es babilonio y muy posterior a la época faraónica) no era interpretado por los egipcios de la misma forma.
Con todo, lo más enigmático del misterio de Orión no es intentar resolver si las pirámides fueron realmente tumbas, sino ¿qué civilización de hace 12.000 años era capaz de diseñar, estructurar y construir este tipo de monumentos en el Valle del Nilo y con qué finalidad? En este sentido Bauval es claro: en aquella época no había nadie que pudiera desarrollar este plan maestro. Las pirámides son de la IV dinastía, de eso nadie duda. La interrogante está en por qué los egipcios del 2500 a. de C. quisieron representar el cielo del 10500 en la meseta de Gizeh.
© Nacho Ares 1998