Publicado bajo el título «¿Testimonios OVNI?» en Egipto Insólito, Corona Borealis, Madrid 2003.
Es frecuente que a la hora de traducir un texto jeroglífico en donde se alude a una circunstancia totalmente extraña a la naturaleza egipcia, nos encontremos con que el escriba no ha sabido cómo describir un objeto o situación, y haya acabado optando por utilizar los sinónimos que a él le parecieron más oportunos. Lo limitados que pueden resultar los campos semánticos en una lengua antigua a la hora de escribir sobre aviación, mecánica, navegación, a fin de cuentas, cualquier clase de tecnología, obligó a los escribas egipcios a utilizar términos ambiguos como «estrella», «sol», «refulgente», etcétera, que, fuera de su contexto natural, no hacen otra cosa que despistar al investigador moderno. Únicamente buceando en la posible interpretación de algunas fuentes originales, y con traducciones de primera mano podemos vislumbrar varias hipótesis interesantes que describen la presencia de objetos extraños en los cielos faraónicos. Si OVNI significa objeto volador no identificado, los cielos del antiguo Egipto fueron surcados por multitud de estos objetos, tal y como nos lo demuestran los propios textos.
El cuento del náufrago
La única copia conservada del famoso cuento del Náufrago fue descubierta por un egiptólogo ruso en el Museo Imperial de San Petesburgo. Al igual que sucede con infinidad de documentos y piezas de este museo, nada se sabe de cómo pudo haber llegado hasta allí. Expuesto actualmente en el Museo de Moscú, El cuento del náufrago (Pap. Leningrado 1115) fechado hacia el 2000 a. C., es quizá la obra más emblemática de toda la literatura en egipcio medio. En apenas ciento noventa líneas, el escriba relata de una manera fresca y amena las aventuras de un hombre que tras ser el único superviviente de un naufragio producido por una gran tormenta, es llevado por las olas a una misteriosa isla repleta de todo tipo de riquezas. En ella reinaba una serpiente de dimensiones descomunales —más de 15 metros, según cuenta el propio náufrago—. La descripción de este gigantesco reptil ya es sintomática para el problema que nos atañe: toda ella refulgía como el mismo oro y sus cejas eran de auténtico lapislázuli.
Con todo, la parte que nos interesa es aquella en la que la serpiente cuenta al náufrago la trágica historia de cómo todos los miembros de su familia perecieron tras una fatídica catástrofe. Según la serpiente, el luctuoso suceso se produjo a causa de un incendio provocado por la colisión de «una estrella» que vino desde el cielo. Literalmente las líneas 129-130 de la copia del cuento del náufrago de Moscú dicen: «aja seba jau», «entonces, una estrella cayó»…
La gran mayoría de los egiptólogos que han trabajado este documento, señalan que la estrella mencionada en el cuento es un meteorito. Posiblemente, debido a la falta de un término concreto en la lengua egipcia que definiera la imagen de un meteorito o quizá pensando el escriba que realmente este objeto no era más que una simple «estrella que cayó del cielo», acabó decantándose por el término sb3 (seba) «estrella», para denominar tan singular llamada de atención de los dioses. Es interesante reseñar que los dos últimos ideogramas, identificados con una estrella de cinco puntas y el disco solar, son los utilizados en escritura jeroglífica para indicar que una palabra pertenece al mismo campo semántico que todas aquellas que hacen alusión a algún concepto o fenómeno astronómico.
La serpiente, por su parte, ha sido interpretada como una alegoría del dios solar Ra. Su aspecto dorado, el hecho de que en su familia fueran setenta y cinco miembros, coincidiendo con los setenta y cinco nombres que tenía este dios y otros supuestos paralelismos, parecen relacionar la presencia del náufrago en la isla con una representación figurada del paso del hombre al Más Allá. No obstante, parece un poco incoherente para la mentalidad egipcia que un objeto extraño a la tierra venido de fuera —¿un meteorito? — tenga éxito en un hipotético intento de hacer daño al todopoderoso dios solar Ra. Si leemos la leyenda mitológica que describe la vida de Ra, nos daremos cuenta de que no se hace otra cosa que cantar las victorias de este dios sobre sus enemigos en las tinieblas, especialmente la serpiente Apofis. ¿Qué clase de cuerpo celeste era aquel que derrotó al mismísimo y todopoderoso dios Ra? También, la propia presentación de la serpiente ante el náufrago, haciendo el mismo estruendo que una tormenta, se aleja de la mentalidad religiosa egipcia: los dioses no se aparecían a los humanos, para contactar con ellos usaban a los sacerdotes como medio de comunicación. Curiosamente, este mismo matiz es también apreciado en otros documentos que reflejan la hipotética aparición de un objeto volador desconocido.
Otros investigadores han visto en El cuento del náufrago un relato velado de la colisión de una nave espacial en tierra. En este sentido, y siempre desde la óptica de esos autores, la figura de la serpiente representaría al único superviviente de los pasajeros que tripulaban dicha nave. Su aspecto dorado sería la descripción primitiva de una extraña clase de traje espacial que cubriría al insólito reptil.
Si bien no tenemos constancia alguna de la caída de meteoritos en el antiguo Egipto por el hallazgo de cráteres o algo similar, sí podemos presentar algunas pruebas que puedan indicarnos la dirección del trabajo en nuestra investigación.
Contamos con varios descubrimientos arqueológicos de lingotes de hierro meteorítico, hallados en diferentes tumbas en época tan arcaica como el Imperio Antiguo, mil años antes de que el mineral de hierro apareciera en Egipto de manos de los hititas, con uno de los cuchillos descubiertos en la tumba de Tutankhamón. Muy probablemente, los sacerdotes egipcios, viendo la procedencia estelar de estos meteoritos, pudieron llegar a pensar que se trataba de algún tipo de mensaje de los dioses o algo parecido, de suerte que guardaron los restos de la piedra, restringiendo su conocimiento y uso a los iniciados más avezados de los templos. ¿Utilizaron los antiguos egipcios el hierro meteorítico en vez del cobre como se ha venido diciendo hasta ahora, para labrar las piedras de una dureza extrema como la diorita o el granito? La presencia de meteoritos en los textos egipcios podría ser una prueba a su favor para encontrar, por fin, una solución lógica a tan esquivo problema.
EL papiro Tulli
Alberto Tulli fue en su día el conservador jefe de la sección egipcia en el Museo Vaticano. Al igual que hicieron otros descubridores de documentos egipcios, como Westcar, Rhind, Leopold-Amster, etcétera. Alberto Tulli dio nombre a un papiro, papiro Tulli, un documento mucho más enigmático que el de ninguno de sus antecesores.
El manuscrito fue encontrado, estudiado y publicado por el egiptólogo italiano Boris de Rachewiltz. Este documento consistía en un pequeño fragmento datado en la XVIII dinastía durante el reinado del faraón. En él se hacía alusión a la aparición en el cielo de un extraño «círculo de fuego Tutmosis III». La traducción del texto dice como sigue (Fortean Society, The Doubt, nº 41, 1953):
«En el año 22, tercer mes de la estación de peret (la germinación) en la hora sexta del día (14 h.) […] dos escribas de la Casa de la Vida vieron un círculo de fuego que estaba viniendo por el cielo. No tenía cabeza. Su olor era desagradable. Entonces, ellos tuvieron miedo y huyeron, […] y fueron a decírselo a Su Majestad. Todo está recogido en la Casa de la Vida. Su majestad reflexionó sobre lo que había pasado. Han transcurrido muchos días después de lo ocurrido […] Son numerosos al igual que todo […] Ellos brillan en el cielo como el Sol lo hace sobre las cuatro columnas que sujetan el cielo. […] Entonces los círculos de fuego […] El ejército del rey estaba (en aquel lugar) y Su Majestad los vio (con sus propios ojos). Esto sucedió después de la hora de la última comida. Allí arriba (en el cielo), ellos se marcharon hacia el sur. Del cielo cayeron peces y aves […] algo inaudito desde el comienzo de los tiempos. Su majestad colocó incienso para apaciguar a Amón Ra, Señor de las Dos Tierras […] en un documento de la Casa de la Vida […] eternidad».
Resulta muy sospechoso que el papiro Tulli esté «desaparecido». Por otra parte, cuando uno tiene noticia de que le propio Boris de Rachewiltz protestó enérgicamente por tergiversación que se había hecho de su traducción todo parece indicar que este documento es un auténtico fraude, toda vez que absolutamente nadie ha podido verlo nunca, ni siquiera el propio de Rachewiltz.
La estela de Gebel Barkal
Para acabar con este apartado no debemos olvidarnos de la famosa estela de Gebel Barkal, quizá fuente de inspiración del papiro Tulli. Esta losa, conservada hoy en el Museo de Jartum (Sudán), fue descubierta entre unos escombros situados frente a una columna del primer patio (el B 501) en el gran templo de Amón, el dios de piel azul, al pie de la cara este de la mencionada montaña de Gebel Barkal. Este lugar fue uno de los enclaves políticos más importantes de la Época Tardía de Egipto. La parte más antigua de su templo es paralela cronológicamente a la fundación de la cercana Napata, realizadas ambas posiblemente por el faraón Tutmosis III en la dinastía XVIII. El apogeo de esta comarca llegaría en el declive del Egipto faraónico con su dinastía nubia, la XXV.
En la actualidad el desierto de Bayuda, emplazamiento en el que se alza Gebel Barkal, está siendo excavado por una expedición española. Lugar de difícil acceso y casi imposible tránsito, es muy conocido por la cantidad de grupos de arqueólogos que se han perdido alguna vez entre las dunas del desierto. Recientemente, un grupo de funcionarios sudaneses encontró la muerte tras deambular perdido durante diez días en el desierto de Bayuda, paraje en donde ni siquiera las brújulas ayudan a encontrar la salida por la inmensidad del desierto.
Un sitio insólito para erigir un monumento no menos intrigante. El material del que está hecho la estela de Gebel Barkal es granito gris procedente de la tercera catarata (Tombos). Tiene 173 centímetros de altura, 97 de ancho y 15 de grosor. Le falta la esquina inferior derecha y la inscripción en general está muy deteriorada debido al desgaste sufrido por la piedra.
Sobre la luneta de la estela se grabó una escena de ofrendas en la que aparece el faraón Tutmosis III que, con su casco de guerra, realiza una libación al dios Amón, divinidad titular del templo. La representación está protegida mágicamente por un disco solar alado con dos serpientes uraeus bajo sus alas.
El contenido de la estela de Gebel Barkal es muy conocido en el ámbito egiptológico al poseer una segunda versión del relato de algunas de las campañas más importantes del faraón Tutmosis III en Asia, aparte de las conocidas en los textos grabados sobre los muros del templo de Karnak. Y es precisamente la glorificación del dios Amón como protector del faraón en estas batallas el motivo por el cual esta estela fue erigida en su templo de Gebel Barkal, en el año 47, 3 mes de la Inundación, día 10, bajo la Majestad de Horus, Tutmosis III (aproximadamente, el 23 de agosto de 1457 a. C.).
Sin embargo, dejando de lado el testimonio sobre las victorias de Tutmosis más allá del Eúfrates, lo más impresionante de todo el documento, es el relato de su campaña en Nubia, razón principal de que se encuentre esta estela en Gebel Barkal, cuyo final no deja de sorprender a propios y a extraños. Las líneas 33, 34, 35 y 36 del texto (faltan unos 19 centímetros al comienzo de cada una de ellas) describen con todo lujo de detalles la aparición de una estrella luminosa que se presentó en el campo de batalla, atacó a los enemigos del faraón (los nubios) para luego volver a desaparecer en el horizonte. La traducción de la estela siguiendo la edición del texto del americano George Reissner es la siguiente:
(33) [faltan 16,85 centímetros] «Escuchad, ¡oh pueblo de la Tierra del Sur!, que estáis [viviendo] en la Montaña Sagrada llamada «Trono de las Dos Tierras» entre las gentes [¿de Egipto?] [aunque esta tierra] era desconocida. Conoced el milagro de Amón Ra, en presencia de las Dos Tierras. Algo que nunca ha sido visto. (34) [faltan 18 centímetros] […¿Los guardas?] estaban viniendo con el fin de hacer por la noche (el cambio regular de) la guardia. Había dos guardias (sentados uno frente a otro). Una estrella vino aproximándose desde el sur. El hecho nunca había sucedido. [La estrella] se colocó sobre ellos y ninguno entre ellos pudo permanecer (allí). (35) [faltan 19,75 centímetros] Se giró como si nunca hubieran existido, y entonces ellos cayeron sobre su sangre. Ahora [la estrella] estaba detrás de ellos (iluminando) con fuego sus rostros; ningún hombre entre ellos pudo defenderse, ninguno miró alrededor. Ellos no tenían más caballos ya que (éstos) atemorizados habían huido a la montaña. (36) [faltan 20,75 centímetros] [Tal es el milagro que Amón hizo por mí, su amado hijo] con el fin de hacer ver a los habitantes de las tierras extranjeras el poder de Mi Majestad».
Se habrá apreciado en una primera lectura de la estela, lo ambiguos que resultan algunos de los pasajes expuestos en la traducción, hecho que se debe a las lagunas existentes al comienzo de cada línea. Por ello, debemos suponer que las personas que son atacadas por esta extraña luz no son los guardas mencionados al comienzo del pasaje, sino un grupo de enemigos nubios, ya que de otra manera el texto no tendría sentido. Esta suposición es apoyada por el contenido de la línea 5 de la estela en la que el faraón se autoidentifica con «una estrella entre los dos arcos del cielo, cuando ésta cruza el firmamento». De esta manera, el faraón Tutmosis III ponía en antecedentes sobre el extraordinario relato que estaba apunto de relatar.
La edición del texto en jeroglífico —la misma que hemos empleado para esta traducción— fue realizada en 1933 por George Reissner para la publicación egiptológica Zeitschrift fur Ägyptischen Sprache und Altertumskunde (nº 69, 24-39). Sin embargo, Reissner, que trabajaba para la Universidad de Boston (EE.UU.), no hace ningún comentario al respecto de tan extraordinario evento, y se limita a colocar ante la línea 34 el subtítulo de «El milagro de la estrella», haciendo buena la palabra empleada por los egipcios para describir tan extraordinario fenómeno: sb3, («seba») «estrella».
La egiptóloga Barbara Cumming en una traducción mucho más moderna de la estela de Gebel Barkal realizada en su Egyptian Historical Records of later Eighteenth dynasty, fascicle I (Warminster 1982), dedica una nota a pie de página en la que afirma que «la naturaleza exacta de este ‘milagro’ es incierta. Por la descripción parecería haber sido un meteorito o posiblemente el fenómeno llamado ball lightning («bola luminosa», quizá un relámpago globular), cuya existencia ha sido demostrada aunque no explicada».
Por su parte, Serge Sauneron en el Dictionnaire de la civilisation égyptienne (editado por George Posener, Paris 1959) en la página 30 defiende la suposición de que se trate de un cometa y, concretando más, juega con la posibilidad de que realmente sea el conocido cometa Halley. Este cometa pudo haber sido visto, entre otras fechas, en 1465 a. C. momento que coincidía con el reinado de Tutmosis III, muy cercano al 1457 que propone la fecha del encabezamiento de la estela de Gebel Barkal.
Sin embargo, esta teoría es refutada por Dimitri Meeks en el prestigioso diccionario egiptológico Lexikon der Ägyptologie (Wiesbaden 1980). Meeks, en su opinión, aferrándose a lo repentino del fenómeno y al movimiento de la «estrella» prefiere considerar que se trataba de un meteorito.
Pero ¿es factible que un simple meteorito siga una trayectoria determinada, se detenga exactamente sobre un grupo de personas, los destruya y siga su camino? ¿Qué meteorito sigue incandescente a tan corta distancia de la superficie terrestre tras pasar las capas más frías de la atmósfera y desarrolla movimientos tan lentos? ¿Tenía inteligencia en sus movimientos esa «estrella» o nos encontramos ante una exageración del escriba egipcio quien se limitó a cumplir órdenes del faraón? Demasiado fácil para ser cierto. Con todo, podemos añadir una tercera interpretación que hasta la fecha nadie ha propuesto quizá por parecer un poco temeraria.
Pudiendo descartar explicaciones naturales del tipo de meteoritos o cometas, por la razones que hemos venido presentando, llegamos a un punto en el que solamente nos queda una salida. ¿Fue la estrella observada por Tutmosis III en Nubia lo que hoy denominaríamos un Objeto Volador No Identificado, que fue interpretado por los sacerdotes egipcios como la gloria del todopoderoso dios Amón? Para defender mínimamente esta hipótesis no debemos pasar por alto dos detalles de vital importancia, perfectamente marcados en el texto jeroglífico.
Por un lado, cuando la estela menciona al final de la línea 34 que la «estrella» se colocó sobre ellos, parece dar a entender que la bola de fuego o lo que fuera permaneció inmóvil a poca altura, la suficiente como para poder comprobar a simple vista que estaba justo encima de los enemigos. Este fenómeno no se hubiera dado si se tratara realmente de un cometa o una estrella fugaz, cuya elevada altura en el horizonte no permitiría determinar de un vistazo su posición exacta con respecto a un punto concreto del espacio terrestre.
Tampoco tenemos que pasar por alto que en la línea siguiente —la 35— «[la estrella] estaba detrás de ellos (iluminando) con fuego sus rostros». De este breve pasaje podemos deducir varias ideas importantes. Primero, que aquel objeto se encontraba lo suficientemente cerca como para iluminar el rostro de los que allí estaban, lo que da a entender que era algo extraordinario y que en el momento anterior de la escena eso no ocurrió. En segundo lugar, quizá el más importante, que el total de la escena descrita en la estela de Gebel Barkal estaba dividido en varios momentos perfectamente separados en el tiempo, fenómeno que no pudo haberse producido si se hubiera tratado de una estrella fugaz, un cometa, o un meteorito.
De confirmarse finalmente esta última hipótesis, podríamos encontrarnos ante el documento más antiguo encontrado hasta la fecha en Egipto y quizá de toda la Antigüedad, que haga mención a un OVNI tal y como lo entendemos hoy.
El caso de Amarna
Cambiando de tercio, uno de los períodos más problemáticos de toda la historia egipcia y no precisamente por que haya sido marginado del estudio de los investigadores, es la época de Amarna. En apenas diecisiete años, se sucedieron circunstancias atípicas a la cultura egipcia, que repercutieron en un cambio radical en las formas de pensamiento, el arte, las relaciones internacionales, etcétera. Amenofis IV, Akhenatón, de quien con el tiempo se ha sabido que no era ningún demente y que sabía a la perfección lo que se hacía, imaginó una nueva religión basada en la energía que desprendía el disco solar en contraposición a la divinidad tradicional del Sol como astro celeste.
Las teorías tradicionales siempre han visto que Akhenatón, para generar una ruptura clara con el influyente clero del dios tebano Amón, se las ingenió para construir una nueva capital para Egipto, Akhetatón —»el horizonte del disco solar» —, a mitad de camino entre las dos ciudades más importantes del país: Menfis al norte y Tebas al sur. De esta manera, una decisión política sirvió para que se diseñara de nueva planta una capital ubicada en el Egipto Medio.
Sin embargo, Cyril Aldred uno de los mejores egiptólogos de este siglo, profundo estudioso de la época amarniana y de la figura de Akhenatón, no parece estar muy convencido de estos planteamientos. Según él, la construcción de Akhetatón, la nueva capital, se debió a la necesidad de construir un hogar para el dios al igual que sucedía con otras divinidades egipcias. Amón tenía su sede en Tebas; Ptah en Menfis; Khnum en Elefantina y Ra en Heliópolis.
Ahora bien, si tal y como nos mencionan los himnos referidos a Atón, éste era tan universal que sus rayos cubrían toda la faz de la tierra, y que él mismo era el límite de todas las cosas, ¿por qué eligió Akhenatón un lugar tan alejado de otros centros urbanos o de la rutas comerciales? ¿Por qué no eligió un emplazamiento ya existente en donde pudiera reutilizar una infraestructura agrícola y prefirió comenzar desde cero en un territorio yermo de poco más de 200 kilómetros cuadrados?
Quizás hubo un suceso similar a la mayoría de las apariciones marianas modernas, en donde la Virgen María promueve la construcción de una capilla sobre el lugar de la aparición, es un hecho sin precedentes en la religión egipcia. El carácter mistérico y esotérico de estas creencias hacía que los dioses nunca se aparecieran a los hombres a excepción de los propios sacerdotes, aunque siempre en las profundidades del recinto sagrado.
El propio nombre de la ciudad en jeroglífico, Akhetatón, puede resultar esclarecedor. Aunque literalmente signifique «el horizonte del disco solar», Akhenatón pudo utilizar este término ya que le recordaba muy de cerca su extraña visión. El ideograma que viene a significar «horizonte» en egipcio se escribe con el dibujo de un disco sobre unas montañas.
¿Casualidad? ¿Capricho de Akhenatón? Solamente una investigación seria y exhaustiva podrá darnos repuestas a tan abrumadores interrogantes.
Una cosa es cierta, hace miles de años los cielos del antiguo Egipto fueron surcados por extraños objetos. Quizá ellos sean los mismos que lo hacen hoy día.
© Nacho Ares 2003